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Soy una mamá no monógama

Soy una mamá no monógama

Ilustración
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Un hijo adolescente, dos novias y una pandemia. ¿Qué podría salir mal? Acá mi relato de  poliamor y otras dichas.

Mi hijo está sentado frente a la computadora jugando videojuegos con gente que está en otras casas. Plena pandemia. Una cabaña rural para dos está ocupada por cuatro personas, dos gatos y un perro. 

“Hola, te presento a una de las novias de mi mamá…sí, una de las novias, porque tiene dos …¿no conoces el poliamor?”

Antes de eso, la cabaña para dos nos acogía a P y a mí en una relación abierta. Teníamos acuerdos frente a la posibilidad de compartir eróticamente, y en algunas ocasiones también en lo afectivo, con otras personas. Esto no implicó necesariamente salir con muchas, o que todo fuera perfecto, pero sí consensuadamente dejar abierta esa posibilidad. La idea era construir día a día herramientas de cuidado a nuestra medida, para asumir a otra persona en nuestra relación en el momento en que sucediera. 

Muchas veces he escuchado que la no monogamia (que incluye relaciones abiertas, poliamor, anarquía relacional, swingers, etc.) es una fachada que esconde relaciones más ligeras, sin compromiso o responsabilidades. Puede que lo sea así para algunas personas, pero en nuestro caso, y específicamente para mí que ya llevaba un trecho andado, era la primera vez que experimentaba un vínculo tejido de manera tan fina y prolija. Claro, nos implicó muchas horas de conversación. Era un ejercicio de honestidad y confianza casi brutal: no es lo mismo hablar de los celos cuando vuelcas tu rabia en la otra persona porque está haciendo algo “prohibido”, a cuando la conversa se remite a tí y a tus inseguridades, porque finalmente la otra personas está actuando bajo lo acordado. Al embarcarme en la no monogamia cuestioné un montón de narrativas dignas de telenovela mexicana: si desea a otra persona es porque ya no me desea a mí, quiere estar con ella porque ella es más sexy que yo, más chévere que yo, más tesa que yo, más guapa que yo, más flaca que yo. Ahora, no es que en el poliamor desaparezcan estas inseguridades, pero si hay más posibilidades de gestionarlas alejadas de la traición y engaño. 

Después de encontrarnos en cierta estabilidad con P, llegamos a acuerdos. Por ejemplo, contarnos algunos detalles de los encuentros y vínculos con otras personas para calmar, en mi caso, la mente ansiosa (y también por el placer que esto me producía). Además, optamos porque esos encuentros se dieran, preferiblemente, en un “buen momento” entre las dos, intentando que cada experiencia fuera más un compartir que un confesionario. Paso seguido, con P queríamos conocer a alguien con quien relacionarnos de forma erótica. 

Cada una tenía sus vínculos, pero ninguno en común. Queríamos encontrar a una persona que nos gustara a las dos y nosotras a ella. Conocimos a M. A la semana del primer encuentro le pedimos que fuera nuestra novia, sucumbiendo totalmente a ese cóctel de dopamina, endorfina y éxtasis que viene con una nueva relación.  

P y yo nunca habíamos experimentado una trieja. M venía de una relación monógama, nuestros círculos sociales también lo eran. Nos lanzamos a esta aventura sin muchos referentes, empezamos a conocer otras experiencias en redes, algunas personas celebraban nuestro encuentro, otras nos miraban con recelo. Por supuesto que no faltó el comentario: “Yo no podría, si con una persona es difícil, ¿ahora con dos?” Hoy en día, después de lo vivido en mi trieja, contestaría: “Si conectar y amar a una persona es tan poderoso, ¡imagínate a dos, al mismo tiempo, y de manera consensuada!” 

Entrados algunos meses de nuestra triple aventura, llegó covid-19. Mi hijo de 14 años, que llevaba cuatro años viviendo con su padre, regresaba a vivir conmigo. Nos pareció una excelente idea irnos a vivir todes juntes. En medio de todo estábamos en un lugar y ante una situación privilegiada: vivir en el campo, paseos matutinos en medio de montañas, helechos y quebradas preciosas, huerto orgánico, dos novias, hijo adolescente de regreso, flores, gatos, perros, vacas, comida deliciosa, hedonismo en pleno. ¿Qué podría salir mal? 

