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Bienestar Colsanitas

Terapias con hongos: un camino en busca de evidencia

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La guerra contra las drogas sepultó la investigación acerca del potencial de las sustancias psicodélicas en la psiquiatría. Ahora que los científicos han retomado el interés, miles de personas recurren a ellas en busca de respuestas para su salud mental que no encuentran en otras terapias.

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Una amiga muy cercana, que ha atravesado unos momentos tempestuosos, decidió buscar refugio emocional y psicológico en un tratamiento con microdosis de hongos. Cuando le pregunté por la experiencia me reenvió un mensaje que ha compartido con quienes la han buscado con la misma curiosidad:

“Yo recibí tres recomendaciones para empezar las microdosis”, comenzaba el mensaje que seguía así: 

“Establecer una intención. Algunas personas dicen incluso que es más importante la intención que la microdosis. Yo tenía claro que la alegría de vivir era mi principal intención.

Seguir de manera muy juiciosa las recomendaciones: tomar solo una cápsula el lunes y otra el jueves. Tomarla temprano en la mañana. 

Hacer seguimiento y monitoreo: para esto recomiendan mantener un diario. Este paso es súper importante porque te permite saber qué vas sintiendo cada día”. 

Como ella, miles de personas están aventurándose por estos prometedores pero todavía inciertos caminos terapéuticos. Podcasts, libros, artículos de prensa y hasta una serie en Netflix titulada Cómo cambiar tu mente han expandido el interés por los efectos medicinales de las sustancias psicodélicas y, obviamente, también por sus usos recreativos y en prácticas espirituales. 

La terapia con microdosis o dosis subterapéutica de psilocibina (sustancia extraída de los hongos Psilocybe)  o con LSD (extraído del hongo Claviceps), consiste en ingerir una cantidad lo suficientemente baja para evadir efectos como las alucinaciones, pero al mismo tiempo obtener algunos de sus potenciales beneficios como modular estados de ánimo y mejorar la capacidad de concentración. Al menos eso argumentan sus defensores. Mientras una dosis para uso recreacional de LSD está por encima de 100 microgramos, una microdosis ronda los 10 microgramos. Hasta ahora sabemos que son sustancias farmacológicamente bastante seguras: nunca se ha reportado una muerte por LSD y para tener un infarto sería necesario ingerir unos 11.600 microgramos.

Terapias con hongos

Michael Pollan, autor del libro que inspiró la serie de Netflix, escribía que “después de varias décadas de represión y abandono, los psicodélicos están teniendo un renacimiento”. Este renacimiento, del que hacen parte las microdosis pero también las dosis altas para tratar depresión, ansiedad, trauma y adicciones, habría que situarlo en el 2006. Según Pollan, ese año concurrieron tres eventos que marcaron un cambio de perspectiva. 

El primer evento ocurrió en Suiza, donde se celebró el cumpleaños 100 del longevo Albert Hoffman, el científico suizo que en 1958, trabajando para el laboratorio Sandoz, sintetizó el LSD. Allí se reunieron científicos y admiradores para revitalizar su uso terapéutico.

El otro evento tuvo como escenario la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos cuando autorizó la importación y uso del yagé o ayahuasca como parte de ceremonias rituales. Una decisión que despojó el estigma judicial  sobre los psicodélicos. En pocas palabras, la corte abrió la puerta a la “libertad cognitiva”. Una puerta que en 1970 había clausurado el presidente Richard Nixon cuando firmó la Controlled Substances Act, que declaró oficialmente la llamada Guerra contra las Drogas. 

El tercer evento fue la publicación de un artículo sobre el significado personal y espiritual que genera el consumo de psilocibina, escrito por un grupo de la Universidad de Johns Hopkins. Con ello se retomó una línea de investigación en salud mental suspendida por décadas. Entre 1950 y 1965 hubo seis reuniones científicas internacionales dedicadas a los psicodélicos, se publicaron más de 1.000 artículos y más de 40.000 personas participaron en experimentos.

¿Sirve o no sirve?

En nuestra cultura el uso de psicodélicos ha vivido en una tensión entre la investigación como medicamento psiquiátrico y su uso como facilitador de experiencias psicológicas y místicas. María Carolina Nensthiel, exprofesora de la Universidad Javeriana dedicada a la práctica clínica privada, explica que “sobre el efecto terapéutico de las microdosis te diría que estamos en una etapa de absoluta especulación”.

Su interés por la “medicina de hongos”, comenzó con una exploración personal al ver en ellos una interacción entre sus intereses espirituales y sus intereses como terapeuta. Su incredulidad frente a las microdosis, radica en que al suministrar una dosis tan baja “eso no te permite entrar en un viaje lo suficientemente profundo como para sanar una experiencia de trauma”. Más allá de aumentar ligeramente la capacidad de concentración diaria o provocar sutiles y positivos cambios de ánimo, el efecto de bienestar parece muy subjetivo.

Ayelet Waldman, escritora norteamericana, consignó en el libro A really good day su experiencia con microdosis: “en algunos días de microdosis, experimentaba una sensación de bienestar y alegría que se sentía casi, aunque no del todo, eufórica. Sin embargo, a medida que avanzaba el mes, mientras continuaba experimentando momentos de mayor alegría, también comencé a sentirme más propensa a la irritabilidad en los días de microdosis. A veces me sentía nerviosa y ansiosa. En los días de transición, por el contrario, en general me sentía maravillosa, optimista y tolerante”. Dice también que su capacidad de concentración para escribir mejoró, aunque tuvo más problemas para conciliar el sueño, y sus hijos aseguran que notaron un cambio positivo en su ánimo. 

