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cargas mentales

La importancia de manejar las cargas mentales (propias y ajenas)

Ilustración
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La rumiación y la corrumiación son procesos que aparecen cuando una preocupación se queda rondando en la cabeza más tiempo del que es saludable, llegando incluso a general malestar emocional a más de una persona.

Rumiación

Por lo general, el proceso arranca con una preocupación o un problema (de pareja, familiar, laboral, académico, económico, médico, etc.), que poco a poco va ganando espacio dentro del día de quien lo padece, luego dentro de la semana, luego dentro del mes. Esa persona comienza a dedicarle más horas de las que le gustaría a ese problema, lo mira desde un lado y desde el otro, le da vuelta, le busca aristas nuevas. 

En principio, le dedica tiempo y energía con la intención de encontrar una salida, pero el tiempo sigue pasando y el problema sigue ganando espacio y con ese espacio también gana más peso. Al final, suele suceder que ese problema se convierte en una carga molesta de llevar. 

A este proceso se le conoce como rumiación del pensamiento, pensamiento rumiativo o pensamiento rumiante. La lógica detrás es que ese problema se transforma en un pensamiento que no da tregua, que no admite respuesta. El nombre viene del mecanismo de digestión de algunos mamíferos, especialmente las vacas, que regurgitan el alimento digerido para masticarlo algunas veces más antes de digerirlo definitivamente. La imagen que se refleja sobre el proceso de pensamiento que sigue a ciertos problemas es justamente la de un pensamiento masticado una y mil veces antes darle cierre y pasar a algo nuevo.

La psicóloga y magister en psicooncología y cuidados paliativos, Ana María Garavito, señala que este tipo de pensamientos surge cuando algo nos preocupa y por ello se trata de pensamientos repetitivos que pueden generar una respuesta emocional intensa. Aunque sucede sobre todo a raíz de problemas, también aparecen luego de un duelo, sea por la muerte de un ser querido o por el fin de una relación. Las personas que lo padecen, pueden pasar horas pensando en qué palabras les quedaron por decir, qué acciones pudieron llevar a cabo antes de que el otro partiera.

La mayoría de personas rumia pensamientos debido a que todo ser humano vive situaciones preocupantes o experimenta la tristeza de una pérdida en algún momento de la vida. No obstante, estas personas lo hacen sin ser conscientes de que lo están haciendo: el pensamiento aparece y se queda en una esquina sin hacer mucho ruido al principio, por lo general, susurrando la pregunta “¿Qué pasaría si…?”. Entonces el pensamiento se vuelve intrusivo con el paso de los días: ¿Qué pasaría si hubiera hecho algo distinto? ¿Qué pasaría si hubiera dicho esto en vez de lo otro? ¿Qué pasaría si no hubiera ido a ese sitio o no hubiera hablado con esa persona o no hubiera llegado a esa hora?

Una especialista en salud mental sugiere en el artículo ¡Para de hablar de lo tuyo!: así nos afecta el ‘pensamiento rumiante’ y obsesivo de un amigo publicado en El País de España, que con frecuencia la rumiación funciona como una ilusión de control: “La fantasía de que hay algo que hubieras podido cambiar o que puedes cambiar ahora. Y lo cierto es que los ‘y si hubiera hecho’ o ‘y si hubiera dicho’ son inútiles”. Sin embargo, termina señalando algo que parece una obviedad pero que cuesta aplicar en todas las circunstancias: El pasado no puede cambiarse, solo tenemos el presente, el aquí y ahora. Y el lío está en cómo llegar a ese punto.

Primero hay que separar la rumiación de pensamientos de los pensamientos obsesivos. La doctora Garavito asegura que los pensamientos rumiativos son repetitivos y la respuesta emocional intensa que generan dificulta el que se puedan dejar atrás y avanzar hacia nuevos pensamientos. Mientras que los pensamientos obsesivos generan una carga alta de malestar y ansiedad por la creencia de que ese pensamiento podría ser cierto, a pesar de ser irracional. 

