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Bienestar Colsanitas

Me alimento de recuerdos

Ilustración
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Soy una mujer nostálgica desde pequeña. Ninguna despedida me pasa desapercibida. Procuro no borrar recuerdos y, cada mucho, vuelvo a los que siento que se me han ido diluyendo. Hoy me aferro con uñas y dientes a la historia de la primera gran amiga que me regaló la maternidad.

SEPARADOR

A María la conocí recién llegué a vivir a mi nuevo barrio. Me acerqué con mi hijo de un año al parque infantil más cercano del que sería mi nuevo apartamento, y ella se acercó cinco minutos después con su hija Alba. Me sorprendió su amabilidad, y su acento, una sevillana casi con traje flamenco y pescaito frito en el bolso. Se ofreció a integrarme al chat de mamás del barrio. “Un chat más de mamás… no sé si quiero, pero gracias. Por ahora dame tu teléfono”, le dije.

Y con esas ganas de empezar una nueva amistad, que no es poca cosa a los 33 años, nos encerró la pandemia, a escasos 25 metros de distancia. Nuestras porterías estaban casi al frente y mi hijo y yo la saludábamos cuando bajaba a comprar aguacates, añorando un ratico de charla frente a frente, una tarde en el parque comiendo bananos y galletas de arroz. Era como si la pandemia hubiera interrumpido la evolución de una amistad con alas. 

– Qué pena que ya no vamos a poder ir juntas a la plaza de mercado. Qué lástima que no vamos a poder tomar las onces en el parque, ni servirnos un café mientras los niños juegan en la sala de cualquiera de nuestras casas – María me daba una noción de tribu para maternar que para mí era nueva, agradable y, sobre todo, sanadora.

Yo quería conocerla. Genuinamente quería saber quién era ella. Quería recorrer todas las líneas de vida que se habían cruzado para que estuviéramos viviendo frente a frente. Así que le propuse contarnos nuestra historia a través de Whatsapp. Y durante mucho tiempo, cada una desde su encierro, nos sentábamos a relatar en el chat, en orden cronológico, nuestras vidas. Me levantaba entusiasmada cada mañana porque tenía un nuevo capítulo en mi teléfono. Y luego empezamos a dejarnos regalos, comida y flores en la portería. 

Recuerdos CUERPOTEXTO

Nos contamos lo que había pasado en nuestras vidas 33 años atrás. Todo lo que sucedió antes de presentarnos debajo de un rodadero. Decididamente me proponía nutrir una nueva amistad, sumarle a mi vida a la mejor compañera de maternidad que he tenido hasta el momento. Por Whatsapp me contó de sus pasiones, de la muerte de su padre, del trabajo que la llevó a vender pimentones por todo España manejando un camión, de la playa donde conoció a su esposo, de su pasión por el orden y la limpieza, de su parto en Alemania sostenida de una cuerda junto a una doula. Yo le devolvía sus párrafos con mi adolescencia en la Cali de los noventas, con mi anécdota de la vez que gané un reality de moda, con mi viaje a Asia de la mano de mis amigas, con mis padecimientos frente al amor romántico, con el momento en que conocí a mi esposo y no era capaz de mirarlo a los ojos, con mi parto natural interrumpido por una cesárea de emergencia y mi sonrisa nerviosa para tratar de tranquilizar a mi mamá.

Y luego la pandemia nos liberó, y nos quisimos envolver en esta amistad. Era como si tuviéramos varias asignaturas pendientes: nos debíamos 42 cafés, 10 paseos, 5 cumpleaños, 37 confesiones mediadas por unas cuantas lágrimas… Sin mucho planearlo aterricé en la casa de su mamá, en la Rinconada, España. Dormí junto a su cuarto de infancia, y meses después ella aterrizó en la casa de mi mamá, en Cali. Desayunó en las mismas sillas enormes de comedor, estilo “Juego de tronos”, en las que yo me he sentado desde los cuatro años. María conoció a mi madre y yo a la suya. Conocí su esencia, porque convivir con la madre de una amiga es reconocer sus entrañas. No hay nada más íntimo que eso. Y me reí de la dedicación con la que su mamá le daba las buenas noches por Whatsapp a todos sus amigos, uno a uno por chat directo, aunque no los viera hace muchos años.

