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Bienestar Colsanitas

Sembrar piel

El implante de piel es una técnica de la cirugía plástica que alivia el dolor, disminuye la posibilidad de complicaciones y promueve una cicatrización más rápida y estética. Donar piel salva vidas.

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Sea para una estancia temporal o definitiva en el área que ha quedado expuesta, el injerto de piel significa curación y vida. Se trata de láminas de piel que pueden extraerse de partes sanas del mismo paciente, de un familiar o del cuerpo de una persona recién fallecida. Se denominan “parches cutáneos”, tienen el grosor de las dos primeras capas de la piel (dermis y epidermis) y se recogen, principalmente, de áreas como los muslos interiores, glúteos y espalda. A través de procedimientos quirúrgicos se ponen encima de cualquier herida o úlcera vascular.

Linda Guerrero es la directora del Banco de Tejidos del Hemocentro Distrital y presidenta de la Fundación del Quemado. Ella explica que los mayores demandantes de estos injertos son personas que sufren quemaduras extensas y profundas, lesionados en accidentes de tránsito o enfermos con cáncer de piel. Estos reemplazos generalmente son transitorios, mientras la propia piel empieza a reconstruirse. Significa darle tiempo al organismo para que realice naturalmente su proceso regenerativo.

Hay que tener en cuenta que si el implante es del mismo paciente se produce una nueva herida que se suma a las que ya tiene, y en el caso de los parientes solidarios se incapacita a otra persona, cuya zona donante debe cubrirse con vendajes. Eso genera traumas muy grandes. Por eso, el injerto que proviene del cuerpo de alguien recientemente fallecido es la mejor alternativa.

En Latinoamérica, el pionero en las técnicas de preservación y conservación de piel de donantes cadavéricos fue el argentino Fortunato Benaim, quien en 1989 fundó el primer banco de piel de la región. Casi diez años después la Fundación del Quemado puso en funcionamiento el de Bogotá, pero como no tenían la capacidad financiera de mantenerlo lo cerraron en 2008. Pero, enseguida, en 2009, la alcaldía de Bogotá creó el Banco de Tejidos del Hemocentro Distrital.

Guerrero cuenta que para que el tejido cutáneo de un cadáver sea susceptible de donación, debe pertenecer a una persona con edades entre los 18 y los 65 años, sin antecedentes de sida, hepatitis o cáncer de piel, y que ningún familiar se oponga a la recolección. Con un dermatónomo eléctrico se recogen las láminas de piel, principalmente de la espalda y extremidades inferiores, se procesa, se empacan en glicerol y se conservan a una temperatura de 4 ºC.

Siguen las pruebas de laboratorio para certificar que se trata de un tejido sano, y si salen bien, esas tiras de piel están listas para ser utilizadas por cualquiera que las necesite. Las tiras de injerto cutáneo se pueden guardar hasta por dos años.

Yeison Espinoza, de 19 años, fue arrollado por una volqueta mientras se desplazaba en bicicleta por Suba Compartir, en Bogotá. Perdió el conocimiento y fue trasladado en ambulancia al Hospital Simón Bolívar. De inmediato, los especialistas ordenaron llevarlo a quirófano para retirarle todo el tejido muerto que tenía en el brazo izquierdo, y luego cubrieron la gran herida con piel de cadáver. A los pocos días esa piel ajena empezó a despegarse y hubo que hacer una nueva intervención para ponerle tejido de su propio cuerpo, cuando ya Yeison estaba un poco recuperado. Cinco intervenciones más y 30 sesiones de fisioterapia han hecho retornar la apariencia y la movilidad que tenía el brazo del joven antes del accidente. Claro, con algunas limitaciones.

—He podido perder totalmente la funcionalidad de ese brazo porque se me rompieron tendones y músculos —dice Yeison, ahora con 21 años, desde la parte de atrás de un negocio de comida rápida—. Pero la intervención oportuna permitió que en este momento lleve una vida normal.

Camilo Andrés Garzón es un joven de 28 años, residente de Zipaquirá, de profesión mecánico industrial. El 4 de diciembre de 2015 revisaba una línea que transportaba ácido sulfúrico en su lugar de trabajo, cuando uno de los acoples falló, el químico penetró la máscara de protección y le quemó la cara. Gracias a su formación, corrió a lavarse con agua fresca hasta que llegó la ambulancia a recogerlo. Esa reacción inmediata fue clave para que los daños no fueran más profundos.

