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Bienestar Colsanitas

Por qué algunas personas se comen las uñas

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Aproximadamente el 30 % de la población se come las uñas. La autora quiso explorar cuál es el origen de este hábito, qué consecuencias tiene y cómo dejarlo.

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ada vez que me siento ansiosa, insegura, estresada o preocupada por algo, mi primer reacción es llevar mi mano a la boca y comenzar a morderme las uñas. No termino hasta que acabo con todas o cuando el dolor en los dedos se me vuelve insoportable.

Lo he hecho desde que tengo memoria. Es más: le pregunté a mi mamá si recuerda cuándo comencé a hacerlo y no fue capaz de darme una fecha o una época aproximada. “Lo has hecho siempre”, me cuenta y continúa diciendo: “Como yo también lo hice hasta los 18 años, no le vi el problema, porque pensé que lo dejarías cuando crecieras”. La cosa es que nunca lo dejé.

Bueno, digamos que durante la época universitaria logré controlarlo, pero ahora, a mis 24 años, volvió a despertar ese coco avergonzante que me hace sentir ridícula, como una adulta que conserva un hábito infantil. Y no puedo evitar preguntarme por qué lo hago. Y, sobre todo, por qué no logro dejarlo.

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"El hábito de comerse las uñas se adquiere de niños e inicia como consecuencia de situaciones emocionales difíciles".

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La onicofagia, nombre técnico del hábito de comerse las uñas y la piel de alrededor, “es una manifestación de una situación de ansiedad, estrés o, en algunos casos específicos, de trastornos psiquiátricos”, me explica Mónica Mejía, psicóloga de Colsanitas.

Por lo general es un hábito que se adquiere de niños e inicia como consecuencia de situaciones emocionales difíciles de manejar. Una manera de descargar el malestar que no se logra liberar de otra manera. Por eso el alivio que sentimos al hacerlo. Y en ese sentido es que se constituye en una conducta obsesiva, algo que se hace sin pensar y no se puede dejar con facilidad. Un pedido de ayuda del cuerpo.

Según José Manuel Calvo, psiquiatra y docente de la Universidad Nacional, más o menos entre el 20 y el 30 % de la población tiene esa conducta. También indica que a medida que los niños crecen el hábito se va dejando, porque las situaciones que generan la onicofagia logran enfrentarse y superarse. Sin embargo, hay casos en que el hábito continúa en la adolescencia y se mantiene en la adultez (en aproximadamente el 10 por ciento de las personas), porque no se han adquirido hábitos “más sanos” para descargar la ansiedad.

Es posible que haya, además, un factor genético involucrado, pues “hay estudios que demuestran que uno de cada tres casos de onicofagia cuenta con un familiar que repite este tipo de comportamiento”, dice Calvo. Pero como muchos de los problemas comportamentales, realmente no hay una única explicación válida que permita determinar o explicar por qué se produce.

De lo que se tiene más claridad, sin embargo, es de las consecuencias que genera en el cuerpo. En la mente y el manejo de las emociones, afecta la autoestima y la sensación de bienestar, según Mejía.

Por qué nos comemos las uñas

En los dientes, cuando se instaura a edades tempranas, puede producir malposiciones, deformaciones en la mandíbula y, finalmente, cambios en la mordida, de acuerdo con Ariana Triviño, odontopediatra de Colsanitas.

También puede generar problemas de sensibilidad por el desgaste dental; pérdida del esmalte que recubre los dientes y con ello, aumenta la incidencia de fracturas.

Astrid Ruiz, dermatóloga de Colsanitas, me cuenta que las uñas sirven para proteger los huesos más frágiles del dedo. Y cuando alguien muerde la uña puede afectar la matriz ungueal, donde se producen las células que generan la materia córnea. Si esa matriz se afecta puede generar deformaciones, ondulaciones, manchas en la uña. E incluso, en los caso más extremos es posible que la uña no vuelva a aparecer.

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La cifra
Entre el 20 y el 30 % de la población tiene esta conducta.

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Si además de la uña se muerde la piel de alrededor y la cutícula puede darse una sobreinfección. “En la piel existen bacterias que normalmente habitan ahí, que cuando la piel está intacta no pasa nada”, cuenta Ruiz. “Pero cuando hay heridas o laceraciones, estas bacterias generan infecciones como la paroniquia”, una infección en los pliegues de las uñas. Todo eso sin contar las infecciones generadas en la boca, cara y en el aparato digestivo, por la carga microbial que se está introduciendo en el cuerpo.

Hasta el momento yo no he tenido ninguno de estos males, a excepción de la baja autoestima por la vergüenza que me produce tener este hábito. Sí he notado que mis uñas se han vuelto cada vez más débiles y toman mucho tiempo en crecer. Algo que, según me cuenta Ruiz, es normal que ocurra. Finalmente llevo más de dos décadas afectándolas.

Hacer un proceso de concientización

Como mencioné, en muchos casos la onicofagia se desarrolla de manera inconsciente, por lo cual Calvo sugiere iniciar un proceso de concientización para llevar a que quien padece del hábito pueda detectar una serie de elementos que se dan previos al inicio de este comportamiento o durante el mismo.

Y en ese estado, reforzar conductas incompatibles. Es decir, aprender a hacer actividades que impidan llevarse las uñas a la boca en el momento en que se sienta el deseo de hacerlo: jugar con plastilina, agarrar pelotas antiestrés, sostener un esfero…

Revisar qué tanto afecta la onicofagia la vida iaria de cada uno.

Si la conducta persiste a pesar de la intervención casera y realmente está afectando su desarrollo escolar o laboral, es importante buscar ayuda de un profesional; en este caso, de un psicólogo. Y para este camino el tratamiento más indicado es la terapia cognitivo-conductual, según Mejía, para controlar la ansiedad y el estrés.

El punto es aprender a adquirir habilidades para manejar todo tipo de situaciones y emociones. Y entender, creo yo, que nuestro cuerpo nos habla constantemente; pues comportamientos que parecen insignificantes, como la onicofagia, pueden estar escondiendo, en realidad, problemas de fondo

¿Qué hacer entonces para dejarlo?

A una prima intentaron disuadirla echándole ají en los dedos o pintándole las uñas con esmalte de ajo, pero nunca funcionó. Según la psicóloga Mónica Mejía, es una medida común de los padres, quienes además suelen hacer sentir mal a los niños o avergonzarlos frente a otros para que dejen el hábito. “Pero no es fácil”, dice, “porque no se trata de algo que uno quiera hacer”. En todo caso, “el punto no es quitar el hábito, si no entender qué lo causa”, afirma Mejía, porque si solo se quita el hábito pero no se trata la situación que genera ansiedad o estrés, la manifestación se traslada a otro hábito, como morderse el interior de los labios o mover una pierna de manera frenética. Estos son algunos de los consejos de los especialistas para tratar el problema, en distintos niveles.

-Explorar qué está causando la onicofagia y empezar a actuar desde la casa.

-Identificar qué lo tiene preocupado o angustiado, y buscar mecanismos para expresarse.

-Brindar espacios de expresión emocional en el hogar.

-Y en el caso de los niños, ofrecer un entorno seguro para que puedan sentirse en confianza con los adultos.

-Aprender técnicas de respiración y relajación para ayudar a manejar la ansiedad. Hacer ejercicio o buscar una actividad que ayude a descargar las emociones de una manera sana.

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