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Bienestar Colsanitas

Claudia Restrepo, contemplación y movimiento

Fotografía
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Llegó a la Rectoría de EAFIT en tiempos de pandemia para proyectar la universidad hacia el futuro. Su historia está atravesada por el amor a la educación y la búsqueda de su propia voz.  

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u cabeza se mueve hacia todos lados. Es disruptiva, con una capacidad extraordinaria para situarse en el presente. Su vocación está marcada por la educación, y aunque durante los últimos años se ha movido por puestos de gerencia, no pierde la ilusión de volver a las aulas a hacer lo que más le gusta: la docencia. 

Antes de llegar a la Rectoría de EAFIT, una de las principales universidades de  Medellín, fue secretaria de Educación del departamento, vicealcaldesa de Educación y Cultura, alcaldesa encargada de Medellín y gerente del Metro. Su último cargo fue como Responsable de Personas y Familias en la caja de compensación Comfama. Sin querer, la vida la fue llevando a lugares de interés mediático, aun cuando es consciente de su personalidad introvertida. 

Su mente está siempre imaginando mundos posibles, proyectando la universidad, pensando en los 13.000 estudiantes que tiene bajo su tutoría. A su naturaleza indomable no la ata nada, no tiene apegos, dice que todo lo que necesita lo lleva consigo y por eso no le teme a la muerte. No le gusta mercar, ni la cocina, ni la convivencia, ni el tedio. No sabe de protocolos, su lenguaje es pura espontaneidad. Su gran lucha ha sido saber quién es, reconocerse en medio de una sociedad conservadora y llena de formalismos. 

Con meses de diferencia murieron los dos únicos hombres que han sido capaces de ponerle un límite: su segundo esposo y su padre. Despedirse de ellos la llevó a encontrarse con una Claudia que despertó por primera vez a la conciencia de género y a la posibilidad emocionante de liderar con impronta femenina.

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Claudia Restrepo tiene formación en filosofía y administración, dos áreas que parecen opuestas pero que ella encuentra muy cercanas.

Lleva el pelo crespo, se está dejando las canas al natural, en su mano izquierda (la mano del corazón) lleva un japamala o rosario budista. Tiene tatuajes y se viste todos los días de negro, quizás como una forma de aplicar una economía de monje en todos los hábitos de su vida. Su cerebro es como un software con dos programas instalados: el contemplativo y el operativo. Esos dos ejes dirigen su visión, son los hemisferios por los que entra y sale casi de manera orgánica. Su obsesión pasa por entender la sinergia entre técnica y humanismo, el tema de la tesis del doctorado en Filosofía que adelanta en la actualidad. 

Vive apoyada en los amigos, la única cofradía a la que es devota. Está convencida de que es hora de tejer en la diferencia y le apuesta a la importancia de la educación en la construcción de sociedades más justas. Desde pequeña la persiguen las preguntas: son su herramienta, el mecanismo a través del cual mira la realidad, como una suerte de Mafalda antioqueña que entendió que en sus manos tenía un gran poder: el de transformar el mundo.  

Se cumple un año de la pandemia. ¿Qué le ha enseñado? 

Hay dos enseñanzas fundamentales: la primera, darnos cuenta de lo frágiles que somos los seres humanos. Y la segunda, lo interconectados que estamos. Soy una privilegiada porque pude trabajar desde mi casa en El Retiro, y eso me dio tiempo para conectarme con la naturaleza y meditar. 

Ahora a la pandemia se suma un movimiento social conducido por los jóvenes, y a su lado una situación de caos que nos sumerge en la desesperanza. ¿Cuál es su visión?

Esta situación nos duele y nos confronta. Creo en la conversación, en el diálogo y en la reflexión como principios para construir y rechazar la violencia. La universidad es el espacio para la educación y la libertad. Nos ampara el respeto por la diferencia, así que no podemos temerle al debate. El país nos reclama hoy entendimiento y empatía. Hoy más que nunca es necesario traer una cátedra esencial: la democracia.   

