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Bienestar Colsanitas

Hongos de Colombia

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Hay especies comestibles, medicinales, alucinógenas y venenosas. Hoy los hongos representan una suerte de revolución en marcha.

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Qué son los hongos

En el aire y en la madera, en el cuerpo humano y en el estiércol de una vaca, bajo tierra y en superficies rocosas, en aguas dulces y saladas: en todas partes hay hongos. La ciencia calcula que en todo el planeta hay cerca de cuatro millones de especies, pero solo conocemos el 8 % de ellas. Esto se debe en gran medida a que, a diferencia de las plantas, los hongos muchas veces crecen ocultos. 

La parte visible del hongo, el “sombrero”, contiene las esporas (equivalentes a las semillas de ciertas plantas) para su propagación, y está unido a su componente vegetativo por un pie o talluelo. Lo que llamamos “hongo” está en el sustrato, y lo que vemos es la fructificación. En España y otras culturas se conocen popularmente como setas, que pueden ser tanto comestibles como venenosas.  

A partir de las clasificaciones de los seres vivos que realizó el naturalista Ernst Haeckel en el siglo XIX, los hongos alcanzaron una categoría aparte del mundo vegetal: el reino fungi. Aunque su forma de vida y reproducción lo acerca a los vegetales, y su metabolismo y almacenamiento de glucógeno lo aproxima a los animales, el hongo es un ser vivo de una especie aparte: un macromiceto cuyos atributos lo hacen un eficiente organismo con un potencial enorme como fuente nutricional o recurso biotecnológico. “Ahora, más que nunca, necesitamos explorar las soluciones que podrían brindar los hongos y las plantas a los desafíos globales que enfrentamos”, dice el Royal Botanic Gardens de Kew (RBGK), en el Reino Unido, en su informe State of the World''s Plants and Fungi 2020. 

Hay mucha ignorancia sobre los hongos entre quienes no estamos familiarizados con la micología, la disciplina que estudia la biodiversidad fúngica y sus diversas aplicaciones. Lo poco que sabemos los neófitos en la materia es que algunos hongos se comen, otros son psicoactivos, muchos son venenosos y otros causan problemas en la piel. Pero los hongos, que representan el 9 % de la biodiversidad del planeta, representan un universo desconocido en su mayor parte por los humanos. 

—Si no tuviéramos hongos no podríamos tomar vino ni comer queso o pan, y la mitad de la población mundial habría muerto, porque no se hubieran desarrollado los antibióticos. 

Así subraya su vital importancia Tatiana Sanjuán, una experimentada micóloga con mucho trabajo de campo en todos los suelos y latitudes de Colombia.

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Más del 80% de la composición de un hongo es agua, por lo que su aporte calórico es mínimo.

Un punto de historia

Los hongos han formado parte de las dietas y tradiciones culturales y espirituales desde los primeros grupos humanos. Nuestros antepasados del neolítico usaban un hongo comestible de estructura leñosa: el inflamable Fomes fomentarius, para encender el fuego, según sugieren restos fósiles hallados por investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Cuatro mil años atrás, los egipcios rendían tributo a los hongos como “plantas de la inmortalidad”. Los chinos llevan otros tantos milenios usándolos como alimento y como medicina. En Europa, hoy España es pionera de la gastronomía fúngica, en cabeza de Soria, la capital de las setas; y Dinamarca es la sociedad puntera en la investigación científica sobre los hongos. En Latinoamérica, México es el país que mejor ha aprovechado su diversidad micológica. 

Los hongos que brotan en selvas y bosques alto-andinos durante las épocas de lluvia fueron desde mucho antes de la Conquista alimento, medicina y símbolo sagrado de los pueblos precolombinos. Muchos lograron ocultar su uso de los conquistadores españoles, que los veían como alimento de brujas y condenaban su consumo bajo el amparo de la Santa Inquisición. Para ellos, esas plantas con capuchón eran criaturas del diablo.

Los llamados “Pectorales del Darién”, que datan de un periodo comprendido entre 1000 y 1500 a.C y se encuentran en el Museo del Oro de Bogotá, darían cuenta del uso de hongos en las culturas sinú y quimbaya. En la parte superior de algunos pectorales hay un par de cúpulas que, según Richard Evan Schultes, Alec Bright y otros científicos, posiblemente son representaciones de hongos con propiedades alucinógenas.

Desde las sabanas hasta los páramos, o en montañas templadas de toda América Latina, los hongos mágicos estuvieron presentes en infinidad de ritos ancestrales y rituales de paso. Para los aztecas, los hongos eran “la carne de los dioses”, teonanacatl. Las crónicas españolas llaman “hongos embriagantes” de manera genérica a cualquiera de las más de 25 especies psicoactivas que conocían los mesoamericanos, que eran recogidas antes del amanecer y usadas en prácticas espirituales. La sustancia psicoactiva de los hongos es la psilocibina.

La cifra
8.000 patentes están relacionadas con la manipulación industrial de hongos en las más variadas áreas de la economía.
    

