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Bienestar Colsanitas

Que duela, pero no mucho

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El dolor está ligado a la existencia del ser humano desde siempre. ¿Qué ha hecho la humanidad para tratar las experiencias dolorosas? ¿Qué tanto ha avanzado la medicina en el campo de la analgesia? ¿Cuáles son las sustancias que más nos alivian?

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ay quienes no sienten dolor. Son pocos. Poquísimos. Se mutilan dedos. Se cortan la lengua. Se queman. No lloran si se golpean y sangran sin notarlo. Sus heridas se infectan. Por la insensibilidad ponen su vida en peligro desde que nacen. Deben usar cascos y protectores para andar por casa. Viven lastimándose y de niños suelen ser rechazados. Gracias a ellos es posible saber que sentir dolor tiene sus ventajas.

La enfermedad de esas personas se llama analgesia o insensibilidad congénita al dolor (CIP, por sus siglas en inglés). Es de varios tipos y no causa la muerte, pero tampoco tiene cura. Afecta a una persona en un millón. En Vittangi, una aldea al norte de Suecia, se han reportado cerca de 40 casos. En el estado de Hidalgo, en México, unos cuantos menos. En Brasil se hizo pública la historia de Marisa de Toledo, una mujer que tuvo a su primer hijo por cesárea sin necesidad de usar anestesia y, años más tarde, se quedó dormida mientras traía al mundo a su segundo bebé.

Son casos tan poco comunes que el estadounidense Steven Pete y el británico Paul Waters, quienes padecen este desorden congénito, crearon un portal para dar a conocer esta condición. Fueron entrevistados por medios como BBC, Rusia Today, Men''s Health, Bloomberg y The Daily News, pero su página en Facebook, abierta en 2010, cuenta con apenas 255 seguidores en todo el mundo.

Dolor CUERPOTEXTO

Sonará contradictorio, pero el dolor alivia. “El dolor es una condición inherente a la existencia de los seres vivos, es un mecanismo biológico que nos protege de enfermedades y de las agresiones del medio ambiente. Es uno de los desarrollos evolutivos que permitió que pasáramos de seres unicelulares a animales superiores”, sostiene el doctor colombiano Hernando Álvarez, especialista en anestesiología y también en el estudio y manejo del dolor y cuidados paliativos.

Existe una Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP, en inglés) que lo define como “una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a una lesión en los tejidos del organismo, real o potencial, o descrita como la ocasionada por dicha lesión”.

Ahora bien, si no sentir dolor es peligroso, sentirlo todo el tiempo es vivir sufriendo. Y eso no es vida. O al menos no la que queremos. Por eso existen la medicina, la anestesia, los analgésicos, los antiinflamatorios, los opioides. Por eso existen las unidades de control del dolor y cuidados paliativos. Para eso está la psicología. Para eso está la Asociación Colombiana para el Estudio del Dolor (ACED).

“En el ambiente hospitalario, cuando controlamos el dolor de forma adecuada disminuimos el sufrimiento y el malestar del paciente y también su estancia”, dice la doctora Marcela Erazo, coordinadora de la Unidad de Dolor y Cuidados Paliativos de la Clínica Reina Sofía, en Bogotá. Ella maneja desde el año pasado una política de esa institución, que se llama Clínica Libre de Dolor.

“La política Clínica Libre de Dolor busca que cualquier paciente tenga el menor dolor posible o no sienta dolor durante su hospitalización. Al personal asistencial nos obliga a preguntarles a nuestros pacientes si tienen dolor y cuánto. Usamos escalas. La pregunta usual es: ‘Entre cero y diez, en cuánto califica su dolor’. Sobre los resultados, las enfermeras están en capacidad de informarnos para ajustar el tratamiento”, explica Erazo.

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Si no sentir dolor es peligroso, sentirlo todo el tiempo es vivir sufriendo. Y eso no es vida. O al menos no la que queremos. Por eso existen la medicina, la anestesia, los analgésicos, los antiinflamatorios, los opioides”.

