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Bienestar Colsanitas

Familias reconstituidas en armonía

Ilustración
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Ser parte de una familia reconstituida implica un diálogo constante, un proceso de comprensión y paciencia, establecer límites y acuerdos, abrirse a la posibilidad de ampliar la red de cuidado y amor sin usurpar el lugar de otros.

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Mi mamá y su novio llevan juntos, por lo menos, treinta años. Cuando se conocieron, ambos estaban separados y tenían hijos. Él, un niño llegando a la adolescencia. Mi mamá, dos niñas de siete y nueve años. En todo este tiempo no he sentido que esa pareja se haya insertado en mi círculo familiar más cercano. Es más bien un amigo de la familia con el que tengo una relación cordial y cariñosa pero distante. Nunca lo llamé padre o padrastro. A diferencia de mi hermana, en la adolescencia no me sentí celosa ni amenazada por él. Aunque en la adultez me ha generado cierta suspicacia esa presencia (no presente) en mi vida.

Cuento esto porque, aun teniendo esta experiencia, me siento sin herramientas para enfrentar una situación similar hoy en día. Hace un tiempo me vi envuelta en una situación que, eventualmente, podía desembocar en una familia reconstituida (una relación en la que al menos uno de los miembros de la pareja tiene un hijo o hija fruto de un vínculo anterior), y comprendí que no sabía nada de este tema porque en mi familia siempre reinó el silencio. Y ese silencio se convirtió en una barrera que nunca pudimos derribar. 

¿Cómo se deben afrontar este tipo de relaciones? ¿Qué disposición debe tener la persona que elige acompañar a un papá o una mamá? María Fernanda Bonilla Osorio, médica psiquiatra infantil y juvenil de EPS Sanitas, dice que esa construcción debe comenzar por una certeza innegociable: “la prioridad de la nueva pareja o la familia es el niño, niña o adolescente que es, también, la persona más vulnerable de la relación; la que está en un proceso de crecimiento y desarrollo que necesita acompañamiento prioritario”. 


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Una persona que tiene una pareja con hijos no debe entrar exigiendo respeto o afecto, es necesario construir primero una relación.

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No me extraña que mi mamá y su novio hubieran evitado enfrentar esta situación refugiándose en el silencio. Hace tres décadas este tipo de relaciones no eran tan naturales y comunes como hoy. La última Encuesta Nacional de Demografía y Salud, de 2015, señala que “Colombia parece estar en la senda de la Segunda Transición Demográfica, la cual se refiere, en general, a cambios en la formación de la familia, disolución de las uniones y patrones de reconstitución de la familia”. Las familias reconstituidas son una parte importante de ese nuevo escenario.  

Según esta encuesta, el 28,6 % de las mujeres entre los 40 y 59 años ha tenido dos o más uniones; y el 5,3 %, tres uniones o más. En los hombres, los porcentajes suben a 31, 4 y 9, 5 %, respectivamente. Un estudio de la Universidad de la Sabana calcula que el 14 % de las familias colombianas convive con hijos o hijas de uniones anteriores. Es claro que esas relaciones pueden forjarse –como en mi caso– desde una distancia y un silencio, que impiden generar lazos de amor y cuidado fuertes y perdurables. Pero, ¿qué tendría que hacer yo si no quisiera repetir esa historia, si quisiera hacerlo diferente?  

La psiquiatra María Fernanda Bonilla dice que, inicialmente, es vital que la persona que acompaña haga un ejercicio de confrontación y lealtad consigo misma, para responder si tiene la disposición, apertura y comprensión para aceptar las condiciones específicas de este tipo de relación. “Uno tiene todo el derecho a decir si efectivamente puede o no con esta situación”, dice la expecialista. En esa primera etapa, la persona con hijos o hijas también tiene una enorme responsabilidad al decidir a quién presentarle a sus hijos. “No puede ser una relación pasajera. Tendría que ser una relación estable, con quien se proyecte un futuro. No podemos exponer a los niños a presentarles cada conquista”, señala Bonilla. Esa persona llegará al círculo más íntimo de los niños y niñas y se convertirá, sin lugar a dudas, en un referente. 