Los hongos de la casa

Colombia, cuyo saber botánico ancestral se ha preservado gracias a los indígenas, los campesinos y algunos académicos, atraviesa un momento de creciente interés en torno al reino fungi. Si bien “estamos en pañales” en el estudio de nuestra riqueza fúngica, el país ya cuenta con una nueva catalogación de especies que permitirá identificar un espectro más amplio de sus usos potenciales. Sin embargo, no hay suficientes micólogos locales como se requiere, ni fondos públicos robustos que apoyen su investigación. Es lo que dice Mauricio Díaz-Granados, investigador del Royal Botanic Garden Kew, RBGK.

De ahí la relevancia del proyecto Plantas y hongos útiles, una iniciativa liderada por el RBGK con la colaboración del Instituto Humboldt de Colombia. Antes de este estudio no se tenía una idea clara del número de especies de hongos en el país. Si por cada especie de planta se estima que hay nueve de hongos, la biodiversidad fúngica colombiana debe rondar las 234.000 especies, apunta una de las conclusiones del proyecto, que comenzó en noviembre de 2019. A la fecha se han identificado 441 especies de hongos con usos reportados, de las cuales 180 son fuente de alimento, 110 podrían emplearse en el campo de la medicina y 48 en el de la biotecnología. 

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La biodiversidad fúngica colombiana debe rondar las 234.000 especies.

Los hongos en Colombia se consumen, en mayor medida, como sustento nutricional. Durante siglos las comunidades indígenas y campesinas cosechan especies silvestres que complementan su alimentación. En el Amazonas, las mujeres uitoto recogen hongos para cocinarle a su prole cuando no hay pescado ni carne de monte disponibles. 

Crudos, fritos, apanados o en salsa, los hongos que llevamos a la mesa en Colombia no son más de cinco clases: el champiñón blanco, el portobello, el crimini, la orellana y el shitake. Pero podrían ser muchos más si incluyéramos en la dieta urbana a las decenas de especies comestibles que brotan silvestres en campos y selvas, y que los científicos están observando cada vez más de cerca.   

Los hongos comestibles aportan aminoácidos, vitaminas, minerales y, lo más importante, proteínas. La mayoría son ricos en zinc, magnesio, hierro, potasio y fósforo, y son excelentes agentes antioxidantes. Además, contienen prebióticos, con lo cual ayudan a restaurar la flora intestinal. 

Aparte del alto valor nutricional de unas 600 especies comestibles identificadas en todo el mundo, muchísimas otras están cobrando relevancia en momentos en que la biodiversidad planetaria está amenazada y la agricultura industrial ejerce gran presión sobre los suelos cultivables, contribuyendo a las emisiones de gases de efecto invernadero. Los años venideros prometen una explosión en el uso de hongos que podrían ser valiosos no solo como alimentos alternativos, medicinas o fibras, sino también como fuentes renovables de bioenergía. ¿Qué tal enfrentar la pobreza energética (840 millones de personas en el mundo no tienen acceso a la electricidad) mediante el empleo de micelio, la estructura de la raíz de los hongos? Ya los científicos trabajan en ello. Han descubierto que las baterías de combustible microbianas pueden funcionar con enzimas fúngicas, como las de la levadura de panadería, para generar electricidad a partir de biomasa vegetal.

El dato
El cambio de uso de la tierra, por la ganadería y el cultivo de papa, pone en peligro el hábitat de los hongos y por ende a cientos de especies. Por esto, es necesario proteger estos ecosistemas en todas las zonas del país.
    

La lista de maravillas en potencia es tan extensa como la red que conforman los infinitos sistemas de micelio que crecen bajo la Tierra: hongos para el control de plagas, como biofertilizantes o biocombustibles, productores de antibióticos y anticonceptivos; hongos capaces de descomponer plásticos en semanas en lugar de años; hongos para fabricar cerveza, ropa, espumas, embalajes de equipos (en lugar del “icopor”). Magical Mushroom, en Reino Unido, es la primera planta que produce envases a base de micelio. Hoy son productos costosos, pero mañana pueden ser más accesibles si su uso se populariza. La estadounidense Nature’s Fynd también irradia optimismo: elabora proteínas derivadas de hongos para sustituir la carne. 

Otra buena noticia: como los hongos absorben lo que encuentran de manera eficiente, los micólogos buscan especies capaces de desintegrar moléculas de petróleo o aceites de cocina, así como tintes contaminantes que van a parar a ríos y mares.  

Ante la evidencia del potencial micológico aplicado a la biotecnología, urge pasar de la teoría a la práctica, toda vez que, de acuerdo con los datos que manejan el RBGK y el Instituto Humboldt, solo el 10 % de las especies útiles de Colombia se usan como fuente de materiales, mientras que en otros países esa cifra asciende a 40 %.  

Otra fuente de inspiración para futuras innovaciones puede hallarse en el bloqueador solar natural de los indígenas wayúu. En su libro Riohacha y los indios guajiros, el explorador francés Henri Candelier refiere que los pobladores de la península se pintaban la nariz y las mejillas con un hongo para protegerse del inclemente sol del desierto a finales del siglo XIX. Actualmente, muchas mujeres wayúu lo siguen haciendo. 

La vida en la Tierra depende de los hongos más de lo que creemos. De esos maravillosos seres que, según les canta en un verso la poeta uruguaya Marisa Di Giorgio: “no me atrevo a devorar / esa carne levísima es pariente nuestra”.


*Periodista y escritor colombiano. Trabaja de manera independiente.

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Jorge Pinzón Salas

Fundador y exdirector de la revista Cartel Urbano, ahora es periodista independiente.