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Nuevas niñas Disney

Las más recientes películas de Disney ponen el foco en el tránsito hacia la adolescencia, y nos muestran mujeres que quieren construir su propia historia. Una revolución de hormonas y de amor propio que rompe moldes de perfección y los cambia por los de la autenticidad. 

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Disney sigue sorprendiéndome con películas en sintonía con la revolución actual de las mujeres. Las dos últimas, protagonizadas por niñas, tratan temas que siguen sentando las bases de liberación de las más jóvenes y están llenas de guiños en clave feminista. 

Me refiero a Encanto, que, con un gran éxito en taquilla y ganadora del Óscar a Mejor Película Animada, trae una imagen refrescante de las mujeres colombianas; y a Turning Red, su último estreno firmado por Pixar, que ya empieza a convertirse en un hito de la animación en cuanto a temas de género.  

Y esto, justo en medio de las críticas por parte de colectivos LGBTIQ a la compañía, por patrocinar a algunos de los legisladores que promovieron la ley conocida como “Don’t say gay” en Florida, que prohíbe la enseñanza sobre diversidad sexual y género en las escuelas antes de tercer grado. Esta discusión en la que ha estado sumida Disney sigue en curso, y las conclusiones aún son difíciles de precisar, mucho menos sus repercusiones. 

Por ahora, concentrémonos en lo que tienen para decirnos las dos películas recientes sobre ser mujer en los tiempos que corren.

La chispa de la rebeldía

En Encanto hay dos presencias femeninas clave: Alma, la abuela severa que se encarga de tutelar los dones de la familia Madrigal, y Mirabel, una jovencita de 15 años que quiere escapar a los clichés del matrimonio porque tiene otros sueños. En la historia, es ella la que termina cuestionando las decisiones de la abuela y las injusticias que ha cometido en nombre de preservar los valores que representan a la familia. 

¿Qué hay detrás de la figura de esa matrona sobre la que recae la supervivencia de su estirpe? Y ¿cómo esas maneras de criar tan estrictas en ocasiones parecieran ser las culpables de que nuestros verdaderos anhelos y potenciales queden desdibujados? Es la misma que exige a su descendencia perseguir el progreso y la prosperidad, y que parece incapaz de conectar con aquello que está en el corazón de cada uno: la idea sobre cómo vivir una buena vida proviene solo de ella, y sobre todo, no queda espacio para la vulnerabilidad: llorar es un lujo que no conviene darse.

Mientras tanto, en Red nos encontramos con Mei Lee, una aplicada niña chino-canadiense de 13 años que un día descubre que sus emociones hacen que se convierta en un enorme panda rojo. Los problemas llegan cuando su madre, Ming, le explica que se trata de una maldición familiar y que para solucionarlo deben hacer un ritual durante la noche de la Luna Roja.

La llegada del panda revoluciona la vida de Mei Lee. La niña ha hecho grandes esfuerzos para complacer a su exigente mamá, que celebra cada uno de los logros y buenas notas mientras le pronostica un futuro brillante como alta funcionaria de alguna organización internacional. La película gira en torno a las aventuras que vive junto a sus amigas, los primeros coqueteos, las escapadas y el plan que dará paso a su entrada triunfante en la adolescencia: ir al concierto de su banda favorita de pop, 4 Town

A lo largo de la trama, Mei Lee va descubriendo que su transformación no le disgusta tanto como su madre quiere hacerle ver, y más bien se va adaptando con agrado a esa tormenta que empieza a desatarse en su interior. Con diálogos inteligentes y divertidos, asistimos a una representación hermosa de la pubertad, y lo que significa ser mujer en medio de una crianza agobiada por las prohibiciones y el peso de la tradición. Pero también con el enamoramiento, las fiestas y la rebeldía propia de esta etapa de la vida. La posibilidad de reconciliarse con la imperfección que su madre y su abuela no le permiten. 

ENCANTO CUERPO

En la historia de Mei Lee la amistad tiene un papel fundamental. La protagonista encuentra en sus amigas Miriam, Abby y Priya la posibilidad de ser ella misma sin esconderse ni avergonzarse. A su lado, Mei Lee comprende que hay asuntos que quizás no quieres tratar con tus padres, y es posible que haya secretos que comiencen a alojarse en el corazón sin que eso represente una traición a los mayores. También se acerca a la idea de la identidad, y a la menstruación: la cinta rompe con el tabú de no hablar sobre el síndrome premenstrual y la higiene femenina, y no voy a contar aquí de qué manera lo hace para no hacer más spoilers. Por lo pronto dejo las palabras de Sandra Oh, la actriz que encarna a Ming, la madre sobreprotectora: “Ey, todas las chicas tienen el periodo. Así que vamos a normalizarlo ¡y celebrarlo!”. 

