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La historia clínica de Mozart

El cine y la cultura popular se han encargado de rodear la figura de Mozart de mitos y verdades a medias. El doctor Mejía River reconstruye la historia vital del genio de Salzburgo a partir de su historia médica. 

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olfgang Amadeus Mozart (1756-1791) fue un niño genio, cuyo padre Leopoldo lo sometió a un extenuante trabajo desde los cinco años de edad. Entre 1762 y 1772 presentó, entre otras, las siguientes enfermedades: eritema nodoso, amigdalitis recurrentes, tifo, poliartritis, ictericia aguda y cólicos abdominales. Luego tuvo un largo periodo de buena salud e intenso trabajo que duró hasta su edad adulta.

De 1785 a 1790 la vida de Mozart fue muy difícil, pues se juntaron sus permanentes crisis de solvencia económica con la muerte de su papá en 1787, la de su segunda hija, Teresa, en 1788, la enfermedad de su esposa Constanza y, sobre todo, una tensa relación de pareja que se deterioraba de manera acelerada. Sin embargo, la lucidez intelectual del músico seguía siendo extraordinaria, y en este lustro escribió las partituras de obras tan representativas como los cuartetos en La mayor K. 464 y Do mayor K. 465, así como las óperas Las bodas de Fígaro y Don Giovanni.

En el primer semestre de 1791, además de ofrecer conciertos a ritmo acelerado, compuso el motete Ave rerum corpus K. 618, escribió una ópera por encargo titulada La clemencia de Tito, terminó La flauta mágica K. 620 y él mismo la dirigió en su primera presentación en el Deutsche Opera de Viena. A mediados del mes de octubre, según los comentarios de su esposa Constanza a Nissen, comenzaron a aparecer síntomas de labilidad emocional, depresión, cambios abruptos de la personalidad y alucinaciones de tendencia paranoide (este síntoma se infiere a partir del dudoso testimonio dado por Constanza, varios años después, donde dijo que Mozart le relató “que lo estaban envenenando”). A finales de ese mes tuvo también cefaleas frecuentes e intensas, visión borrosa, palidez y anemia. Asimismo, experimentó una pérdida significativa y progresiva de peso.

Los síntomas y signos de las dolencias de Mozart se hicieron más intensos, pero su voluntad de guerrero o místico lo hizo aceptar el último encargo oficial de su existencia: el Concierto para clarinete en La mayor K. 622 para Antonio Stadler. También dirigió su Pequeña cantata masónica K. 623 el 18 de noviembre, en el nuevo templo de la logia masónica de Viena. Luego regresó a su casa y nunca más volvió a salir.

El 20 de noviembre se inició su enfermedad final: fiebre, artralgias generalizadas, poliartritis de manos y pies durante la primera semana. A comienzos de la segunda semana aparecieron edema generalizado (posible anasarca), vómitos intensos y frecuentes, diarrea, exantema generalizado, cefaleas. En los últimos tres días presentó episodios de obnubilación y somnolencia, aunque conservó su lucidez intelectual. Dos horas antes de la muerte entró en un coma profundo. Murió el 5 de diciembre a la una de la madrugada. Tenía solo 35 años.

Mozart CUERPOTEXTOEntre 1762 y 1772 Mozart presentó, entre otras, las siguientes enfermedades: eritema nodoso, amigdalitis recurrentes, tifo, poliartritis, ictericia aguda y cólicos abdominales.

Los diagnósticos clínicos que se le han hecho son múltiples y los principales son fiebre reumática, síndrome de Henoch-Schoenlein, insuficiencia renal crónica, endocarditis bacteriana subaguda, triquinosis, síndrome de Williams-Beuren, depresión mayor, enfermedad bipolar y envenenamiento por metales pesados. En mi concepto él no fue un enfermo crónico. Además, los episodios de enfermedad descritos en su infancia y adolescencia eran típicos y naturales en una época en la cual no existían las vacunas, ni diagnósticos o tratamientos acertados para las enfermedades infecciosas.

El índice de mortalidad infantil en el siglo XVIII estaba entre el 49 y el 63%, y que Mozart hubiese sobrevivido descarta en él problemas inmunológicos asociados con enfermedades crónicas. De hecho, la expectativa de vida de los habitantes de las grandes ciudades europeas era de 32 años, y casi siempre morían por patologías infecciosas.

Es decir, él tuvo las infecciones agudas de su época y su muerte no puede considerarse prematura de acuerdo con las tasas demográficas de su tiempo. Recordemos que a finales de octubre de 1791 el músico presentó dolor de cabeza, visión borrosa, irritabilidad y cambios del humor. ¿Qué entidad explica estos síntomas? Una hipertensión arterial sistémica descompensada o maligna (esencial o secundaria a una glomerulopatía aguda en evolución) que pudo desencadenarse, o agravarse, porque sus médicos le realizaron flebotomías durante los últimos tres años y le extrajeron alrededor de dos litros de sangre, lo cual lo llevó a un estado anémico.