¿Qué puede cambiar en EAFIT con una mujer a la cabeza? 

Que llegue una mujer a la Rectoría es un hito. Además de que me honra, me genera una gran responsabilidad. Durante mucho tiempo pensé que el éxito era cumplir con ciertos estereotipos. La conciencia de género tiene un poder esencial: pienso que las mujeres llegamos para abrir espacio a la diferencia, porque tampoco se trata de que las mujeres lleguemos a estas posiciones para gerenciar como hombres, y menos, para defender un estilo único de liderazgo femenino. Me gusta decir que soy feminista partiendo de una búsqueda, y es entender quién soy y cuál es mi voz. 

Me interesa que todos podamos preguntarnos qué tan auténticos somos. Porque además, el mundo ha cambiado, cada vez se rompen más estereotipos. Yo antes debía cepillarme el pelo para ir a trabajar, no podía llevarlo crespo, natural como yo quería. No sé si habría sido la rectora hace cinco años. Pero hoy, frente a un escenario donde la universidad tiene que imaginarse el futuro, donde tiene que pensar cuál es la relevancia de las universidades, es coherente que se haga a través de una persona que sea capaz de descubrir esa nueva voz que la representa. Siempre tuve un profundo respeto por la diferencia. 

Medellín es una ciudad de cimientos conservadores, y la universidad responde un poco a esa estructura. El hecho de que hayan apostado por una mujer como yo también es una declaración a la libertad, a la diversidad, a este florecer de los feminismos en el mundo. Mi afán no es que ésta sea la mejor universidad del país, sino que sea única. 

Históricamente se ha planteado que EAFIT es de élites, pero yo estudié aquí hace más de veinte años y pertenecía a una familia de clase media, vivíamos en estrato tres, en el barrio Buenos Aires. Mi papá me dio un Renault 4 porque vivía muy lejos, y así podía llegar a tiempo a las clases. Entre mis amigos había de todo. Era una universidad marcada por los grupos estudiantiles. En la diferencia se teje, porque siempre habrá algo que nos una. En una organización como ésta hay gente que cree en la ciencia, gente que es mucho más humanista, personas que creen en el derecho, otras que le apuestan a la economía como uno de los principios fundamentales del desarrollo. Lo cierto es que todos los que estamos aquí compartimos un propósito superior: “Inspirar vidas e irradiar conocimiento”. A todos nos interesa que sea bajo un principio de humanidad, que garantice la integridad y la innovación, así como de flexibilidad para enfrentar el futuro. Por eso es tan relevante la defensa de una educación liberal en las universidades, no es un tema de ideologías, no es cuestión de izquierda, derecha o centro.

No es un secreto que los ámbitos académicos, particularmente los universitarios, han sido machistas. ¿Alguna vez lo sufrió? ¿Cómo pararse frente a esa actitud que persiste?

Estamos históricamente en escenarios pensados de esa forma, y a las mujeres nos ha tocado abrir el espacio. Creo que las acciones afirmativas nos ayudan a romper eso y diseñar entornos que se adapten al rol de las mujeres. ¿Que si lo he vivido? Por supuesto. ¿Me ha tocado experimentar acoso? Claro que sí. 

Siento que no solamente las mujeres sufrimos el machismo, los hombres también están atrapados en unos roles que no les permiten mostrar su sensibilidad. Es necesario transformar un montón de sesgos culturales. Ser feminista es ser disruptiva. El primer ejercicio que uno tiene que hacer es romper la forma como nos educamos, como nos relacionamos con el mundo. Y en el momento en que aceptamos eso, abrimos espacio para la diversidad. Los espacios en general están pensados para el hombre heterosexual blanco, y todo lo que está por fuera de eso tiene una barrera. 

Su perfil es una mezcla singular de habilidades administrativas con rasgos filosóficos, lo cual le permite ejercer un liderazgo raro de encontrar. ¿Cómo se equilibran estos aspectos en su visión de gerencia?

