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Flavia Dos Santos

“Sanar también es un acto colectivo”: Flavia Dos Santos

La psicóloga y sexóloga Flavia Dos Santos relata su experiencia como paciente en remisión de cáncer y lupus. Desde las salas de espera hasta los pasillos del hospital, descubrió que sanar no solo implica el cuerpo, sino también el alma, y que compartir el proceso con otros puede ser una poderosa forma de alivio.

Cuando nos enfrentamos a una enfermedad como el cáncer solemos pensar que nuestro cuerpo es una máquina que necesita reparación, como si bastara con ajustar lo dañado para que todo vuelva a funcionar. Sin embargo, al recibir un diagnóstico tan desafiante, pronto entendemos que no se trata solo de cirugías, medicamentos y citas médicas. Sanar es mucho más que eso. Es un proceso profundo, emocional y, muchas veces, el alma también necesita ser tratada. En mi experiencia, especialmente durante los tratamientos largos y dolorosos, como la radioterapia, compartir tiempo con otras personas que estaban pasando por lo mismo se convirtió en un refugio invaluable. En las salas de espera, en los pasillos del hospital o, incluso, en los pequeños momentos entre turnos médicos encontré personas con las que no hacía falta explicar mucho para sentirme comprendida. En un mundo donde hablar de enfermedad sigue siendo un tabú, encontrar a alguien que te entienda sin necesidad de palabras es un alivio profundo.

A menudo, entre pacientes compartimos consejos prácticos sobre cómo lidiar con los efectos del tratamiento: cómo calmar la piel irritada con cristales de sábila, qué ropa facilita los movimientos después de una cirugía, cómo hablar con los hijos sobre la enfermedad, pero lo más importante son los vínculos emocionales que se crean. Aparecen las alianzas que nos dan fuerza, las sonrisas compartidas en medio del cansancio, la certeza de que el miedo no es solo mío. Estar acompañada en el tratamiento me permitió dejar de sentirme solo “paciente” y volver a sentirme “persona”. Y ese cambio lo transforma todo.

Pero el apoyo no siempre tiene que ver con compartir palabras o sentimientos profundos. A veces, el simple acto de tener a alguien para acudir a una cita médica, o que se encargue de las tareas cotidianas mientras pasamos por el proceso de tratamiento, tiene un valor enorme. Con esos pequeños gestos se construye la red de apoyo más sólida y fundamental. Esa red nos mantiene firmes y nos da la fuerza para seguir. Y cuando nos rodeamos de personas que nos apoyan, no solo estamos sanando, también les damos a ellos la oportunidad de crecer y aprender junto a nosotros. Es una energía que se retroalimenta: nos fortalecemos mutuamente.

La sanación no es un proceso solamente individual. Aunque tengamos la mejor actitud, hay momentos en los que necesitamos un apoyo que nos diga: ´Estoy aquí, vamos juntas’.

A lo largo de mi proceso me di cuenta de cómo el sistema médico y el lenguaje usado en él pueden deshumanizar. A menudo, las personas dejan de ser individuos y se convierten en “casos”, “estadísticas” o “protocolos”. En los hospitales, no es raro que se hable de “la paciente de la 303” o de “un cáncer de mama estadio 1”. Incluso los discursos de ánimo caen en palabras como “lucha”, “sobreviviente” o “batalla”, como si quienes fallecen durante el tratamiento no hubieran dado lo suficiente. Y no. Nadie debe reducirse a una categoría ni a un resultado. La enfermedad es una situación vital compleja, que debe vivirse con respeto y humanidad.

Por eso es tan necesario abrir espacios para hablar, para compartir lo que sentimos. Para decir “tengo miedo”, “no sé cómo contarle a mis hijos”, “necesito ayuda”. Hablar con otras personas que han vivido lo mismo no solo hace el proceso más llevadero, también ayuda a darle un nuevo significado a todo. Después del shock, la rabia, la negación y la culpa llega la aceptación, y, con ella, una forma diferente de ver el cuerpo, la salud, la vida y las relaciones.

Sanar, finalmente, es un acto colectivo. Hablar, compartir, escuchar y ser escuchada también son parte del proceso. Reconocer que la enfermedad no se vive en soledad y que quienes nos rodean —ya sean médicos, familiares, amigos o incluso otros pacientes— pueden sostenernos nos permite atravesar este camino con un poco más de alivio y fuerza. Y, al final, cuando compartimos nuestra vulnerabilidad, todos crecemos. Sanar no es solo una lucha personal. Es una experiencia colectiva, un proceso que nos involucra a todos.

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