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Bienestar Colsanitas

Cuando los hijos se van: afrontar la transformación familiar y personal

Ilustración
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El síndrome del nido vacío trae consigo una mezcla de emociones, desde la tristeza y la soledad hasta la oportunidad de redescubrirse y resignificar los vínculos.

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Se nos va la vida en cambios a lo largo de las edades. En las reuniones familiares, por ejemplo, veo a mis primos mayores con sus familias y me reconozco en sus hijos, en lo que fue un momento anterior de mi vida hace no mucho tiempo. Ya son adolescentes y muy pronto serán adultos. Cuando llegue la hora de escoger rumbos o ir a la universidad, unos serán los primeros en irse y cambiarán de ciudad, tal vez de país; otros se quedarán en casa un tiempo más, mientras estudian y encuentran un trabajo que les dé para volar solos y sin becas. Puede que mientras tanto algunos de esos hijos lleguen a volverse los cuidadores de sus viejos, como lo fui yo mismo hace un tiempo. Y eventualmente todos nos vamos.

En la casa de los padres entonces parece que hay cuartos que sobran, los días se extienden, el silencio es más largo, tal vez más profundo, y quizás tan profundo que pueden sentir cosas que ocupan una enormidad. Se enfrentan a un duelo, a un tipo de duelo muy particular y que como todos los duelos tiene sus rasgos característicos, pero se vive sólo de un modo personal e intransferible, único y por supuesto acorde al contexto de cada quien. Además algunas parejas experimentan una sensación de extrañeza al volver a ser eso, sólo eso: parejas. Puede aparecer entonces la sensación de que son extraños el uno para el otro, que hay problemas de comunicación sin resolver, que ya no hay proyecto juntos, entre otras cosas. 

Con una sensibilidad literaria de la que a veces la medicina y psicología hacen gala, se ha llamado a este proceso el síndrome del nido vacío.

El duelo

“Mi hija tenía 23 años cuando se fue y a mí me tomó por sorpresa, porque aunque uno lo presiente, jamás me imaginé que ese día llegaría tan pronto”, me dice Marta García. “Afortunadamente en ese momento aún no me había jubilado y eso me permitió ocuparme y distraerme. Tal vez por ser madre soltera me pegó más fuerte, porque sentía un malestar, un vacío enorme en el estómago todo el tiempo. Era muy físico y por eso terminé en el médico”. A pesar de la medicación que le formularon, hizo falta buen tiempo para que la tristeza, la angustia y la soledad se disiparan de sus días. 

Cuando le pregunto a Marta a partir de qué momento mejoró, ella me dice: “La tristeza nunca se va del todo. Ha habido momentos en los que ha vuelto la sensación en el estómago y la misma sensación de ‘y ahora qué’, como cuando me pensioné. Pero las cosas mejoran a medida que uno acepta que a los hijos hay que darles alas para volar, que están viviendo lo mismo que uno alguna vez vivió. Mi hija por ejemplo ha encontrado mejores oportunidades en ciudades más grandes y entender eso, conversar con ella todos los días, que ella me cuente sus cosas, todo eso va haciendo que la sensación mejore”.

Como la historia de Marta hay muchas, cada una con sus variantes. Para algunos la partida de los hijos coincide con la jubilación u otro evento mayor en la vida de cada uno y entonces los duelos o los cambios a procesar se pueden superponer. Y en cualquier caso, lo más importante es, como en el caso de Marta, encarar la situación para comenzar a aceptar la transformación del vínculo.

CUANDO LOS HIJOS SE VAN CUERPOTEXTO

Expresar y resignificar

Parece obvio, pero el duelo que hay que hacer es tanto por la relación que cambia como por la partida en sí, como señala Charles Romel Yáñez, psicólogo y docente de la Fundación Universitaria Sanitas. Sin embargo, tanto padres como madres suelen adoptar una postura fuerte desde la que puede ser considerablemente más difícil comenzar a procesar todo lo que se siente y conseguir las cosas que se esperan en este cambio. “Para una persona que no está acostumbrada a expresar sus emociones será mucho más duro, porque puede ser que quienes lo rodean no sepan qué espera, qué necesita o incluso algo tan simple como saber que siente tristeza. Es complicado acompañar a alguien que no le comunica a su entorno lo que siente”, agrega Yáñez.

Cuando los hijos se van de casa es importante propiciar para hablar de la relación filial de cara al cambio que viene. Todas las emociones que afloran son normales y está bien dar el paso para dejar de obviar que se tiene miedo a la soledad, al abandono, a no ser tenidos en cuenta; también, por ejemplo, ser asertivos con lo que se quiere o se espera: recibir llamadas, visitas; y por supuesto proponer planes, incluso nuevos, para compartir entre padres e hijos en esta nueva etapa como adultos. 

Esto es importante, pues como señala Yáñez, parte del duelo de los padres tiene que ver con renunciar a ciertos roles como cuidadores, proveedores, o tomadores de decisiones. Y dejar esos roles también es la oportunidad para tomar unos nuevos. “Es importante buscar las rutinas con las que se resignificará la relación. Y tanto en los padres y las madres solteras como en las parejas hay que hacer lo propio con sus espacios y actividades, porque los hijos suelen ser un centro de gravedad muy importante, a veces el único, y por eso, una vez desaparece, los padres se pueden sentir muy perdidos”.

Reencuentros

En el caso de las parejas es muy probable que el Síndrome del Nido Vacío incluya una capa de sentimientos adicionales. Como explica Yáñez, esto es muy marcado en aquellas parejas que se han dejado de lado para sólo trabajar y criar a sus hijos. Sin que sea una exageración, pueden sentirse dos extraños, dos personas que han cambiado mucho en todos esos años y de repente se encuentran conviviendo bajo un mismo techo. Entienden que llevan años sin hablarse, pensar algo juntos, e incluso años sin resolver conflictos, molestias o necesidades mutuas que están desatendidas, porque el norte que ofrecen los hijos permitió dejar todo eso de lado, restarle importancia. Yáñez anota que en esos casos una de las cosas más importantes es que los dos miembros de la pareja vuelvan a conocerse, reconocerse y pensar un horizonte conjunto, que puede comenzar con permitirse pensar nuevos objetivos o cosas tan sencillas como buscar actividades para compartir de nuevo en pareja. 

En el caso de los padres y las madres que criaron a sus hijos siendo solteros, el reencuentro suele ser consigo mismos y enfrentándose a una sensación de incertidumbre y de vacío. Justamente, una mudanza a una nueva casa, donde tuvo la oportunidad de conocer a vecinos nuevos y comenzar a aprender a tejer en compañía de un grupo de mujeres del barrio, fue un alivio grande para Marta. “Nos equivocamos cuando creemos que la idea de proyecto de vida es sólo para los más jóvenes”, señala Yáñez. “Incluso a los ochenta años, cualquiera puede (y debería) proyectar qué cosas quisiera hacer y buscar cómo hacerlas en la medida de sus posibilidades: desde aprender a tocar un instrumento, otro idioma, a bailar, a cocinar cosas nuevas, o leer más y hasta hacer nuevos amigos. Ninguna de esas cosas tienen edad y son aspiraciones que le dan una dirección a nuestra vida”.

 

 

*Historiador y escritor. Colaborador permanente de Bienestar Colsanitas y de Bacánika.

SEPARADOR

Jorge Francisco Mestre

Escritor, periodista e historiador. Fanático de las historias contadas con calma, hondura y gracia. Escribe entrevistas, crónicas, ensayos y artículos de análisis para Bacánika y Bienestar Colsanitas. En 2022, publicó Música para aves artificiales, su primer poemario.