Pasar al contenido principal
Bienestar Colsanitas

La dopamina: el verdugo de la satisfacción

La dopamina es un neurotransmisor que nos impulsa a movernos para sobrevivir, al tiempo que nos condena a la búsqueda incesante de la satisfacción del deseo.

SEPARADOR

Para entender cómo funciona la dopamina basta poner la lupa en una de las estrofas de la popular canción Satisfaction, compuesta por los Rolling Stones en 1965: “Cuando voy manejando mi carro/ oigo la voz de un hombre en la radio/ que me pide tener más y más”. La esencia de esta sustancia química que reside en nuestro cerebro es precisamente esa: pedir más siempre. De todo. Por eso nos impulsa a actuar pero también nos arroja a ciertos hábitos, algunos perjudiciales para nuestro desarrollo como seres humanos. Por eso, la dopamina “es una bendición y una maldición”, como señalan el psiquiatra Daniel Z. Lieberman y el físico Michael E. Long en su libro Dopamina, que acaba de publicar editorial Planeta.

Pero vamos por partes, ¿qué es la dopamina y por qué somos tan esclavos de ella, así no nos demos cuenta? Kathleen Montagu, una investigadora londinense, descubrió esta sustancia en el cerebro en 1957. Montagu se dio cuenta de que, aunque apenas un 0,0005% de las células del cerebro la segregan, la dopamina es tan poderosa que influye de manera notoria en nuestro comportamiento. Gracias a una serie de experimentos, entendió pronto que no es una “hormona del placer”, como en un principio creyó, sino “una reacción a lo inesperado, lo posible y la expectación”. En otras palabras, la dopamina es una promesa de emoción a futuro.

Es importante detenernos aquí para comprender mejor la forma como funciona la dopamina. El neurocientífico australiano John Douglas Pettigrew explicó que el cerebro “gestiona el mundo exterior, dividiéndolo en regiones separadas: la peripersonal y la extrapersonal; básicamente, cerca y lejos”. Para hacerlo más sencillo aún: presente y futuro. Y es justo en la región del futuro donde actúa la dopamina, una sustancia que tiene la función de “aprovechar al máximo los recursos de los que dispondremos, la búsqueda de cosas mejores”. Esa es la clave de la dopamina: la oferta de algo que promete ser mejor. Y esa es también su trampa. 

La dopamina es un deseo con fecha de caducidad. Nos engaña haciéndonos creer que lo que nos falta es mejor que lo que tenemos —una casa más grande, un carro nuevo, un amor diferente—, tan solo para revelarnos que, al obtenerlo, querremos seguir teniendo más. Es la eterna insatisfacción de la que habla la canción de Mick Jagger y Keith Richards.   

Dopamina CUERPOTEXTO 

Los terrenos de la dopamina

“Desde el punto de vista de la dopamina, tener cosas no es interesante. Lo único que importa es conseguirlas”, escriben los autores. El terreno del amor es fértil para ilustrar esta paradoja y apreciar cómo funciona el plano del cerebro que podríamos llamar del “aquí y el ahora”. 

La dopamina es uno de los incitadores del amor, la sustancia que se encarga de prender el interés y el deseo por otra persona. Pero una vez lo obtenemos, la etapa del enamoramiento pasa y renacen las ganas de más. “El entusiasmo dopaminérgico (es decir, la emoción ante la expectación) no dura eternamente porque con el tiempo el futuro se convierte en presente”, explican.

¿Significa eso que estamos condenados a no encontrar jamás ese “amor verdadero”? No necesariamente. Aquí es donde entra el segundo plano del cerebro, el del presente. “Para disfrutar de lo que tenemos, a diferencia de lo que solo es una posibilidad, nuestro cerebro debe pasar de una dopamina orientada al futuro a sustancias químicas orientadas al presente: […] la serotonina, la oxitocina, las endorfinas (la versión cerebral de la morfina) y un tipo de sustancias químicas llamadas endocanabinoides”.

Estas sustancias nos proporcionan placer a partir de las sensaciones y las emociones. No se basan en una promesa intangible, sino en lo que tenemos. Y en el terreno del amor eso es imprescindible, sobre todo si consideramos que, según la antropóloga Helen Fisher, el amor apasionado dura solo de 12 a 18 meses. Después de eso entra en juego lo que se ha llamado el “amor de compañeros”, una variante más sólida en la que intervienen las moléculas del aquí y el ahora. Esas que nos enseñan a ser felices con lo que hemos escogido.

Como la adicción tiene una relación cercana con la dopamina, algo similar sucede con las drogas. La parte del cerebro que produce el deseo está situada en lo más profundo del cráneo y es rica en dopamina. Cuando las células de esta zona se activan, liberan la sustancia a través de un “circuito del deseo” que nos produce esa sensación de motivación. El efecto de las drogas actúa justamente ahí: “Al igual que un misil guiado, las drogas alcanzan el circuito del deseo con una explosión química intensa. Ninguna conducta natural puede igualar eso. Ni la comida, ni el sexo, ni nada”. Las drogas estimulan la liberación de dopamina, pero ya sabemos que esta sustancia lo único que ansía es tener más y más. Y también que satisfacer ese deseo no hará que nos sintamos plenos a largo plazo.

Hay otros terrenos en los que se mueve la dopamina: el de la creación (actúa en el plano de la imaginación y el pensamiento creativo); la locura (los antipsicóticos reducen la actividad en el circuito del deseo); la política (ser liberal o conservador, en el sentido literal de los términos, depende también de esta sustancia) y hasta el progreso humano. 

Así las cosas, la dopamina parece actuar en nosotros como un verdugo implacable. ¿Hay alguna manera de librarnos de su influjo? 

Aquí y ahora

La respuesta la tiene el plano del cerebro que se ocupa del presente. Aunque la dopamina y los neurotransmisores del “aquí y el ahora” a menudo se oponen entre sí, también “trabajan juntos para mantener la estabilidad entre la activación constante de las células cerebrales”. Así, pues, hay ciertas cosas que podemos hacer para evitar vivir siempre en el futuro (y no es retórica de superación personal, sino ciencia): buscar la maestría en cualquier actividad que nos guste, por ejemplo, hace que la dopamina trabaje en pos de una recompensa que no es distinta cada vez. Prestar atención a lo que estamos haciendo —o vivir el momento presente— maximiza el flujo de información que llega al cerebro y eso evita que la dopamina nos haga pensar en el futuro. También podemos evitar el multitasking para lograr una atención más plena. 

Vivir en un mundo abstracto y dopaminérgico —el futuro, mejor dicho— tiene un precio alto: la felicidad. Diversos estudios científicos han demostrado que la gente es “menos feliz cuando su mente divaga”, sea cual sea la actividad. Por eso, al final, el consejo de Lieberman y Long es claro: “Solo una cosa nos salvará: la capacidad de lograr un equilibrio mejor para superar nuestra obsesión por el más, apreciar la complejidad ilimitada de la realidad y aprender a disfrutar de lo que tenemos”. 

Ficha

Dopamina
Daniel Z. Lieberman y Michael E. Long
Planeta
380 páginas 

 

*Periodista. Trabaja como editor de la Fundación Ideas para la Paz.

SEPARADOR

Martín Franco Vélez

Periodista, escritor y editor. Su último libro se titula Gente como nosotros, y fue publicado por editorial Planeta recientemente.