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20 años de relación se acabaron, ahora estoy en las apps de citas

Ilustración
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Yo veía las apps de citas como plataformas para gente desesperada, incapaz de conectarse en la vida real. Ahora, a mis 46 años, después de separarme de una relación de dos décadas, entendí el mundo paralelo que son y lo poderosas que resultan.

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El 9 de julio de 2022 recibí una noticia inesperada. La que parecía ser una noche más de risas y conversaciones con amigas, terminó en un: “me quiero separar”. Mi entonces pareja, con quien llevaba 20 años de una relación monógama y con quien pensaba que pasaría el resto de mi vida, me estaba diciendo que lo nuestro se acababa en ese momento. No me pidió un tiempo, no me dijo “más adelante miramos” ni un “necesito pensarlo”, sino que expresó un categórico y a la vez compungido: “esto terminó”. 

Nada me hacía pensar que esto vendría. Teníamos una relación estable, cuidada, con peleas ocasionales, por supuesto, pero con un proyecto laboral conjunto y varios planes a futuro. Pero simplemente pasó. Finalmente todo fluye y nada es para siempre. Y mientras yo intentaba navegar las etapas del duelo – shock, negación, tristeza y aceptación – una amiga, que en octubre se iría a vivir a España, me dijo: “quiero dejarte una capacidad instalada”. Y acto seguido, instaló Bumble y Tinder en mi celular; de ñapa, además, me facilitó un entrenamiento intensivo para dummies de cada una. 

Acepté su propuesta sin pensar que un clavo saca otro clavo, sino con la certeza de que mi prioridad era vivir el duelo. También sabía que más temprano que tarde estaría de regreso al “mercado del usado” y que las aplicaciones de citas serían muy útiles en ese sentido, así que necesitaba empezar a familiarizarme con ellas. Me animaba la idea de que había conocido varias historias exitosas de parejas que se habían conocido en estas plataformas. 

El primer reto fue elegir las fotos con las que me “promocionaría”. Tenía claro que no quería acudir a las típicas “fotos trampa” o aquellas que uno ama, pero que tienen al menos 10 años y que uno editó con esfuerzo porque sale abrazado con alguien (aunque nunca se pudo eliminar la mano de esa persona en el hombro de uno). Por el contrario, quería fotos recientes y ojalá en un primerísimo primer plano para evitarme los “pero te veías muy distinta en las fotos” o “estás más repuestica que antes”. 

Una vez listo mi perfil con fotos, datos básicos como estatura, signo zodiacal, hobbies y una descripción general – que, pensándolo bien, parecía más de Linkedin que de una app de citas – me encontré con otro mundo, algo similar a cuando uno bucea por primera vez. Lo primero que noté es que mientras yo había escrito mi nombre completo e incluí hasta mi lugar de trabajo para facilitar la googleada y la stalkeada, la mayoría de mujeres opta por poner sus iniciales o acudir a sobrenombres como “la diabla”, “la más dulce” o “pétalos de amor”.

De hecho, Sofía, la primera persona con la que un match pasó a concretarse en una cita en carne y hueso, usaba en la aplicación el nombre de un licor. Aunque inicialmente pensé que ese era su nombre real, cuando hablamos supe que no y que no lo había elegido por ser su bebida favorita, sino por ser el nombre de la esposa del Rey Arturo. En todo caso, la noche en que hicimos match, me desvelé pensando cómo presentaría a mi familia y amigos a una mujer con nombre de licor. 

Ella, al igual que otros muchos matches, se identificaba como una mujer “heterosexual” que, curiosamente, buscaba mujeres. Pero, contrario a la primera persona con la que vi el “It’s a match” en pantalla y que me abordó con un: “Soy heterosexual, acabo de salir de una relación tóxica con un novio y quiero recuperar el tiempo perdido”, Sofía siempre habló de su “ex” sin asignarle ningún género. Y su interés por tomarme como su “conejillo de indias” lo expresó muy avanzada la conversación. 

Así que una de las primeras y más importantes conclusiones de lo que ha sido “la aventura Tinder y Bumble” es que en estas aplicaciones abundan las mujeres que se dicen “heterosexuales” pero que quieren salir con otras mujeres. También, que muchas de ellas eligen fotos “heteronormadas” o pensando en cómo les han enseñado que se atrae a los hombres (escotes pronunciados, fotos con poca ropa, de los glúteos…), así estén buscando mujeres. 

