Es una de las artistas más queridas y versátiles de Colombia. Actriz, presentadora y educadora especial, ha construido una trayectoria que abarca el teatro y la televisión, dejando una huella en el entretenimiento del país. Su carisma y talento la hacen un rostro familiar para varias generaciones.
Se define como una mujer inquieta y curiosa. Desde joven supo que el arte era su camino. La actuación le permitió contar historias y la televisión la acercó al público de una manera cálida y auténtica. Con el tiempo, descubrió otra forma de expresión: el arte de los mandalas, una herramienta de meditación y conexión con su mundo interior.
Fuera de los escenarios, Yaneth Waldman ha cultivado múltiples pasiones. Su amor por la enseñanza la llevó a formarse como educadora especial y a trabajar con niños con discapacidad, una vocación que considera una de las más significativas en su vida. Además, su fascinación por el arte y el bienestar la inspiró a crear Waldmandalas, una colección de libros que fusiona creatividad y sanación a través del color.
Actualmente, está en temporada con la comedia No al dinero, escrita por Flavia Coste y dirigida por Andrés Caballero, en el Teatro Nacional de la Calle 71. También presenta sus monólogos No nací para sufrir y No solo la fe mueve montañas, en los que combina su característico humor con reflexiones sobre la vida, la fe y el crecimiento personal.
En esta conversación, la bogotana nos habla sobre su trayectoria, su arte y el mensaje que quiere dejar en el mundo.

¿Cómo empezó su relación con los mandalas?
Descubrí los mandalas hace décadas buscando formas de manejar el estrés. Me sorprendió lo terapéutico que era elegir colores y seguir patrones geométricos. Me ayudó a conectar con mi creatividad y encontrar calma. Hoy es parte de mi rutina y una herramienta accesible para cualquiera que busque paz. Bastan cinco o diez minutos al día: por la mañana para energizarse o por la noche para relajarse.
A lo largo de su carrera ha explorado diferentes facetas del arte. ¿Cómo encuentra el equilibrio entre su vida profesional y personal?
Es un reto, pero he aprendido a encontrar ese balance con los años. Cuando mis hijos eran pequeños, mi prioridad era estar con ellos, acomodaba mi carrera para no perderme esos momentos esenciales. Sin embargo, también me permito disfrutar de mi trabajo sin culpa, porque he entendido que el equilibrio no es una fórmula rígida, sino una construcción diaria. No se trata de dividir el tiempo en partes iguales, sino de estar presente con todo el corazón donde realmente importa. He aprendido a decir no cuando algo me saca de mi eje y a darme espacios para mí. Antes vivía con la ansiedad de la televisión, con una agenda apretada que no me dejaba respirar. Ahora disfruto más el presente, la familia y mis pasatiempos.
¿Cómo integra el bienestar en su vida diaria?
Para mí, el bienestar es estar en paz con lo que soy. Me rodeo de lo que me hace bien: colorear, bailar, la música y la naturaleza. No tengo fórmulas mágicas, pero sí creo en la importancia de escucharse y hacer cosas que nutran el alma. Muchas veces ponemos las necesidades de los demás por encima de las nuestras, pero el bienestar empieza cuando nos damos permiso de disfrutar la vida sin remordimientos.

Gran parte de su trayectoria ha estado ligada al trabajo con niños. ¿Qué ha significado para usted esta conexión con la infancia?
Es una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida. Como educadora especial y como artista he tenido la oportunidad de aprender de los niños mucho más de lo que yo les enseño. Su capacidad de adaptación, su ternura, su forma de ver la vida sin filtros ni prejuicios es algo que me conmueve profundamente. Me han enseñado que el amor y la paciencia pueden transformar vidas.
Es una persona de fe. ¿Cómo influye eso en su vida diaria?
Mi fe es mi brújula. Creo en el amor, en la bondad, en el poder de hacer el bien. Me levanto cada día con la intención de servir, de aportar algo positivo al mundo, ya sea con una palabra amable, una sonrisa o mi arte. Para mí, la espiritualidad no es solo creer, sino actuar en coherencia con esos principios.

