Hoy parece casi imposible hacer una sola cosa a la vez. Revisamos el celular mientras comemos, respondemos mensajes en plena reunión o escuchamos un pódcast mientras entrenamos. Vivimos rodeados de estímulos que compiten por nuestra atención y nos dejan con una sensación constante de dispersión: hacemos mucho, pero a medias, y con la impresión de estar siempre sobrecargados.
Para entender por qué nos cuesta tanto concentrarnos, conversamos con Byron Sánchez, psicólogo clínico de la Clínica Reina Sofía, y con Johan Hurtado, neuropsicólogo clínico del Centro Médico Colsanitas. Ambos coinciden en que la atención es un recurso limitado y que, sin estrategias de autocuidado, se desgasta con facilidad. “Si forzamos a la mente a dividirse entre muchas cosas al mismo tiempo, lo que ocurre es que disminuye la eficiencia y aumenta el nivel de estrés”, explica Sánchez.
La atención es limitada: no somos multitarea.
“Todo el tiempo estamos prestando atención a lo que pasa: el clima en el que estamos, la postura de nuestro cuerpo, la sensación de la ropa sobre la piel, lo que estemos haciendo, incluso las emociones que sentimos”, explica Johan. Cada estímulo compite por un espacio en el cerebro y, con base en ellos, funcionan distintos tipos de atención:

- Atención dividida: intentar hacer varias cosas a la vez, como oír clase y tomar apuntes.
- Atención alternante: cambiar de una tarea a otra, por ejemplo, cuando cocinamos y mientras se cocina el arroz picamos la cebolla, etc
- Atención sostenida: lo que conocemos como concentración. Mantener el foco durante un periodo prolongado.
Concentrarse, entonces, no es solo cuestión de voluntad, sino de integrarnos con los sentidos y filtrar lo irrelevante.
Hiperestimulación, ansiedad y carga mental
Hoy la concentración se ve comprometida por un desequilibrio entre lo que debemos hacer y la carga mental que sostenemos. Vivimos rodeados de estímulos: notificaciones, redes sociales, tareas laborales y académicas que compiten por nuestra atención. A esa sobrecarga se suma la ansiedad, que mantiene la mente en un estado de alerta permanente; anticipamos problemas, pensamos en lo que falta por resolver y nos cuesta permanecer presentes.
Concentrarse implica integrar los estímulos, inhibir lo que no es relevante y dirigir la atención hacia una sola tarea. No es un acto de voluntad pura, sino un equilibrio entre nuestros sentidos, nuestras emociones y los recursos del cerebro.

Podemos pensar que nos cuesta concentrarnos porque vivimos en un entorno de hiperestimulación. A ello se suma la ansiedad, que nos mantiene en un estado de alerta permanente, anticipando problemas y pensando en lo que falta por resolver. El resultado es una mente saturada que lucha por enfocarse. El psicólogo Sánchez explica que muchas personas creen tener problemas de memoria cuando, en realidad, están enfrentando fallas de atención. Nuestro cerebro funciona como un computador con demasiadas pestañas abiertas: se ralentiza y sus recursos se consumen en tareas básicas de funcionamiento. “Si en mi cabeza tengo cien pensamientos mientras cocino o salgo de casa, es probable que se me olvide algo, porque la atención está conectada con lo que estamos pensando”, explica.
Además, nuestras emociones influyen de forma directa. Cuando estamos preocupados, tristes o irritados, el espacio mental disponible para concentrarse se reduce drásticamente. Crear entornos y rutinas que ayuden a regular las emociones es clave antes de exigirle al cerebro un rendimiento óptimo. Johan Hurtado refuerza esta idea al recordar que los hábitos cotidianos determinan la calidad de nuestra atención: la falta de sueño reparador, una mala alimentación, la deshidratación o el sedentarismo dejan al cerebro con menos recursos.
“Si una persona no está regulada, la mente difícilmente puede sostener la atención”, enfatiza. Incluso acciones simples como saltarse comidas, pasar horas sin moverse o dormir poco afectan la memoria y la capacidad de mantener el foco.
Vivimos rodeados de estímulos: notificaciones, redes sociales, tareas laborales y académicas que compiten por nuestra atención. A esa sobrecarga se suma la ansiedad, que mantiene la mente en un estado de alerta permanente; anticipamos problemas, pensamos en lo que falta por resolver y nos cuesta permanecer presentes.

