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Bienestar Colsanitas

Play it again, Teresita

Fotografía
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Una de las más destacadas pianistas del país, tiene más de sesenta años de carrera y ganadora del premio Vida y Obra del Ministerio de Cultura.

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Decir sesenta años tocando el piano da un poco de vértigo. ¿Cuántas horas habrá pasado sentada frente a su instrumento? ¿Cuántas veces sus dedos habrán hecho percutir las teclas? ¿Cuál es el desgaste de unas manos dedicadas toda una vida a crear música?

El 9 de mayo Teresita cumplió 76 años. Con apenas catorce años ella ya era una concertista profesional, llevaba una década tocando piano e, incluso, había comenzado a dar clases. Su historia es, de alguna manera, heroica y privilegiada.

Quizás algunos desconozcan que Teresita fue una niña abandonada por sus padres y adoptada al nacer por Valerio Gómez y María Teresa Arteaga. La pareja era de Marinilla, Antioquia; se habían mudado a Medellín y trabajaban como porteros del Palacio de Bellas Artes. La inquietud temprana de la niña por el piano fue mucho más marcada e insistente que la de otros niños en un lugar abarrotado de instrumentos musicales, al punto de que sus padres temieron que les trajera problemas en el trabajo. Además, Teresita era negra, y por su color de piel fue rechazada en el colegio religioso donde intentaron matricularla.

Lo mejor era darle clases de piano, y a los cuatro años inició su formación musical allí mismo, en el Instituto de Bellas Artes de Medellín, con las profesoras Marta Agudelo y Ana María Penella. El juego de escabullirse a tocar el piano cuando el edificio estaba vacío se le convirtió en vocación, y su talento le permitió dar su primer concierto como solista a los diez años. A los once ya daba clases a otros niños que ingresaban al Instituto. Allí, en ese palacete de la Avenida La Playa en el centro de Medellín, pasó los primeros quince años de su vida.

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Si sus padres adoptivos no hubieran trabajado en el Palacio de Bellas Artes, ¿cree que hubiera llegado aser pianista?

No creo, pero sí hubiera cantado. De cualquier forma, música hubiera hecho. Y esa pasión artística se la he heredado a mis hijas. Me gusta cantar y mi hija Mirabay canta; y me gusta el teatro, y Adriana, mi hija mayor, hizo mucho teatro.

¿Qué significa para usted ser ahora vecina del Palacio de Bellas Artes, que fue su casa de infancia?

Cuando me pasé a este apartamento, que queda en la misma cuadra del Palacio, los primeros días estuve deshaciendo los pasos de la infancia y recordé el Medellín antiguo, el que me tocó cuando niña. Por ejemplo, cuando iba a la carnicería de don Luis, que quedaba en la esquina del Parque del Periodista, o a la farmacia Maracaibo, que no la han quitado todavía. Iba por los huevos, por la bolsita de leche o por la librita de carne. Me volví a acordar de las quintas de la avenida La Playa, como la casa Barrientos o el Palacio Arzobispal. Uno llegaba hasta Junín y estaba el Teatro Junín, el Hotel Europa, el Café La Bastilla.

¿Le gustan esos recuerdos o le da duro la nostalgia?

La nostalgia me sienta bien, porque recuerdo la belleza y la felicidad que me producía vivir en el Palacio de Bellas Artes. Puede que afuera yo tuviera problemas como niña negra, obviamente, pero jamás me causó un resentimiento que cargara a través de mi vida. Y en Bellas Artes fui muy feliz.

¿Cuáles han sido las principales influencias en su carrera?

Todo lo que se movía en ese momento en el Instituto de Bellas Artes me afectaba, no sólo en música sino también en pintura, en escultura, en el arte en general. Era la década del cincuenta. Conocí a Débora Arango, Rafael Sáenz, los grandes pintores de Antioquia. El Medellín de esa época era muy culto, venían grandes artistas.

Además de interpretar el piano, usted también se ha atrevido con otras artes…

¡Qué vergüenza! Fui enfermera en la película Rosario Tijeras, hice otro papel en Fragmentos de amor furtivo, y en la película Jericó hay música mía. Hice teatro nada más y nada menos que con Bernardo Ángel, el del grupo La Barca de los Locos. Montamos La orgía de Enrique Buenaventura.

Hablemos de los momentos difíciles por los que ha pasado…

He tenido momentos duros, cuando todo se cae. Hay una sequedad y se aleja el bienestar. Eso pasa cuando uno pierde la inspiración o se le va lo que llaman el “duende”, eso que está más allá de lo que uno puede describir. Mi ciudad no ha sido fácil para los negros. Yo la quiero mucho, pero no es fácil ser mujer, negra y cabeza de familia. El paso por la cárcel fue duro, la operación de mis manos, el no poder acceder a becas en el exterior cuando era muy joven, porque pensaban que una negra en Europa haciendo música clásica no era lo más aconsejable...

¿Cómo fue su paso por la cárcel?

