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amistad

Amistad para todos los gustos

La amistad ya no es solo compañía constante ni confidencias profundas. En esta reflexión sobre el afecto sin ataduras, Eduardo Arias muestra cómo las conexiones más valiosas pueden surgir de intereses comunes, vínculos virtuales o silencios compartidos. Porque, en el fondo, hay tantos tipos de amigos como formas de estar acompañado.

Con el paso de los años llega también la reconfiguración de la amistad. No hay un solo tipo de amigo, no es más amigo el que vemos a diario que aquel que aparece en el momento preciso para debatir un tema que nos inquieta. La amistad duradera no es la que más exige o de la que más recibimos. La amistad tiene muchos rostros.

Durante la pandemia mi concepto de amistad sufrió un vuelco muy extraño e inesperado. O, mejor, la pandemia me permitió corroborar algo que yo intuía desde hace muchísimos años: la amistad es un sentimiento que no debe estar atado a requisitos como “Solo es amigo quien aparece en las malas” o “Solo es amigo aquel con quien hablamos de cosas íntimas y ante quien desnudamos nuestra alma”. O que solo se puede ser amigo de personas que previamente hemos visto frente a frente, de carne y hueso.

Yo había leído de amistades e, incluso, amores que se habían gestado y consolidado única y exclusivamente a través de cartas y misivas. Amigos entrañables a los que lo único que los unía era, por ejemplo, que jugaban ajedrez por correspondencia. El jugador apuntaba su movimiento en un papel, lo guardaba en un sobre, iba a la oficina de correo, enviaba la carta y esperaba dos, tres semanas para recibir a vuelta de correo la respuesta de su contrincante. Un partido podía durar años enteros. Como esa amistad.

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Pero volvamos un poco a la pandemia. Algo que fue muy común, sobre todo en 2020, fue la creación de grupos de familiares, amigos o antiguos compañeros de clase o de trabajo que se armaron en redes como WhatsApp, Telegram o Signal con la finalidad de saber cómo estaba todo el mundo, cuidarse, darse apoyo en aquellos tiempos tan inciertos en que no había vacunas, los tomates que llegaban a la casa debían permanecer una semana en cuarentena y la vida olía a hipoclorito de sodio.En varios de estos grupos aparecieron personas que yo no veía desde los tiempos del colegio o de la universidad. Personas con las que no recuerdo haber cruzado nunca una palabra. Si acaso, verlos jugar fútbol a lo lejos porque eran de otros cursos. Y personas de las que sencillamente no me acuerdo. Varios de esos grupos todavía persisten y se mantienen activos a pesar de que la pandemia ya pasó y se supone que volvimos a la normalidad. ¿La razón? Es una manera de mantenerse unido a personas con las que por innumerables razones en la vida real (la calle) sería muy difícil encontrarse. Además, siento que soy amigo de personas con las que comparto intereses comunes y con las que entré en contacto a través de las redes que jamás he visto en lo que se denomina la vida real.

Y eso tiene una razón de ser. Si hay algún sentimiento de verdad cercano a lo desinteresado es la amistad. A diferencia del amor, que suele convertirse en un catálogo de exigencias y cumplimientos que se deben asumir y cumplir al pie de la letra para no estar por debajo de las expectativas.

De la amistad también me ha llamado la atención esa capacidad de aguantar el paso del tiempo como si nada pasara. Personas de las que ni recuerdo el nombre, apenas la cara, que dejé de ver durante muchísimo tiempo, las encuentro de pronto, las saludo con un gran abrazo y una sonrisa, como si nos hubiéramos visto tres días antes.

La amistad hay que mirarla sin tanta ceremonia. Muchas veces uno es amigo de una persona simplemente porque comparte alguna afición, algún gusto o alguna idea común. Además, muchos de mis amigos son lo que yo denomino amigos laborales. Personas con las que me siento o me sentí muy a gusto trabajando y con las que por fuera del ámbito del trabajo no tuve ningún punto en común, como compartir reuniones, fiestas o paseos.

No niego la evidente importancia de las amistades profundas. Pero también reivindico el hecho de sentirme amigo de alguien al que también le gusta el fútbol, el rock progresivo, la geografía o lo que sea. En estos tiempos de vértigo y distracciones en los que todo parece suceder al mismo tiempo en diferentes escenarios y en diferentes pantallas, el concepto de amistad debe ponerse al día. Hay amigos para compartir los secretos más profundos del alma y hay amigos para hablar de aviones y buques de la Segunda Guerra Mundial. Y todos son igual de amigos. Depende  para qué… pero amigos.

cuidar la Tierra
Eduardo Arias

Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.