En tiempos en los que cada talento parece tener que monetizarse, es válido volver a los hobbies que no buscan likes ni ingresos. La autora de esta columna gráfica invita a redescubrir el placer de hacer cosas solo por gusto, sin cámaras, sin presión y sin convertir el ocio en productividad
Mis allegados siempre han admirado algunas de mis habilidades: tocar el piano, pintar, jugar billar, patinar o bailar flamenco.
Pero también me recordaban lo mucho que desaprovechaba las redes sociales para mostrar el oro que tenía escondido.
Las redes sociales cambiaron mucho la forma cómo compartimos la vida.
Antes eran solo filtros con flores.
Ahora: vitrinas para debutar como artista, comediante o influencer del año.
De repente, cada chispa de curiosidad se volvió una carga más: explotar cada hobbie en lugar de disfrutarlo.
No es que no ame lo que hago.
Es que no creo que mi talento deba ser rentable.
Que todo hobby debe convertirse en un producto.
Ahora, si puedes vivir de tu pasatiempo: ¡qué maravilla!
Solo recuerda: no tiene que ser la regla para todos.
Amo tocar el piano, pero una cámara me paraliza.
Hoy entiendo que no tengo que presionarme.
Quiero disfrutar mi música a mi modo, sin público.
Me acostumbré a hacer música que nadie escucha,
a tomar fotos que nadie ve,
a ilustrar cosas que solo me regalo a mí misma.
Y aprendí que la alegría no necesita likes, vistas ni retorno…
No todo tiene que tener propósito.
No todo debe volverse contenido ni ingreso.
Hay cosas que pueden ser solo tuyas, florecer en silencio y nutrir el espíritu.
Permítete descubrir algo que te haga bien, sin presión, sin prima, sin tener que divulgarlo.
A veces, lo más valioso no es lo que mostramos, sino lo que nos permite estar en paz.
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