—En el hospital todavía sentía que el ácido me estaba quemando. Me hicieron un lavado profundo, me inyectaron morfina para aliviar el dolor y me pusieron vendajes con vaselina. A los dos días me quitaron los restos de piel inservible y me pusieron una membrana amniótica que me cubría toda la cara. Con los días, esa cobertura se convirtió en una costra y se desprendió progresivamente. El resultado ha sido médica y estéticamente muy satisfactorio —relata Camilo. 

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Los mayores demandantes de los injertos de piel son personas que sufren quemaduras extensas y profundas, lesionados en accidentes de tránsito o enfermos con cáncer de piel. Estos reemplazos generalmente son transitorios, mientras la propia piel empieza a reconstruirse.

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Poca oferta

De acuerdo con los registros de la Fundación del Quemado, en 2015 hubo en promedio 2,5 donantes cadavéricos de piel cada mes, y de cada uno se pudieron obtener alrededor de 2.000 centímetros cúbicos de piel. Al final, se almacenaron y colocaron cerca de 37.000 centímetros cúbicos de tejido cutáneo en pacientes que los requerían.

Eso no dice mucho, a menos que se compare con la demanda. En las unidades especializadas en atención de quemados en Bogotá se hospitalizan anualmente cerca de 1.600 pacientes, muchos de ellos niños. Alrededor de la mitad de los hospitalizados requiere cobertura temprana de piel, y con la cantidad de piel recolectada el año pasado por el único banco de piel de la ciudad solo alcanzaría para atender al 3,6% de los pacientes, en caso de que las cantidades de piel demandadas por cada paciente superaran los 600 centímetros cúbicos.

En Colombia, 40% de las familias de potenciales donantes no autoriza el procedimiento para donar órganos, y por lo tanto se pierde la posibilidad de contribuir con la salud de muchas personas. Se calcula que 52 personas se benefician de los órganos y tejidos de alguien que fallece y dona sus órganos, dice Guerrero.

Jorge Luis Gaviria, cirujano plástico especialista en quemados en el Hospital Simón Bolívar, dice que en tres años en la unidad donde trabaja se han colocado 84.280 cc de piel proveniente del banco, a 161 personas. Explica que la mayoría de las veces han sido hombres, porque éstos están más expuestos a actividades y oficios en los que se pueden presentar accidentes con fuego, químicos, energía eléctrica o colisiones de tránsito. En segundo lugar están los niños. Y lo más común también es que las lesiones que requieren injertos se presenten en las extremidades superiores, cara y torso.

Gaviria explica que la piel desprendida tras un accidente está muerta, y su descomposición favorece la reproducción de bacterias. Mientras más rápido se quita esa piel mayor es la posibilidad de sobrevida. Pero si no se dispone de piel donada no se pueden cubrir grandes superficies, sino que hay que hacerlo progresivamente y cubrir una parte con vendajes, que cuando se retiran, durante el proceso de curación, producen dolores intensos.

PIEL bienestar

Es fundamental este recurso porque puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Esa piel temporal se convierte en una barrera contra las infecciones, promueve la formación de nuevas arterias y venas, la regeneración de la piel, evita que se evaporen los líquidos, regula la temperatura, impide que el organismo afectado pierda sangre y proteínas, mejora los resultados estéticos y significa un costo menor con respecto a otros apósitos, dice Gaviria.

Los especialistas indican que cuando las quemaduras o raspaduras producen la pérdida de la piel de manera muy profunda ella no se regenera, entonces lo idóneo es poner injertos de otra parte del cuerpo del mismo paciente, para que se convierta en una sustitución permanente. Muy ocasionalmente ocurre que la piel donada se adhiere, y solo en esos casos no se retira.

En el mundo existen procedimientos mucho más sofisticados, que permiten que la piel de cadáver se adhiera definitivamente y pase a formar parte del organismo que padeció la lesión. Contar con esta tecnología es el proyecto de mediano plazo más importante del Banco de Tejidos de Bogotá.