Ejemplos de pensamientos obsesivos los vivimos durante las olas más fuertes del covid cuando era imposible no dejar de pensar que estábamos contagiados o que íbamos a morir o que íbamos a contagiar a nuestros seres queridos. Los pensamientos obsesivos son uno de los síntomas preponderantes de las personas diagnosticadas con Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), pues dependiendo del tipo de TOC suelen pensar que no cerraron bien la llave del gas con riesgo de causar un accidente o que si suben una escalera en número impar podrían correr peligro o que si no lavan bien sus manos se contagiaran de algún virus severo.

La clave está en entender que la rumiación de pensamiento genera una respuesta emocional intensa, pero no siempre genera malestar o ansiedad. La cuestión es que a medida que el pensamiento va ganando tamaño y peso puede afectar el desenvolvimiento cotidiano de una persona y ser indicio de problemas serios, como ansiedad, depresión u otras alteraciones de la salud mental que requieren ayuda.

En últimas, algunos detonantes de los pensamientos rumiativos pueden ser experiencias traumáticas como una pérdida, pero también el perfeccionismo, la baja autoestima, la proximidad de eventos estresantes como exámenes o presentaciones importantes, y la antesala a una noticia que podría ser decisiva como una propuesta laboral o un resultado médico.

En un artículo del New York Times titulado Cómo dejar de rumiar, se describe que un pensamiento rumiante comienza a complicarse cuando se vuelve excesivo y abrumador a un punto en el que es imposible detenerlo, es decir, cuando pasa a ser un distractor para la realización de tareas cotidianas en la casa o en el trabajo. Esta idea de que el pensamiento es como “un carro sin frenos” es lo que hace que la rumiación sea un problema, pues tener momentos de preocupación o sobre pensar ciertos temas puede ser algo natural en ciertas personas.

Corrumiación

La otra cara de la rumiación es la corrumiación. El proceso de rumiar o masticar un pensamiento intrusivo se comparte con regularidad entre los grupos de amigos. Aquel que tiene un problema de pareja o está infeliz en su trabajo tiende a traer el tema en cada ocasión posible, mientras los demás lo escuchan, lo apoyan, lo consuelan y lo aconsejan. La persona intenta compartir su carga con otros, algo necesario y deseable hasta el grado en que la carga se vuelve un peso de los demás. A partir de entonces la rumiación es colectiva.

La lógica de este proceso sigue siendo similar: el malestar aparece tarde o temprano para los involucrados. Normalmente llega un momento de desgaste y cansancio en el cual nadie quiere saber más del problema, sobre todo, porque este ya se ha discutido infinidad de veces y se le han planteado innumerables soluciones.

El artículo publicado en El País se vale de un texto científico para definir la corrumiación como la actividad de analizar repetitiva y pasivamente un problema con alguien cercano, usualmente un amigo, y llegar a conclusiones ambiguas. En otras palabras, no llegar a ningún lado, dejar el problema en el mismo sitio. 

Esto sucede porque el problema de la corrumiación, igual que el de la rumiación, es que suele ser pasiva, es decir, centrada en el “¿Qué pasaría si…?”, una pregunta fundada en la fantasía de lo que pudo haberse hecho distinto, pero no en lo que podría hacerse ahora. Y adicionalmente, es una pregunta que conduce a pensamientos negativos, porque todas las posibilidades planteadas son imposibles, pues nadie puede cambiar lo que sucedió o porque las soluciones exigen más de nosotros que los casos hipotéticos.

Pensemos por un segundo en lo difícil que parece tomar una decisión o cambiar una situación o enfrentar el problema en comparación con dejarnos llevar por la fantasía de alterar el pasado.