Eso pasó hace más de treinta años y fue durísimo. No sé quién se inventó que yo había hecho dos atracos a la Caja Agraria, un asalto a Telecom y una reunión con el M19. Eso daba para cuarenta años de cárcel. Estuve encerrada veinte días, en la época de Turbay. Eso lo he contado mucho. Yo vivía en Bogotá pero me arrestaron en Medellín. Trabajaba con la Ópera de Colombia. Fue un escándalo que me perjudicó porque mi jefa era Gloria Zea, y su papá era ministro. Eso me enredó la vida en ese tiempo. ¡Yo estaba aterrada! Todo era un arreglado, un “falso positivo”. Luisa Arango fue mi abogada y me sacó de ese enredo. Esa experiencia fue muy impactante. Aprendí que ser inocente no es suficiente en este país, y eso es muy duro.

Y las manos…

Fue por todo mi trabajo en la Ópera de Colombia. Se me dañó el túnel carpiano. Recuerdo que mi hijo Vladimir estaba vivo y me preguntó qué pensaba hacer si me quedaba sin manos. Le dije que no sabía, que iba a dar clases. Ni siquiera pensaba en que para dar clases necesitaba tocar el piano. En esa época se fue la fama, todo se acabó. La gente me preguntaba si iba a volvera tocar. Perdí la fuerza, la velocidad. Tuve que volver a aprender a mover los dedos. Fue muy doloroso. Pero la vida es sabia. Tomé conciencia y aprendí de la permanencia. Bach me ayudó, me sacó de la depresión; salí adelante gracias a él.

¿Qué aprendió de esas dificultades?

Cuando uno emprende una carrera como esta, que es para toda la vida, se encuentra muchos obstáculos sociales, raciales, sentimentales, económicos. Pero lo importante es que sin esos obstáculos tampoco hubiera hecho nada. A estas alturas de la vida digo que los obstáculos me han dado la posibilidad de la lucha interior, que no es contra los demás sino contra uno mismo. Esa lucha interior sirve para uno mantener la pasión por lo que hace y seguir adelante.

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"A estas alturas de la vida digo que los obstáculos me han dado la posibilidad de la lucha interior, que no es contra los demás sino contra uno mismo".

Teresita Gómez ha sido una mujer de muchas pasiones. Aparte de interpretar el piano, enseñar ha sido el otro amor de su vida. Pero también se muere por cantar boleros, bailar tango y compartir con sus amigos y seguidores. Su apartamento del edificio Casablanca, en el centro de Medellín, es también estudio, tertuliadero y sala de conciertos. Allí ensaya con sus alumnos de la Universidad de Antioquia, cocina para sus amigos más íntimos y una vez al mes tiene lugar “Martes de Cámara con Teresita”, cuando las puertas de su casa se abren y la sala se convierte en un salón de conciertos para unas cuarenta personas.

Estamos en una de esas veladas. Teresita se sienta al piano para repetir la última canción del recital. Los asistentes la aplaudimos de pie, como si fuera una reedición colectiva del famoso “play it again, Sam” que supuestamente le dice Ingrid Bergman al pianista de la película Casablanca.

Como Sam, Teresita también es una pianista negra en un lugar lleno de blancos. Comienza a tocar la famosa Danza húngara N° 5 de Johanness Brahms. A su lado, tocando en el mismo piano, está su ex alumno José Luis Correa, hoy músico profesional.

Este es quizás uno de los momentos de mayor felicidad para Teresita. Disfruta abriendo su casa, que parece una galería llena de cuadros, libros y fotografías. Un par de pianos de cola presiden la sala; otro más descansa en el estudio.

Le gusta que la gente se sienta cómoda a su lado, en su casa. Que pueda conversar y tomarse una copa de vino. Esta noche, el ritmo acelerado de la Danza húngara envuelve de alegría a los asistentes, que mueven discretamente los pies y las cabezas. Las manos de Teresita y de José Luis bailan sobre el teclado. Maestra y alumno, mezcla de experiencia y fogosidad, vibran acompasados mientras tocan a cuatro manos.

La danza termina. Los aplausos estallan de nuevo. Teresita sonríe de pie y se inclina haciendo una reverencia. Lo mismo hace su ex alumno. Se miran, miran a los invitados que no terminan de aplaudir. Teresita está dichosa.

Hemos hablado de los momentos duros, pero no de los otros. ¿Qué momentos recuerda de gran felicidad?

El momento de mi grado, cuando mis padres estaban vivos. O cuando me fui con mi familia a vivir a Europa. Siento alegría cada vez que se gradúa un alumno mío y los veo emprender su vida musical; cuando obtienen algún logro o salen a seguir sus estudios en el exterior. Pasar de los setenta años con ganas de estudiar, de leer, de seguir tocando…

A propósito, he sabido que a usted le gusta la fiesta.

¡La rumba me da alegría, claro! Me encanta compartir una cervecita con los amigos, así que desde mi casa en la avenida La Playa camino hasta el teatro Pablo Tobón, ahora que tenemos la suerte de que abrieron el teatro a la calle para nosotros los de a pie, para conversar con los amigos, bailar tango. Soy una aprendiz del tango, doy mis pasitos. En el Pablo Tobón me reúno con la gente a conversar, aunque no la conozca. Ese espacio es maravilloso para la ciudad. Me siento en casa.

