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Las amistades como familia elegida

Ilustración
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Las narrativas culturales han pasado de idealizar a la familia a elevar las amistades como principales redes de apoyo ¿Cómo transcurre la vida cuando prorizamos estas otras relaciones fundamentales para la salud mental?

El mundo se sacude entre incendios, invasiones, dimisiones y conflictos. Mientras tanto, nuestras vidas se transforman con nacimientos y uniones, también con divorcios, pérdidas y migraciones, entre otros descalabros que nos obligan a volver a empezar. En medio de estos cambios —visibles o íntimos — las redes de apoyo se vuelven esenciales: nos ayudan a sostenernos y a mantenernos mental y emocionalmente a salvo. Así, las relaciones que elegimos, en especial las amistades, toman protagonismo.

Amistades estupendas: entre el refugio y la dependencia

En las últimas décadas, diversas narrativas mediáticas nos han mostrado cómo las redes de apoyo han pasado de la familia a las amigas y amigos, reflejando las transformaciones sociales. La mayor independencia individual —inevitable ante los cambios en el acceso a la educación y al empleo, también en los roles de género—, el retraso en la edad del matrimonio y la urbanización han transformado la manera en que cultivamos nuestros afectos.

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La literatura y las series de televisión han retratado este fenómeno. En Friends (1994-2004), los personajes comparten la vida cotidiana cuidándose mutuamente en un apartamento neoyorkino; en Sex and the City (1998-2004), el amor romántico va y viene, pero la amistad entre las cuatro mujeres permanece como el núcleo constante; y, sin irnos tan lejos, en O todos en la cama (1994-1997) un grupo de jóvenes universitarios encuentra en la amistad un alivio afectuoso y divertido en medio de la incertidumbre y la nueva ciudad.

En un mundo donde la familia tradicional ya no es el único refugio, la amistad se eleva como un espacio elegido, flexible y, a la vez, frágil.

La amiga estupenda (2018-2024) — serie de televisión basada en la saga literaria Dos amigas, de Elena Ferrante— nos muestra una relación de amistad con matices más complejos y menos idealizados. Narrada en la sociedad patriarcal de la Nápoles de la posguerra, la relación entre Lila y Lenú está llena de rivalidad, dependencia, proyecciones deformadas y transformación mutua; un pacto frágil, pero tan definitivo como un lazo familiar. Sus vidas giran en torno a la otra —ya sea para rescatarse o compararse— influyéndose mutuamente en cada decisión importante. En un contexto en el que sus familias de origen y matrimonios son opresivos y violentos, su amistad funciona como una alternativa, a veces protectora y otras veces asfixiante.

Una nueva forma de estar juntos

Este desplazamiento de la familia tradicional a redes de apoyo alternativas no lo encontramos solamente en la ficción. Según cifras públicas del Observatorio de Familia, en Colombia los hogares unipersonales, que en 2022 representaban el 18,4% del total nacional, han aumentado más de tres veces desde 1993, cuando solo eran el 5,1%. En las ciudades la estabilidad es un lujo, aunque mudarse a ellas sea una necesidad. El costo de vida y la precarización laboral han llevado a muchas personas a postergar la formación de familias tradicionales y a optar por estructuras más flexibles. En datos: los hogares sin hijos han pasado del 9% en 1993 al 17,5% en 2022, reflejando un cambio en la percepción de la familia y la maternidad y paternidad. Esta nueva forma de estar juntos, ¿se debe solo a una decisión económica? ¿Será un desencanto filosófico ante la idea de traer más seres humanos a un mundo en decadencia? ¿O una nueva libertad para elegir sin presiones lo que antes parecía un destino inevitable?

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Las familias elegidas como lugar seguro

Históricamente, las “familias elegidas” —redes de apoyo tejidas por fuera de lo consanguíneo o lo legal— han surgido como respuesta a la marginación y al rechazo, como un acto de resistencia ante estructuras que no siempre garantizan el cuidado y la pertenencia. Las personas LGTB+ han formado familias elegidas durante décadas. Por ejemplo, durante la crisis del VIH/SIDA en los años 80 y 90, muchas personas contagiadas encontraron entre sus amistades y comunidades el soporte emocional y material que necesitaban y que estaban tradicionalmente reservados para la familia de origen. De igual forma, en la cultura drag se han consolidado las drag families, en las que drag queens y drag kings se organizan en una red de apoyo y mentoría artística mientras asumen roles simbólicos de madres y padres para guiar a las nuevas generaciones, no solo en sus creaciones, sino también darles un espacio físico y emocional seguro, como podemos ver que ocurre con House of Xtravaganza en la escena ballroom de Nueva York del documental Paris is Burning (1990).

El reto de construir lazos sin nudos

Vivir en el reino de la amistad es habitar un territorio en constante construcción; los lazos no están dados, son elegidos, cultivados. La compañía es un pacto voluntario, una alianza que se forma con afectos afines y no con mandatos u obligaciones.

La libertad de elegir con quién compartimos la vida trae, sí, relaciones significativas y diversas, pero también expectativas frágiles, dependencias y el riesgo de que, al no tener una base legal o biológica que sostenga estos vínculos, se desvanezcan con la misma facilidad con la que nacieron.

Irene Criollo, psicoterapeuta de la Fundación Semilla Criolla, dice que: “Por un lado, el afecto puro y desinteresado de los amigos enriquece nuestra experiencia emocional, nos abre a nuevas perspectivas y nos ofrece un nivel de comprensión y apoyo libres de juicios, algo que la familia de origen no siempre tiene la capacidad de darnos”. Para quienes han crecido en entornos rígidos, violentos o carentes de afecto, y han logrado cierta independencia, la amistad —más que la vida en pareja— puede ser una segunda oportunidad para amar y pertenecer.

Sin embargo, las narrativas culturales que elevan la amistad a un pedestal pueden crear expectativas poco realistas; la amistad también nos enfrenta a la posibilidad de la pérdida sin explicaciones.

La compañía es un pacto voluntario, una alianza que se forma con afectos afines y no con mandatos u obligaciones.

En la ficción, las amigas y amigos siempre están disponibles, siempre son incondicionales, siempre encuentran la manera de seguir juntas. En la vida real, la amistad es tan vulnerable como cualquier otra relación; puede desgastarse, fracturarse o cambiar con el tiempo de manera definitiva. “Esperar que una amiga o amigo nos acompañe en todas nuestras necesidades emocionales es una carga injusta para ambas partes y puede generar dinámicas que, lejos de ser saludables, podrían terminar desgastando la relación.”, continúa Irene. También, el reconocimiento legal y social importan, porque no hay garantías de una herencia ni autorizaciones médicas ni licencias de duelo cuando se pierde a una amiga o amigo.

Vivir en el reino de la amistad —ese territorio a veces idealizado— es también navegar afectos sin mapas ni certezas. En un mundo donde la familia tradicional ya no es el único refugio, la amistad se eleva como un espacio elegido, flexible y, a la vez, frágil.

La amistad nos permite crear redes de apoyo auténticas y profundas, pero también nos expone a la incertidumbre de los lazos sin permanencia. Entre la libertad y la vulnerabilidad, lo complejo de habitar este reino es aprender a sostenerse. Tener amigas y amigos es un ejercicio de equilibrio, de compartir nuestro bienestar o nuestras aflicciones sin dejar de asumir lo que nos corresponde del peso de nuestra existencia.  

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Este artículo hace parte de la edición 199 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí
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