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 Hablar de sexualidad con tu hija

La educación sexual comienza en casa, sin eufemismos ni silencios

Hablar de educación sexual todavía genera silencios incómodos y risas nerviosas. A veces parece que seguimos esperando a que sea “otro” quien se encargue de explicar: el colegio, el pediatra, el ginecólogo. Pero la verdad es que la educación sexual empieza en casa, con conversaciones honestas y sin tabúes desde la infancia.

Con frecuencia, llegan niñas de 11 o 12 años a consulta simplemente porque les llegó la regla, como si eso fuera motivo de alarma.La menstruación no es una enfermedad ni requiere por sí sola una cita ginecológica. Para esas niñas, venir al ginecólogo sin ninguna información previa puede ser una experiencia traumática. Ya están enfrentando muchos cambios: les salió vello púbico, comenzaron a usar desodorante, tuvieron que aprender cómo ponerse una toalla higiénica… y de repente están en una consulta médica, con miedo. Mi trabajo es explicarles que estamos ahí para resolver dudas, no para invadir su intimidad. 

Solo es recomendable traer a una niña a consulta si tiene síntomas como flujo, picazón, dolor, sangrados irregulares o cualquier señal que preocupe. También si hay muchas dudas en casa y se necesita orientación profesional, o si ella está por iniciar su vida sexual y se quiere hablar de anticoncepción, higiene y prevención de infecciones. En esos casos, la consulta ginecológica puede convertirse en un espacio seguro para recibir información clara y libre de tabúes, sin que implique necesariamente un examen físico.

La menstruación debe ser motivo de admiración entre niños y niñas. Si un niño entiende que una mujer puede crear vida desde su cuerpo, la mirada hacia lo femenino cambia para siempre.

La educación sexual empieza antes de la adolescencia

La primera menstruación puede ser un momento confuso si no se ha hablado antes del tema. Lo ideal sería que antes de pasar por ahí la niña ya supiera qué es, para qué sirve la vagina, qué pasa cuando el cuerpo ovula. La educación sexual comienza con el conocimiento del cuerpo desde la infancia, cuando en la casa y en el colegio se nombra con claridad cada parte, sin eufemismos ni silencios: pene, vagina, senos, vulva, útero. Los niños y las niñas deben entender desde pequeños qué función tienen sus órganos, qué significa menstruar y cómo cambia el cuerpo al crecer.

A muchas nos tocó enterarnos de la menstruación el día que pasó, sin ninguna preparación. Eso no debería suceder. A los nueve años, por ejemplo, una niña ya debería saber que en cualquier momento puede empezar a menstruar. Y los niños también deberían entender qué implica ese proceso para sus compañeras. Que no sea motivo de burla, sino de admiración. Si un niño entiende que una mujer puede crear vida desde su cuerpo, la mirada hacia lo femenino cambia para siempre.

El rol del ginecólogo: orientar, no reemplazar

También a consulta llegan adolescentes que están por iniciar su vida sexual. Algunas aún no lo han hecho, pero ya quieren saber cómo cuidarse. Otras vienen porque sus madres, con toda la razón, quieren ofrecerles información y acompañamiento. Este es un espacio valioso. No se trata de examinar, sino de conversar. Hablamos de métodos anticonceptivos, de enfermedades de transmisión sexual, de autoestima, de cómo tomar decisiones con información y sin presión.

Muchas veces el temor de los padres es el embarazo, y tiene sentido. Pero el enfoque de la consulta no puede ser únicamente evitar que “la niña se embarace”. La prioridad es empoderarla para que se cuide integralmente. Cuando una adolescente entiende que, además de evitar el embarazo, el preservativo la protege de infecciones, puede decir con seguridad: “Si no hay condón, no hay relación”. Eso es una victoria.

El autocuidado también se extiende a hablar de temas como la higiene íntima. Muchas adolescentes llegan con un “kit ginecológico” lleno de productos innecesarios: jabones especiales, toallitas húmedas, desinfectantes, perfumes. Nada de eso se necesita. De hecho, muchas infecciones vienen de ahí. A veces basta con volver a lo básico: agua, jabón neutro y ropa interior de algodón. 

La educación sexual es una responsabilidad compartida

La educación sexual no se improvisa ni se delega. Es un proceso continuo que comienza en casa, se refuerza en el colegio y se profundiza en consulta. Aunque los médicos abordamos muchos de estos temas, la educación sexual no puede depender solo del ginecólogo, del pediatra o del médico general. Es una tarea compartida entre padres, colegios, la comunidad y el entorno familiar. No es solo decir “eso no se toca” o “nadie puede ver tu parte íntima”, sino explicar para qué sirve el cuerpo, qué pasa con la ovulación, qué significa menstruar, cómo se previenen el acoso y el abuso, qué implica una relación sexual y qué responsabilidades conlleva. 

La educación sexual no se trata solo de evitar riesgos: se trata de valorar el cuerpo, de saber que no todo lo que sentimos es “normal”, de entender que merecemos respeto, cuidado y placer. Y eso empieza por tener información. Porque cuando una mujer sabe, elige mejor. Y cuando una niña puede decir “no” con claridad, se está protegiendo de muchas cosas, incluso de las que todavía no sabe nombrar.

Este artículo hace parte de la edición 201 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.