Finalista del Premio Arte Joven 2025, la artista guajira reconstruye las huellas del desplazamiento y la identidad wayuú a través del color y la memoria.
Día 3
Astrid Carolina Velásquez Velásquez
Lo que fuimos
Acrílico sobre lienzo
Albania, La Guajira
“Soy la conciencia india guajira. Soy la tradición que no muere: la experiencia, la malicia, la resignación, la rebeldía. Yo no sé lo que soy. Soy la esperanza. Más que la brujería: la raza. No sé si estoy con el indio que muere o con el mestizo que nace”, estas líneas con las cuales se presenta el Piache abren las primeras páginas de Los pasos del indio, puesta en escena de Manuel Zapata Olivella. Cada una de esas palabras escritas por el autor de Lorica, Córdoba, en 1958, resuenan en la voz de Astrid Velásquez Velásquez –guajira como el Piache y de ancestro sabanero, como Zapata Olivella–. A ellas, quizá, solo faltaría sumarles: pigmento, rojo, híbrida, furia y familia.
A finales del siglo XX, los padres de Astrid fueron desplazados por la violencia inseparable de la historia de los Montes de María. De allí, se fueron hacia el norte y encontraron un hogar en Albania, a pocos minutos de la improbable y cosmopolita Maicao. En pleno desierto, a orillas de un mar Caribe manchado por el carbón del Cerrejón, los Velásquez Velásquez se asentaron con sus cinco hijos zenúes en el corazón del territorio wayúu.
A simple vista, la niña recién llegada era tratada como una paisana más y no con la condescendencia que reciben por parte de los recios wayúus los visitantes arijunas –como llaman a los mestizos provenientes de otras regiones–. “Como a los 17 años, si me veían mal parqueada, me querían casar. Pensaban que yo era una paisana perdida y me tocaba explicarles: ‘Yo soy paisana, pero paisana zenú’. El wayúu es nómada; entonces siempre es celoso. Pero yo entiendo que tu sangre corre por mi sangre porque somos indígenas y somos paisanos; la diferencia son nuestras tradiciones. Cuando era pequeña, empecé a aprender a tejer como todas las guajiras. En cuanto a la tradición zenú, perdimos el trenzado porque nuestra planta de cañaflecha no crece en el suelo árido del desierto… Si trenzamos es muy poco, o trenzamos nuestro propio cabello”, recuerda Astrid.
La pintura Lo que fuimos hace parte de una serie de nueve piezas titulada Raptos. El acrílico impone sobre el lienzo las pieles magentas y púrpuras del padre y los hermanos mayores de Astrid. La foto de referencia, tomada de un álbum familiar, otorga al archivo nuevas dimensiones al transformar su materialidad y su génesis: lo que fue espejo de un negativo, es ahora un gesto pictórico; lo que fue captura de un instante, es ahora memoria de una tradición. A través de este acto, Astrid toma el báculo de su abuela convirtiéndose en depositaria de la herencia familiar de los Velásquez Velásquez.
El proyecto de las nueve pinturas fue concebido como tesis de pregrado en Artes, un proceso durante el cual el principal desafío fue sortear el manoseo mestizo que pretendía imponer a la artista —mujer, guajira, indígena y joven— la obligación de “narrar su territorio desde su lugar de enunciación y sus problemáticas”. Para estas voces neocoloniales de coctel, una artista de su origen tenía que limitarse al hambre de esos niños —la corrupción blanca—, a la sed de esos desiertos —paisaje apropiado en películas de mestizos para blancos en festivales europeos—, a la condición de esas mujeres exotizadas —desde el temor de arriesgarse a erotizarlas— o a un manojo de artesanías —apropiadas por directoras blancas de instituciones con nombres indígenas—.
La respuesta de Astrid es tan contundente como su espátula: “Siempre va a haber un blanco que te va a decir ‘esto no se hace’. Mi arte se alinea con una identidad violentada, robada, desarraigada y despojada de su territorio. En cada obra se busca transmitir mediante relatos, autorretratos y retratos, las experiencias de un pueblo indígena transculturizado y aculturizado en un territorio donde no hay percepción de ellos”.
