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naturaleza enferma

Cuando la naturaleza enferma, inevitablemente el bienestar humano se afecta

La humanidad ha olvidado que su salud depende, sin excepción, de la salud del planeta. Ecosistemas como Chiribiquete son mucho más que paisajes: son memoria viva, arte ancestral, equilibrio espiritual y sustento. Protegerlos no es un lujo, es una necesidad urgente. Si la naturaleza enferma, inevitablemente nuestra salud y bienestar también se deterioran.

Con un profundo sentido científico y ético, debemos reconocer que nuestro planeta y sus sistemas naturales han sido, desde siempre, el soporte fundamental de nuestra existencia. El ser humano ha dependido al 100 % de los ecosistemas para sobrevivir hasta el día de hoy. Sin embargo, la mayoría de las personas no comprende las complejas e intrínsecas relaciones que nos vinculan con la naturaleza ni la profunda dependencia que tenemos de ella. Aún más preocupante es que muchos no alcanzan a dimensionar el daño que ya le hemos causado al planeta, poniendo en riesgo no solo nuestra supervivencia, sino también la de millones de formas de vida.

Pareciera que la humanidad se ha propuesto convertirse en la fuerza biológica dominante del planeta, y lo ha logrado, pero sin prestar la atención suficiente al deterioro del entorno y de nuestra propia salud. El bienestar del planeta debería ser nuestra más alta prioridad, y todavía estamos a tiempo de reconocerlo. Cuando la naturaleza enferma, inevitablemente el bienestar humano también se ve afectado, ya que ambos están íntimamente conectados. La salud y el bienestar de las personas dependen de la salud del entorno natural.

La humanidad se ha propuesto convertirse en la fuerza biológica dominante y lo ha conseguido sin prestar atención al deterioro del entorno y de nuestra propia salud. El bienestar del planeta debería ser nuestra más alta prioridad”.

–Carlos Castaño Uribe, antropólogo. Descubrió el Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete.

Durante más de una década, tuve el privilegio de servir como director de Parques Nacionales de Colombia, una experiencia que me permitió estar al frente de la protección de estas áreas, concebidas como parte de una política global para salvaguardar una muestra excepcional de nuestra biodiversidad y los servicios ecosistémicos que nos brindan. Conocí de cerca la riqueza de todos los sistemas ecológicos del país, así como el enorme reto que representa su manejo y conservación para el bienestar de todos los colombianos.

La naturaleza —de la que deberíamos sentirnos parte inseparable, como el resto de los seres vivos— nos ofrece lo más preciado de su composición y vitalidad. Protegerla es esencial para asegurar un futuro viable y garantizar un horizonte más sostenible y equitativo para las próximas generaciones, así como para la salud del planeta. Como lo expresó sabiamente Mahatma Gandhi: "Lo que le estamos haciendo a los bosques y al agua del mundo es un reflejo de lo que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás”. 

Cuando “descubrí” con mis ojos  Chiribiquete, no fue un hallazgo geográfico, fue una irrupción del mito en la experiencia viva. Sentí que me internaba en la gran Maloka cósmica, donde las montañas-tepuy emergen como columnas del mundo, guardianas del equilibrio sagrado entre lo visible y lo invisible. Aquellas formaciones del Precámbrico, rojas y doradas por el sol, parecían latir con una memoria antigua que no pertenece solo a la Tierra, sino al origen mismo del cosmos.

Chiribiquete contiene más de 70.000 pictogramas con más de 20.000 años de antigüedad.

Sus ríos, cargados de taninos, fluyen como serpientes sagradas entre el verde espeso, evocando los primeros movimientos del agua en el tiempo mítico de la creación. Allí fue donde, años después, descubrí que este era el sitio en el que cada piedra está marcada por los signos de los hombres jaguar. Entonces comprendí que el territorio no es paisaje: es memoria, es latido perpetuo y ceremonia viva.   Protegerlo es resguardar el pulso más íntimo de la Tierra y la dignidad profunda de los pueblos que aún sueñan el mundo desde allí. 

La naturaleza no es solo un conjunto de recursos: es el sustrato mismo de la vida, el espacio donde se enraízan nuestras memorias, nuestros lenguajes y nuestras espiritualidades. Sitios como Chiribiquete nos lo recuerdan: son territorios donde confluyen la biodiversidad, el arte ancestral, el pensamiento indígena y la sabiduría profunda del planeta que aún resiste.

Por eso, la clave para transmitir la relevancia de estos sitios está en educar desde la sensibilidad, desde el relato, desde la experiencia. Hay que llevar a las personas a conocer —o al menos imaginar— esos lugares como Malokas cósmicas, donde la Tierra aún canta en su idioma original. Es urgente involucrar a las comunidades, promover el arte, las historias, la ciencia viva, el diálogo intercultural y la reconexión con lo sagrado. Hay que contar el territorio no como mapa, sino como mito y memoria. Solo así la conservación dejará de ser un deber externo para convertirse en un acto íntimo de responsabilidad colectiva, una verdadera decisión de vida.

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