El 18 de noviembre de 1791 asistió a la sesión de la logia masónica, y es posible que adquiriera allí alguna enfermedad infecciosa, pues ya se encontraba inmunosuprimido por la posible ferropenia de la anemia y por el reciente compromiso renal. De los síntomas y signos mencionados quiero resaltar el cuadro de una posible anasarca sin evidencia de asfixia. Sophie Haibel, su cuñada, le contó al biógrafo Nissen lo siguiente: “en cuanto Mozart cayó enfermo, entre las dos le hicimos una chaqueta de dormir que se podía poner de frente, porque al estar tan hinchado no podía darse vuelta él mismo”. En un memorando sin fecha, su hijo Carl Thomas Mozart escribió: “es especialmente significativo el hecho de que unos días antes de morir, se le hinchó tanto el cuerpo que era incapaz de hacer el más mínimo movimiento”.

Es decir, la documentada anasarca sin disnea es un cuadro clínico sugestivo de un síndrome nefrótico. Sus síntomas neurológicos y de hipertensión sistémica descompensada o maligna, que terminaron en un probable accidente cerebrovascular hemorrágico, implican un componente nefrítico agregado, aunque también la hipercoagulabilidad del síndrome nefrótico explicaría el posible derrame cerebral final. Entonces, el evento que lo condujo a su defunción fue, quizá, un síndrome nefrótico o un síndrome nefrótico-nefrítico agravado por una insuficiencia renal aguda debida a la deshidratación (por la fiebre, la diarrea, el vómito y las flebotomías).

Ahora bien, siendo el cuadro nefrótico la explicación más plausible de la anasarca, tan evidente para los testigos, ¿sería posible plantear una etiología específica? Quizá pudo estar asociado a un cuadro infeccioso más reciente, adquirido en la sede de la logia, como una glomerulonefritis postestreptocócica, o una fiebre escarlatina, o una fiebre tifoidea.

Con relación al rumor de que el compositor Antonio Salieri (1750-1825) envenenó a Mozart por envidia ante su inigualable talento musical, existen hechos que lo desmienten. El origen de esta versión surgió, al parecer, del mismo Salieri. En 1823 él se encontraba recluido en un asilo con el diagnóstico de “insania”, término que equivaldría hoy a “demencia”. Entonces, fue un Salieri enajenado el que se autoincriminó de haber envenenado a Mozart, y esos rumores se esparcieron por la ciudad de Viena.

Vincent y Mary Novello, amigos de la viuda Constanza Mozart, citaron en su diario, escrito en 1828, que ella les había dicho: “Seis meses antes de su muerte, él estaba poseído con la idea de que estaba siendo envenenado con Aqua Toffana y que calcularon que se moriría al acabar su propio Réquiem”. Aunque llama la atención que divulgaran esta supuesta confesión solo después de la muerte de Salieri, no es imposible que Mozart, en realidad, le hubiera manifestado este temor a su esposa, pues él fue contratado para escribir el Réquiem por un personaje desconocido y, en efecto, el compositor escribió en varias cartas que este misterio lo tenía nervioso y con miedo. Solo varios años después se supo que el conde Franz Von Walsegg, músico aficionado, había encargado a Mozart el Réquiem en secreto, porque pensaba estrenarlo en honor a su esposa, fallecida en febrero de 1791, atribuyéndose su autoría.

Desde el punto de vista clínico es improbable que Mozart hubiese recibido el Aqua Toffana. Esta poción estaba formada por plomo, arsénico y cimbalaria. Su sintomatología consistía en sabor metálico en la boca (que sí tuvo Mozart), en la presencia de una neuropatía periférica y un deterioro mental progresivo, que no son compatibles con la evolución de la patología de Mozart.

En su testamento, el doctor Guldener von Lobes (1763- 1827) fue enfático en señalar que no se encontró evidencia de envenenamiento en el cadáver de Mozart. Es importante resaltar que los médicos de esa época conocían bien los signos del envenenamiento, porque era una práctica criminal habitual en la Europa del siglo XVIII.

Ninguna teoría diagnóstica puede ser definitiva y conclusiva en la historia clínica de Wolfgang Amadeus Mozart. Sin embargo, los documentos biográficos y autobiográficos existentes nos permiten descartar, desde el punto de vista de la interpretación clínica, varias patologías específicas y condiciones como la de que fue un enfermo crónico, o un paciente psiquiátrico, o que tuvo un síndrome genético, o que fuera envenenado.

 

* Médico internista, filósofo y escritor.

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