En Bogotá y las principales ciudades del país funcionan ludotecas públicas y privadas. ¿Qué son? ¿Para qué sirven? La autora visitó algunas y conversó con ludotecarios y visitantes.
ensé que los caballitos de madera se habían extinguido. Que era imposible encontrar a un niño divirtiéndose encima de uno de esos animales que se balancean. Mi mamá tuvo una fábrica de juguetes de madera, que quebró de manera estruendosa en los años ochenta, y crecí rodeada de esos juguetes grandotes, obsoletos para los niños del siglo XXI.
Hay un lugar, sin embargo, en el que aún se ven niños jugando con caballos de madera. Sara, de cuatro años, se mece feliz en el de la ludoteca de la Biblioteca Pública Gabriel García Márquez, en el barrio El Tunal, al sur de Bogotá; Alejandro tiene seis años y hace lo mismo en el caballito de la ludoteca de la Caja de Compensación Compensar, en el occidente de la ciudad. Minutos antes, Sara había participado de un taller llamado “Pequeños artistas”, para crear con plastilina de muchos colores un jardín lleno de árboles y animales. Alejandro gozó con “La hora del cuento”, en la que una promotora de lectura hace dramatizaciones de cuentos infantiles. A Alejandro le fascinan esas actividades. A su alrededor había desde bebés que apenas dan sus primeros pasos y se divertían en una piscina de pelotas, hasta adolescentes que retaban a sus padres con juegos de estrategia.
Todos ellos, todo eso, tiene cabida en una ludoteca. En el diccionario, la ludoteca es ese sitio en el que se guardan y almacenan juegos y juguetes para su uso o préstamo.
En la vida real es mucho más que eso. Es el lugar perfecto para que los niños ocupen su tiempo libre y aprendan divirtiéndose, para conocerse mejor con sus padres y otros niños, para ser solidarios, fortalecer su autoestima y estrechar lazos afectivos. Todo a través del juego. La ludoteca es esa especie de casa en la que se puede jugar hasta el cansancio. A diferencia de la biblioteca, no es un espacio solemne sino que está planeado para caerse y levantarse, reírse a carcajadas, hacer ruido.
Las dos primeras ludotecas de las que se tiene registro nacieron en 1934 y 1963, en Estados Unidos y Suecia, respectivamente, y fueron pensadas solo para niños en situación de discapacidad. En 1960 la Unesco lanzó un programa mundial para crear ludotecas en hospitales, cárceles, escuelas y centros comunitarios. A América Latina llegaron en la década de 1970.
En Colombia las hay públicas y privadas, itinerantes y permanentes. En Bogotá, por ejemplo, las ludotecas públicas son manejadas por dos entidades distintas: el Instituto Distrital de Recreación y Deporte (IDRD) y la Red Capital de Bibliotecas Públicas (BibloRed). En la segunda categoría, las ludotecas más conocidas son las de las cajas de compensación familiar, como Colsubsidio y Compensar. Aunque cada una tiene horarios, programación de actividades y metodologías diferentes, el común denominador es que son gratuitas. En ninguna de ellas hay que pagar ni inscribirse previamente.
“Las ludotecas de BibloRed son espacios destinados para niños y niñas desde los cero hasta los 12 años, en los que se realizan actividades que propicien su desarrollo de habilidades cognitivas, sociales, creativas, afectivas y estéticas a través del juego y de metodologías pedagógicas específicas”, explica Ximena Rojas, coordinadora cultural de BibloRed.
BibloRed maneja las ludotecas de cuatro de las grandes bibliotecas públicas de Bogotá: Carlos E. Restrepo, Julio Mario Santodomingo, Tintal-Manuel Zapata Olivella y Gabriel García Márquez. La otra gran biblioteca pública de la ciudad —la Virgilio Barco— también tiene una ludoteca que administra el IDRD, que tiene a su cargo otras cinco en parques de distintas localidades.
Las ludotecas públicas de Bogotá funcionan de martes a domingo y su programación de actividades se encuentra en www. biblored.gov.co y en www.idrd.gov.co. También se mueve mucho la información gracias al voz a voz, como lo cuenta Andrés Tibaquirá, ludotecario de la Biblioteca Gabriel García Márquez.
Andrés termina exhausto después de cada jornada, pero contento de pensar que en algo está ayudando a cambiar la vida de decenas de niños que, de otra manera, no tendrían cómo acceder a juguetes o materiales que allí disfrutan y comparten. Según las estadísticas que lleva, cada mes se benefician de esa ludoteca unos 3.500 niños y adultos.
En el primer trimestre del año todas las actividades de las ludotecas de BibloRed tuvieron como eje transversal el cuidado del medio ambiente, y Andrés se tomó tan en serio el tema que ahora tiene varios sembrados hechos por los niños, que los visitan cada que pueden. También planea hacer una exposición itinerante con los trabajos en plastilina realizados en la franja de Pequeños artistas.
Las ludotecas privadas funcionan solo los fines de semana pero suelen coincidir con las públicas en los temas transversales que guían la programación de sus actividades. En las tres ludotecas de Compensar —que funcionan sábados, domingos y lunes festivos de 9:00 de la mañana a 4:00 de la tarde— decidieron que el mes de marzo era también el de la promoción del cuidado del medio ambiente. A través de una actividad llamada “Semillas de esperanza”, por ejemplo, los niños sembraban una semilla en una pequeña matera y luego tenían la misión de cuidarla y regarla con agua, hasta que vieran crecer una lechuga que, al final del proceso, pudieran comerse.
“Nuestras ludotecas se dividen en cuatro espacios, en los que desarrollamos las cuatro inteligencias múltiples de los niños: lingüística, musical, lógico-matemática y kinestésica o corporal. Queremos que se integren, que los papás interactúen con ellos, trabajen en equipo e involucren todos los sentidos a través de colores, olores, texturas, sonidos y sabores”, dice Andrea Romero, coordinadora de Recreación y Cultura de Compensar.
Francy acompaña a su nieto Alejandro todos los sábados a la ludoteca. “Entre semana no tengo mucho tiempo para compartir con él y creo que el poco tiempo que puedo darle debe ser de calidad”, dice.
Cuando se habla de una ludoteca se cree que sus únicos beneficiarios son los niños, pero eso no es del todo cierto. “De los acompañantes de los niños depende el impacto de las actividades que realizamos”, comenta Andrés Tibaquirá mientras busca un par de fichas de parqués que se le refundieron. “Nosotros solo somos facilitadores, uno da la orientación, pero son los adultos los que hacen el trabajo con los niños y luego pueden replicar algo de lo aprendido en sus hogares”.
Las ludotecas le recuerdan a uno que habría que jugar toda la vida. Es más: las ludotecas lo invitan a uno a nunca dejar de ser niño.
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