“La belleza más poderosa nace de cómo te sientes contigo misma, de cómo te hablas y te cuidas”.
¿Cómo maneja los desafíos en su vida?
¡Con humor y con amor! Creo que la vida es un aprendizaje constante y, aunque hay momentos duros, siempre trato de ver el lado positivo. No me quedo en la queja ni en el drama, prefiero buscar soluciones y enfocarme en lo que sí puedo cambiar. Apoyarme en mi fe ha sido fundamental, porque me da fuerzas para seguir adelante, pero también en mi familia y en las personas que me rodean. Un abrazo, una palabra de aliento o una risa recuerdan que todo pasa. Todo depende de cómo decidamos afrontar lo que nos pasa: podemos quedarnos atrapados en la dificultad o usarla como un trampolín para crecer y transformarnos.
¿Qué significa para usted el autocuidado?
El verdadero autocuidado no es solo lo que aplicamos en la piel, sino lo que nos decimos, lo que permitimos y lo que elegimos para nuestra vida. Nos han hecho creer que cuidarnos es ponernos cremas, maquillarnos o seguir una rutina estética, pero en realidad es poner límites, rodearnos de personas que nos sumen, alimentar nuestro cuerpo con cosas que nos nutran, descansar cuando lo necesitamos y hablar con amor de nosotros mismos. Yo creo que la belleza empieza en la forma en la que nos tratamos a diario, en cómo nos respetamos y en la paz con la que vivimos. Cuando una persona está bien consigo misma, se nota en su energía, en su mirada, en su manera de caminar por el mundo.

Después de décadas en el entretenimiento, ¿cómo ve la belleza hoy?
Crecí creyendo que debía encajar en estándares y que el espejo era un juez; la belleza estaba ligada a la aprobación de los demás. Con el tiempo, entendí que la verdadera belleza no está en cumplir expectativas, sino en sentirse bien con una misma. Hoy me cuido porque me quiero, no por obligación. Envejezco con amor, celebro mis líneas de expresión y abrazo los cambios. La belleza, al final, es el reflejo del amor propio: cuando una mujer se siente bien consigo misma, brilla sin importar la edad ni los cánones.
¿Qué es lo más valioso que ha aprendido sobre el amor propio?
Que no es ego, sino respeto por una misma. A menudo, se confunde con arrogancia, pero en realidad es un acto de humildad: mirarse con compasión, perdonarse los errores y reconocer los propios logros sin minimizarlos. El amor propio es decir no sin culpa, darse tiempo, proteger la energía y hablarse con amabilidad. Y lo más valioso es que, cuando una se trata con amor, también aprende a ofrecerlo de una manera más genuina a los demás.
“Me levanto cada día con la intención de servir, de aportar algo positivo al mundo, ya sea con una palabra amable, una sonrisa o mi arte”.
¿Cómo logra mantenerse fiel a sí misma en un medio con tanta presión?
Algo que tengo claro es que no puedo vivir para complacer a los demás. Ser auténtica significa que no le gustarás a todo el mundo, y está bien. No necesito encajar en expectativas ajenas ni fingir ser alguien que no soy. Me visto como quiero, hablo como soy y no temo mostrarme tal cual. La mayor libertad es ser uno mismo sin pedir permiso.
¿Cuál es su mayor ritual o mantra sobre la belleza?
No buscar validación ni en el espejo ni en la opinión de los demás. La belleza más poderosa nace de cómo te sientes contigo misma, de cómo te hablas y te cuidas. No se trata de ocultar lo que eres, sino de abrazarlo. Cuando te sientes bien contigo, eso se refleja en la mirada, en la manera de moverte, en la energía que transmites. La confianza es, sin duda, el mejor accesorio.
Este artículo hace parte de la edición 199 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.


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