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 la radio

Mi revolución radial

Ilustración
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Oír la radio es mucho más que una compañía auditiva. Es el multitask que me ata a la mujer que fui antes de ser mamá y es un mundo privado solo mío.

Uno de mis más tempranos y tiernos recuerdos es más una sensación que un instante en particular. Estoy en la cama de mis abuelos y es temprano, todavía está oscuro. Ellos duermen y yo trato de estarme muy quieta debajo de las cobijas pesadas de lana. Huele a ellos: a la colonia suave de mi abuelo, a la laca en el pelo de mi abuela, y al dulce olor de sus cuerpos que aún hoy en día casi puedo conjurar. Lo más claro del recuerdo, sin embargo, es que en medio de las tinieblas se escucha la radio. Recuerdo solo el sonido de una voz hablando pero pienso ahora que debía ser Radio Santafé, que era la emisora que escuchaba mi abuelo. Tan solo pensarlo me distrae y no logro acordarme si a esa hora, en esa época, ya emitían su característico “aleeerrrrta Bogotá”.

El sonido de un radio acompaña todos mis recuerdos de infancia y adolescencia. Sí, en el bus de mi colegio ponían Radioacktiva o 88.9 con los éxitos del momento, y quien se supiera las letras de las canciones en inglés en definitiva era más cool (aunque no más cool que los que tenían walkman). Sin embargo, no son esos los recuerdos más poderosos que guardo. Confieso que no soy muy melómana y que mi gusto musical se define más por las personas que me han mostrado cierta música (ejemplo clásico: los novios del momento). Los recuerdos radiales que me marcaron son todos de programas hablados. Durante las horas que pasé en el Chevrolet Monza blanco de mi mamá, soportando trancones en camino a comprar botones a donde la costurera con la que mi mamá trabajaba, las voces de Juan Harvey en Pase la tarde con Caracol y las de La Luciérnaga son una constante. A veces me quejaba por tener que oír algo tan aburrido, pero creo que mis súplicas de que cambiara la emisora no fueron exitosas, y no duraron mucho, porque ahora también me acuerdo claramente de reír a carcajadas con una canción de los Marinillos y un chiste del Cuentahuesos. 

Aunque supuestamente, como dice la canción, el video acabó con las estrellas de radio, hago parte de aquellos que se resisten y mantienen la radio viva. La verdad es que es una resistencia oculta. Sospecho que somos muchos, pero es difícil reconocernos. Tal vez también por eso la radio ha perdurado a través de los ires y venires de la televisión, de YouTube y de las redes sociales: hay algo muy íntimo en escuchar una voz incorpórea (y creo que esto explica el reciente boom de los podcasts). A mí las voces de la radio me entran más directo al cerebro que cualquier otro medio, e inmediatamente activan en mi mente un diálogo interno que es imperceptible para los demás. 

Con las voces de la radio dialogo desde lo más crudo de mi ser. Las reacciones son sin filtro y confieso que me permito en ellas prejuicios, preguntas y delirios que procuro controlar en mis interacciones de carne y hueso (o por lo menos cara a cara). A veces son cosas pasajeras, como burlarme de algún acento o insensatez del locutor, pero también, a menudo, me llevan a hilos de pensamiento con finales inesperados. Uno reciente y muy específico: oyendo un programa de medicina natural que dan de siete a ocho de la mañana los sábados en donde vivo, hablaron de la importancia que tienen quienes atienden en la droguería para identificar posibles contraindicaciones de mezclar medicamentos. Ahí pensé en las droguerías colombianas y el servicio que prestan a veces para cubrir las necesidades que deja el sistema de salud. Y pensé también en la ya desaparecida droguería Disney sobre la carrera 11 en Bogotá en donde en mi infancia vi por primera vez una revista porno en vivo y en directo.

Como bonus a mi análisis radial, sumo que, ahora que soy madre, he empezado a tener la sospecha de que las integrantes de la resistencia que mantiene viva la radio somos más mujeres que hombres. La radio es, por excelencia, el medio que permite hacer otra cosa mientras se escucha sin perderse de nada. Y la verdad sea dicha: nosotras hacemos muchas más cosas que ellos mientras oímos la radio. Aun con todos los avances que hemos hecho hacia la equidad de género, las mujeres seguimos encargadas de la carga mental de llevar el hogar, así ambos adultos tengan trabajos, y aun cuando trabajar ya no es una “escogencia” para las mujeres (ya que los salarios hace mucho tiempo no permiten a la mayoría de las familias sobrevivir con un solo ingreso).

Siendo las cosas así, las mujeres estamos siempre haciendo mil cosas al mismo tiempo. La radio nos permite no solo estar acompañadas, sino también mantenernos informadas y estimuladas cuando estamos empujando un carrito por el tapete por sexagésima vez a petición de un tirano de año y medio. A mí la radio me ha permitido mantener mi vida mental cuando siento que las exigencias de la maternidad y el trabajo acaparan casi completamente mi tiempo, mi atención y mi energía.

"La radio es, por excelencia, el medio que permite hacer otra cosa mientras se escucha sin perderse de nada. Y la verdad sea dicha: nosotras hacemos muchas más cosas que ellos mientras oímos la radio".

En las mañanas en las que persigo a un niño por la casa para que llegue a tiempo al jardín, mientras me aseguro de echarle tenedor con el almuerzo, y miro de reojo los mensajes del trabajo que no esperan hasta las 9:00 a.m. para empezar a llegar, la radio está ahí para informarme del clima y la hora exacta. Cuando paso horas frente al computador entre citas y mensajes, prender la radio e ir a pasar la ropa de la lavadora a la secadora me da un escape y me deja pensar en otra cosa. Y por las tardes cuando, después de recoger a mi hijo en el jardín, hago vueltas en el carro para asegurarme de que siempre haya más de tres bananos en la casa para prevenir la tercera guerra mundial, de que nunca falten rollos de papel higiénico extra en el baño y de que los regalos de las fiestas infantiles del fin de semana estén comprados, la radio me acompaña contándome cosas que me permiten tener qué comentar cuando me encuentro con otros adultos.

La conversación interna que mantengo con las voces de la radio (que por las maravillas de la tecnología viven ahora literalmente casi dentro de mi cerebro gracias a unos audífonos inalámbricos que no me pueden faltar) mantiene viva la mujer que era antes de ser mamá y que necesita seguir existiendo para no dejar que mi nuevo rol me anule. Cuando me sorprendo a mi misma sumergida en pensamientos que nadie se imagina, inspirados por algún segmento de un podcast o programa de radio, me alegro también al imaginarme a mi mamá y a mi abuela guardándose un poquito de sí para sí mismas.

Mariana Saavedra

Mariana Saavedra es exacadémica en recuperación y ahora aplica la antropología como diversión y terapia. Vive junto al mar en Carolina del Sur, EE.UU. en donde trabaja virtualmente en consultoría y dobla montañas de ropa recién lavada junto a un radio y su perra, Dora.