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Bienestar Colsanitas

El sueño perfecto

No hay teorías absolutas sobre lo que se debe hacer con los bebés a la hora de dormir. ¿Debe dormir solo en su cuna? ¿En la cama con los padres? ¿O dejarlo llorar hasta que se acostumbre a la soledad de su cuarto?

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“¿Y ya pasa la noche derecho?” es una de las primeras preguntas cuando alguien te ve con tu bebé. Si la respuesta es positiva quien interroga hace un gesto aprobatorio y da a entender a los padres que están haciendo una magnífica labor. Si por el contrario es negativa la mirada cambia, el rictus de la boca también, y queda claro que esta persona no aprueba la labor que están haciendo la mamá y el papá. Preguntan por igual conocidos y desconocidos, pues tal parece que lo que ocurre en la cuna de un bebé no concierne a la privacidad del hogar. Todo lo contrario. Es el termómetro con el que se mide la capacidad de quienes crían. En nuestra cultura este éxito se basa en qué tan rápido empezó el bebé a dormir 12 horas de corrido, qué tan pronto pasó a dormir en su propio cuarto y qué tan adaptable es a la ausencia de los padres. La idea de que un niño consentido es un niño malcriado pulula en las mentes de muchos adultos hoy.

Mi respuesta a la temida pregunta es: “No”. No, mi hijo no duerme derecho. No, no lo hemos sacado del cuarto; es más, comienza la noche en su cuna y a las 11 pide a gritos que lo pasemos a nuestra cama y ahí amanecemos los tres. No, no lo he destetado y ya tiene un año. Cuando trato de leer la mente de quien hace las preguntas oigo: “¡Pero qué malos papás! ¡Quién sabe qué cosas terribles ocurren en esa casa! ¡Fijo dejan hacer al niño lo que le viene en gana!”.

SUENO PERFECTO CUERPOTEXTO

Muchos me miran como si nombrara al mismísimo Belcebú. Algunos aseguran que de seguir así no podré sacar al niño de la cama marital antes de que entre a la universidad. Otros, incluyendo una muy amable neuropediatra, recomiendan el método Estivill, el autor del muy comprado Duérmete niño. Éste básicamente propone unas rutinas fijas, les dice a los papás que jamás deben meter al bebé en su cama y, lo más controversial de su método, que no se debe acudir al llanto del bebé cuando se le deja solo a la hora dormir. El día que la doctora me recomendó ese libro tomé la decisión de no regresar a su consulta, pues otros especia - listas aseguran que dejar llorar a un bebé en soledad por largos periodos puede alterar sus mecanismos de reacción ante el miedo y la angustia, y obligarlo a liberar cantidades nocivas de cortisol y adrenalina innecesariamente.

Desde que nació Luca, mi esposo y yo tuvimos claro que dejar llorar a nuestro hijo, enseñarle que su llanto no servía para alertar a sus padres, no era un método que quisiéramos utilizar. Sí, obvio, llevamos un año sin dormir una noche completa nosotros tampoco. Pero la realidad es que tenemos claro que las necesidades de un bebé son tan básicas, tan sencillas de suplir, que no vamos a negarle consuelo desde pequeño.

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 “El punto es que cada mamá y cada papá tienen el derecho a decidir qué es mejor para su hijo, y los demás no deben opinar.”

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Esa decisión es privada, es lo que funciona para nuestra familia. No es una teoría absoluta, no es una verdad revelada. Pero el punto es que cada mamá y cada papá tienen el derecho a decidir qué es mejor para su hijo, y los demás no deben opinar. Cuando llegamos al tema de la crianza, todos (hasta quienes no tienen hijos) se creen expertos y buscan esparcir su conocimiento sin haber sido invitados a participar. Hay que respetar los espacios de formación ajenos, porque al final lo que importa es que los niños crezcan rodeados de amor y seguridad.

Luca es un bebé feliz, llora poco y sabe que su llanto siempre llamará nuestra atención. Es un niño seguro, que se atreve a experimentar porque sabe que sus papás lo acompañan siempre. En algún momento saldrá de nuestra cama y de nuestro cuarto, pero esa decisión la tomaremos los tres en torno a la privacidad de nuestra cuna.

 

*Periodista, escritora y editora.

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Carolina Vegas

Periodista y escritora. Es autora de El cuaderno de Isabel, Un amor líquido. Autorretrato de una madre (Grijalbo, 2017).