Parecía que nos estábamos desatrasando de esa amistad que nos debíamos y por eso pasamos los últimos 21 días de su estadía en Colombia juntas, en mi casa. Mi mini apartamento se convirtió en el hogar de seis personas (incluídos una niña y un niño gremlins de cinco años) y una gata. Durante esas tres semanas María cocinó mi pasta favorita, organizó mi cocina y limpió los libros de mi hijo. Vimos series juntas, me cuidó cuando me enfermé y yo limpié sus lágrimas cuando la visa para poder llegar a su nuevo hogar parecía una ilusión lejana. Y, claro, como pasa en toda relación humana, también tuvimos desencuentros. ¿Qué es una amistad verdadera si no es el reconocimiento y la aceptación de que también tenemos diferencias que nos cuesta desnudar? Afortunadamente también tuvimos abrazos de reconciliación y miradas de complicidad y secretos. 

María se fue a vivir a Nottingham, en Inglaterra, y dejó a mi hijo de cinco años llorando desconsolado mientras ella y su familia se despedían desde la ventana trasera de un taxi. Me dejó sus matas, su lámpara, su moledora de café, su chaqueta de cuero y su infinito recuerdo. “Eres muy buena, te mereces una vida feliz. Sé feliz”, me dijo en el último abrazo que nos dimos a este lado del Atlántico. Habría preferido que me dijera que no le había gustado la estadía en mi casa y que sentía alegría de irse por fin de ella. Pero sus hermosas palabras, que se clavaron en mi corazón, eran a la vez una sentencia, una verdad que las dos sabíamos: el tiempo que compartimos no va a volver jamás. Nunca más vamos a ser vecinas. Declaró un final de la amistad como la conocíamos, pero me sirve de consuelo pensar que no es el final de nuestra amistad porque aunque nos separa un océano de distancia, sigo sintiendo su cariño. Seguimos hablando por Whatsapp con mucha frecuencia. Ya no volvimos a narrarnos la vida con detalles cronológicos, pero nos mandamos tremendos audios de hasta ocho minutos. No pasan más de tres días sin que mandemos señales de vida. Yo no soy amiga de las videollamadas, siempre me ha parecido que cortan la comunicación, pero sé perfectamente qué decoración tiene María encima de su nueva chimenea y los platos que sirvieron en la fiesta callejera el día de la coronation del rey Carlos y Camilla. 

Con la certeza de ese cariño recíproco a veces me pregunto, ¿de qué me sirve acordarme de una amistad que tarde o temprano tendría que transformarse en una relación a distancia? Una sevillana y un cuzqueño no van a envejecer en Bogotá, lo sabía desde el día que la conocí. ¿Para qué sirven los recuerdos gratos si es que a veces atormentan? Me lo he preguntado con tanta frecuencia y con tantas otras vivencias de mi pasado que ya, por fin, voy encontrando respuesta de a pocos. Por lo menos este recuerdo particular, el recuerdo de María, se me ha convertido en una ilusión. Sé que donde ella esté, tendré una casa, un plato de comida para mí y para mi familia. Y las ilusiones alimentan el alma así como el pappardelle al teléfono y el arroz con leche.

¿Que sí que sí, María?

 

*Mónica Diago es editora de la revista Bienestar. La maternidad deseada revolucionó su vida. Es caleña pero está enamorada de Bogotá, con todo su caos. Sueña con seguir descubriendo la naturaleza de cada esquina de Colombia y no puede quedarse en casa si afuera hace sol.

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Mónica Diago

Mónica Diago es editora de la revista Bienestar. Ha trabajado principalmente como periodista ambiental, pero desde que se convirtió en mamá ha enfocado su trabajo en visibilizar la importancia de la crianza consciente y respetuosa. Disfruta las caminatas, las montañas, los ríos y los libros ilustrados infantiles.