Todo en un torbellino confuso y alborotado de hormonas que hacen que mamá e hija hagan cortocircuito, pero a la vez, intuyendo que no hay fórmulas: cada madre debe encontrar con sus hijas la manera de solucionarlo. Siri Hustvedt lo explica así en su libro Vivir, pensar, mirar: “Los hijos deben escapar de sus madres y las madres deben dejarlos marchar y esa separación puede llegar a ser un largo tira y afloja. Todas las culturas buscan organizar los misterios de la maternidad: menstruación, embarazo, nacimiento y separación, la iniciación a la vida adulta. Los tabúes, rituales y relatos crean los marcos para entender la experiencia humana, distinguiendo una cosa de otra y creando un orden comprensible”. 

La mesa familiar

En ambas películas aparece la comida y la mesa como ese lugar en el que se echan raíces. En Encanto vemos las arepas, los buñuelos, el ajiaco y las macetas, los dulces típicos del Valle del Cauca. En Red vemos al padre en la cocina y en la mesa, sirviendo con cuidado platos de fideos con verduras y los infaltables dumplings; a la madre preparando esa lonchera que después será una extensión del afecto fuera de casa. La comida como una forma de cuidado y de tejido social. “En las culturas asiáticas, y en muchas otras culturas, la comida es el lenguaje universal del amor”, dice Domee Shi, la directora de la película. 

En Encanto la abuela representa la tradición, es la figura conservadora que se niega a confiar en aquello que desafía sus creencias; en el fondo, actúa llevada por el miedo. Mirabel es el aire fresco, esa figura joven que no está dispuesta a adoptar las posturas que se esperan de ella, que no quiere sacrificar su futuro por complacer a nadie. 

Ésta pareciera ser también la metáfora de los tiempos que corren, de la convivencia —no sin tensión— entre esas visiones del mundo, y el fuego que parece haberse encendido en los corazones de las más jóvenes: mujeres a las que ya no les alcanza con el relato de la princesa que se casa con su príncipe azul y es feliz para siempre. Ahora esos sueños tienen cara de liderazgo, formación, aprendizaje, amistad, pero sobre todo, libertad. 

Mirabel es insegura, duda, se cuestiona todo lo que se supone que no le permite el mandato viril de su abuela. Tampoco encaja en la idea de mujercita coqueta y complaciente y, como si fuera poco, no ha sido bendecida con un don, pero es justo esta aparente vulnerabilidad la que nos deja apreciar su humanidad, la idea de que no hay nada malo ni fallido en ella. “La búsqueda de Mirabel es nuestra propia búsqueda de autovalía y autoaceptación”, dice Alejandra Espinosa, asesora cultural de la película, y quien también, como Domee Shi, hace parte de una generación de mujeres que nacieron en la década de los noventa, y sintieron con fuerza la presión social por ser unas niñas a la altura de las expectativas. En ambas películas las protagonistas expresan la sospecha con la que han crecido: que no son lo suficientemente valiosas a los ojos de sus madres y abuelas. Mujeres a las que ¿qué duda cabe? les importa mucho el qué dirán.

Al final triunfa la compasión. Podríamos decir que Mirabel es una rebelde que no se queda callada ante la injusticia. De hecho, es la que se pregunta por su tío, la que finalmente lo rescata de su ostracismo. Es la que no tuvo miedo de hablar sobre lo que nadie hablaba: “No se habla de Bruno”, como canta mi hija de doce años por toda la casa.

Después de aterrorizarse con el panda rojo que vive en su interior, Mei Lee es capaz de mirarlo a los ojos y reconocerse. Entender que la rabia, las lágrimas, la frustración y el enojo no son sus enemigos, que están ahí para enseñarle algo. Que los gritos y las pataletas de esos momentos en los que hemos querido desaparecer también merecen un lugar en quienes somos, que no hay que tener vergüenza por ser diferentes, por sentir curiosidad frente al deseo. Que solamente conociéndonos podremos llegar a desarrollar todo nuestro potencial. Mei y Mirabel son las dueñas de su destino. 

 

*Escritora y cocinera de Medellín. 

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Manuela Lopera

Escritora y cocinera