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Bienestar Colsanitas

Lo que he aprendido a mis 100 años

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La esperanza de vida en Colombia es de 80 años para las mujeres y 73,7 años para los hombres. Cuatro personas que superaron por 20 años o más esa cifra nos cuentan cómo ven la vida.

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Carlos Julio Fandiño (96 años, Bogotá)

Aunque Carlos Julio considera que la longevidad es un premio genético, hay algo que le parece fundamental para vivir largo: tener trabajo. Por eso a sus 96 años pasa la mitad de su tiempo en una finca en La Vega, Cundinamarca, donde trabaja la tierra con pala, azadón y machete; la madera con una herramienta llamada garlopa y construye caminos de piedra, por lo que pasa días enteros puliendo piedras con cincel. Y cuando no está en su finca está en Bogotá, escribiendo. Su proyecto más reciente es una autobiografía que ha trabajado a mano con una caligrafía impecable. “Si usted no tiene un quehacer, el tiempo se le va en nimiedades. Pero si tiene un objetivo fijo y se ocupa, eso, tal vez es lo que lo haga vivir largo”, dice. 

Por eso su consejo para los jóvenes es que disfruten la juventud, pero con método, con objetivos claros, a lo que agrega: “haga todo lo que pueda, si quiere tómese sus tragos, enrúmbese, pero sepa parar, alejarse de los vicios, esos sí que acaban con la persona, especialmente el cigarrillo que es una muerte a tiempo definido”. 

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Oriundo de Samacá, Boyacá, Carlos Julio fue criado por su abuela materna pues su mamá murió cuando él tenía dos años. Recuerda que en esa época no había acueducto y todos los días tenía que ir a la pila de agua de la plaza central para sacar agua en vasijas de barro. El baño era los sábados y calentaban el agua con artesas, un recipiente de madera en forma de tronco, parecido a una tina. “¿Sabe usted cuántos grados calentaba esa agua? Por ahí medio grado ¡Ni le cuento cómo era esa primera totumada de agua helada!”, dice.

Carlos Julio se sorprende con los avances tecnológicos e inventos de los que ha sido testigo. Le cuesta escoger uno que lo haya asombrado, pero el primero que se le viene a la mente es la aviación. También habla de la penicilina, los antibióticos, el trasplante de corazón y los audífonos para escuchar mejor, los que él mismo utiliza desde hace unos años.


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“Si usted  no tiene un quehacer, el tiempo se le va en nimiedades. Pero si tiene un objetivo fijo y se ocupa, eso, tal vez es lo que lo haga vivir largo”.

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Tanto lo asombran los inventos tecnológicos que cuando le preguntamos por el evento histórico que más lo ha impactado en su vida, su respuesta, sin dudarlo, fue la llegada del hombre a la Luna. 

A estas alturas, Carlos Julio dice no tener sueños, pero sí “sueñitos”, por ejemplo, conocer más pueblos de Colombia e incluso vivir en uno de ellos. Y respecto a la muerte, no piensa en ella: “como no sé cuándo llegará prefiero no preocuparme y para no hacerlo me levanto temprano, hago mi desayuno y me pongo a trabajar”, termina. 

Carmencita Lemaitre (103 años, Cartagena)

Para esta cartagenera de 103 años, que parece de 70, las claves para vivir largo son hacer ejercicio, tener una buena alimentación y nutrir el espíritu para resistir los embates de la vida. “Yo siempre he estado ocupada en algo, nunca estoy sentada frente al televisor, siempre estoy trabajando con la mente y con las manos”. 

Carmencita tiene muchas aficiones: cose, fabrica muñecas, le gusta la decoración y cocina delicioso. Además, es estudiosa de la historia del arte y de la música. Tanto que tiene un grupo de amigas con las que se reúne los viernes en su casa para oír música clásica y conversar sobre la obra.

