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Bienestar Colsanitas

Yo soy cara

Ilustración
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El bienestar, para la autora, no está donde nos dicen la publicidad o los libros de “crecimiento personal”. El bienestar está en el lugar y el momento menos pensados.

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Bienestar es una palabra que me despierta sospechas, o me da alergia, o ambas cosas. Escucho “bienestar” y me asaltan imágenes de matrimonios jóvenes haciendo picnics con el perro en una pradera en la que el césped parece cortado a máquina, o de parejas de ancianos tomando café al abrigo de un hogar a leña vestidos con ropa de lana suave y carísima, o de personas haciendo yoga al borde de un acantilado tailandés mientras atardece. No tengo nada contra las parejas jóvenes, los perros, los hogares a leña, los ancianos, la ropa de lana suave y carísima, el yoga, los atardeceres, y mucho menos contra los acantilados tailandeses, pero escucho la palabra bienestar y las imágenes que me evoca me remiten a una idea publicitaria de la vida: la existencia como una larga sucesión de cafeteras Nespresso, perros de raza y garajes con puertas autodeslizantes. Un mundo donde sentirse bien no sólo es un derecho —y el máximo derecho— sino un deber —y el máximo deber; donde hay que evitar, a toda costa, lo desagradable, lo sucio, lo mínimamente sórdido; donde los preocupados, los melancólicos, los insatisfechos son un daño colateral incómodo y peligroso. Es una lectura ramplona, fácil, sensiblera, y hasta pasada de moda, pero no puedo evitarla.

Escucho “bienestar” y pienso en esos suplementos dominicales que hablan de “dietas sanas”, de la importancia de “realizar actividad física”, de “darse un tiempo para disfrutar de los pequeños placeres cotidianos”, mientras mi naturaleza —ramplona, fácil, sensiblera y pasada de moda— se pregunta qué dirán de esos suplementos los que comen cuando pueden y cuya única actividad física consiste en cargar ladrillos en una obra en construcción, los que no pueden darse tiempo para nada porque si llegan tarde les descuentan el día en el trabajo, y cuyo único placer cotidiano es tomar un baño por la noche, si es que al llegar a casa hay agua y con qué calentarla.

YoSoyCara CUERPOTEXTO

Pero supongo que tampoco hay que complicarse tanto. El bienestar se define como un “sentimiento de satisfacción y tranquilidad”. Todos, antes o después, experimentamos algo así. Sólo que, parece, la satisfacción y la tranquilidad no me las dan a mí cosas como un delicioso paseo por el campo, ni una plácida estadía en una playa, ni siquiera el disfrute —argh, qué palabra— de un libro. Tampoco nada que pueda relacionarse a conceptos como “paz interior”, “contemplación” o “serenidad”. Ni, mucho menos, diez días entre sábanas Frette en el Ritz de París, un viaje en la primera clase de Singapur Airlines, un masaje en el mejor spa de Suiza, la compra de un Aston Martin, un anillo de diamantes o un zapatito de Jimmy Choo. Todo eso me parece bijouterie. Yo soy mucho más cara.

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El bienestar se define como un “sentimiento de satisfacción y tranquilidad”. Todos, antes o después, experimentamos algo así. Sólo que, parece, la satisfacción y la tranquilidad no me las dan a mí cosas como un delicioso paseo por el campo, ni una plácida estadía en una playa, ni siquiera el disfrute –argh, qué palabra– de un libro.

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Para mí, el bienestar es un estado de alivio: ausencia de pesar. Es el momento en el que algo, dentro de mí, cesa. El péndulo se detiene en un tiempo que no es pasado ni presente ni futuro, la maquinaria que siempre ruge deja de gruñir por un instante, y con éxtasis, con elevación, con levedad, con gratitud, me digo: “Ah. Era esto”. No es felicidad, no es alegría, y hasta podría decirse que tiene algo de tristeza. Puede sobrevenir, como sobrevino, corriendo por Santiago de Chile un día de principios de la primavera, al pasar por una casa del barrio El Bosque y respirar el mismo olor a pasto recién cortado que había en el patio de la casa en la que me crié. Puede sobrevenir, como sobrevino, una tarde en Buenos Aires, mientras amasaba el pan, después de una larga jornada de escritura, contenta porque no iba a tener que viajar lejos de casa en las próximas semanas y todo estaba en orden: quieto, y humilde, y bien. Puede sobrevenir, como sobrevino, un día en casa de mi padre, cuando él propuso: “¿Hacemos un asado esta noche?”, y yo me di cuenta de que no quería estar en otro sitio que no fuera ese, haciendo un asado en el horno de barro y bebiendo vino con mi padre y mis hermanos.

Puede sobrevenir, como sobrevino, un día en que regresaba a casa en auto, después de una semana agotadora de trabajo en el campo, y entendí cuál tenía que ser la primera frase del libro que estaba por empezar a escribir. Puede sobrevenir, como sobrevino, cuando en abril pasado salí de un recital al que había ido sola, y la noche estaba tibia, y caminé veinte cuadras por la ciudad oscura pensando que si todavía se pudiera fumar en los bares esa hubiera sido una estupenda noche para sentarse en la barra y fumar hasta el amanecer. Es un momento en el que no hay expectativas ni esperas ni inquietudes, ni atrás ni adelante, ni después ni ahora ni preguntas. Un momento de pura certeza. Como si todo hubiera sucedido y no quedara cosa —ni buena ni mala— por suceder.

 

*Periodista y escritora argentina.

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