¿Y en los niños?
Durante los primeros años de vida, el cerebro necesita juego, interacción y experiencias reales para desarrollarse plenamente. Por eso, Byron Sánchez recomienda evitar las pantallas en menores de dos años: el aprendizaje ocurre a través del movimiento, la exploración y el vínculo con otros.
Johan Hurtado señala que el problema no es solo el tiempo frente a pantallas, sino el contenido: “La mayoría de los niños se acercan a redes sociales o plataformas como YouTube o TikTok, donde los estímulos son cortos, planos y de gratificación inmediata, mientras que podrían usarse para programas de estimulación o aprendizaje como videojuegos que estimulan el cerebro”.

Cuando los estímulos cambian de forma tan veloz, el cerebro no se entrena para sostener la atención en una sola tarea. Se pierde la oportunidad de practicar actividades repetitivas o monótonas (como leer un libro o hacer una tarea escolar) que son fundamentales para madurar la memoria, el control de impulsos y la motivación. Esto, a largo plazo, impacta el rendimiento en el aula y la capacidad de tolerar la frustración.
Johan lo resume así: el consumo constante de videos rápidos “afecta la forma en la que se concentran, porque el cerebro no se entrena a mantenerse atento mucho tiempo en una tarea”.“La concentración requiere tiempo y calma, y a veces lo que más conviene hacer es simplemente no hacer nada”, expresa por su parte Byron Sánchez.
Ambos especialistas coinciden en que el descanso mental y el aburrimiento también son herramientas de aprendizaje: el cerebro necesita pausas para reorganizar la información y recargar energía cognitiva. Algunas prácticas que pueden ayudar son:
- El mindfulness y la contemplación:
No se trata de grandes rituales espirituales, sino de pequeñas prácticas de presencia: comer una fresa notando su color, textura y sabor; caminar prestando atención al ritmo del paso y a la respiración. Estos ejercicios ayudan al cerebro a desacelerarse y a concentrarse en un solo estímulo a la vez.
- El aburrimiento y el ocio:
En una sociedad que exige productividad constante, el aburrimiento parece un enemigo. Sin embargo, tanto Johan como Byron coinciden en que dejar espacio al ocio es esencial. Estar sin hacer nada, contemplar y permitir que los pensamientos fluyan puede parecer improductivo, pero es en esas pausas cuando surgen nuevas ideas y se consolidan los aprendizajes. El ocio no es tiempo perdido: es energía para el cerebro.
- Técnicas prácticas de enfoque:
Existen herramientas como el método Pomodoro, que consiste en trabajar en bloques de 25 minutos de concentración profunda, seguidos de 5 minutos de descanso. Este sistema ayuda a entrenar la atención sostenida y a evitar la fatiga mental. Al igual que la planificación de tareas, estos métodos nos ayudan a priorizar lo más importante, dividir objetivos grandes en pasos pequeños y evitar la tentación de hacer todo a la vez. Según Johan, estructurar las tareas ayuda al cerebro a reducir la sensación de caos y mejora el rendimiento cognitivo.
- El autocuidado y la autocompasión:
La concentración también depende de cómo cuidamos nuestro cuerpo y nuestra mente. Dormir bien, mantenernos hidratados y evitar excesos de azúcar son hábitos básicos que permiten al cerebro funcionar sin sobrecarga. Pero el autocuidado no es solo físico: también incluye el diálogo que sostenemos con nosotros mismos. A veces nos culpamos por no lograr enfocarnos y, al exigirnos más de lo posible, terminamos frustrados y aún más bloqueados.
Como señala Byron Sánchez, “hay que cultivar la autocompasión, que nos facilita conectarnos con el momento en el que estamos y poder tener un espacio de autocuidado”. Darnos permiso para parar, respirar y descansar es tan importante como cualquier técnica de productividad.
Concentrarnos no significa hacer más cosas en menos tiempo, sino dar calidad y presencia a lo que hacemos. A veces, lo más productivo no es tachar pendientes, sino respirar, caminar sin prisa o simplemente no hacer nada.




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