    

Dolores agudos y crónicos

Hay dos tipos de dolores. El agudo es un mecanismo de defensa del cuerpo que avisa que algo no está bien; el crónico implica una extensión mayor en el tiempo que algunos médicos ubican luego de los tres meses; en estos casos se trata de una complicación de mayor consideración.

La doctora Erazo los ilustra: “Un dolor agudo es el que yo espero que mejore una vez haya superado aquello que lo desencadena; es un dolor breve, de corta duración. Si me operan del apéndice, pasados 15 días ya no me debería doler. Ahora, ¿qué ocurre cuando no me tratan adecuadamente el dolor durante esos días? Que se vuelve crónico”.

Hay enfermedades que son más dolorosas que otras. “Un cálculo renal duele muchísimo, pero es un dolor agudo, transitorio. Una vez que se expulsa el cálculo, desaparece. El dolor por cáncer definitivamente es muy severo. Hay otras patologías que no tienen que ver con el cáncer, como el herpes zóster o las fibromialgias, que son desesperantes y limitantes. La fibromialgia es un dolor muscular generalizado, asociado al cansancio y a síntomas depresivos. Es una enfermedad más frecuente en mujeres”, dice Erazo.

A juicio de la doctora Erazo y del doctor Álvarez, aunque los umbrales de dolor existen y varían según el individuo, la creencia popular de que las mujeres toleran mejor los dolores que los hombres no es más que eso, una creencia popular, un mito. “Los estudios publicados en revistas médicas muestran una realidad diferente. De cada diez personas que asisten a una consulta de dolor, siete u ocho son mujeres. Cuando comparamos una condición similar, por ejemplo, un grupo de hombres y uno de mujeres que han tenido una fractura en el tobillo, y evaluamos la intensidad del dolor referido, la calidad de analgesia obtenida con los medicamentos y el grado de satisfacción alcanzado con el tratamiento, casi siempre encontraremos que las mujeres refieren más intensidad de dolor, consumen más analgésicos y se declaran más insatisfechas con el tratamiento”, dice Álvarez.

Para Erazo, el factor cultural también es importante: “Es una generalización y depende de muchos factores, pero de pronto lo que pasa es que la mujer tiene mejores mecanismos para afrontar el dolor porque lo manifiesta antes. Lo que he visto en los estudios que hemos hecho es que a los hombres les cuesta más expresar el dolor, tal vez por esas creencias arraigadas de la sociedad machista. Usualmente el hombre dice que algo le duele cuando está descompensado”.

Un problema de salud pública

En los llamados países industrializados, “del 15 al 20% de la población sufre dolor agudo y del 25 al 30% presenta dolor crónico”, según la referencia de una investigación coordinada por la doctora Erazo. Ahora respire profundo, que viene un pinchazo: la ACED ha realizado ocho encuestas entre los años 2000 y 2014, denominadas Estudio Nacional de Dolor. En el último se concluyó que el dolor en Colombia es un problema de salud pública: “la prevalencia del dolor agudo en los seis meses recientes fue de 76%, y de dolor crónico, 46%”.

“El dolor crónico es una enfermedad de alta prevalencia en la población mundial. Hay mucha gente en todo el mundo que tiene dolor todos los días de su vida”. Erazo afirma que los estudios globales y locales demuestran que la mayoría de las personas suelen sentir más dolor en la zona lumbar y en la cabeza. Después están los osteomusculares: rodillas, caderas, músculos, articulaciones.

Álvarez concuerda: “Hablando de dolores crónicos, los más frecuentes son los de columna. En nuestro medio representan casi la mitad”. El doctor explica que para cada dolor hay diferentes tratamientos, aunque no hay reglas de acero: “Una señora que tiene un fuerte cólico relacionado con su menstruación probablemente se beneficie de utilizar antiespasmódicos; el caballero que se cayó de la bicicleta y se fracturó el codo, lo hará de la utilización de un antiinflamatorio, y el señor que tiene un cáncer en el sistema digestivo probablemente se beneficie del uso de la morfina o similares”. 