Nuestra relación de tres transcurría y se enfrentaba a la pandemia: misma casa, misma cama, dinámicas cotidianas, acuerdos económicos, distribución de tareas, distribución del deseo, adolescente a bordo, todo 24/7. Sé que durante este tiempo no sólo las triejas estuvimos en aprietos, en general fue una época de quiebre para todas nuestras relaciones, más allá del tipo de vínculo. Nuestro proyecto civilizatorio empezó a tambalear. 

Pero vamos por partes. Primero, quiero decir que cualquier otra posibilidad imaginada para ese tiempo vivido se queda corta en risas, amor y placeres. Mis compañeras y compañero de viaje pandémicos fueron inigualables. Los días se nos fueron en disfrutar e hilvanar ese amor inédito, sorteando las tensiones globales de uno de los acontecimientos más intensos para nuestra historia humana reciente. Como bonus, reencontrarme con mi hijo, en su plena ebullición adolescente, fue importantísimo. Él, por su parte y sin entender muy bien la nueva aventura de su madre, fue nuestro mayor fan. 

Me acuerdo que durante ese tiempo tuvimos una entrevista virtual para el ingreso a un nuevo colegio para mi hijo. Le pidieron que me describiera y sin ningún filtro, con el tono de cuando se está diciendo algo muy importante, declaró: “Quiero decir que mi mamá es una mujer feminista, poliamorosa y que tiene dos novias que me quieren mucho”. Me quedé con una sonrisa chueca, nerviosa, con la expresión de quien ha quedado expuesta ante la cámara… Pensaba en que serían justo ese tipo de cosas las que omitiría en el contexto de una entrevista para conseguir un cupo escolar para mi hijo. Y sin embargo, él abrió el camino. Lo hizo orgulloso y me dio un regalo hermoso con su reconocimiento, más aún en un contexto que a menudo es hostil ante la diferencia. 

Después de un año y medio, siete meses viviendo juntas, decidimos no seguir más las tres. La tusa por una trieja da para otra columna. Fueron varias las razones. Comprendí que no es posible sentir exactamente lo mismo por varias personas, pues cada una representa un vínculo particular. Ahora esa comprensión es toda una potencia. En ese momento era todo un dilema. Sumado a esto, M nos pidió cerrar la relación (recuerden que con P veníamos de una relación abierta). No vimos inconveniente, pues al fin y al cabo ya éramos tres y la situación mundial también lo ameritaba. Sin embargo, esto cambió la identidad de nuestra trieja. De repente parecíamos más un vínculo romántico con exclusividad. Toda esa expansión del deseo y el amor que yo buscaba se alejaba. Llegó el día en el que ya no me sentía bien y así también llegó el momento de tomar decisiones. 

Seis meses después de nuestra separación de tres, P y yo decidimos darle fin a nuestro vínculo de pareja. Nuestra historia juntas sigue, la tejemos ahora desde la amistad y la intimidad que nos dejó lo vivido. Con M no hablo mucho pero cuando lo hacemos siempre nos reímos, el abrazo es profundo.

Actualmente, con 17 años, mi hijo sigue jugando videojuegos en línea y la conversación sobre su madre poliamorosa alimenta sus propios vínculos. Yo sigo construyendo relaciones no monógamas con todo y sus cuitas. Así aquella trieja haya terminado, el poliamor sigue siendo mi manera de cuestionar el sistema y de buscarle la fuga. Quiero seguir renovando los acuerdos, los límites y lo que quiero y puedo dar en las relaciones, más allá del ABC instaurado. No creo que sea el únicocamino, pero sí el que a mí me ha funcionado y en el que me sostengo. Habito la contradicción como potencia.

Luna Tobón Valencia

Luna Tobón Valencia es una profunda relacional empedernida. Hija de poeta, orgullosamente mala madre, enamorada de sus amigas, del agua, las montañas y la música. (Indi)Gestora Cultural y Comunicativa.