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Tomasa Reyes: la última partera de Palenque

Tomasa Reyes: la última partera de Palenque

Fotografía
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Frente a la estatua de Benkos Biohó, en plena plaza de San Basilio de Palenque, vive la última heredera de un saber ancestral que está en riesgo de desaparecer a pesar de la reciente declaración patrimonial de la UNESCO. Esta es su historia.

Una fuerte brisa tocó la frente de Tomasa Reyes Liñán mientras meneaba el arroz. Era un mediodía de 1954 y Tomasa tenía solo 14 años. Por lo general Cincinati, Magdalena, era un lugar extremadamente caluroso así que la llegada de la brisa le provocó una oleada de placer. El fogón de leña amenazaba con extinguirse, Tomasa levantó varias hojas del suelo y las arrojó a las llamas; tapó la olla con una tabla de madera y se irguió. Tras la muerte de su madre, Tomasa y sus seis hermanos habían sido repartidos en las casas de sus tíos. Ahora, en esta casa, su cuñada estaba próxima a parir.

Tomasa lo recuerda como si hubiese ocurrido ayer. “Ella me gritó: “¡Machi, ven!”. Corrí y cuando llegué al patio, mi cuñada estaba tendida sobre la ropa que había lavado y tenía su bebito en los brazos. Me dijo: “Machi, yo sentí un dolor, boté un agua y luego salió el muchachito. ¿Tú no te acuerdas de lo que hacía tía María, que en paz descanse?”. Yo le dije que sí, que me acordaba y que si ella quería yo podía cortarle el cordón. Después de tantos años acompañando a mi abuela en sus correrías como partera, yo tenía memorizado todo lo que ella hacía: la forma en la que medía desde el nacimiento, cortaba el cordón con cuatro dedos, tomaba una vela de cebo de Cuba, la encendía y le quemaba la puntica. Luego, limpiaba al niño y lo fajaba por el ombligo. Tomaba a la madre, la limpiaba por dentro y le sacaba todos los coágulos; si quedaba alguno podía ser peligroso para ella”.  

Después de haber seguido cada paso aprendido junto a su abuela y haberlo aplicado por primera vez al final del parto de su cuñada, mucho mayor que ella, Tomasa no dejaba de observar sus manos. Esperaba que estuvieran temblando de emoción; pero no: estaban firmes y limpias, dispuestas a recorrer ese camino que muchas mujeres parteras trazaron por varias generaciones en regiones como el Caribe y el Pacífico colombianos. 

La declaratoria patrimonial

El pasado 6 de diciembre de 2023, la Organización de las Naciones Unidas para la educación, ciencia y cultura UNESCO declaró la partería como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Colombia, al igual que países como Alemania, Chipre, Eslovenia, Kirguistán y Nigeria, busca fortalecer el sistema de salud desde una perspectiva intercultural. El arte de partear varía de acuerdo con el contexto social y cultural de las comunidades de cada país. En el nuestro, un país multiétnico y multicultural, esta disciplina se desarrolla de forma distinta en cada territorio. 

La declaratoria se suma a saberes como la cestería y tejidos de las comunidades indígenas, la artesanía, la danza y las músicas, trazando un mapa de la complejidad y riqueza cultural de Colombia. El reconocimiento de la UNESCO ofrece a estas prácticas una oportunidad de ser apoyadas y abre a sus representantes acceso a estímulos que podrían revertir, al menos parcialmente, la precariedad en la cual viven muchos de los maestros, mayoras y comadronas de las tradiciones negras, indígenas y rurales. 

