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La incertidumbre VS yo

La incertidumbre VS yo

Ilustración
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Tenía el plan listo, la maestría en la mira, y el destino cambió todo.

Acá mis consejos de supervivencia en caso de chocar con la incertidumbre.

Hasta agosto tenía todo claro: me iba a estudiar la maestría de mis sueños a México, un país que amo y en donde tengo una red de amigos, amigas y conocidos. Entre junio y agosto renuncié a mi trabajo, entregué mi primer apartaestudio, reuní todos mis ahorros, me despedí de dos amores en distintas partes del país (uno de ellos era mi exnovio, y el otro, un muchacho que conocí en un viaje de trabajo), y mis padres me hicieron una fiesta de despedida para 60 personas hasta las seis de la mañana. Ese día todo era baile al son de la cumbia, el bullerengue, la salsa y el reggaeton. ¡Hasta mi abuelita Cecilia soltó su bastón y bailó conmigo! 

En medio de la noche, David (mi exnovio) paró las gaitas y las tamboras y reunió a mis tías, primos, padres y amistades para conjurar mi ida con unas palabras: “Migrar es bello, migrar es necesario. Buen viaje y un hermoso regreso a Colombia”. Lloré y lloramos. Había sido mi despedida soñada para irme con la bendición de todos y hacerle frente a los dos años lejos de quienes amo y de mi tierra. Solo me faltaba comprar los tiquetes. Nada podía salir mal… o tal vez sí.

La idea de hacer un posgrado fuera del país se había instalado en mi cabeza hace siete años. Solo hasta inicios de 2023, después de haber superado un duelo amoroso, decidí aventurarme a hacerla realidad. Me inscribí a la Universidad Iberoamericana de Puebla para hacer la Maestría en Comunicación y Cambio Social, me gané una beca del 40 por ciento para costear mis estudios y recibí la carta de aceptación. Me había decidido por Puebla porque era la ciudad universitaria de México y la Ibero era una de las cuatro instituciones en el mundo que ofrecía ese enfoque académico para mi carrera. 

Además, la maestría estaba cubierta por las becas del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt), con el que cientos de colombianos, colombianas y mexicanos suelen estudiar. Tenía los ahorros suficientes para cursar el primer semestre, de los cuatro que contemplaba el posgrado, mientras salía el veredicto de Conahcyt. Desde que recibí la carta de aceptación sentí que era una contrarreloj: debía dejar listo todo para irme lo más tranquila posible.

Mientras la Universidad Ibero me postulaba a Conahcyt y esa institución le notificaba a la Embajada de México en Colombia que yo era becaría para demostrar mi solvencia económica y recibir, de esta manera, la Visa Temporal de Estudiante, decidí irme a despedir de mi familia en Córdoba. Sin embargo, el trámite migratorio se enredó. Después de dos meses, para un trámite que usualmente se demora tres semanas, no tenía ninguna comunicación oficial. ¿Ya no iba a poder viajar?

En la Universidad descubrieron que sus correos se habían ido a la carpeta de spam en Conahcyt. Saldado esto, salí en la lista de la Embajada, conseguí la visa y me dejaron inscribir y ver materias virtualmente mientras llegaba a México. Durante la inducción de la maestría, a la que asistí solemnemente por Zoom junto a mis padres y a David, nos dieron la noticia: el gobierno mexicano cambió las becas de Conahcyt y mi maestría ya no sería beneficiaria. Además, no podían asegurarme que podría ver las cuatro materias del semestre porque debían flexibilizar los horarios para que pudiéramos trabajar. Esto implicaba que podría ser un posgrado de tres o cuatro años. 

Sin esa beca debía conseguir, además, 30 millones de pesos para pagar los semestres y sobrevivir con lo básico mientras me empleaba informalmente. No había forma de conseguir tanto dinero en poco tiempo. El día del inicio de clase debía tomar una decisión: irme con los riesgos que implicaba o diferir mi ingreso y quedarme este año en Colombia. Me fui por el segundo camino, a pesar de lo doloroso. Mentiría si les digo que tenía un plan cuando envié la carta a la Ibero pidiendo que me guardaran el cupo, todo se ha ido dando y reconstruyendo con el paso de los días.