En principio suena distinto, pero creo que es más la idea que se tiene de la administración y la filosofía. Para mí son súper cercanos, siempre digo que no sólo se complementan, sino que nacen en mí desde la misma esencia: la pregunta. La filosofía se basa en la pregunta, y como administrador tienes que saber hacer las preguntas adecuadas para poder identificar en qué estás y definir hacia dónde te diriges. En mi caso, a la administradora le ayuda tanto la filósofa, como a la filósofa le ayuda la administradora. Puedo aterrizar el problema a la realidad, lo existencial a la vida material y a la cotidianidad. Eso hace que no sean dos ámbitos separados para mí. Incluso mi doctorado se pregunta por la sinergia entre el humanismo y la técnica. Cuáles son las categorías que hacen que el humanismo y la técnica partan de los mismos principios, porque en últimas la ciencia nació de la humanidad. En mí lo que hay es un profundo sentido de indagación y una búsqueda permanente. Imaginar escenarios frente a esas preguntas que me hago. 

¿Cuál es el panorama de la universidad en la era post pandemia?

Es muy difícil que volvamos a la universidad que tuvimos, pero estoy segura de que la universidad que venimos construyendo puede ser mejor. Porque va a tener otro montón de herramientas nuevas. El futuro es alentador. Yo creo que lo negro de este panorama es haber perdido tantas vidas, que es lo que no podemos recuperar. De resto, creo que todas las posibilidades están servidas para reinventarnos, que es lo que pasa con las pestes, las guerras y las grandes tragedias, que mueven a la humanidad a pensarse de maneras diferentes.

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"El único sueño que tuve cuando era chiquita fue el de ser maestra. Disfruto enseñarle al otro, propiciar el entendimiento".

En Medellín hay que preguntarse por la desigualdad. ¿Qué lectura hace al respecto?

Soy una buscadora inmensa de crear clase media. Una de las cosas que más valoro fue que me eduqué en esa franja. Para mí, lo normal era la diversidad, que hubiera cierta mezcla. En mi infancia nunca entendí la diferencia de clases. Yo era hija de un campesino que estudió hasta primero de primaria, con una obsesión por educarnos, así que llegué tarde a la inquietud alrededor de las desigualdades. Por eso agradezco tanto haberme educado en un entorno en el que las diferencias convivían naturalmente. Lo más inspirador de mi trabajo en Comfama era la posibilidad de consolidar clase media trabajadora. Es la solución para poder tener sociedades más justas. Una de sus características es el orden, su proyección de futuro. Se trata de familias concentradas en la educación de sus hijos. A mí, mi papá no me daba para una celebración, yo no supe qué fue una fiesta de quince o una excursión. Pero para pagar el semestre en EAFIT sí había. Tengo ese principio en la sangre, una familia con proyecto de futuro hace todos los esfuerzos necesarios para estudiar. Creo que mi primer vuelo en avión lo hice cuando hacía la práctica. Yo entendí eso, que ser clase media no es un asunto de clase social, es una mentalidad. 

Usted llegó joven al sector público y estuvo muchos años allí. Se dice que sufrió un desencanto con respecto a la política. ¿Es así?

Yo nunca dije que quería trabajar en esto o ser lo otro. Más bien he estado orientada al propósito. Desde que me gradué, quise poner mi conocimiento al servicio de los demás. Muy pronto me di cuenta de que quería trabajar para organizaciones sociales. Llegué a lo público por accidente, luego de que me pidieron participar en un empalme. Ahí me dijeron “Antioquia te necesita”, y cuando uno tiene 26 años, en serio cree que Antioquia lo necesita a uno (risas). El sector público es como un mal amor: a una le pagan mal, le dan duro, una no duerme, no come, pero vive súper enamorada. Yo no llegué a lo público por la política, sino como servicio social y por capacidad técnica. Lo que ocurre es que hay un momento, después de varios años ahí, en que uno se pregunta: ¿será que soy buena para la política? Y además todo el mundo te dice: “vos tenés todo el talento”. Entonces lo que sigue es hacer una campaña. Me lancé pero al poco tiempo me di cuenta de que tomarme fotos, hacer alianzas, vestirme de tal forma no era para mí, no tengo esa personalidad. A mí me gusta el silencio, vivo en una montaña, medito, soy solitaria. Fue la campaña más corta del mundo, duró tres meses. Ahí entendí que había sido suficiente de lo público. 