Los años de aprendizaje

Tomasa Reyes Liñán nació en 1940. Hija de los Montes de María y de la Sierra Nevada: de padre palenquero y madre samaria, es la única sobreviviente del arte de la partería en San Basilio de Palenque, Bolívar. El día que Tomasa pisó este mundo, su madre se encontraba sola con su padre; su abuela María se hallaba lejos, así que la madre de Tomasa se parteó a sí misma y su padre le cortó el cordón. Su abuela vio potencial en ella a la edad de ocho años y decidió transmitirle todo lo que sabía. El haber ido al colegio a aprender a leer y a escribir –a diferencia de su madre y de su abuela– le otorgó cierta ventaja sobre las demás parteras y gracias a su personalidad apacible y serena, los indígenas la acogieron en su comunidad. Allí conoció el tratamiento medicinal con plantas, gracias al cual aprendió a sobrellevar los dolores de parto cuando, por ejemplo, venía seco, es decir, cuando la bolsa de líquido amniótico se rompe antes de empezar las contracciones. Hervir hojas de menuda, ruda y alcañiz era muy eficaz en esos casos.

Tomasa recuerda con emoción y vívidamente, como si no hubiesen pasado tantas décadas, aquellos años de aprendizaje de la mano de su abuela. “Allá viene la señora María, decía la gente cuando caminábamos juntas. La saludaban con mucho respeto, pero para mí lo que hacía ella era como una especie de juego; yo era una niña y no lograba entender por qué traer un niño al mundo era tan importante”. Siempre iba con ella, sin embargo, la abuela María nunca permitió que Tomasa presenciara un parto, todo el tiempo ella se quedaba en la puerta de la casa, cargando el maletín y cuando su abuela lo necesitaba, ella misma acudía a la puerta y se lo llevaba; al final, le permitía entrar a ver al recién nacido. 

Una vez se fue con ella a un corral llamado Ceviche, en el departamento de Magdalena, y había muchos trabajadores ordeñando. En ese momento, Tomasa visualizó una grieta en la pared, a través de la cual podía verse el interior de la habitación donde se encontraba su abuela atendiendo el parto. Desde ahí, la hija mayor de la mujer que estaba dando a luz lo estaba observando todo. 

“Mi mamá está puje que puje y nada”, me dijo la niña. Yo tenía mucho miedo y traté de advertirle que no se asomara, pero no me hizo caso. De repente escuché un: “¡Aja! ¡¿Qué es lo que está pasando ahí?!”. La niña salió corriendo y yo quedé paralizada de miedo. Mi abuela me encontró y comenzó a preguntarme: “¡¿Qué fue lo que viste?!”, recuerda Tomasa. Le aseguró que no había visto nada, pero desde ese día su abuela le permitió entrar a cada parto. La señora María nunca explicaba nada, pero memorizaba todo y cuando llegaba a casa se sentaba a escribir y a dibujar lo que había visto.

A los dieciséis años, Tomasa sintió la necesidad de ampliar su conocimiento en el tratamiento medicinal con plantas. Se adentró en la Sierra Nevada de Santa Marta y fue a estudiar junto a los indígenas de la comunidad. Pudo entablar amistad con personas que tenían mucha experiencia y conocimiento sobre plantas medicinales y ellos se mostraron gustosos de enseñarle. Hoy en día la terraza de la casa de Tomasa es una huerta en la cual alberga una gran cantidad de plantas que ella cuida personalmente. 

La suma de saberes ancestrales de las comunidades negras e indígenas no suele converger con mucha frecuencia. En el caso de la partería, estas dos riquezas ancestrales se nutren también en diálogo con la medicina occidental –sin perder sus raíces y su mirada crítica–.

El arribo a Palenque

Del mismo modo que su padre había emigrado al Magdalena en busca de mejores condiciones gracias a su empresa bananera, así lo hizo su esposo llevando consigo a la familia a un nuevo destino. El esposo de Tomasa era originario de San Basilio de Palenque y hacia esa tierra negra y libre emprendieron el viaje desde el Magdalena para comenzar una familia. Gracias a esta unión, tuvieron ocho hijos, cuyos partos fueron asistidos por ella misma en soledad. 

“A veces mi esposo salía a trabajar y cuando regresaba,  me encontraba con el muchachito en los brazos”. En la partería tradicional las mujeres han sido transmisoras de conocimientos sobre el parto, el postparto y el cuidado que deben tener las mujeres embarazadas. La participación de los hombres en estos saberes ha sido nula, bien sea por los roles de género o normas y percepciones culturales que se tienen sobre la maternidad y la crianza de los hijos. 