Quedarme en Colombia me da la posibilidad de ahorrar dinero y, de esta manera,  tener un colchón más sólido para irme a la Ibero. Envié mensajes a todos mis contactos y exjefes para anunciar que estaba en la búsqueda de trabajo y logré emplearme hasta el 31 de diciembre como locutora de un programa radial. Aunque tengo mi cupo asegurado en la Ibero de Puebla, he empezado a ver otras opciones de posgrado porque la situación con Conacyt no pinta bien. 

El no irme me implicó volver a armar mi hogar en un apartaestudio en la casa de mis padres mientras me estabilizo. También pude definir mi situación amorosa: hablé con los dos amores y ambos me dijeron que una relación poliamorosa iba a ser difícil de sostener. Fue doloroso, pero entendí. Empecé una relación monógama con David, y con Cristian, quien vive en La Guajira, seguimos en contacto y esperamos tener una amistad cuando se den las cosas.

El mantra de un día a la vez me llevó hasta cierto punto del camino; llorar y reír lo que fuera necesario me jalonó otro tramo; los afectos de quienes me quieren eran mis pausas

Han sido dos meses de sentirme como una fracasada y de explicar esta historia una y otra vez cuando me preguntan por qué me quedé. Durante semanas evité salir a la calle o ir a espacios donde me pudiera encontrar con personas conocidas porque siempre, después del saludo, llegaba: “¡Yo te hacía en México!”, “¿Usted no dizque se iba a México?”, “¿Para cuándo la fiesta de bienvenida?”, “¿O sea que usted nunca tuvo nada fijo para estudiar?”, “¿Qué pasóóó?”, “¿Por qué sigue aquí?...” He optado por sonreír y resumir que las cosas no se dieron porque el gobierno mexicano cambió la reglamentación de las becas. Fin.

Con todo esto, la ansiedad y la depresión aumentaron y con ellas mis visitas a mi terapeuta. Me he abrazado a mi familia, a mis amigas y amigos más cercanos. Ahora con más calma volteó a mirar y me preguntó, ¿cómo navegué la incertidumbre desde junio? El mantra de un día a la vez me llevó hasta cierto punto del camino; llorar y reír lo que fuera necesario me jalonó otro tramo; los afectos de quienes me quieren eran mis pausas; y remitirme a lo básico como pararme de la cama, bañarme, tender la cama, saludar a mi familia, abrazar a  la perra de la casa, comer, caminar un rato y ver televisión o leer, me sostuvo. 

Sé que hablo desde el privilegio de tener a mis padres y una familia de 40 personas apoyándome. No cuento con ningún ser humano ni animal a mi cargo, estudié una carrera profesional, soy una mujer blanca y tengo una red de contactos que pueden ayudarme. De otra manera, garantizar la subsistencia no es nada fácil en medio de esta incertidumbre que me come la cabeza.

Al final, mi consejo es que hay que pedir ayuda, agarrarse de la mano de quienes nos rodean y encontrar las herramientas que nos lleven por cada tramo. También es clave no olvidar que por mucho que planeemos la vida, ningún camino es recto. Debemos tener los sentidos abiertos y hacer que las cosas pasen para cosecharlas de brazos abiertos. Enviar ese mensaje masivo buscando trabajo me sirvió al final para tener tres ofertas laborales, por ejemplo. Debemos formar la bolita de nieve, lanzarla y esperar que crezca. 

A mi yo del pasado la sigo abrazando porque no tuvo la culpa de soñar, y a mi yo del futuro le digo que esté lista: casco, rodilleras, maletas y afectos para volver a arrancar. Esta vez con un plan A, B y C. Pero de que nos vamos, nos vamos.

María Fernanda Padilla Quevedo

Es hija de los cerros orientales y aspirante a narradora. Dilato la vida en un sueño, una caminata, una canción, un baile o una utopía. Opinión impopular: no me gusta el chocoramo ni el bocadillo. Si no puedo amar no es mi lugar. Periodista y Comunicadora Social.