Por otro lado, hay muchos perfiles con fotos con gorro de invierno, tapabocas, guantes y gafas oscuras. Mejor dicho, aquellas donde la única alternativa para dar like es si a uno le llaman la atención sus manos (si salen) o su cuello (eso, cuando no llevan puesto una bufanda o un buzo cuello tortuga). Otro dato es que predominan los perfiles sin fotos sino con frases de superación estilo: "La próxima vez que te caigas, recuerda que siempre puedes volver a levantarte y seguir adelante". Dicho sea de paso, nunca olvidaré aquel perfil cuya descripción decía: “¿cómo andamos de ropita interior? Si te interesa, dame like y te envío el catálogo con la más reciente colección”. 

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Esto, por no hablar de otra oportunidad de negocio que rápidamente identifiqué: montar una asesoría integral y personalizada para fotos de apps de citas porque en muchas se ve de fondo una cama destendida, unas cortinas caídas, un enredo de cables al lado de un televisor y hasta los platos de varios días sin lavar acumulados en algún rincón de la habitación.

Con el tiempo también aprendí que las apps de citas siguen la lógica del “yo te descarto” y “tú me descartas". Ahora, las razones para que un match no resulte o para que la mayoría de conversaciones no prosperen ni una hora, casi nunca son explícitas. Todo queda en silencios y supuestos, así que una primera recomendación al decidir usarlas es no tomarse nada personal, sino entender que esa persona no estaba sincronizada con la búsqueda de uno o viceversa.

En mi caso, uno de mis primeros “descartes” fue porque yo quería saber su nombre completo y ocupación (sí, yo sé, casi como una entrevista de trabajo). Era mi manera de saber si quería o no invertirle tiempo y energía a esa conversación. Su respuesta fue: “¿qué es esto, un interrogatorio policiaco?”. Descartada. 

Uno de los matches que más recuerdo fue uno en el que rápidamente la persona me advirtió: “llevo cinco años en Tinder y no he conocido a nadie para tener una relación estable porque soy una persona muy difícil. Por ejemplo, odio la vida nocturna, los centros comerciales me parecen nidos de sanguijuelas y no me gustan las citas tradicionales sino conocernos, por ejemplo, comiendo merengón en el Neusa”... Ya me imaginaba yo con mi boca llena de crema preguntándole por su experiencia con los “nidos de sanguijuelas”. 

Pero volvamos a finales octubre de 2022, cuando tuvo lugar ese primer match que pasó de la virtualidad a una cita presencial, después de pasar por largas conversaciones por el chat de Bumble, de intercambiar generosos párrafos por WhatsApp, y de una conversación telefónica de más de seis horas. Después de esa primera cita, Sofía me escribió: “me encantó conocerte, quiero que sigamos saliendo”. Así, pasaron tres meses hasta que llegó una práctica nueva en mi vida, pero común en estas plataformas o en estos encuentros: el ghosting. Sofìa un día simplemente dejó de responder mis mensajes sin explicación alguna.

Ese mismo fin de semana en que Sofía me dejaría en visto, hice match con Mónica, la persona con la que saldría unos cuatro meses, quien inicialmente me dijo estar separada, cuando en realidad estaba en una relación abierta con su esposo (con quien llevaba 20 años de casada y tenía dos hijos menores de cinco años). Después de semanas entendí que Mónica en la vida real, y no en sus fantasías, estaba en una relación tóxica. Ella aprovechaba estas plataformas no tanto para buscar sexo u otras relaciones afectivas, sino para sentir compañía y tener nuevos contactos que pudieran apoyarla con su emprendimiento.   

Hace poco, en un viaje de trabajo, conocí a Susana, una mujer independiente, sin ganas de “experimentar” sino con el interés y la disponibilidad de tener una relación más estable y con quien la comunicación ha fluído… Hasta ahora.

En las aplicaciones de citas abundan las propuestas para hacer tríos, las personas cuyo placer es acumular matches sin interactuar con ellos, las que buscan el amor de su vida en el primer encuentro, las que sólo quieren sexo casual, las que buscan compañía o alguien que les pague la cuenta, las que quieren experimentar, las que quieren lucir sus fotos de piscina o partiendo la torta de cumpleaños… Y la buena noticia es que siempre hay oferta y demanda para todos los gustos. 

En esta experiencia he aprendido que, sin importar la búsqueda, estas aplicaciones son, ante todo, una prueba de paciencia y resistencia, algo similar a sentarse a pescar. Después de muchos likes y matches, de cerrar y de volver a abrir las aplicaciones, de conversaciones que no fluyen y de otras que van bien sólo por un tiempo, alguien termina por ajustarse a lo que uno busca y viceversa.  

 

*María Mercedes Acosta vive en Bogotá, es periodista y cofundadora de Sentiido.

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