La búsqueda de motivos no fue necesaria: los tenía bajo y sobre la piel. La búsqueda de referentes pictóricos es otra historia. Astrid los encontró en dos artistas culturalmente híbridas como ella: la pintora peruana nikkei Sandra Gamarra Heshiki y la Misak, destejedora de arraigos, Julieth Morales. En este proceso aparece otra voz y otra textura: Dayro Carrasquilla se convierte en su maestro. “Conocí la obra de Dayro cuando estaba en Nelson Mandela, el barrio de Cartagena, y gracias a él empecé a entender el concepto del territorio. Junto a él también afiné la técnica y compartí muchas risas e intercambios entre bocachico y mojarra”, recuerda Astrid.
En medio de dos generaciones vinculadas por el arte y la enseñanza, Astrid es alumna de Dayro y también maestra de muchos niños de las rancherías y ciudades vecinas. Uno de sus alumnos de Cartagena estuvo en la inauguración del Premio Arte Joven. “A Samu Silva lo conocí mientras hacía mis prácticas. Verlo en la galería me llenó. Grité: ‘¡Yo a ese niño lo conozco, yo a ese le di clase!’. Eso me llena. Y ver todo lo que aprenden también mis estudiantes en zonas rurales y rancherías. A veces dicen que los artistas no servimos para nada, pero yo soy maestra gracias al arte y lo hago con mucho amor. Soy feliz cuando un niño me dice: ‘Seño, ya no me tiembla la mano’”.
Lejos de los egos concentrados en los talleres de elite, la pintura de Astrid es un acto de memoria que proyecta la ranchería hacia el mundo, es también una reafirmación de la libertad de dialogar con la identidad propia sin ceder a los prejuicios blancos, es un gesto de generosidad con la tradición híbrida que mezcla sus ancestras zenúes con sus vecinas wayúus y es una conjura pictórica para acariciar con sal, furia y pintura roja las heridas familiares que enseñan la experiencia, la malicia, la resignación, la rebeldía.

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¡Aquí están: estos son los finalistas escogidos por el jurado del Premio Arte Joven 2025! Desde hoy hasta la premiación el próximo jueves 6 de noviembre en la Galería Nueveochenta, desde las redes sociales del premio y la web de Bacánika daremos un cubrimiento especial a cada uno de ellos en esta jornada de 10 días / 10 artistas. ¿Quiénes son? Conozca la lista a continuación.
Después de revisar cuidadosamente las 25 obras seleccionadas por el curador Elías Doria para ser parte de la exposición del Premio Arte Joven, organizado por Colsanitas y la Embajada de España en Colombia, el jurado conformado por Eliana Baquero, Coordinadora de producción Galería Nueveochenta; Elías Doria, Curador Premio Arte Joven 2025; y Marielsa Castro Vizcarra, Curadora del MAMM; Paola Aldaz, CMO Colsanitas; Alberto Miranda, Consejero Cultural de la Embajada de España en Colombia, escogió como finalista (en orden alfabético):
Michael Fabián Angarita Tarazona
El Señor de los Milagros
Instalación
Bucaramanga
María Stephanía Ayala Giraldo
Estudios de caza: tipologías de deseo
Instalación
Medellín
Juana María Bravo
Buenas y malas noticias
Instalación
Bogotá
Camilo De La Torre
Cartografías contracoloniales
Carteles
Barranquilla
Jose Enrique Forero Peña
Mateo VII:13-14
Instalación
Bogotá
Lina Paola Henao Gómez
Soberanos y dominados
Video instalación
Bogotá
Mauricio Quiñónez Segura
Tekino20999999
Dispositivo audiovisual y pintura expandida
Cali
Tikal Smildiger Torres
¿Antes de nacer y después de morir?
Óleo sobre lienzo templado en bastidor
Bogotá
Andrés Felipe Valencia Mejía
365
Performance in situ e instalación
La Estrella, Antioquia
Astrid Carolina Velásquez Velásquez
Lo que fuimos
Acrílico sobre lona
Albania, La Guajira





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