Sin embargo, lo que te enseña la administración pública no te lo enseña nadie. A mí me tocaron roles complejos: presupuestos elevados, crisis profundas de seguridad, de riesgo, retos tan difíciles que la verdad se convirtieron, sin saber, en un entrenamiento para administrar con velocidad. 

Muchas personas que la veían en los medios de comunicación percibían que usted no era una funcionaria más, que tenía poco de convencional. ¿Siempre fue así?

Yo me casé a los 23 y dos años después me separé. Dije: “No puedo con el matrimonio, ¿qué es esto? ¡Matame tedio!”. Es algo que sigo pensando, me parece muy aburridor un matrimonio. Con Diego estuve siete años, y más que esposos éramos como unos amantes, unos novios. Vivimos en varios lugares. Los dos habíamos estado ya casados; él tenía hijos, entonces algunos fines de semana los pasaba con ellos y yo me iba con los amigos. 

Si usted me quiere ver deprimida, póngame a mercar un domingo por la noche, porque me acuerdo de mi primer matrimonio. Yo no merco, y si lo hago, es por internet. Odio los supermercados. Me exasperan. Tampoco le encuentro el gusto a cocinar. A cierta edad a todos los amigos les da por aprender y hacen comidas en la casa. “Tú pelas”. ¿En serio? Ese plan de cocinar entre amigos, de que el sitio más importante es la cocina, no me cuadra. ¡Por qué tenemos que hacer esto si podemos ir a un restaurante! No le encuentro la gracia.

A veces digo que tengo dos cambios: neutra y sexta. Primera, segunda y tercera no las manejo. Neutra porque soy meditadora, hago yoga, me gusta dormir muchas horas y las necesito, pero en un paseo me pueden dejar en una sillita frente al mar y ahí me quedo feliz contemplando. No soy de las que dice “hay que conocer todos los sitios”, soy cero mujer excursión, cero mujer cruceros. 

¿Qué significa para usted la docencia?

Quizás el único sueño que tuve cuando era chiquita fue el de ser maestra. En el colegio me gustaba ser la monitora, explicarles a los amiguitos. Disfruto enseñarle al otro, propiciar el entendimiento. Soy capaz de entender un mapa general y traducirlo. Desde muy recién graduada de la universidad empecé a dar clases, y desde ahí quise ser profesora de tiempo completo. Las cosas no se dieron, pero la educación siempre ha sido mi gran obsesión, y con el tiempo me diversifiqué un montón: sostenibilidad, vivienda, gestión. Al final, todo se conectó para dar forma a la visión que tengo ahora. Me digo que es fantástico porque esto es empresa, es educación. La verdad es que me veo el otro semestre, o el siguiente, dando clase. Rectora, pero dando clase. 

¿Cómo vivió el nombramiento?

La verdad fluyo muy bien con los retos que tengo, pero insisto, no fue una cosa que busqué ni era mi trabajo soñado. Yo soy cero nostálgica, estoy concentrada en el presente, debe ser porque tengo mucha práctica budista, de meditación. Como he dicho, no tengo un proyecto de futuro, no soy ambiciosa. Yo digo que hoy estoy aquí, mañana no sé dónde estaré. No me creo eso del poder, o que ya llegué a algún lugar. Después de la muerte de un ser querido, uno se da cuenta de que uno no controla el mundo. Somos instrumentos. Yo me levanto todas las mañanas y pido a mis maestros que me den una mirada comprensiva, una palabra bondadosa, una escucha profunda. Trato de hacer lo mejor que puedo. Y por la noche me acuesto y hago el balance. Lo único que tengo claro es que mientras esté acá, voy a darlo todo. 

