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Mal Pálpito

La producción colombiana Pálpito está en los primeros lugares de sintonía en la plataforma Netflix de varios países. Sin embargo, para el autor de esta columna la serie exhibe errores y clichés difíciles de ignorar.

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Leonardo Padrón es tal vez el último de los grandes libretistas venezolanos. Como muchos trabajadores de la industria del entretenimiento —y de tantos otros sectores económicos—, tuvo que salir de su país después de que el régimen chavista le declarara la guerra a los canales privados. Desde el exilio ha podido seguir trabajando, y a los 67 años ha demostrado que no ha perdido la magia que lo consagró con clásicos de la televisión como Rubí, Amantes de Luna llena y La mujer perfecta.

Padrón es el creador de Pálpito, el éxito latinoamericano más reciente de Netflix. En las últimas semanas la serie ha estado en los primeros lugares de audiencia en más de cincuenta países del mundo, a pesar de que apenas se estrenó el 20 de abril. 

Casi nunca veo las series que aparecen en el top 10 de Netflix al abrir la plataforma. Cuando uno analiza esta lista no se tarda demasiado para saber cuáles son los intereses que mueven a los colombianos al maratón: viejas novelas como Betty la fea o Nuevo rico, nuevo pobre aparecen en los primeros lugares de manera inexorable, así como El patrón del mal o Chichipatos. Como en tantos otros países, muchos usuarios colombianos usan la plataforma para ver telenovelas sin avisos publicitarios, o para repetirlas y recordar viejos tiempos. Para dichos usuarios, Netflix es casi una suerte de tercer canal nacional. 

Desde el primer capítulo queda claro que, más que una serie, Pálpito es una telenovela corta, 14 episodios de 40 minutos cada uno. La historia se abre con los esposos Simón y Valeria Duque —interpretados por Michel Brown y Margarita Muñoz— viajando en su auto de noche por una vía de las afueras, mientras cantan a todo pulmón “Volví a nacer”, el clásico de Carlos Vives. En menos de un minuto ya sabemos que son esposos, que están desesperados por llegar a la casa a arrancarse la ropa y que en pocos días irán a un concierto de Carlos Vives para seguir celebrando su amor. 

Pero las llantas delanteras del auto explotan, Simón pierde el control del carro y se estrella contra un árbol. En ese accidente, ocurrido al tercer minuto de la historia, ya tenemos que bajar la guardia y olvidar los estándares de calidad tan altos que suelen tener las producciones de Netflix realmente top en el mundo, como Ozark o Archivo 81. Los efectos especiales van a ser más bien como los que exhibe la novela de Caracol o RCN de las nueve de la noche. 

Palpito CUERPOTEXTO 1

Simón está inconsciente en el puesto delantero del auto y su esposa, desesperada, intenta salir y no puede. Aparecen tres hombres que al parecer quieren ayudar: rompen el vidrio y sacan a Valeria. Pero la siguen arrastrando hasta el carro del que se acaban de bajar. Es un secuestro. Después sabremos que ella ha sido elegida para extraerle su corazón y dárselo a la fotógrafa Camila Duarte, interpretada por Ana Lucía Domínguez, recién casada con el estratega de la publicidad política Zacarías Cienfuegos —Sebastián Martínez—, quien ha contratado al Mariachi, un criminal sin escrúpulos que lidera una banda de traficantes de órganos y así salvar la vida de su amor. Entonces los hilos de la historia poco a poco se empiezan a atar y desatar, y con ellos una lluvia de errores y descuidos técnicos que han desatado la furia de este comentarista.

Hace rato no veía una telenovela y no jugaba con sus reglas. Por eso la incomodidad cuando el personaje de Ana Lucía Domínguez, que es fotógrafa, está tomando fotos de una maratón en el Parque Nacional horas antes de casarse con Sebastián Martínez. Allí justamente retrata a Valeria Duque, por una coincidencia que el Dios de la serie, Padrón, no logra explicar. Luego, de manera teatral, mira el reloj y dice “Dios, me voy a casar, tengo que irme rápido”. Ella no está en la sangrienta y prolongada invasión a Ucrania, sino que está cubriendo una carrera cualquiera, y aun así ha olvidado que su prometido la espera en el altar. 

La vemos llegando afanada a la casa y se desnuda para ponerse su vestido. En los siguientes capítulos y hasta el final, vemos que la orden ha sido mostrar a como dé lugar las curvas de la Dominguez. Cuando su mamá —interpretada por la cubana Jacqueline Arenales— camina hacia el altar con ella, le susurra desesperada: “necesito la cámara en este momento, no puedo estar sin ella”. Y uno dice ¿de verdad? 

Pero tranquilos: no voy a amargarles el show con más comentarios amargados. Sólo quiero reafirmar que en el universo de Pálpito, y por descuido de sus guionistas y de su dirección de actores, las muertes no se lloran tanto, se olvidan fácil, así sea la de la propia esposa del protagonista. Que las emociones se caricaturizan con las actuaciones forzadas, excesivas. 

A mí me caía tan bien Sebastián Martínez que no me había dado cuenta de que no tiene idea de actuación. Billy Wilder, uno de los grandes directores de la época dorada de Hollywood, le dio al actor Jack Lemmon el consejo que le salvó su carrera: actúa siempre lo menos posible. Y los actores colombianos, con la maldita manía de sus directores de ordenarles que modulen bien para que el producto se venda como churros fuera del país, actúan demasiado. 

Pálpito no tiene pretensiones estéticas ni realistas: no se ve que Padrón haya realizado una investigación concienzuda sobre el robo de órganos vitales para hacer la serie. El tráfico de corazones y, sobre todo, las bandas que deciden secuestrar a alguien, matarlo y vender su corazón, no existen, no son más que leyendas urbanas. Así que si usted está viendo la serie y se pone muy ansioso porque a la vuelta de la esquina alguien lo va a secuestrar para robarle el pulmón, déjeme decirle que usted está desinformado.

Leonardo Padrón confirmó que no ha perdido su toque para conectar con la gente. Ya volvieron a convocar al equipo para sacar, de la manera más urgente posible, cinco capítulos más que se estrenarán en julio. El público no tendrá grandes expectativas. Con que le sigan mostrando los ojos de azul intenso de Michel Brown y las curvas peligrosas de Dominguez, estarán contentos. Total, afuera hace frío y la vida es muy dura. 

 

*Periodista, editor.

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