Cuando Tomasa llegó a San Basilio de Palenque, en 1959, se encontró con muchos desafíos para la partería. Uno de ellos fue decirles a las entonces comadronas del pueblo, las señoras Minga, Guengue y Tilina, que la forma en que ellas recibían a los bebés no era la correcta, ya que las mujeres parían sentadas. “Yo les dije que el parto debía recibirse con la madre acostada, porque si el niño viene naciendo de pie o si saca un bracito no hay forma de darse cuenta. Fue difícil hacerles ver eso, pero cuando se dieron cuenta de mi conocimiento, me dieron la razón”, recuerda Tomasa. 

Desde ese momento, su labor en el territorio empezó a ser reconocida por la comunidad. Han pasado más de sesenta años y en ese tiempo Tomasa ha recibido con sus manos a varias generaciones de palenqueros. En nuestro pueblo, las comadronas y maestros nos heredan la partería, la música, la gastronomía, el lumbalú, la historia de Benkos y de Orika, y la lengua viva de África. Nuestra generación joven mantiene esa herencia intensamente viva y la transforma para llevarla al mundo. Las manos de Tomasa han sido el puente entre los saberes del pasado y las vidas del futuro. 

Tomasa recibió el nacimiento del vocalista de Kombilesa Mi, Andris Padilla, conocido como Afroneto; también ha recibido a jóvenes conocedores de los cultivos de la rosa, realizadores audiovisuales, podcasters y escritores. 

Y además, gracias a su conocimiento ancestral, logró que la autora de este texto pudiera tener su parto natural. El parto de Rosmery Armenteros Herrera, originaria de San Basilio de Palenque, fue lejos de las manos de Tomasa. Su hija Azula no fue recibida por ella, pero intervino cuando los médicos le anunciaron que su parto sería por cesárea, pues la bebé estaba sentada. Rosmery recuerda que había viajado a Palenque porque se sentía hastiada de Cartagena y en el patio de su tía Icha comentó con tristeza la noticia. Ella le aconsejó que visitara a la partera del pueblo para que con un ‘sobo’ le acomodara a la bebé. Decidió intentarlo. Se vio acostada en la cama, respirando entrecortadamente porque “hacía ‘demasiada’ calor y por alguna razón que desconocía, decidieron no encender el ventilador.Hasta el sol de hoy no sé exactamente lo que la señora Tomasa hizo porque tuve todo el tiempo los ojos cerrados, pero sí puedo expresar el dolor que sentí. Recuerdo vagamente haberle escuchado: ‘Mijita, esto no es nada’. ¡Y cuánta razón tenía!”, comenta Rosmery. 

Semanas más tarde en la cita con el obstetra, el diagnóstico fue un respiro de alegría: Azula estaba en posición para parto normal. Aunque Rosmery estaba rebosante de felicidad, no se atrevió a traerla al mundo por medio de la partería, un hecho que le genera melancolía. 

El estigma a pesar del reconocimiento de la UNESCO

Resulta paradójico: la preservación de estos saberes en zonas remotas se debe en parte a la escasa infraestructura de esos lugares y a la precariedad económica en la que viven comunidades negras e indígenas, lo cual no deja muchas opciones de acompañamiento al momento de parir. Sin embargo, es frecuente que algunas personas cuestionen la vigencia de estas prácticas desde la distancia y sin conocimiento de las realidades que allí se viven. 

Todo lo que conlleva un parto es algo ajeno a la sociedad palenquera, en un entorno de personas que muchas veces no están afiliadas al sistema de salud y que no pueden pagar el precio elevado de la atención médica. “Ni siquiera yo sabía cuánto costaba un parto. Yo tenía diez mil pesos en la mano y para mí eso era demasiado dinero en aquella época”, afirma Tomasa. 