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"El hecho de que hayan apostado por una mujer como yo también es una declaración a la libertad, a la diversidad, a este florecer de los feminismos en el mundo".

Ese desapego, ¿de dónde le viene?

No soy apegada a lo material, es mi naturaleza. Si mañana se quema mi casa no me va a golpear. Viene conmigo, desde chiquita soy así. Lo más difícil para mí con respecto al duelo de mi esposo era que, como yo sabía que era tan del presente, tenía mucho miedo de que se me olvidara. Por eso la libertad es una opción tan marcada para mí. Yo no tuve hijos, y una de las razones era porque tenía muy claro que podían generarme un arraigo que no deseaba. No entiendo el amor como posesión. Entonces con EAFIT y en general con todos los trabajos que he tenido, es lo mismo. Estoy muy contenta y creo que voy a hacer cosas muy lindas. También sé que el día que sienta que la chispa se fue, no sigo; no soy capaz de vivir en el tedio. 

Tengo una personalidad vocacional, yo podría haber sido la religiosa más entregada. Mi forma de actuar siempre es en función del propósito: si lo tengo, desayuno, almuerzo y como pensando en cómo llegar a las metas que me tracé, o con las cuales me comprometí dentro de una institución u organización.

Una vez, cuando tenía 13 años, mi mamá me dijo que fuéramos a visitar a la abuelita. Y yo le dije que la abuela era su mamá, y que ella tenía un vínculo con ella pero yo no. Mi mamá ha sido súper revolucionaria porque cualquiera con una hija como yo, hubiera vivido frustrada. Yo creo que si a mi mamá no le hubiera tocado vivir en su generación, habría elegido otra cosa. Una vez le pregunté: “si tú volvieras a nacer, qué sería de ti”. Y me contestó: “Primero no me casaría. Segundo no los tendría. Hijos cero”. Yo creo que mi mamá ve en mí a la mujer que habría sido si no hubiera vivido lo que tuvo que vivir, una vida atrapada en seis hijos. Ella se lo goza con un amor inmenso y vive a través de mí la vida que no vivió. Mi papá no tenía esa visión, era más ambicioso; pero también lo agradezco porque si no sería una filósofa que vive en un monte. Gracias a mi papá aprendí esas otras herramientas que me hacen ser operativa. 

La espiritualidad, la meditación, el budismo... ¿Cómo explora estas dimensiones? 

Yo tengo una especie de principio de economía hacia los aspectos que no son esenciales en mi evolución. No boto corriente en lo que siento que es pérdida de tiempo. Soy minimalista. Mi casa tiene cuatro cuadros, si hay un quinto, regalo uno. Si compro un pantalón, saco tres. No acumulo nada. No guardo las fotos, ando muy ligera, es algo estructural en mí. Y parte de esa ligereza tiene que ver con que todo lo que necesito lo tengo conmigo. La ligereza nació conmigo. En mi niñez lo veía como un problema, de hecho mis primeras consultas con psicólogos fueron por cuenta de mi ausencia de hobbies, eso me angustiaba mucho. Tengo un nivel de interioridad muy fuerte, mi vida se mueve adentro. Entonces cuando camino, cuando viajo, todo lo que necesito está aquí. Mi casa está dentro de mí. Todo lo demás lo amo, todo lo demás es importante, pero la casa está adentro. 

Tiene una amplia vida interior, es introvertida. ¿Hace vida social, tiene amigos?

¡Por supuesto! Los amigos son mi familia elegida. El amor de las amigas es el de la sororidad, la alianza, la conversación, la complicidad; si estoy enferma, a mí no me cuida mi familia, me cuidan mis amigas. 

Aprendí muy rápido que los amigos son el puerto al que uno siempre llega. Son el lugar al que llegás y sos vos en toda tu dimensión. Si alguno tiene un problema pongo el hombro. El hogar verdaderamente son mis amigos.     

*Periodista, escritora, cocinera.

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