“Son herramientas terapéuticas, como cualquier otra, solo que unas han sido más satanizadas que otras por ignorancia”, me responde el médico y psiquiatra Daniel Marulanda desde Medellín. Todas las sustancias, recuerda, tienen efectos positivos y negativos sobre el cuerpo: “desde el café que te tomes en la mañana hasta los medicamentos como la fluoxetina que recetamos los psiquiatras”. 

Daniel celebra que por fin se estén derrumbando tantos prejuicios en torno a las sustancias psicodélicas. Al igual que María Carolina, uno de los problemas que ve es la poca evidencia médica que existe. Sin embargo, es un vacío que se está resolviendo poco a poco. El año pasado, se sorprendió al asistir al Congreso Americano de Psiquiatría y ver un simposio completo dedicado a los últimos avances en el uso de sustancias psicodélicas. La recomendación que hace a los pacientes es asesorarse muy bien. Para muchos de ellos, con diagnósticos psiquiátricos serios, esto puede representar ciertos riesgos. 

Terapias con hongos

¿Qué hacen los psicodélicos en nuestra cabeza?

Hace pocas semanas, en la revista Science se publicó un artículo que ofrece una explicación adicional sobre el papel de estas sustancias en nuestro cerebro. Desde la primera ola de experimentación, los neurocientíficos pudieron establecer que estas sustancias, químicamente conocidas como triptaminas, actúan sobre la misma cerradura neuronal (el receptor  5-HT2A) que lo hace la serotonina, uno de los principales neurotransmisores de nuestro cerebro. Es decir, que son capaces de simular parte del lenguaje químico con el que se comunican nuestras neuronas.

Los científicos de la Universidad de California demostraron que los psicodélicos tienen la capacidad de detonar la plasticidad o la capacidad de generar nuevas conexiones neuronales activando receptores que están adentro de las células. Algo que la serotonina misma no provoca. La pérdida de plasticidad es justamente el sello distintivo de varias enfermedades neuropsiquiátricas. 

En el Instituto de Genética de la Universidad Javeriana me reuní con María Marcela Velázquez quien se ha interesado en el efecto de los psicodélicos. Mientras hacía su doctorado en la Universidad de los Andes se propuso explorar el potencial terapéutico de las sustancias psicodélicas. Para eso diseñó un experimento similar al que se acaba de publicar en Science

Desafortunadamente la burocracia colombiana le impidió tener a tiempo un permiso 

para trabajar con psilocibina. Ensayó entonces con un extracto de una planta aromática a la que se le atribuye propiedades analgésicas, ansiolíticas y antidepresivas. Para su satisfacción, pudo demostrar que también generaba plasticidad. 

A pesar del dolor de cabeza que ha representado la burocracia colombiana, está convencida de la importancia de explorar sustancias naturales para “identificar nuevos componentes que puedan generar efectos similares a los de los psicodélicos clásicos, aunque sin ser alucinógenos. 

Los verdaderos descubridores la medicina de los hongos

Una colega periodista, Angélica Cuevas, con maestría en antropología me hizo una advertencia: "Con los hongos me hago siempre la pregunta de cómo contarnos historias sobre ellos sin caer siempre bajo el lente científico y cultural importado de Estados Unidos. Lo que quiero decir, es que escribir de hongos requiere que apliquemos una mirada más cultural porque de otra manera a mi me suena a un relato incompleto”. 

Aunque hoy sea Netflix el canal a través del que millones se están aproximando los alucinógenos, lo cierto es, como nos advierten Joshua Anthuan y María Herrera en la Revista de la Universidad de México, “las evidencias arqueológicas más antiguas sobre la ingesta de hongos se remontan a las decenas de pinturas rupestres encontradas en Australia y África, realizadas entre 10 mil y 40 mil años atrás”. Y, en el caso de América, hay evidencias de uso de hace más de 2.500 años. Seguramente los chamanes de esas culturas se reirían de nosotros si les habláramos de un “renacimiento” del uso medicinal de hongos.  

Si alguien experimentó con sustancias alucinógenas, fueron nuestros antepasados. Solo en mesoamérica, como lo recapitula el neurólogo Francisco Carod-Artal en un artículo, los mayas ingerían el balché (hidromiel y extracto de Lonchocarpus) y enemas con sustancias psicoactivas. Los olmecas, zapotecas, mayas y aztecas usaron el peyote, los hongos alucinógenos (Psylocibe spp.), las semillas de ololiuhqui (Turbina corymbosa) y hasta la piel del sapo Bufo spp. (bufotoxinas). Una larga lista que continúa con el toloache (Datura estramonio), el tabaco silvestre (Nicotiana rustica), el lirio de agua (Nymphaea ampla) y la hoja de la pastora (Salvia divinorum).  

En su libro Cómo cambiar tu mente, Michael Pollan no explora en profundidad esta dimensión pero al menos alcanza a dejar a sus lectores una reflexión al respecto: “Otras sociedades han tenido una larga y productiva experiencia con los psicodélicos, y sus ejemplos podrían habernos ahorrado muchos problemas si solo hubiéramos sabido y prestado atención”.  

Y María Sabina, la famosa chamana de Oaxaca, México, que lamentó toda su vida haber permitido a algunas celebridades norteamericanas participar en sus ceremonias con hongos dijo en alguna ocasión: “Desde el momento en que llegaron los extranjeros, los niños santos perdieron su pureza. Perdieron su fuerza; los extranjeros los malcriaron. A partir de ahora no servirán de nada”.                               

Ojalá no sea así. 

 

 - Este artículo hace parte de la edición 187 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.

 

*Periodista científico. Autor del libro Rodolfo Llinás, la pregunta difícil (Aguilar, 2017).

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Pablo Correa

Periodista científico. Autor del libro Rodolfo Llinás, la pregunta difícil (Aguilar, 2017).