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MAMU en Bogotá

Un recorrido por 'Paraísos y jardines', la exposición del MAMU en Bogotá

Fotografía
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De la mano de Luis Fernando Ramírez Celis, curador de la exposición Paraísos y jardines, la autora recorrió esta exposición de 147 obras que reflejan la relación del arte con la naturaleza desde el siglo XVII hasta hoy y conversó con algunos de los artistas contemporáneos que hacen parte de la muestra.

“Cada vez hay más vida cultural en Bogotá y eso apaga nuestras tristezas”, escribió Sandro Romero Rey en una de las reflexiones que publica con frecuencia en su cuenta de Facebook. Leerlo siempre es un placer. En otro texto, sobre la ópera de La vorágine dirigida por Pedro Salazar, decía: “El resultado es una nueva experiencia: no estamos ni en el Casanare ni en el Amazonas, como no lo estamos cuando leemos la novela de José Eustasio Rivera. No obstante, sí estamos viviendo una nueva aventura. La aventura de la creación artística produce profundas emociones, no solo en sus intérpretes, sino en los que hemos optado por escoger la profesión de espectadores como un complemento sensible en nuestra efímera aventura de la existencia”.

Sandro se refería a una puesta en escena en el Teatro Colón, pero sucede lo mismo en Paraísos y jardines, la exposición que presenta el Museo de Arte Miguel Urrutia (MAMU) hasta el 14 de julio en Bogotá. En este caso, los intérpretes son los artistas plásticos cuyas 147 obras han sido seleccionadas por el curador Luis Fernando Ramírez Celis para entablar un diálogo en cuatro capítulos, todos atravesados por un tema común: la naturaleza y la domesticación sobre ella. 

Aunque por certeza algunas obras evocan la región del Catatumbo, La Chorrera o el Edén bíblico, la experiencia de recorrer esta muestra es distinta para cada espectador, porque de manera intrínseca e individual uno se estará cuestionando su propia relación con la naturaleza.

Un viaje a través del arte

Luis Fernando lleva 26 años trabajando en la Red Cultural del Banco de la República. Empezó como museógrafo, aplicando sus conocimientos de arquitectura en el diseño de espacios, producción de exposiciones y manejo de las obras para ponerlas en escena. En 2011 pasó al departamento de curaduría y, a partir de una pintura de Brueghel el Joven (que perfectamente podría estar en Museo del Prado de Madrid), concibió la idea de llevar a distintas sedes nacionales los hitos de la colección de arte del banco que no habían salido de Bogotá.

Adán y Eva en el Jardín del Edén, un óleo sobre madera del siglo XVII, fue el punto de partida de la primera exposición de Paraísos y jardines, inaugurada en 2022 con 80 obras en el Museo del Oro Quimbaya, en Armenia. A ese conjunto heterogéneo de piezas de diferentes periodos históricos y técnicas, desde pintura hasta vídeo, se han sumado nuevas adquisiciones del acervo del banco para enriquecer la experiencia del visitante en el tercer piso del MAMU.

Todo comenzó por el fin

Recordé el título de la película de Luis Ospina cuando, tras subir las escaleras del museo y antes de entrar a la exposición, me encontré con Cementerio. Jardín vertical. Esta obra de María Fernanda Cardoso, que dibuja con discreción en lápiz sobre la pared blanca el contorno de una serie de lápidas, es un ensamblaje de 12 metros de lirios blancos de plástico: un memento mori instalado como punto final de la muestra. Pero al ser el recorrido cíclico, como la vida, fue inevitable comenzar por el final. 

El primer capítulo, Utopías, aborda la representación del jardín como espacio idealizado. Allí, un jardinero neogranadino representa al artífice de esos espacios delimitados que de alguna manera comparten ideas con el célebre libro de Tomás Moro, como una isla independiente en la que se construyen mundos imaginados. Las obras más antiguas de esta sección, pintadas por Jan van Kessel el Viejo (sobrino y discípulo Brueghel el Joven) cerca de 1650, son imágenes que se ubican entre el paisaje y el jardín, una lectura de colonización en la confluencia de mundos de los que resultan animales fantásticos y reales. 

Al costado, los elementos de una litografía de Álvaro Barrios flotan en un espacio sin gravedad. Los anillos de Júpiter son pétalos de rosas y una agrupación de manzanas siguen en orden una ruta como si tuvieran conciencia. “Casi todas mis obras no son en el planeta tierra. Mis figuras humanas nunca han sido realistas, no corresponden a personas terrenales. Son seres de otra dimensión, como de la mitología griega”, explica Barrios, también artífice de una serigrafía en la que dioses del Olimpo juegan a la pelota con la luna mientras una serpiente que se arrastra en el prado de un jardín onírico sujeta una manzana roja con los dientes. Se trata de un símbolo de la cosmogonía judeocristiana que introduce a la siguiente sala: Edén.