Es una gran anfitriona, le gusta cocinar y tocar para sus amigos…

Los amigos son algo maravilloso. Me encanta cocinar para la gente, compartir con ellos lo que tengo. Eso es mucho de negra paisa y la comida es una forma muy linda de homenajear a las personas. Si uno pela las papas, si pica los tomates, todo eso lleva la energía de uno. Es brindarles algo de uno mismo.

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Una mujer tan alegre y gozona, ¿cómo se enfrentó al público de su época, que era principalmente de clase alta?

Fue difícil, porque pensaban que yo era indisciplinada, pero yo siempre he estudiado. Lo que pasa es que los negros somos gozones. Además, yo era curiosa y los nadaístas me acogieron, yo andaba con ellos. Y eso fue mal visto, me criticaron. El público era muy exigente pero era sencillo. Recuerdo que toqué para don Diego Echavarría, dormí dos veces en El Castillo. A don Diego le parecía que yo tocaba muy bonito, pero me decía que no me podían mandar para Europa porque allá los negros no eran para tocar música clásica, y yo que lo quise mucho creo que tenía razón. Era así. En la Academia de Viena no veías a un negro. Ahora de pronto ya hay alguno. Mire a Nina Simone: no pudo ser pianista clásica. En ese entonces los paisas ricos no eran chicaneros ni groseros. Esos ricos que yo veía no eran vulgares ni ostentosos, eran muy prudentes. Después del narcotráfico todo cambió.

¿Qué la diferencia de otros pianistas?

Cada pianista tiene sus características especiales. No le podría decir cuáles son las mías. A la gente le gusta como toco. Tal vez el gusto que me da hacerlo e intercambiar ese momento con otros seres humanos. Fui la que empezó a grabar y a llevar a otras salas del país y del exterior a compositores propios, colombianos. Fui pionera en esa actividad. De pronto esa puede ser mi marca personal como pianista.

¿Qué le gusta hacer aparte de tocar piano y dar clases?

Leo mucho, cuentos y textos breves. Amo la literatura, me gusta Camus, Marguerite Yourcenar, amo a William Ospina, me encanta Fernando Vallejo, quien fue compañero mío en Bellas Artes. Me parece el ser humano más tierno. Me gusta conversar, tejer, cocinar, estar en la casa. Me gusta hacer pasta con muchas cosas, improvisada, no soy una gran cocinera, pero a mis amigos les gusta lo que preparo. A mis alumnos les hago fiesta cada vez que pasan un semestre.

"Siempre he pensado que uno se debe morir lleno de vida. Para mí el bienestar tiene que partir de adentro. Es estar cómodo con uno mismo, y eso se manifiesta afuera".

¿Qué produce la música en usted?

Desde niña me ha producido mucho placer. Ha sido la columna vertebral de mi vida. No sólo la música clásica que interpreto: me gusta la salsa, amo el tango, ahora estoy enamorada del grupo Herencia de Timbiquí. Los niches me parecen maravillosos. El jazz de la época de Louis Armstrong, la música brasilera. A mí me salvó ser negra, porque a veces la música clásica encierra a las personas que la toman como profesión; los músicos profesionales se meten en una cápsula a la que yo nunca entré. Así como disfruto escuchando a Mahler, Beethoven o Bach, puedo ponerme a oír tangos y disfrutar también.

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¿Le hubiera gustado desempeñar otro oficio?

Me gustaría estudiar algo de chelo, ser cantante de ópera. Si no me hubiera dedicado a la música, me hubiera gustado ser diseñadora de modas.

¿Algún objeto en particular que a usted le genere esa sensación de estar en paz?

Mis objetos preciosos son los libros. Sentarme en el piano a tocar. ¡Unas copitas de vino dan mucha paz! He practicado el budismo y una vez le dije a mi maestro que quería escribir mi vida, y me dijo: “piénsalo, si tienes algo importante que contar, hazlo”. Y lo he pensado todos estos años y ahora, en este momento que estamos viviendo, de pronto podría ser interesante escribir mi vida. Le serviría a algunas personas. A mí me quieren, tengo mi lugar. No creo que sea vanidosa. La fama y demasiado dinero lo pueden entorpecer a uno y yo me he cuidado de eso. Se trata de estar liviano y cómodo sin importar los faltantes que uno pueda tener.

¿Qué le produce bienestar ahora?

Despertarme y decir: estoy viva. Por las noches siempre me digo que puede ser la última. Pienso mucho en la muerte, pero no con terror. El amanecer me da mucho bienestar, me siento viva y con ganas. Siempre he pensado que uno se debe morir lleno de vida. Para mí el bienestar tiene que partir de adentro. No tiene que ver con mucho dinero, fama, nada de eso. Es estar cómodo con uno mismo, y eso se manifiesta afuera.

Alfonso Buitrago Londoño

Periodista colombiano. Colabora en Universo Centro y otros medios. Su último libro se titula EL 9. Un fotógrafo en guerra (Tragaluz).