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Bienestar Colsanitas

Memorias de un festival

Ilustración
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Los protagonistas del Cartagena Festival de Música del 2023, además de magistrales conciertos, ofrecen múltiples lecciones.

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Debo confesar que me encanta el Cartagena Festival de Música. Asistí al primero de ellos cuando parecía ser una apuesta incierta. ¿Conciertos de música clásica en medio de la temporada de vacaciones? ¿Traer a Cartagena, una ciudad que evoca el bolero, la champeta o el porro, a músicos especializados en tocar en los grandes escenarios de Europa y Norteamérica partituras de Brahms, de Haydn, de Beethoven, de Vivaldi?

Tampoco parecía muy adecuado llevar a estos músicos, acostumbrados a auditorios de muy estudiada acústica, a capillas e iglesias donde se filtran los sonidos de la ciudad. Una moto que acelera, un taxi que pita, el pregón de un vendedor de jugo de corozo. 

Pues bien, ese ambiente de mesurada informalidad se ha convertido en un sello que distingue a este festival de tantos otros. Su aura fascina a los músicos de otros países, que disfrutan ejecutar complicadas obras del repertorio clásico en un ambiente desprovisto de prevenciones, ante un público muy generoso y entusiasta.

Este festival no es complaciente con el público. El de 2023 estuvo dedicado a la música nacionalista de Europa del Este en el siglo XIX. Se presentaron obras de nombres conocidos como Bartók, Liszt, Brahms y Chopin, así como de compositores menos familiares para el público, como Erno Dohnanyi o Juliusz Zarebski.

Pudimos escuchar piezas de compositores nacionalistas colombianos como Guillermo Uribe Holguín, Antonio María Valencia y Adolfo Mejía, por citar a tres de ellos. Resultó emocionante la presentación de la Orquesta Filarmónica de Mujeres y la Orquesta Sinfónica de Cartagena, esta última integrada por jóvenes estudiantes de música de la ciudad. Mención aparte merece la pianista antioqueña Teresita Gómez, a quien el festival le rindió homenaje y fue una de las grandes protagonistas del evento. 

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A estas características que lo hacen tan especial se suma la relación del festival con Cartagena, con su gente y con Colombia. Desde la primera edición, en 2007, un componente muy importante han sido los conciertos gratuitos al aire libre, que han ayudado a acercar la llamada música clásica a los habitantes de la ciudad y a turistas que están en Cartagena en otro plan, y que de repente se encuentran con esas presentaciones.

En esta oportunidad no se hicieron los conciertos al aire libre por temas relacionados con la pandemia. Pero, en cambio, se desarrollaron las clases magistrales y los encuentros entre participantes del festival y músicos de la ciudad. En los conciertos era frecuente ver músicos jóvenes con sus instrumentos cargados al hombro, integrantes de agrupaciones de diversos puntos de Colombia que estaban desarrollando un diplomado en la ciudad.

El taller de lutería, una iniciativa en la que se enseña a construir y reparar instrumentos, tiene un muy estrecho vínculo con el Instituto de Educación Superior Antonio Stradivari – Escuela Internacional de Fabricación de Violines de Cremona, ciudad que es famosa en el mundo por sus maestros constructores de violines. La escuela le donó un violín a una de las integrantes de la Orquesta Sinfónica de Cartagena.

Dejé para el final una anécdota que pinta de cuerpo entero el espíritu del festival. El violinista italiano Giuseppe Gibboni no pudo presentarse a causa del Covid-19. En vez de cancelar los conciertos en los que iba a participar, como suele ocurrir la mayor parte de las veces, Antonio Miscenà, director del festival, contactó al violinista norteamericano Gioria Schmidt. A punta de mensajes de Whatsapp, mientras Schmidt estaba en la sala de espera del aeropuerto cuadraron el repertorio. A pesar de no haber tenido tiempo de preparar las obras que interpretó, Schmidt deslumbró al público con su virtuosismo. 

En una conversación con periodistas y músicos, manifestó que las Seis danzas folclóricas rumanas de Béla Bartók, una obra complejísima sólo apta para virtuosos de primer nivel, la había tocado por última vez cuando tenía 12 años de edad, pero que la memoria de los dedos le había permitido interpretarla como si formara parte de su repertorio habitual.

Y también dejó un mensaje útil no sólo para los músicos sino para cualquier persona: “cuando usted dicte una conferencia, se presente a una entrevista de trabajo o interprete un instrumento musical ante un público, piense que en este momento y en ese lugar el mejor del mundo para hacerlo es usted”.

 

- Este artículo hace parte de la edición 186 de nuestra revista impresa. Encuéntrela completa aquí.

  

*Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.

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Eduardo Arias Villa

Periodista y escritor. Miembro del consejo editorial de Bienestar Colsanitas.