Familias Reconsituidas Por Carmen Soto

Digamos, entonces, que las dos personas asumen esa responsabilidad, hacen esa apuesta y deciden seguir adelante. ¿Cómo empieza a forjarse una relación sana con los hijos de la otra persona? ¿Cómo enfrentar, por ejemplo, el primer encuentro? La psicóloga Viviana Zapateiro, adscrita a Colsanitas, afirma que debe ser un proceso orgánico en el que no se puede “entrar exigiendo respeto o afecto”. Es necesario construir una relación con todo lo que eso implica: acercarse paulatinamente, preguntar, escuchar con atención, permitirse conocer al otro, encontrar afinidades. 

En esta fase hay un tema central: el respeto por el duelo que están atravesando los hijos. La psiquiatra Bonilla explica que el duelo no solo responde a la separación del papá y la mamá, sino a las transformaciones de la estructura familiar. En ese camino es vital que todas las partes comprendan que “nunca se va a sustituir a los progenitores, que la nueva relación es única, como todas las relaciones”, asegura Bonilla. Viviana Zapateiro lo resume así: “la forma más sana es comprometiéndose a hacer un apoyo dentro del proceso de cuidado, crianza y acompañamiento, sin usurpar roles”.

La siguiente fase podría llamarse la de los acuerdos. Cuando hay una determinación de construir un proyecto conjunto es fundamental planificar, establecer límites y definir roles. Se trata de una reorganización o reestructuración de la familia y su dinámica. Para María Fernanda Bonilla esos acuerdos deben cobijar diferentes aspectos de la vida: la convivencia, las reglas del hogar, las finanzas, la repartición del tiempo, las responsabilidades de cada miembro de la familia, los roles que va a desempeñar cada uno en la crianza. “El pilar de esto es la comunicación”, dice. 


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La construcción de una relación con los hijos de la pareja implica: acercarse, preguntar, escuchar, permitirse conocer al otro, encontrar afinidades.

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Luego explica que la persona que acompaña debería “establecer primero una relación que se parezca más a la de una amistad, o un consejero escolar, o un tío con su sobrino, en lugar de alguien que llega a imponer la disciplina. Se puede acordar que el padre o la madre sea el principal responsable del control de la disciplina hasta que haya un vínculo mucho más sólido. Eso solo se da con el tiempo”, señala Bonilla. ¿Cuánto tiempo? Aquí entran a jugar variables como la historia de cada familia, o las edades de los niños y niñas. Viviana Zapateiro reconoce que en la adolescencia son más complejos los cambios y adaptaciones, mientras los niños tienen mayor apertura. 

¿Qué se debe evitar en ese camino? Según la psiquiatra Bonilla los errores más comunes son: hacer comentarios negativos sobre los familiares; usar a los niños como intermediarios o mensajeros; interrogarlos insistentemente sobre lo que pasa en el otro hogar; querer imponer modelos de crianza; no permitir que el padre o la madre pase tiempo a solas con sus hijos; juzgar el comportamiento del niño o la niña en lugar de expresar a su pareja lo que le preocupa; no tener una comunicación constante y cuidadosa. 

Muchas de estas situaciones pasaron con mi familia. Mi mamá y su novio no nos integraron a su relación, a su vida de pareja; y aunque no puedo decir que esto fue un evento traumático para mí, sí perdimos una oportunidad: tener un círculo ampliado de cuidado, amor y apoyo en nuestra niñez. Lo que, para la psiquiatra María Fernanda Bonilla, es una de las mayores ganancias de este tipo de familias.  

 

 

 - Este artículo hace parte de la edición 188 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí

 

 

*Periodista y colaboradora de diferentes medios nacionales.

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