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Sylvana Gómez

Sylvana Gómez y su filosofía de correr sin prisa

Mamá, periodista y emprendedora son roles que sirven para describir a esta mujer, para quien el running, más que un deporte, es una pasión que vive a su propio ritmo. En su recorrido ha aprendido a superar retos y a abrazarse con autocompasión.

Sylvana Gómez no comenzó a correr con medallas en mente ni como parte de una infancia activa. Su cuerpo estuvo marcado durante años por etiquetas que imponían límites: miopía alta, pie plano y problemas ortopédicos. “A los 13 me prohibieron hacer deporte de contacto porque se podía desprender la retina”, cuenta. Durante mucho tiempo creyó que el movimiento no era lo suyo. Sin embargo, al reencontrarse con el ejercicio desde otra perspectiva, halló en el running una forma de desafiar esas barreras, escuchar su cuerpo y abrir espacio para lo posible.

Las experiencias detrás de cada meta

La primera carrera que corrió Sylvana fue en 2010, mientras trabajaba en radio. Surgió de forma imprevista y ella la aceptó sin pensar que tendría mayor trascendencia. “Nos invitaron a correr cinco kilómetros. Yo dije: ‘Amiga, no va a pasar’... Pero lo hice”, recuerda. Cruzar esa meta caminando fue un gesto revelador que se convirtió en su primera hazaña en el running. Desde entonces, ha corrido en múltiples terrenos y climas, acumulando experiencias que van más allá del deporte; hizo, entre otras, la maratón de Medellín y las medias maratones de Bogotá, Quindío y Cartagena.

De todas las competencias siempre tiene recuerdos, aunque algunas dejan huellas más profundas. En 2018, la Asics Golden Run fue su revancha tras perderse la Media Maratón de Bogotá el año anterior por un esguince de tobillo. “Tengo una foto en la meta llorando. Aunque estaba absolutamente cansada, fue una especie de reivindicación conmigo misma”, señala Sylvana. Más que trofeos, colecciona gestos y momentos valiosos. “En Cartagena, en los relevos del Ironman, corrí al mediodía con una humedad brutal. Pero cuando subía la muralla un señor se me acercó y me dijo: ‘Te vi muy bien subiéndola, te felicito’. Ese comentario me lo colgué como una medallita”, agrega.

Correr no es una distracción; es la práctica que le permite regular su ansiedad, organizar sus ideas y sostenerse en movimiento.

En 2024, Sylvana corrió la maratón de Chicago sola. Se enfrentó al transporte urbano (para su fortuna no resultó ser tan complicado como pensaba), al madrugón y a una ciudad que conocía más como turista que como atleta. “Estaba nerviosa, pero fue hermoso. Llegué al parque, me puse audífonos, miré los edificios y pensé: ‘No es mi primera vez. Yo sé que puedo’”, recuerda. El desafío fue íntimo: una conversación entre ella y su cuerpo, sin testigos, pero disfrutando la experiencia de recorrer sorprendentes parajes de esa ciudad, como el Millennium Park.

En las carreras, Sylvana encuentra en el público que alienta a los corredores un impulso emocional. “Me encantan esos carteles de Mario Bros que dicen ‘Pégale al honguito para tener otra vida’. Yo soy de las que lo hacen”, afirma. También ha corrido en silencio, como en la media maratón de Armenia, donde no hubo carteles ni gritos por las malas condiciones climáticas de ese día. “Sentí que entrenaba sola, pero estuvo bien. Aunque no hay que depender del aplauso, siempre ayuda saber que alguien más está contigo”, añade. Pese a que correr puede hacerse en solitario, los pequeños gestos, como un mensaje, una sonrisa, o una voz de aliento en la calle, sobre todo de su esposo, Alejandro, y su hijo Agustín, la relajan y motivan a seguir dando pisadas.

De aprendiz a corredora consciente

Con el tiempo, Sylvana ha acumulado conocimientos sobre el running. Ha entrenado con aplicaciones, de forma autónoma, asesorada por amigos y también con la guía de profesionales. Su primer entrenador fue Alejandro González, quien le enseñó algo aparentemente simple como saltar, pero que le reveló algo mucho más profundo: cada corredor tiene su propio proceso. “Literalmente no podía saltar. Y para correr, tienes que tener cierta agilidad para hacerlo. Fue una de las cosas que aprendí con él”, relata. Aquel entrenamiento le mostró que el cuerpo no era un límite, sino un territorio en construcción. Aprendió a fortalecer sus piernas y, de paso, su confianza.

Actualmente, su entrenadora es Sara Ordóñez, una guía emocional y técnica que le cambió el chip. “Una vez me dijo: ‘Es que usted puede correr a la velocidad que quiera, pero créasela. Usted también corre’”, comenta Sylvana. Esas palabras fueron clave para comprender que no hay tiempo perfecto ni cuerpo ideal, pero sí la posibilidad de trabajar en lo que se quiere.
A lo largo de su trayectoria como corredora, Sylvana ha afinado su intuición y ampliado su mirada sobre el running, dejando atrás la idea de que lo único importante es el resultado. No se mide por el tiempo ni los kilómetros. Sabe que correr es una práctica de autoconocimiento que toca el cuerpo, la mente y el corazón, y con cada paso reafirma que lo esencial no está en la meta, sino en disfrutar y sentir el recorrido. El running se ha convertido en esa herramienta que le ha servido para estructurarse, adquirir disciplina y demostrarle que con preparación y esfuerzo puede ser capaz de alcanzar logros; por ejemplo, crear su propia empresa de comunicación digital.

El soporte afectivo detrás de las pisadas

Cada entrenamiento y competencia de Sylvana no se da de forma aislada. Correr le es posible gracias a una familia que respalda sus pasos, incluso en medio de las exigencias cotidianas que conllevan su trabajo y la maternidad. “No quiero que me vean como la que puede con todo. Puedo porque tengo acuerdos, porque tengo una red. Yo no soy Wonder Woman”, afirma.

El equipo que ha formado con su esposo Alejandro y, de manera ocasional, con las abuelas de Agustín va más allá de la logística para que pueda correr; es una muestra de comprensión activa y apoyo incondicional en lo que le hace bien. Alejandro lo entiende. Cuando la ve inquieta tras varios días sin hacer running, casi como un león enjaulado, le dice con ternura: “Tienes que salir, te va a caer bien”. Sylvana lo relata con humor, pero también con lucidez: “Si no hago ejercicio, me voy chiflando un poquito”.

Sylvana no corre para huir, sino para mantenerse firme donde quiere estar.

Correr no es una distracción, es la práctica que le permite regular su ansiedad, organizar sus ideas y sostenerse en movimiento. Sylvana ha entendido que si ella no está bien, nada funciona. “Para poder cuidar, primero tengo que cuidarme”, dice. En ese principio de autocuidado descansa gran parte de su disciplina: no corre para huir, sino para mantenerse firme donde quiere estar.

Hoy, las medallas de sus competencias ya no están guardadas en una caja: las exhibe como pequeños monumentos; son testigos de cada paso, reto y emoción vivida. Esos recuerdos que le muestran cuál ha sido su recorrido y la fuerza con la que ha sabido cruzar la meta sin rendirse.