En su tesis de maestría Parir: un reportaje sobre el abuso de cesáreas en Colombia, la socióloga María Fernanda Cardona habla de la estigmatización de la partería por parte de la ciencia médica, una mirada que ha sido negativa a lo largo de los siglos. “Sin embargo, actualmente es un medio para disminuir las muertes en las áreas rurales y vulnerables del país, utilizado frecuentemente como medio de escape del sistema de salud tradicional, el exceso de medicación durante el parto y el uso y abuso por parte del personal médico. Estas mujeres traen niños al mundo sin la dictadura del tiempo y el reloj, sin maniobras poco recomendadas por la OMS”.

En zonas rurales aún se conserva la tradición de las parteras, entre otras razones, porque algunas mujeres las eligen para tener un parto más natural, alejado del exceso de medicamentos. La partería puede ofrecer un enfoque más personalizado y menos medicalizado para el parto, lo que puede ser atractivo para muchas mujeres. Al respecto, la ginecóloga obstetra de Colsanitas, Janire Buelvas, explica: “la medicación en un parto tradicional depende de la ayuda que se le quiere dar a este. En ciertas condiciones, la premura del tiempo puede poner en riesgo la vida del bebé que viene en camino; por eso siempre debe ser controlado por el personal de salud y se debe tener conocimiento de cómo realizarse o cuando tomar la decisión de cambiar la vía del parto”.

La sabiduría ancestral que Tomasa ha cultivado desde su infancia no va en contravía de la academia ni de la formación profesional en salud, incluso se formó como enfermera, para complementar sus conocimientos de medicinas que le permitan atenuar dolores junto a las hierbas tradicionales. En este punto de encuentro, ella ha entendido que ambos saberes necesitan recursos naturales –como plantas medicinales, masajes, técnicas de respiración, entre otras–, ambos están expandiendo sus horizontes y ambos están enfocados en el bienestar integral del ser humano.

La ciencia médica siempre ha asumido un papel predominante en el manejo de los partos, pese a eso la partería sigue siendo valorada en comunidades vulnerables centrándose en la mujer durante el embarazo, parto y postparto. Actualmente tanto médicos como parteras han colaborado entre sí, combinando ambas “experiencias” las cuales garantizan resultados óptimos. “Hoy en día, en muchos países, estas mujeres tradicionalmente llamadas ‘comadronas’ tienen un entrenamiento en el que aprenden bases médicas para hacer acompañamiento  y atención del parto de bajo riesgo.  Aquí lo verdaderamente importante es que ellas deben ser capacitadas y que no deben quedarse solo con el conocimiento adquirido de generación en generación, pues en Colombia existen poblaciones que aún no cuentan con personal de salud y constantemente se presentan nuevas enfermedades y nuevos riesgos”, añadió la doctora Janire. 

En Buenaventura existe la Asociación de Parteras Unidas por el Pacífico (Asoparupa), la cual fue fundada en 1993 y se encarga de mantener el legado vigente de la partería en una comunidad en la cual hay aproximadamente treinta parteras. Gracias a la gestión de esta organización se ha consolidado este legado negro, indígena y campesino en el Pacífico. 

La región Caribe, en la cual empieza a desaparecer la generación de parteras de la cual Tomasa hace parte, no cuenta con un proceso similar. Tomasa anhela que una iniciativa como esta se lleve a cabo en Palenque, pues se siente responsable al ser la última representante viva de este saber ancestral. Una convergencia entre los Ministerios de Cultura y de Protección Social podría tener un efecto salvador para esta tradición, en coherencia con la declaratoria de la UNESCO. 

Tomasa Reyes Liñán ha dedicado su vida a la partería, su experiencia demuestra la importancia de la transmisión intergeneracional de conocimientos y la adaptación de las prácticas culturales. Su vocación ha dado vida, su saber ha desafiado los estigmas y se ha nutrido con la diversidad de fuentes de conocimiento. Sus manos han parido un nuevo Palenque, que no olvida sus raíces y que tiene la valentía y las herramientas para rescatar su pasado y luchar por un mejor futuro.

- Este artículo hace parte de la edición 193 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.