El pasado se presenta siempre como un lugar seguro, aunque se trate solo de una ilusión. Es más fácil decir: “Si mi jefe fuera otro…”, “Si hubiera aceptado el otro trabajo en vez de este…”, que hablar directamente con el jefe o tomar la decisión de renunciar, por ejemplo.

En ese mismo territorio se mueve la corrumiación: hablar de la preocupación o del problema parece ser el camino correcto para liberar el peso de esa carga; al hacerlo se cree que se está compartiendo el problema, pero nada más lejos que ello. Rumiar es mantener el relato en bucle, mientras que compartir implica un intercambio de información que va de ida y vuelta. Compartir es importante, pero para ello hace falta escuchar. En la corrumiación se le impone el pensamiento rumiante a los demás.

El artículo de El País sugiere que para notar si uno está inmerso en el bucle de la corrumiación es necesario “hacerse estas tres preguntas que recomienda la Asociación Estadounidense de Psicología: ¿Ya he hablado antes de este problema? ¿Tengo algo nuevo que contar o me estoy repitiendo? Y, por último: ¿Estoy especulando sobre lo que podría haber sido y no fue?”. A partir de las respuestas hay que buscar caminos.

¿Cómo manejar las cargas propias y ajenas?

La doctora Garavito señala que en el caso de la rumiación y la corrumiación hay que partir de la consciencia de que esos pensamientos son automáticos y que pueden ser el síntoma de algo más profundo, algo que requerirá acompañamiento profesional. Por otro lado, como amigos y familiares debemos estar dispuestos acompañar al otro, expresar nuestra preocupación, brindar soporte, pero también debemos establecer límites sanos y promover nuestro autocuidado para no desgastarnos. Con ello estaremos en la capacidad de garantizar un acompañamiento compasivo hacia el otro en el que podemos protegernos del desgaste por empatía o del peso que genera la situación.

“Ese desgaste es el resultado de ayudar a personas que han pasado por situaciones difíciles sin poder gestionar el propio malestar que eso genera. Es preocuparse excesivamente por el otro y contagiarse de sus emociones sin uno estar preparado”, según explica la especialista.

A pesar de ello, hay estrategias que pueden llevarse a cabo para manejar la rumiación de pensamientos (y evitar que se conviertan también en una corrumiación). A continuación se presentan algunas de ellas:

- Orientar los pensamientos hacia la soluciónal plantear preguntas del tipo “¿Cómo puedo resolver esta situación?” o “¿Qué puedo hacer para sentirme mejor?”. Al orientarlos hacia el presente ayudan a disminuir el malestar emocional.
- Ponerse en los zapatos del otro es útil para darle manejo a la rumiación. Para ello sirve el ejercicio de pensar qué le diría a una persona cercana que me cuente ese mismo pensamiento rumiativo.
- Destinar un momento del día para rumiar ayuda a controlar el flujo de los pensamientos, en tanto, se dedica solamente un tiempo específico al día a pensar en el tema y así impedir que los pensamientos sean intrusivos y se aparezcan durante el trabajo o el estudio.
- Emplear la estrategia del “Stop de pensamiento”, que consiste en decir “stop” o dar una palmada cada vez que aparece el pensamiento sirve como estímulo para frenarlo y encaminarlo hacia otro más saludable.
- Desviar la atención es otra forma de detener el pensamiento, en este caso, intentando enfocar la atención en otra cosa, una idea distinta o simplemente lo que sucede en el entorno.
- Algunos ejercicios centrados en el mindfulness son útiles para mantener el flujo de pensamiento centrado en el presente y no en el pasado. El objetivo no es dejar la mente en blanco, sino saber que es la persona quien está en control de los pensamientos y no al revés.
- Buscar ayuda profesionalresulta beneficioso cuando el malestar es excesivo, sobre todo, porque cada persona responde diferente a una estrategia; la ayuda profesional es vital para encontrar caminos propios que disminuyan el malestar de la rumiación.

Brian Lara

Periodista. Colaborador frecuente de Bienestar Colsanitas y de Bacánika.