Hablar de salud ginecológica todavía resulta incómodo para muchas personas. Hay miedo, vergüenza, dudas y desinformación. En consulta, veo con frecuencia pacientes que llegan con temores heredados, mitos repetidos o malas experiencias previas. Por eso es clave hablar de lo que sí debería ser normal en una cita con tu ginecóloga, y de lo que no. Entender cómo funciona este espacio no solo ayuda a derribar temores: también puede transformar por completo la experiencia.
Ir al ginecólogo no debería ser una experiencia confusa, incómoda o llena de silencios. Y, sin embargo, para muchas mujeres lo es. Parte del problema es que no sabemos qué esperar, ni qué está bien preguntar, ni qué límites podemos poner.
Para empezar, existen dos grandes tipos de consulta: la obstétrica, que se hace durante el embarazo, y la ginecológica, que sirve para cuidar nuestra salud reproductiva a lo largo de la vida. A veces vienen pacientes sanas que simplemente quieren un chequeo de rutina; otras, consultan por síntomas como flujo, dolor, hemorragias o cólicos. En ambos casos, lo primero es conversar: contar qué te trae, qué te preocupa, qué estás sintiendo. Esa primera parte, aunque parezca informal, es fundamental.
Tu derecho a hablarlo todo sin miedo
La salud no debería ser un tabú. Sin embargo, muchas pacientes se disculpan antes de hablar: “doctora, qué pena decir esto…”. Otras ocultan información por temor a ser juzgadas, especialmente si han usado tratamientos caseros, productos recomendados por una amiga o si han tomado decisiones que creen “incorrectas”. Porque sí, a veces confiamos más en el de la droguería que en nuestro propio médico.
La consulta no es un tribunal. No estamos aquí para juzgar, sino para ayudarte. Si has probado algo por tu cuenta, es mejor que lo digas. No para que te regañen, sino para poder entender lo que está pasando y ofrecerte el mejor manejo.
Hoy en día ya no te deben preguntar cuántas parejas sexuales has tenido: ese dato no define tu salud sexual. En cambio, sí se indaga sobre el uso de preservativo y las prácticas de riesgo, sin importar si se trata de una relación estable o no. El objetivo no es juzgar ni etiquetar, sino entender tus hábitos para poder hacerte recomendaciones acordes con tus necesidades. La consulta ginecológica no es una consulta de moralidad. Es un espacio en el que deberías sentirte libre de hablar, incluso de las cosas más íntimas, sin miedo ni vergüenza.
Una consulta respetuosa y clara
Todavía hay muchos mitos que rodean la consulta ginecológica y que pueden generar miedo o vergüenza innecesarios. Uno de los más frecuentes es pensar que el médico puede “ver” si una persona ha tenido relaciones sexuales, lo cual no es cierto. También es falso que haya que llegar depilada o que la citología “duele muchísimo”. Este examen puede ser algo incómodo, pero no debería doler. A veces, una mala experiencia previa o un comentario ajeno basta para generar temor y hacer que evitemos la consulta. El examen ginecológico completo incluye signos vitales, peso, talla, revisión de los senos, inspección de los genitales externos e internos con espéculo, y tacto para evaluar útero y ovarios. Pero nada de esto debería hacerse sin explicación. Cada paciente tiene derecho a saber qué le van a hacer y por qué. En la mayoría de clínicas y centros de salud hoy se exige consentimiento informado, especialmente para procedimientos como la citología y la prueba del VPH. Incluso en consulta particular, siempre explico antes de proceder. Porque una paciente que entiende lo que va a pasar se siente más tranquila.
Esto es clave: el consentimiento no es solo un papel que se firma. Si una paciente me dice “hoy no quiero que me examines”, eso se respeta. Hay momentos en los que alguien no se siente preparada, y está bien. El examen físico no es obligatorio. La citología sí lo puede ser, dependiendo del protocolo, pero el examen con espéculo o el tacto no se hace si la paciente no quiere. Lo más importante es que puedas decir lo que sientes, incluso si es miedo. Yo también soy paciente y sé lo que se siente estar acostada ahí, sin ropa interior, con una lámpara gigante apuntando. Por eso, si alguien me dice que le duele, que tiene miedo o que ha tenido una mala experiencia previa, lo tomo como una señal para ser aún más cuidadosa.
La salud se construye con información
Muchas veces las personas llegan con dudas, pero no las dicen por pena. O no cuentan algo importante porque piensan que “eso no se pregunta”. Incluso hay casos en los que alguien no ha iniciado vida sexual y no lo dice, lo que puede llevar a exámenes innecesarios. Mi tarea es preguntar sin asumir, con respeto y claridad. No todas las personas necesitan un examen interno, y si una paciente no ha tenido relaciones sexuales, generalmente no requiere una citología, a menos que haya síntomas específicos. La idea es que sepas que puedes decir lo que te pasa sin miedo.
La primera visita al ginecólogo debería hacerse al iniciar la vida sexual o si hay síntomas. No es necesario venir solo porque llegó la primera menstruación. A veces traen niñas muy pequeñas solo por ese motivo, y eso puede ser confuso o traumático. En esos casos, prefiero hacer una consulta orientativa, sin examen físico, para resolver dudas con calma. En cambio, si una adolescente está por iniciar su vida sexual, es un buen momento para hacer una cita y hablar de planificación, autocuidado, higiene y prevención de infecciones.
Ir al ginecólogo no debería dar miedo. Una consulta bien hecha es un espacio de cuidado y de escucha, no de juicio ni vergüenza. Cuando hablamos con honestidad y sin filtros, cuando compartimos lo que sentimos sin temor a ser juzgadas, no solo recibimos una mejor atención sino que también transformamos nuestra relación con el cuerpo y con la salud. La salud íntima se aprende, se construye y se defiende, y contar con un espacio seguro para hablar de ella es lo mínimo que deberíamos tener.
*Médica especialista en Ginecología y Obstetricia adscrita a Colsanitas.


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