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Bienestar Colsanitas

Alerta con los desórdenes alimenticios

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Los trastornos de conducta alimentaria, como la anorexia y la bulimia, se presentan con más frecuencia en mujeres entre los 12 y los 21 años de edad, pero no son exclusivos de ese género y esas edades

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o he tenido una relación de odio con la comida desde que tengo memoria”, dice Aura, de 25 años de edad. “Por eso me acostumbré a hacer bolitas de alimentos después de medio masticarlos y las guardaba en los cachetes. En cuanto los adultos se descuidaban, las metía al bolsillo o las botaba. Y también me volví experta en provocarme el vómito con el cepillo de dientes. Entonces mis padres me daban las proteínas licuadas, en cremas y papillas. Así fue como, progresivamente, el acto de comer se me convirtió en una forma de tortura”, remata la joven de cintura diminuta, un metro y medio de estatura y 42 kilos de peso. Aura se identifica como una mujer recuperada de bulimia.

Después de varios años de terapia psicológica, consultas a nutricionistas, psiquiatras y pediatras, Aura ha dejado de ser una preocupación para su familia, aunque sigue siendo muy delgada y arrastra algunas consecuencias de la enfermedad: “Enfrento problemas hormonales, acné, uñas quebradizas, baja estatura y un sistema digestivo sumamente delicado. Me dio dengue, zika y chikungunya, pero nunca he estado anémica. Siempre he sido sobreprotegida, consentida y perezosa. Por eso pienso que el problema ha estado en mi interior, no en mi entorno, y aceptarlo me ayudó a superar la enfermedad. Ahora como de todo, pero a deshoras porque lo hago cuando me provoca, no cuando se supone que debo comer”, enfatiza la joven universitaria.

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La bulimia es uno de los trastornos de conducta alimentaria (TCA) más frecuentes en la población adolescente, junto con la anorexia y el trastorno por atracón. Se les considera patologías complejas, en las que se muestra una preocupación excesiva por el peso, la talla y la apariencia física, por lo cual la persona recurre a restricciones voluntarias en la ingesta de alimentos o a métodos de compensación agresivos, que afectan su salud física y mental.

Clínicamente, la bulimia es definida como un trastorno en el que la persona tiene una imagen distorsionada de su forma y peso corporal, por lo que rechaza la comida para no aumentar de peso. Y cuando come, sea obligada o por instinto, recurre a métodos compensatorios como vómito, dietas extremas, uso de laxantes o extenuantes rutinas de ejercicio.

“Como el individuo con bulimia tiene un desajuste en la evaluación que hace de su sensación corporal, siente saciedad, asco o llenura aunque haya ingerido una cantidad de alimentos adecuada, o menor, de acuerdo con su edad y su ritmo de vida. Es como cuando se daña el marcador de gasolina de un vehículo. Puede marcar siempre como si estuviera lleno, pero sabemos que hay que ponerle combustible para que pueda andar”, explica Adelaida Barliza, psicóloga clínica dedicada a la atención de estudiantes universitarios.

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"Estos trastornos alertan sobre el padecimiento de posibles problemas de salud mental, tales como depresión, ansiedad, aislamiento y psicosis".

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Carolina Pinzón es nutricionista y forma parte del equipo médico que atiende estos casos en la Clínica Universitaria Colombia de Colsanitas, en Bogotá. Ella dice que los desórdenes alimenticios atañen a la relación irresponsable del individuo con su alimentación, puesto que por decisión propia deja de proveer a su organismo las calorías que necesita de acuerdo con su edad y estatura, o lo hace de manera desmesurada. Pero, a la vez, recalca que estos trastornos hacen parte de una sintomatología que alerta sobre el padecimiento de problemas relacionados con la salud mental, tales como depresión, ansiedad, aislamiento y psicosis.

“Las consecuencias de estos trastornos de conducta alimentaria provocan riesgo vital —es decir, su persistencia puede conducir a la muerte—, y desencadenan en el organismo patologías como esofagitis, gastritis, anemia, fallas renales, úlceras, pancreatitis, caída del cabello, anomalías en el cuello uterino, arritmias cardíacas o desórdenes hidroeléctricos, que pueden generar alteraciones neuronales. Pero además, la ausencia de los minerales y las vitaminas contenidos en los alimentos también puede causar osteoporosis, riesgo de shock generalizado y problemas de crecimiento. De ahí la importancia de recurrir cuanto antes a equipos de profesionales de múltiples disciplinas cuando se sospeche su existencia, para un abordaje integral de la enfermedad y sus detonantes”, apunta la nutricionista Pinzón.

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Pero... ¿qué son los trastornos de conducta alimentaria?

La literatura especializada define la anorexia como la ingesta mínima de alimentos, que no alcanza a proveer al individuo de las calorías y nutrientes que requiere en relación con su edad y su estatura. Y esta reducción de proporciones de comida no se debe a la falta de apetito sino a la preocupación excesiva por la apariencia física.

La estadística mundial es imprecisa, porque los pacientes tienen reservas para revelar sus hábitos alimenticios, o nunca acuden al médico y no son diagnosticados. Sin embargo, estudios realizados en Estados Unidos, España y algunas ciudades de Colombia indican que la prevalencia de la anorexia está entre 0,5 y 1,5 % de la población, mientras que la de la bulimia está entre 2 y 4,4 % de la población. Se presentan mayoritariamente en mujeres con un rango de edad entre 12 y 21 años, aunque también se dan en hombres y en adultos. Otro dato curioso —y alarmante— es que se calcula que cada año mueren en el mundo cinco personas con anorexia por cada mil habitantes con el trastorno; una persona de esas cinco fallece por suicidio, y las otras cuatro por inanición.