Tanto el procesamiento como el almacenamiento implican grandes inversiones de dinero, y hay que reconocer que el Estado colombiano ha hecho grandes esfuerzos para subsidiar la mayor parte de los procedimientos. En Colombia se cobran 1.700 pesos por centímetro cúbico de piel para implante, cuando en Europa cuesta 20.000 pesos cada centímetro cúbico.

La insuficiencia de donantes hace más exclusivo el producto. Por eso, los especialistas se vuelven más selectivos para asignar las láminas de piel de las que disponen, y priorizan las quemaduras de cara, manos y genitales, teniendo en cuenta la edad del paciente. Pero lo ideal es que haya suficiente piel para todo el que la necesite.

Membrana amniótica

Camilo Andrés Garzón es un joven de 28 años, residente de Zipaquirá, de profesión mecánico industrial. El 4 de diciembre de 2015 revisaba una línea que transportaba ácido sulfúrico en su lugar de trabajo, cuando uno de los acoples falló, el químico penetró la máscara de protección y le quemó la cara. Gracias a su formación, corrió a lavarse con agua fresca hasta que llegó la ambulancia a recogerlo. Esa reacción inmediata fue clave para que los daños no fueran más profundos.

—En el hospital todavía sentía que el ácido me estaba quemando. Me hicieron un lavado profundo, me inyectaron morfina para aliviar el dolor y me pusieron vendajes con vaselina. A los dos días me quitaron los restos de piel inservible y me pusieron una membrana amniótica que me cubría toda la cara. Con los días, esa cobertura se convirtió en una costra y se desprendió progresivamente. El resultado ha sido médica y estéticamente muy satisfactorio —relata Camilo. 

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En Colombia, 40% de las familias de potenciales donantes no autoriza el procedimiento para donar órganos, y por lo tanto se pierde la posibilidad de contribuir con la salud de muchas personas. Se calcula que 52 personas se benefician de alguien que fallece y dona sus órganos.

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Para responder a la urgencia de Camilo, los especialistas del Hospital Simón Bolívar recurrieron a la membrana interna del saco fetal que, utilizada como cobertura biológica temporal, mejora el pronóstico en el manejo de áreas expuestas. Esta especie de “vinipel” cubre las heridas y provee un intercambio celular que resulta muy positivo.

La directora del Banco de Tejidos distrital cuenta que desde 1998 se dispone en Colombia de la legislación necesaria para regular la recolección, procesamiento y uso de las membranas amnióticas. Aclara que para poder hacer uso de este tejido se necesita una madre sana que no haya presentado ningún tipo de infección durante la gestación, un feto sin enfermedad y un embarazo bajo supervisión médica, pero además es indispensable el consentimiento del médico tratante y un testigo.

Después de que se colecta la membrana, que necesariamente tiene que ser en un procedimiento de cesárea y no de parto natural, hay que hacer nuevos exámenes de corroboración para verificar que la donante no tenga algún tipo de infecciones. La membrana se mantiene en cuarentena hasta que llegan los resultados de los últimos cultivos y, finalmente, queda liberada para su utilización.

Anualmente el Banco de Tejidos recibe 21.000 cc de membrana amniótica donada. En este sentido los números tampoco cuadran, porque la demanda nacional es, al menos, cinco veces superior. Entonces lo único que puede dar un vuelco a la insuficiencia es que más mujeres embarazadas manifiesten su disposición a donar la membrana amniótica, que los médicos se lo propongan, las enfermeras quieran servir de testigos y se active el mecanismo de recolección.

El brazo de Yeison y la cara de Camilo son ejemplos de la utilidad de los injertos de piel de cadáver y de membrana amniótica. Hay quienes no han sido tan afortunados.

-Este artículo hace parte de la edición 144 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa en este enlace: https://www.bienestarcolsanitas.com/edicion144

 

 

*Periodista colombo venezolana.SEPARADOR

 

Karem Racines Arévalo

Es una periodista colombo-venezolana egresada de la Universidad Central de Venezuela. Llegó a Bogotá en 2011 para escapar de la confrontación política de su país. Después de vivir en la capital colombiana cinco años, decidió mudarse cerca del mar, que tanta falta le hacía, y desde hace dos años vive en Santa Marta. Es docente de periodismo en la Universidad del Magdalena y en la Sergio Arboleda. Es colaboradora frecuente de la revista Bienestar.