Pasar al contenido principal
relación saludable

Tres curadores, tres miradas al arte y ciudad

Varias capitales colombianas están viviendo una inusitada actividad artística que transforma la manera en la que los residentes se relacionan con su entorno. Los curadores Elías Doria, del Premio Arte Joven; Lucrecia Piedrahíta, de la Bienal de Medellín, y Jaime Cerón, de la BOG25, nos acompañan en este recorrido de arte y ciudad.

Una casa flotante a diez metros de altura en plena Plaza de Lourdes en Chapinero; una playa abierta en medio de una antigua cárcel de mujeres en el norte de Medellín; un encuentro de las obras de jóvenes artistas desde La Guajira hasta la Amazonía que incluye injertos capilares de chicle y neveras en las que reposan cuerpos de pájaros. Todo esto ha estado ocurriendo entre los meses de septiembre y noviembre en varias ciudades colombianas; y el público masivo, muchas veces esquivo o indiferente a este tipo de expresiones, está abarrotando los espacios para encontrarse de frente con esta marejada creativa y conversar sobre los interrogantes a los que las obras invitan o, simplemente, para tomarse una selfie o compartir una tarde dominguera en familia. Las bienales, como su nombre lo indica, son exposiciones de gran formato que, debido a su magnitud, complejidad y elevados costos, solo se realizan cada dos años. Por primera vez, dos bienales están teniendo lugar en Medellín y Bogotá de manera simultánea. En ambos casos, los artistas están en el centro con sus poderosas creaciones. Alrededor de ellos, los gestores culturales movilizan recursos para abarcar amplitud de escenarios y alcanzar grandes audiencias, mientras que los curadores asumen la meticulosa labor de trazar una narrativa que haga de estas piezas de arte nuevas formas de apropiarse del espacio y de relacionarse estéticamente con el paisaje urbano.

Junto a las bienales de Medellín y Bogotá, durante estos meses la agenda de las artes en Colombia también ha estado en movimiento con eventos como ArtBo, la Feria del Millón y el Salón Nacional de Artistas, que este año lleva el nombre Kauka como homenaje al departamento que lo acoge. El diálogo entre figuras internacionales, propuestas arriesgadas, instalaciones monumentales y artes electrónicas no transcurre en el vacío,

sino que obedece al trabajo constante de gestores independientes y de instituciones comprometidas, entre las que también se cuentan universidades como la del Norte, en Barranquilla, con su salón llamado Jagüey, y la del Cauca, con una efervescente generación de creadores de sur del país. Esa diversidad regional de talentos emergentes encuentra otro espacio de convergencia en el Premio Arte Joven, organizado por Colsanitas y la Embajada de España desde 2006, y que inaugura su muestra el 23 de octubre en la galería Nueveochenta, en Bogotá.

Conversar con estos tres fascinantes curadores consagrados al arte es una oportunidad de asomarnos al detrás de cámaras de proyectos tan grandes, conocer los inmensos desafíos que supone revestir la ciudad con una nueva piel y recordar que para armar muestras complejas como estas es necesario establecer un diálogo entre preferencias

estéticas personales y la lectura de la exquisita diversidad de nuestras ciudades.

La bienal como un acto para “aprender a ver”
(Lucrecia Piedrahíta, curadora de la Bienal Internacional de Arte de Antioquia y Medellín)

Cuarenta y cuatro años después del primer intento, Medellín volvió a tener su Bienal Internacional de Arte. No solo como un evento cultural, sino como una forma de mirar la ciudad desde otro lugar. 

La Bienal Internacional de Arte de Antioquia y Medellín se ha desplegado en una gran variedad de sedes, desde el histórico edificio Coltabaco, en el centro de la ciudad, hasta el Parque de Artes y Oficios en Bello. La programación incluye espacios como el Museo de Antioquia, el ICPA, la Sala U de la Universidad Nacional y el Distrito Creativo del Perpetuo Socorro. Además, se suman la Cámara de Comercio, el campus de la UPB, la Universidad de Antioquia y diez universidades más, logrando que el arte se mezcle con la vida cotidiana y que el público pueda ser parte activa de las obras.

Una de las responsables de esta agitada agenda cultural es Lucrecia Piedrahíta Orrego, arquitecta, museóloga y curadora formada en la Universidad de Florencia. Desde experiencias anteriores, como directora del Museo de Antioquia, uno de los propósitos de Piedrahíta ha sido “enseñar a ver” para que “la gente encuentre en el arte, en la arquitectura, en el mundo de las formas una manera distinta de aprender a leer lo que la rodea”.

En Medellín, espacios industriales antes en silencio como: el ferrocarril de Antioquia o el Coltabaco se transforman en lugares de contemplación.

Desde esa convicción, Piedrahíta concibe la Bienal como un acto pedagógico. “La mediación es el ADN de este evento”, afirma. Cada instalación, recorrido o encuentro busca acercar el arte a todos los públicos: “Este es el gran reto”, dice, “que tengamos unas mediaciones para que el arte llegue a toda la gente, a niños, a jóvenes, a personas de la tercera edad. Que no se quede ningún ciudadano sin entender que este evento lo hemos hecho realidad para ellos”.

El tema de la Bienal Internacional de Arte de Medellín y Antioquia es la libertad. La curaduría de Lucrecia reúne artistas que abordan este complejo e inasible concepto desde sus muy diversas orillas geográficas y estéticas: Ibrahim Mahama, una de las voces más potentes del arte africano contemporáneo, por ejemplo, expone en Bello instalaciones que cuestionan el consumo y las lógicas del capitalismo; Cristian Viancha, taxidermista colombiano, expone sus criaturas que no mueren en el Pabellón Antioquia (antigua sede Coltabaco), yAzuma Makoto, botánico japonés, cubrió con bromelias la iglesia principaldel municipio de El Retiro.