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"Para prevenir los TCA hay que propiciar una buena salud física y emocional: enseñar desde muy pequeños a los niños sobre la importancia de cumplir hábitos saludables de alimentación".

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Se catalogan como trastornos alimentarios no especificados todos aquellos que no cumplen con las especificidades de bulimia o anorexia, pero que también representan una forma no saludable de afrontar el compromiso de proveer de nutrientes al cuerpo. En este grupo se incluye el trastorno por atracón, referido al consumo incontrolado de alimentos sin los mecanismos radicales de compensación; la ortorexia, que consiste en la preocupación por consumir alimentos pretendidamente saludables y exentos de contaminantes, y la vigorexia, que es la obsesión por buscar la perfección corporal a través de ejercicios, suplementos dietéticos y sustancias dopantes.

La psicóloga Adelaida Barliza comenta que los TCA están relacionados con los estados de ansiedad, y los jóvenes terminan envueltos en un círculo vicioso que los empuja a la inconformidad permanente, la depresión, el bullying y el refuerzo de una relación tormentosa con el acto alimentario que atenta contra sus vidas. La especialista dice que en su consulta son frecuentes los casos de estudiantes que presentan sintomatología de desórdenes alimentarios: “El reconocimiento del problema y la participación de la familia son esenciales para superar el trastorno”, remata.

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Abstención y excesos

Eloísa dice que desde los 11 hasta los 20 años de edad su relación con la comida fue como una montaña rusa. Tuvo una etapa en la que eran frecuentes los atracones de comida, que la llevaron a aumentar de peso más de lo que quería, por lo cual se sentía deforme. También era víctima de las críticas de sus compañeros de colegio, a la par de que sufría maltrato intrafamiliar. Para terminar con esa percepción que tenía de sí misma dejó de comer, y cuando no podía resistirse al consumo de alimentos, comía, pero lo vomitaba todo. Así bajó 10 kilos en pocas semanas.

“Me llevaron a psicólogos, pero yo sabía manejar bastante bien a los terapeutas y hacía muchas cosas para llamar la atención. Me sentía fea y sola. Entonces cuando las cosas parecían normalizarse retomaba los atracones. A los 17 años conocí a una terapeuta que me ayudó a aceptarme tal cual soy, ser más responsable con mi organismo y más considerada con mi familia. Desde entonces empecé un proceso de recuperación en el que todavía estoy trabajando”, reconoce Eloísa.

En internet o en las redes sociales se pueden encontrar páginas que ofrecen recomendaciones para las personas interesadas en obtener una delgadez extrema o combatir el resultado del consumo desmesurado de comida. Se denominan princesa Ana (de anorexia) y Mía (de bulimia). En esos espacios consideran los desórdenes alimenticios como estilos de vida.

Se trata de páginas nómadas, que constantemente cambian de dirección electrónica para burlar los controles de seguridad de los motores de búsqueda y de las redes de interacción social. En ellas se encuentran consejos para deshacerse de los alimentos, cómo superar la “presión familiar y social” que obliga a las personas a comer tres o más veces al día, medicamentos que inhiben el apetito, frases que refuerzan el afán por cumplir con errados estereotipos de belleza, señales para reconocer a alguien que comparte la misma “filosofía” de alimentación, trucos para vomitar sin hacer ruido, etc.

La página web o el grupo en alguna red social se convierten en la puerta de entrada a una comunicación personal por grupos de whatsapp que ofrecen supervisar y “orientar” a cada miembro. El resultado son comunidades conformadas por jóvenes con desórdenes alimenticios que se refuerzan mutuamente en sus comportamientos errados y autodestructivos.

Conducta responsable 

• Los TCA se pueden detectar cuando se observe una disminución o aumento repentino de peso, pero también hay otras señales como el aislamiento, la tristeza o los cambios en el estado de ánimo.

• Para que la alimentación sea sana la dieta debe cumplir cuatro características: completa, equilibrada, suficiente y adecuada.

• El apoyo familiar es fundamental para la recuperación de una persona con TCA, pero es insuficiente si no se combina con la guía de profesionales como nutricionistas, médicos y psicólogos.

• Para prevenir los TCA hay que propiciar una buena salud física y emocional: enseñar desde muy pequeños a los niños sobre la importancia de cumplir hábitos saludables de alimentación. También generar en los niños confianza, seguridad y amor propio, así como promover una buena comunicación del adolescente con los adultos en casa.

• Siempre que se sospeche de un TCA en alguien cercano, hay que actuar de forma solidaria, buscar ayuda profesional y ser su apoyo emocional durante el proceso de recuperación.

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Karem Racines Arévalo

Es una periodista colombo-venezolana egresada de la Universidad Central de Venezuela. Llegó a Bogotá en 2011 para escapar de la confrontación política de su país. Después de vivir en la capital colombiana cinco años, decidió mudarse cerca del mar, que tanta falta le hacía, y desde hace dos años vive en Santa Marta. Es docente de periodismo en la Universidad del Magdalena y en la Sergio Arboleda. Es colaboradora frecuente de la revista Bienestar.