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Estas aficiones le han permitido superar un sinnúmero de dificultades: la muerte de su esposo y de dos de sus hijas (una en un accidente aéreo y otra de cáncer), varios tumores cancerígenos que han aparecido en su piel; robos, accidentes, incendios… pero ella siente que la vida también la ha recompensado y por eso no se queja. “Cuando me pasa algo inesperado pienso que los días van arreglando los problemas; eso que parece tan grave tiene una solución, y así ha sido siempre. Uno no puede evitar ni deshacer nada, entonces hay que aceptar lo que llega”. 

Sus días son muy ajetreados. Así los describe: “las mañanas se me van poniéndome pomada en las uñas, en los labios; limpiandome los ojos con un remedio… ahí se me van unas buenas horas. Después viene el baño, todo lo hago despacio; lo único que tengo rápido es la cabeza. Ya por la tarde cojo mi máquina de coser y escucho programas de historia. Y casi siempre tengo visitas, pero no me pueden llegar de sorpresa porque yo no me dejo ver si no me maquillo y si no estoy bien arreglada”. 

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“Cuando me pasa algo inesperado pienso que los días van arreglando los problemas; eso que parece tan grave tiene una solución, y así ha sido siempre. Uno no puede evitar ni deshacer nada, entonces hay que aceptar lo que llega”.

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Aunque padece de artrosis no toma ningún medicamento, y entre risas dice que hasta las enfermedades se han ido con la edad. La clave, según ella, es tener un buen médico y aunque no es rezandera, cree que un ser superior la protege. Sospecha que es el papa Juan Pablo II, pues cuando vino a Colombia, en 1986, ella le entregó unas reliquias de la Iglesia San Pedro Claver y él le regaló un rosario y la miró de una forma especial. Eso siempre la ha hecho sentir protegida. 

Carmencita considera que lo mejor que se ha inventado desde que nació son las comunicaciones; gracias a ellas hoy puede hablar con sus hijas que están lejos, en Estados Unidos, México, Francia y Bogotá. Recuerda que en su infancia “solo había teléfono de manija y no estaba en las casas, para llamar íbamos a otro lugar. Y cuando llegó a las casas era una modalidad de línea compartida por varias familias, por eso el vecino podía coger el teléfono y oír lo que uno estaba hablando. Es que cuando yo nací no había acueducto, no había nevera, yo tenía como 40 años cuando vi una. Antes de eso la comida se compraba a diario en la plaza”. 

No añora la juventud, la recuerda con alegría: “me gustaba mi juventud, pero como soy tan alegre, entonces nunca sentí que la juventud se me hubiera ido. He vivido la vida plenamente”. 

Andrés Fernández (94 años, Bogotá)

Aparte de una gastritis que lo acompaña desde que tiene 27 años, Andrés no sufre ningún otro problema de salud. Para él, la buena salud hay que alimentarla todos los días, y no solo la física, también la emocional. Para esto recomienda prepararse para los momentos difíciles. La lectura, sobre todo de filosofía, y la música, especialmente la clásica, han sido sus grandes aliadas. También recomienda cuidar la alegría porque “¿cómo puede tener mala salud una persona satisfecha con la vida? Así que aprovechen la vida, disfruten cada momento; no hay sino una vida, lo demás es misterio”, dice.

Andrés nació en Chinavita, Boyacá. Su padre fue un hombre serio y recio de raíces alemanas, y su madre, una mujer carismática y risueña, de la que él dice haber heredado su alegría y positivismo. Desde muy niño fue consciente de sus cualidades y defectos, y toda la vida ha trabajado para afinar las primeras y pulir las segundas. 

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Su mensaje para los jóvenes es que se programen y sigan el camino trazado con disciplina, que no tengan miedo de pedir un consejo y que no se olviden de la vida social. “El trabajo virtual le está haciendo un daño terrible a la vida social de los jóvenes. Les está haciendo falta compartir, ponerse en los zapatos de los demás, pero como están ensimismados en el teléfono o en el computador no les importa lo que le pase a los otros. La tecnología es muy buena, pero le ha hecho un daño terrible a la juventud”. 

