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¿Que se dice al despedirse?

Odio despedirme

Ilustración
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Llevo casi dos décadas diciéndole adiós a mi hermano.

Hoy está a punto de irse a Corea del Sur y no sé cuándo lo volveré a ver.

Cristian, mi hermano mayor, se fue a la Fuerza Aérea a sus 17 años. No para cualquiera la vida militar es una opción, pero para alguien con su inteligencia, capacidad, resistencia y disciplina no solo fue una carrera sino un camino. A lo largo de esta trayectoria mi hermano ha recolectado innumerables logros, a pesar de las dificultades inherentes a una rutina regida por la subordinación, donde tu tiempo ya no es tu tiempo y no hay sugerencias, solo órdenes. 

Probablemente no fue su camino soñado, seguro hubo otras carreras que pasaron por su mente, otras opciones de vida, y tal vez más de una vez pensó en la posibilidad de desistir… pero nunca lo hizo, porque así es mi hermano. ¿Cómo no sentirse orgullosa de él? Día a día, durante años, le ha puesto la cara al conflicto, a desastres naturales, a emergencias médicas en poblaciones apartadas y ha llegado a los lugares más recónditos de Colombia, todo como piloto de helicóptero. 

Pero a pesar de los diplomas, las credenciales, los logros, los uniformes, los ascensos y las ceremonias, yo jamás he dejado de ver a mi hermanos como el niño que jugaba conmigo a las Barbies en nuestra casa de la infancia en Tunja. Con Cristian hacíamos grandes “conciertos”, junto a Joan, nuestro otro hermano, interpretando las canciones de Green Day enGuitar Hero. Cristian anhelaba volver a casa para ir por pizza de queso y bocadillo de Pizza Nostra, es el boyacense más orgulloso que conozco. Fue con él que vi las nueve temporadas de How I Met Your Mother, aún cuando no nos gustó su final. Era la persona favorita de nuestra perrita Nani, que se desvivía cada vez que lo volvía a ver y que ahora está en el cielo. Mis recuerdos son tantos y tan intensos que lo alejan de la uniformidad que pretende la vida militar.

Soy la menor de tres hermanos y nuestra diferencia de edad es abismal. Me llevo diez años con Cristian y doce con Joan. Sin embargo, esto nunca fue impedimento para ser cercanos, amorosos y para construir una hermandad que perdura hasta hoy. Como la nostálgica que soy, siempre viven en mí los viajes a la playa, las navidades, los cumpleaños y las celebraciones de todo tipo. Y a la vez, habitan en mí las excesivas veces en que Cristian no pudo estar en la foto. Fueron tantas que su ausencia se volvió repetitiva. 

Uno nunca sabe realmente cuánto ama a una persona hasta que tiene que despedirse de ella. Es aún peor cuando reina la incertidumbre de no saber cuándo la volverás a ver. Admito que le tengo fobia a los adioses y que eso de “soltar para dejar ir” nunca será lo mío. Los primeros años fueron los más difíciles: pasar de llegar a casa todos los días a jugar con Cristian después del colegio a simplemente ver su habitación vacía, intacta, casi espectral. Era una sensación desgarradora, aún lo es. Para completar, cuando Cristian se iba, la comunicación era escasa. En un principio solo a través de llamadas ocasionales y de cartas que viajaban de Tunja hasta Cali, el lugar de la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suárez. 

Hace poco encontré una de esas cartas entre las cosas de Cristian. Yo las escribía con fervor y esperaba que le dieran ánimo en los días difíciles. Esta específica que me encontré fue enviada en un sobre blanco, de papel brillante, cubierto de stickers y de una postal falsa que hice con un corazón. Remite Laura Daniela Soto Patiño, escrito en esfero fucsia escarchado, y se dirige al Cadete Guio Patiño Cristian F. En su interior, contiene una hoja rosa con un dibujo de Hello Kitty rodeado de corazones, y dice lo siguiente: 

Tunja, 15 de enero del 2006

Querido mi niño,

Espero que te encuentres bien. He dormido muy bien en tu cuarto y sabes, he dormido con Nani, la he cuidado muy bien. También te cuento que ya me matricularon y me compraron los útiles y entro el 1 de febrero.

¿Cómo te ha parecido tu escuela? Yo me imagino que muy bonito. Mi niño, me despido pero espero que cumplas tus sueños.

Besos y abrazos,
Te quiere, mi titi.

Leer estas líneas me hace querer abrazar a esa niña que no entendía del todo el porqué Cristian se había tenido que ir. Y a la vez, me reafirman que siempre he querido que se le cumplan todos sus sueños. 

