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Michael Armitage

Pinturas que conjuran un naufragio migrante

Fotografía
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Balsa, una serie de cuatro piezas del artista keniano Michael Armitage, arroja luz sobre las agitadas circunstancias que enmarcan el recorrido de miles de migrantes africanos a través del Mediterráneo.

Suena el rasgueo lento de la kora, esa majestuosa arpa de 21 cuerdas nacida en África occidental. Los acordes iniciales son respondidos por otro intérprete para iniciar una conversación entre cuerdas de piel de antílope: Toumani Diabaté, maestro indiscutible de este instrumento, y Sidiki, su hijo, tejen a cuatro manos “Lampedusa”, una pieza musical que navega entre la ensoñación y la pesadilla alrededor de la isla del Mediterráneo que lleva su nombre.

Al escuchar esta canción, Michael Armitage se sumergió en el paisaje sórdido que habita bajo la piel de esas aguas italianas. En manos del artista keniano radicado en Londres, las cuerdas de la kora fueron reemplazadas por óleo y lubugo, y los sonidos orquestados por los Diabaté se tradujeron en imágenes de cuerpos apretujados, sol, mar y la opresiva calma posterior a la catástrofe.

Liz Portocarrero | Cortesía Fragmentos

Armitage comprendió que una sola pintura no sería suficiente para reflejar el embate de las olas y la oscura danza entre la vida y la muerte. Por eso decidió componer esta Balsa con cuatro piezas: “Europa” (2025), “Untitled” (2024), “Raft” (2024) y “Don’t Worry There Will Be More” (2024).

La tela de corteza de Lubugo, utilizada por el pueblo ugandés para ceremonias fúnebres, fue el soporte de la obra que tomó diez años de trabajo. Esa superficie espesa y marcada por cicatrices otorga un peso adicional a las ondulaciones del océano y vuelve aún más inclemente el brillo del sol sobre los rostros de los viajeros. “Una de las decisiones que tomé fue que las pinturas de la serie existieran de noche o en el agua. Esto supuso que el tono y el color predominantes fueran distintos tipos de azules. Parte de la idea era representar la naturaleza abrumadora del mar”, explica Armitage.

La ruta que atraviesa el Mediterráneo es la más mortal de todo el mundo para refugiados y migrantes. Bajo la agobiante belleza del paisaje de Lampedusa, más de 30.000 personas provenientes de África se suman cada año a esta evidencia invisible del rigor de la migración. Las cuatro pinturas de Armitage nos ponen frente a los ojos lo que no podemos ver a través de espejos del mar: el impacto infranqueable de las fronteras tiene miles de rostros y nombres desconocidos.

Para Armitage, esa conciencia adquirió una nueva dimensión cuando nació su primer hijo mientras comenzaba a trabajar en esta serie de pinturas: al convertirse en padre, el artista experimentó una sensibilidad completamente distinta al dolor por la pérdida de los niños desaparecidos y la desolación por las miles de familias rotas tras cada viaje fallido.

Liz Portocarrero | Cortesía Fragmentos

Balsa ha sido expuesta en prestigiosas instituciones, como la galería David Zwirner, en Nueva York. Sin embargo, la muestra abierta en el marco de la Bienal de Arte de Bogotá tiene un valor excepcional para el artista al estar exhibida en Fragmentos, una sala que es también un monumento, construido por la artista Doris Salcedo con el metal fundido de las armas entregadas por las FARC. En palabras de Armitage: “Como artista que piensa en temas similares, es un privilegio traer estas pinturas a un espacio donde todo ha sido concebido para invitar a reflexionar sobre la complejidad de las posiciones de otras personas”. Ese encuentro de posturas a veces debe transcurrir entre ausencias y toma forma de pinceladas, armas fundidas o acordes para abrazar a quienes no encontraron un hogar al cual regresar.

Este artículo hace parte de la edición 202 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.