Espacios industriales antes en silencio como el Ferrocarril de Antioquia o el Coltabaco se transforman en lugares de contemplación y encuentro. “Una bienal no se hace para unos pocos”,dice Piedrahíta. “Se hace para que nadie pase inadvertido ante el arte”.

Bogotá y su ensayo sobre la felicidad
(Jaime Cerón, curador de la Bienal BOG25)

Ensayos sobre la felicidad es la línea que guía la curaduría de la Bienal Internacional de Arte BOG25. Pensar esa palabra, felicidad –tan presente y tan esquiva en una ciudad convulsa de más de diez millones de habitantes–, ha ayudado a convertir la capital en un laboratorio vivo para preguntarse por el bienestar colectivo, las emociones y la convivencia urbana.

El equipo curatorial está conformado por María Wills, José Roca, Jaime Cerón y Elkin Rubiano, cuatro miradas distintas para abarcar una ciudad grande y diversa. En el caso de Jaime Cerón, bogotano, historiador del arte, docente y gestor cultural, esta invitación ha supuesto un doble desafío: pensar la felicidad desde lo colectivo y redescubrir su ciudad desde los ojos del curador. En sus palabras: “Para los muiscas, lo equivalente a la ‘felicidad’ tiene que ver con una armonía con la naturaleza y con un bienestar común, partiendo de la idea de que si uno de nosotros está mal, entonces los demás no podemos estar felices”.

Desde el 20 de septiembre, más de 120.000 personas han disfrutado las actividades de la Bienal, cuyo recorrido principal comprende el Eje Ambiental, donde el antiguo cauce del río San Francisco reaparece, sirviendo como metáfora del renacer urbano. La curva

trazada por la Avenida Jiménez, cuenta con muestras y activaciones en el Palacio de San Francisco (Sede Central), Espacio Odeón y la Cinemateca Distrital. Además de este foco en el centro de la ciudad, las obras se extienden a otros espacios de gran circulación, como la Plaza de Lourdes, el Parque de los Novios y el Museo de Arte Contemporáneo.

Más de 150.000 personas han visitado las diversas exhibiciones, actividades y espacios de encuentro de BOOG25.

Entre las piezas más visitadas de la bienal están Arranca de raíz, de Leandro Erlich, una casa suspendida en el aire, cuya presencia ineludible transforma la Plaza de Lourdes en un espacio de introspección colectiva; El canto del río, un corredor de flores que flotó en el Eje Ambiental durante cinco días recordando la memoria del agua, y la intervención nocturna en la fachada del edificio de la CAR, donde José Carlos Martinat, de Perú, hace brillar la frase “Nunca fuimos felices” en diálogo con las vallas urbanas que repiten “¿Es usted feliz?” del artista chileno Alfredo Jaar: palabras que interpelan e invitan a recuperar esa búsqueda que no debe ser privilegio de unos pocos.

Diluyendo barreras mentales entre territorios
(Elías Doria, curador de Arte Joven 2025)

En el trabajo de Elías Doria –curador del Premio Arte Joven por segundo año consecutivo– se dan cita el rigor de un investigador con formación en ciencias sociales y la mirada fresca de un samario que tiene muy presente el poder político del arte, pero también su libertad y autonomía estéticas.

Su formación como antropólogo está presente en su manera de abordar la curaduría. Al igual que ocurre en sus investigaciones en torno a la obra de artistas del Caribe como Norman Mejía, Alfonso Suárez y Álvaro Barrios, al momento de seleccionar una muestra la conciencia histórica y la identidad son inseparables de la expresión estética. “Vi que a través de esta disciplina podría construir unos lentes, una forma de mirar el mundo”. De cierta manera, la curaduría es la elección cuidadosa de esos lentes y el acto generoso de compartirlos con una audiencia. Para Doria es importante que exista diversidad de territorios y que se descentralicen las miradas, como está sucediendo en distintos circuitos y festivales artísticos: “Que el arte no se piense desde las alturas andinas, bogotanas, sino que exploremos muchas otras posibilidades”. Afirma que a pesar de que Bogotá es una ciudad dinámica y de

“infinitos encuentros y cruces” es fundamental extender la mirada más allá de la capital y entender la relación inseparable entre el arte y el territorio del que provienen los artistas. Él mismo reflexiona sobre su territorio y piensa que el Caribe es más que una región geográfica con características culturales fijas:

“Yo entiendo el Caribe como una posibilidad epistémica, como un lugar para pensar y entender el mundo”.

Elías ha estado vinculado al Museo Nacional de Colombia y recientemente ha venido liderando iniciativas curatoriales que buscan despertar el reblandecido horizonte cultural de Barranquilla. Desde ambos lugares, esa disolución de las fronteras regionales se refuerza con el reconocimiento de lo poderosa que es nuestra diversa identidad colombiana.

La formación como antropólogo de Elías Doria está presente en su curaduría.
Al seleccionar una muestra de la conciencia histórica y la identidad son insuperables de la expresión estética.

En su rol como curador del Premio Arte Joven, Doria se enfrenta a casi 1000 postulaciones anuales y busca un equilibrio entre representatividad, contrastes y vasos comunicantes para hilar una narrativa entre las obras de artistas que provienen de los orígenes más disímiles y que habitan polaridades creativas. El desafío es que la selección final de solo 25 piezas pueda dar cuenta de ese horizonte amplísimo y en permanente transformación. Para este curador samario, el arte es una llave que tiene la capacidad de identificar fronteras reales y disolver barreras retóricas. Cuando esto se logra realmente podemos “vernos como una comunidad híbrida y viva”.

Este artículo hace parte de la edición 202 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.