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Bienestar Colsanitas

Todo sobre mi perro

Ilustración
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En mi edificio y en mi barrio nadie sabe quién soy yo, pero todos conocen muy bien a mi perro. No hay otro ser que me haya enseñado más que él. Por eso llegó el momento de escribir sobre Maximiliano y dejar plasmado lo mucho que hemos vivido juntos.

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Maximiliano tiene el pelo dorado, liso y abundante, una cola majestuosa que parece un plumero y una mancha negra al costado izquierdo de la lengua -larga y rosada-. Nació en la madrugada del sábado 14 de junio de 2014. Es géminis, con luna en capricornio. Según la astrología, no le gustan los cambios. Pero él ha sabido adaptarse a ellos. 

Pesa 32 kilos y come tres veces al día. Si pudiera elegir, la vida sería un banquete continuo. Le gustan las frutas, la zanahoria y el brócoli, pero su debilidad es la piel de salmón crocante. El olor lo pone a salivar instantáneamente, su pecho se humedece y la lengua comienza a girar por los dientes mientras sacude las patas delanteras. El pedazo de salmón lo calma por segundos, luego quiere más. Siempre quiere más. 

Sus sueños parecen ser plácidos y las pesadillas pasajeras. Algunas noches, se olvida de que es un perro y muge como una vaca: intensa y largamente. A Maxi le gusta nadar, en agua dulce y salada. Le gusta morder muñecos de peluche. Le gusta acostarse patas arriba para exigir que le rasquen la barriga. Le gusta correr por la pradera y restregar el lomo en el pasto. Cuando está contento, frota su cuerpo sobre mis piernas. Pasa de un lado a otro, una y otra vez. Sabe entregarse completamente al placer. A veces le gusta sentarse a mi lado y meditar conmigo. Otras, prefiere poner la cabeza sobre mis muslos mientras le canto canciones que invento para él. 

Es un perro hippie, pero también es un lord. No duda en entregarle su amor a un extraño ni en menearle coquetamente la cola a alguien que acaba de ver. En el fruver del barrio todos me conocen como la dueña o la mamá de Maxi. Mis vecinos no saben mi nombre, pero saben muy bien quién es mi perro. Cuando llega un paquete a la portería, los celadores dicen: “Es para el apartamento de Maxi”. En los cafés donde suelo trabajar, los meseros no pueden disimular sus caras lánguidas cuando aparezco sin él. 

Maxi nunca pasa desapercibido. Su presencia es un imán que atrae miradas y caricias. También algunas expresiones cursis de señoras que creen estar hablándole a un bebé. Pero a mi perro maravilla nada parece incomodarlo. Lo único que detesta es tener que usar impermeable para protegerse de la lluvia. Esos días mete la cola entre las patas, baja las orejas y fricciona bruscamente el lomo contra las paredes.

Cuando se ha enfermado asume una actitud estoica, como si el dolor o el agotamiento del cuerpo no tuvieran nada que ver con él. Una de las peores pruebas la atravesó en Santa Marta, donde vivimos seis meses. La humedad mezclada con el agua salada, que al parecer se quedó pegada a una de sus tantas capas de pelo, le generó una alergia terrible en la panza. Sobre la piel, de color escarlata, aparecieron brotes como volcanes en erupción. Yo daba alaridos, lloraba, me culpaba… Pero Maxi nunca se quejó. A pesar de tener la carne viva no manifestó ninguna molestia. Lo único que parecía fastidiarlo era no poder ir al mar. 

Conocí a Maxi una tarde de agosto de 2014. Era el último cachorro de la camada. Me dijeron que nadie lo había escogido porque era muy consentido. Ese día había tenido otros perros en mis brazos, pero había algo que no encajaba. Cuando vi a Maxi supe que era mi perro. Ese cachorrito de 56 días estaba esperando por mí y yo por él. 

Aunque en mi familia siempre tuvimos perros, Maximiliano era mío. Era el perro dorado con el que siempre había soñado. En esa época, cuando aún creía que quería tener hijos y me lamentaba por no quedar embarazada, el rumor que se extendió entre amigos y familiares era que Maxi era el reemplazo del hijo que aún no podía tener. “Está proyectando el deseo del bebé en el perro”, decían, y yo hervía por dentro. Maxi nunca fue un sustituto y he hecho todo lo posible por no humanizarlo ni infantilizarlo. Lo respeto y sé que es un perro. Pero para quienes amamos a los perros, un perro es mucho más que un perro. Es la única compañía que siempre deseamos tener. 