No es posible medir con exactitud la intensidad del dolor, no hay aparato, radiografía o examen de sangre que permita ponerle una calificación exacta, porque el dolor es una experiencia individual. De allí que sea tan complejo atraparlo, analizarlo, comprenderlo. Porque a veces nos duele el cuerpo y otras lo que llamamos el alma, o el corazón. Y el dolor —esto sí es irrebatible— afecta el funcionamiento de la vida diaria de quien lo padece.

“Si yo no puedo mover mi brazo por el dolor, no me puedo bañar, me cuesta alimentarme, no me puedo vestir, no trabajo, me incomoda tener sexo, en fin, desarrollar labores y actividades que son normales. Si el dolor no es atendido de manera adecuada puede desarrollarse una condición indeseable y duradera que lleva a la desesperanza; es un impacto emocional bien conocido: los pacientes con dolor crónico se deprimen. Es común que en estos casos solicitemos la participación de psicólogos o psiquiatras para que intervengan”, dice Álvarez, quien advierte que el dolor también afecta el sueño. Mientras más duele, menos se duerme, y mientras menos se duerme, más duele. Hay una interferencia recíproca.

“La IASP dice que el tratamiento debe ser integral y por eso las unidades clínicas del dolor deben ser multidisciplinarias, complementarias, integrativas. Hay que tener anestesiólogos, enfermeras, psicólogos, trabajadores sociales, y contemplar otras terapias. Hay unidades que tienen acupuntura, otras contemplan el mindfullness, que cuenta con técnicas de meditación que ayudan a controlar el dolor”, indica Erazo. Y antes de cerrar, dice que aunque aún está lejos de ser una política nacional, los estudios y el tratamiento del dolor en Colombia han avanzado en los últimos años. Lento, pero han avanzado.

No es posible medir con exactitud la intensidad del dolor, no hay aparato, radiografía o examen de sangre que permita ponerle una calificación exacta, porque el dolor es una experiencia individual”.

   

La historia contra el dolor 

  • En la Antigüedad se conocía un método para “anestesiar”: ahorcaban al paciente y comprimían la carótida, lo que producía una isquemia cerebral. Se aprovechaba el desmayo para hacer la cirugía.

  • En las tablillas de arcilla de los sumerios, hacia el año 4000 a.C., se mencionan derivados del opio para controlar el dolor. Lo mismo en el Papiro Ebers, el tratado de medicina más antiguo hallado hasta hoy, datado cerca del año 1500 a.C.

  • En las civilizaciones ribereñas del Tigris y el Éufrates se usaban narcóticos vegetales de Persia o India, como la adormidera, la mandrágora y el cannabis.

  • El griego Hipócrates usó la llamada “esponja soporífera”, que impregnaba con una preparación de opio, beleño y mandrágora y producía adormecimiento en el paciente. Lo hizo en el siglo IV a.C.

  • Los indígenas americanos usaban una sustancia que extraían de la corteza del sauce blanco para calmar dolores. Resulta que contiene salicina, de la cual se obtiene el ácido salicílico, uno de los principios activos de nuestra aspirina.

  •  En la Edad Media a los heridos de guerra les amputaban extremidades para evitar que murieran desangrados o por infecciones, recuerda el doctor Hernando Álvarez. El cirujano medieval usaba preparados con base en sustancias vegetales y alcohólicas para conseguir la analgesia.

  • En 1805, el alemán Freidrich Sertürner identificó los compuestos químicos que había en el opio y describió una molécula de un alcaloide al que bautizó con el nombre del dios griego del sueño, Morfeo. Es lo que hoy conocemos como morfina.

  • En 1862, el doctor Moreno y Maíz preparó en Perú el acetato de cocaína y realizó por primera vez el bloqueo de un nervio periférico por la infiltración de cocaína mediante una jeringa hipodérmica.

  • Recoge el doctor mexicano Luis Higgins que en 1864 se administró la primera anestesia con cloroformo en Bogotá. Fue para extirparle los ovarios a una paciente.

  • Hoy en día se siguen desarrollando medicamentos derivados del opio, y se sabe que la cocaína y los cannabinoides tienen propiedades anestésicas y actúan sobre el sistema nervioso central. Son parte del tratamiento contra dolores crónicos.

*Periodista y escritor. 

  

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Leo Felipe Campos

Periodista y escritor.