De hecho, si hay algo que Andrés añora de su juventud es la vida social, las fiestas (aunque nunca fue bebedor), conversar con los amigos. Extraña Maracaibo, en Venezuela, ciudad donde vivió una época con su esposa y que recuerda como un paraíso. Y aunque siente nostalgia por su juventud, envejecer no es un tema que le preocupe: “nunca fui una persona que sufriera por la edad. Siempre he sido feliz y optimista. He disfrutado cada momento”. Y si bien la edad no le preocupa, hay dos problemas que sí: la crisis climática y la inteligencia artificial.


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“Nunca fui una persona que sufriera por la edad. Siempre he sido feliz y optimista. He disfrutado cada momento”.

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Para Andrés, lo más importante es su familia, por eso un día perfecto incluye a su esposa Hilda —con quien celebra bodas de oro este año 2023—, sus tres hijas, todas graduadas con honores de la Universidad Nacional, y su nieto. 

Finalmente confiesa que no tiene un sueño por cumplir: “considero que a estas horas de la vida he dejado las cosas como tenía que dejarlas, me puedo morir en cualquier momento. Ya fue perfecto, ya cumplí mis sueños, no tengo por qué estar pensando en esas cosas”.  

Bertha Zuluaga (103 años, Pereira)

A pocos días de haber cumplido 103 años, Bertha dice que llegó a vieja sin darse cuenta. Y aunque hoy en día monta bicicleta estática todos los días, dice que nunca se preocupó demasiado por el ejercicio o por hacer alguna dieta. “Lo normal”, comenta. Eso sí, recuerda que fumó durante 10 años, hasta que se dio cuenta de que era un grave error y fácilmente abandonó el tabaco.

Su numerosa familia lo es todo para ella: tiene ocho hijos, 18 nietos, 23 bisnietos, cuatro tataranietos y otra en camino, y aunque no todos viven en Pereira, como ella, son muy unidos y están siempre pendientes los unos de los otros. 

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Bertha no extraña su juventud ni se arrepiente de nada, pero hay algo que le hace una falta tremenda: sus padres. “Siempre los he echado de menos, pero uno tiene que llegar a la realidad y darse cuenta de que eso ya es definitivo, y si uno está embolatado con su familia, con sus hijos, todo va superándose. Pero fue muy duro pues tuvimos un hogar muy bonito. Éramos nueve y quedamos tres: mi hermana de 88 años, mi hermano de 95 y yo”. 

Sus días están llenos de actividades: después de desayunar se monta en su bicicleta estática por media hora. No lo hace por obligación, al contrario, lo considera una especie de vicio positivo, tiempo que además aprovecha para rezar el rosario. Al medio día oye la misa y por las tardes se pone a tejer ropa para bebés que dona a familias de escasos recursos, o hace sopas de letras, su pasatiempo favorito. Y como es el alma de la familia, todos los días recibe visitas de su tribu. 

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“¿Ya qué más puedo esperar? Dios ha sido muy bueno conmigo porque me lo ha dado todo, gracias le doy a Él”.

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El evento histórico que más la ha impresionado en la vida es la llegada del hombre a la Luna, y cree que uno de los mejores inventos desde que nació es el avión: “uno salía a verlos pasar”; y ya más grande, cuando se montó en uno, recuerda que todos se iban muy elegantes, “no era como hoy” dice entre risas. 

A los jóvenes les recomienda ser más prudentes, una de las virtudes que ha cultivado durante su vida. Y a los padres y madres les aconseja corregir a los hijos, pues piensa que hoy en día los jóvenes están creciendo sin límites, y para ella esto puede desencadenar malas conductas. 

Bertha no le tiene miedo a la muerte, dice estar lista para cuando llegue, “¿ya qué más puedo esperar? Dios ha sido muy bueno conmigo porque me lo ha dado todo, gracias le doy a Él”.  

 

 

 - Este artículo hace parte de la edición 188 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí

 

 

*Periodista de amplia experiencia. Colaboradora frecuente de Bienestar Colsanitas.

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Luisa Reyes

Periodista. Colaboradora frecuente de Bienestar Colsanitas