La conversacion MAXI CUERPOTEXTO

Maximiliano ha sido mi amigo y mi maestro. Gracias a su guía he podido observar cómo cada perro es un universo entero, cada uno con su personalidad, sus gustos y sus reservas. Creo que, en el mundo de los perros, Maxi sería un maestro zen, el sabio al que otros pedirían consejo. Lo he visto quedarse imperturbable ante el ataque intempestivo de una gata que le rayó la cara y le sacó sangre, cambiarse de acera cuando un perro comienza a ladrarle, y permanecer quieto y calmado observando la histeria de Pol, un shih tzu de pelo blanco que apenas lo ve se lanza a morderlo. 

Cuando intuye que no hay buena vibra, prefiere retirarse y evitar conflictos innecesarios. Es muy diplomático, pero no es tonto. Puede convertirse en una fiera cuando un perro pretende montarlo (siempre ha defendido su masculinidad), y pone en su lugar, con un ladrido hondo y una hincada de dientes, a perritos que abusan de su nobleza.

Nuestro primer año no fue fácil. Maximiliano demostró ser un perro inteligente, pero voluntarioso. Sus dos grandes daños consistieron en arrancar los bordes de una colección de acetatos de ópera y destrozar un muñeco de Navidad del tamaño de un niño. También mordió un rollo de papel higiénico y lo estiró por el apartamento, como si estuviera representando aquel famoso comercial. El problema era el mundo de afuera. Le encantaba devorar palos que luego lo ponían mal del estómago y correr cuando sabía que había llegado la hora de dejar el parque y volver a casa. No obedecía y yo me frustraba.

En aquellos días, un experto en comportamiento canino me dijo algo que no olvidaré: “No permitas que nada dañe la relación con tu mejor amigo”. Me explicó que tenía que calmarme, buscar otra manera de comunicarme con él y entrar en un estado interno en el que nada me afectara. Era la líder de la manada y él tenía que entenderlo. Un día lo miré a los ojos fijamente y le dije: “No voy a perseguirte más, elijo confiar en tí”. Desde ese momento todo comenzó a cambiar. 

Maximiliano ha llenado de dulzura mi vida, me ha recordado que el amor es mi fuerza, y que siempre puedo elegir de nuevo. En 2018, cuando me divorcié después de diez años de matrimonio, Maxi estuvo conmigo. Cuando me tiraba en la cama a sentir ese dolor pesado y liberador que me recorría, él se acostaba a mi lado y ponía su pata en mi pecho, exactamente en el chakra corazón. Cuando no quería salir, él me obligaba a pararme y llevarlo al parque. En esos meses nuestras caminatas se hicieron cada vez más largas y así, paso a paso, fui tomando la vida de nuevo. 

También estuvo ahí cuando me despidieron del trabajo, cuando mi papá murió, cuando me enfermé, y cuando me quedé sin casa y sin piso. Supo celebrar conmigo cuando me enamoré de nuevo y cuando publiqué mis libros. En una de las fotos de promoción del último libro, El camino del tarot, se sentó a mi lado, alzó la cabeza y sacó pecho mostrando el inmenso orgullo que sentía.

Su sabiduría me ha permitido aceptar lo bello y lo triste. Entregarme a ese desgarro interno que todavía siento cuando nos separamos. Desde hace cuatro años es un perro de padres divorciados y he tenido que compartir su custodia. A veces se va tres o cinco días. En otras ocasiones puede irse más de un mes mientras yo me quedo descubriendo cómo es la vida sin él.  Es un tiempo en el que la realidad de su impermanencia se hace más evidente.

Sé que algún día ya no oiré sus paticas tronar en el piso de madera, ya no encontraré sus pelos en mi ropa, en mi cama, en el sofá, en el carro. Tampoco nadaré a su lado ni separaré la piel de mi salmón para dársela de regalo. El perro ya no estará y la vida cambiará. Pero me gusta pensar que encontraremos la manera de seguir unidos y que, cuando llegué mi momento, él me ayudará a partir de este mundo. Volveré a ver su lengua rosada, sus dientes torcidos, sus ojos grandes y profundos, su cola pomposa. Volveré a sentir el olor a Tostacos de sus patas. Mi perro dorado vendrá por mí y todo estará bien.

 

*Maria Alexandra Cabrera, también conocida como TarotAlexa, es periodista, historiadora del arte y taróloga. Fue jefe de redacción de Bacánika y editora de Axxis. Ha escrito para El Malpensante, Bocas, El Tiempo, Diners, Carrusel y Credencial. Es la autora de la saga infantil Las aventuras de Diestéfano y de El Camino del Tarot. Adora el mango dulce y no se cansa de oír a Pink Floyd.

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