Así como la ausencia fue difícil los primeros años, los reencuentros eran anhelados y celebrados. Los días que podía estar de vuelta en casa o que podíamos ir a visitarlo eran los más felices. Luego, inevitablemente, llegaba el momento de la despedida. Recuerdo esas madrugadas frías en las que viajabamos de Tunja a Bogotá para dejarlo en CATAM, el aeropuerto militar en el que tantas veces con lágrimas en los ojos tuve que decirle adiós, a través de la ventana del carro, mientras lo veía irse cargado de maletas en las que empacaba toda su vida. Todo siempre ha sido un círculo vicioso: el extrañarlo en su ausencia, el anhelo de su llegada y el dolor en la despedida.

“Todo siempre ha sido un círculo vicioso:
el extrañarlo en su ausencia, el anhelo de su llegada y el dolor en la despedida”.

Ese círculo lo hemos recorrido ya durante 17 años. Me parece surreal. Hoy, con 34 años, mi hermano, el Mayor de la FAC, piloto e instructor de Black Hawk, papá de mis dos sobrinos Jacobo y Lorenzo, sigue siendo esa persona que siempre anhelo volver a ver y de la que me duele profundamente despedirme. En algún momento llegué a pensar que con los años me acostumbraría a esta rutina o que al menos se volvería más fácil. En este momento seguramente tengo una mayor madurez emocional para afrontarlo, pero siempre queda ese hueco que aguarda su llegada. 

Lo he extrañado en los fines de años, en las navidades, en cada 19 de noviembre cuando cumplo años, en mi grado del colegio y en el de la universidad, en los almuerzos de domingo. Eso sí, también tengo mi colección de momentos que hemos logrado vivir juntos: el viaje a Londres y a París, los cumpleaños de los papás, el concierto de Ed Sheeran, los viajes en carretera en los que mi mamá prácticamente nos obligó a aprendernos la discografía de Rocío Durcal, haber visto a Coldplay juntos, las salidas a comer ramen y, sin duda alguna, el viaje a Palomino que hicimos hace un año y en el que volvimos a ser solo los cinco: mamá, papá, Joan, Cris y yo. Casi naufragamos en una lancha y siempre me da risa pensar en ese viaje. 

Despedirse es uno de los actos humanos que más me desconcierta. Y aun así, hace unos años compré un libro de bolsillo titulado Adiós y despedida. Contiene una frase corta y puntual de Rainer Maria Rilke que resume con exactitud toda esta historia: “así vivimos, despidiéndonos siempre”. Cris siempre está en mis oraciones y en las de mamá. Su trabajo es cuidarnos desde los cielos y eso conlleva riesgos. A lo largo de los años ha perdido a varios compañeros que se han ido de este plano en su labor de protegernos.

Me he preguntado sí llegará un momento en el que no nos tengamos que despedir más o si definitivamente este círculo en el que vivimos nos ha forjado para el resto de la vida. Por ahora me preparo para nuestra nueva despedida, una de las más largas, lejanas y curiosas. En pocos días Cristian recorrerá medio planeta para llegar a Corea del Sur, donde será su próxima misión junto a la ONU. Vivirá un año en un país que tiene una diferencia horaria de 14 horas con el nuestro y que está a un vuelo de más de 20 horas. Que ingenua era yo al pensar que las veces que él había vivido en la selva del Caquetá, en Cali, en Rionegro, en Apiay, en Palanquero, incluso en Estados Unidos, estaba lejos de mí. Al parecer siempre se puede estar más lejos. 

Pero a pesar de la distancia física entre Seúl y Bogotá, que parece casi irónica y ridícula, me siento más cerca de él que nunca. Soy feliz con sus logros, con las oportunidades únicas que ha conseguido a lo largo de su vida gracias a su trabajo y al ser humano que es. También soy feliz viéndolo en su rol de papá, siempre amoroso, comprensivo, dispuesto a jugar por horas, a leer un cuento o a dar un abrazo. Es ahí cuando las frases clichés tienen sentido: amar a alguien es querer que sea feliz, sin importar si está a tu lado o no. Y en cierta forma, él siempre está a mi lado, como lo reafirma el tatuaje que nos hicimos juntos hace ya casi diez años, ya borroso por el tiempo: “recuerda que nos tendremos el uno al otro, cuando todo lo demás se haya ido”.

Laura Soto Patiño

Laura Soto es periodista y redactora de Bienestar y Bacánika. Bumanguesa de nacimiento, boyacense de corazón y bogotana por adopción. Vive con su gata Morita y sus orquídeas. Romántica irremediable, le toma fotos a la comida y ama a su familia más que a nada en el mundo.