El paraíso terrenal y sus contrastes

Las hormigas arrieras que Miguel Ángel Rojas sacó a la luz en 1996, y que el próximo año estarán exhibidas en la retrospectiva del artista que presentará el Museo Reina Sofía de Madrid, atraviesan los muros de la sala. Broadway es el título de esta obra que se refiere al narcotráfico, al consumo en las ciudades del primer mundo y a las migraciones latinoamericanas hacia los Estados Unidos. “Los insectos trazan caminos como si de la selva se tratara, cargando uno de sus frutos ancestrales más preciados por las culturas de estas regiones: la hoja de coca”, apunta Luis Fernando.

En el capítulo Edén, como en la totalidad de la exposición, conviven “obras distantes en cuanto a su origen cultural, geográfico y temporal, pero relacionadas por el eje que traza esta sala: la idea de un jardín primigenio, virgen y originario”, explica el curador. La mencionada pintura de Brueghel el Joven, Adán y Eva en el Jardín del Edén, entabla narrativas con las ideas de paraíso del artista primitivista Noé León, la representación del Dios vegetal según Emma Reyes y 12 acuarelas en las que Abel Rodríguez -conocido como el nombrador de las plantas- manifiesta su exhaustivo conocimiento ancestral del ecosistema del bosque amazónico.

Después de pasar por The End, obra en la que María Isabel Rueda cierra con un muro de ladrillo un jardín originario en el que ya impera la dualidad, el recorrido conduce a Panorama Catatumbo, una instalación de Nohemí Pérez que me produjo una de esas profundas emociones de las que habla Sandro. Una sensación como la que me invadió al pasar las páginas de La vorágine, en las que la belleza de los vuelos poéticos de Arturo Cova colinda con la denuncia a la barbarie de crímenes que avergüenzan a la especie humana. 

“Es la historia nuestra de Colombia, y no me refiero solo a nosotros los que la habitamos como humanos, sino la historia de la naturaleza, de todo lo que significa el país, porque los árboles y los ríos hacen parte de Colombia y son organismos vivos. Y se nos olvida. Siempre los hemos visto como un telón de fondo y no es así. La naturaleza también ha sido víctima en toda la historia de violencia que hemos tenido. Cuando dibujo la selva me interesa que el espectador reconozca a un ser vivo que tiene derechos”, explica Nohemí, quien materializa con el carboncillo la estampida de la guerra.

Un recorrido por la historia del jardín

Desde los claustros medievales, diseñados para el recogimiento religioso con patios y solares orientados al cielo —pues, según el catolicismo, el paraíso no pertenece al mundo terrenal—, hasta la evolución de los parques públicos en la modernidad, la representación del jardín ha sido un reflejo de la relación entre el ser humano y la naturaleza. Esta historia se entrelaza en la exposición con la obra de artistas como Juan Cárdenas, Sergio Trujillo Magnenat y Luis Roldán, así como con la taxonomía de plantas artificiales de Alberto Baraya y la aproximación conceptualista de Antonio Caro.

En cada sala aparecen tesoros de la colección del banco que plantean diferentes visiones de la naturaleza a lo largo de la reciente historia del arte. La pintura abstracta de Roldán, con una notoria influencia impresionista de Andrés de Santa María, es una especie de percepción de la luz y de los colores mientras que al otro lado de la sala dialogan obras de autores que se han interesado por la botánica, la entomología y el impacto cultural de las plantas, estableciendo así un diálogo entre la ciencia, el arte y la percepción del mundo natural.

El jardín florido

“El recorrido circular de la exposición cierra con un conjunto de obras que relacionan el jardín, el uso de sus flores y la simbología de sus elementos con la muerte y la idea del paraíso prometido”, concluye Luis Fernando. En este cierre, un grupo de bodegones resalta el virtuosismo del claroscuro y la captura del momento más espléndido de una rosa. Una de estas piezas, un anónimo atribuido al círculo de Jan Van Huysum, me llevó a pensar sobre la caducidad de la vida. Esta obra, realizada durante el siglo XVIII en algún lugar de los Países Bajos, despertó en mí una de esas emociones profundas de las que habla Sandro. Al final, soy de esos espectadores que han elegido el arte como un refugio sensible en nuestra efímera aventura por la existencia.

Paraísos y jardines

Museo de Arte Miguel Urrutia
Hasta el 14 de julio de 2025 | Sala de exposiciones temporales (piso 3)
Entrada libre
Calle 11 No. 4-21, Bogotá
Consulte aquí el cronograma de actividades y visitas guiadas en torno a la exposición Paraísos y jardines.

Gloria González / Cortesía Banrepcultural

Soraya Yamhure Jesurun

Periodista y actriz. Colaboradora frecuente de Bienestar Colsanitas y Bacánika.