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Bienestar Colsanitas

Pesca en Colombia

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Una mirada en detalle a la situación de la pesca en el país donde habita cerca del 25% de las especies marinas y de agua dulce registradas en el mundo.

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o único que Freddy Daniels Matos sabe hacer para ganarse la vida es pescar. Hace 28 años que sale al mar a buscar las presas que le permiten sostener a su esposa y a sus seis hijos. Pero cada vez invierte más y gana menos:

—Mire, si esto sigue así la pesca artesanal va a desaparecer, parece que está llegando el final. Al pescado hay que ir a buscarlo más lejos, porque ya no se acerca la orilla. Las multinacionales vienen con su pesca de arrastre, identifican los bancos de peces con equipos de alta tecnología, y los cogen antes de que se aproximen a las costas. Nosotros tenemos que ir más lejos, más profundo y durante más tiempo para sacar menos.

Freddy Daniels quisiera retroceder en el tiempo:

—Hace 30 años mi papá llegaba al puerto de desembarco con 80 kilos de pescado, y con eso sacó adelante a cinco mujeres y 24 hijos. Nunca faltaba la comida. El mar estaba llenito de animales. Pero en estos tiempos, con suerte apenas puede uno llegar con ocho kilos a puerto, para llevarse a la casa unos 20 o 30 mil pesos libres. Muy poco —se lamenta el hombre de 46 años.

Lo que refiere este pescador de Taganga, Santa Marta, es una realidad que el Servicio Estadístico Pesquero Colombiano, que sirve a la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca, Aunap, ha documentado detalladamente, con base en los datos recolectados en 195 sitios de desembarco ubicados en las principales cuencas continentales y de los litorales Pacífico y Caribe.

Esos estudios del Servicio Estadístico Pesquero, Sepec, dicen que en 1995 el producto total de la pesca marina artesanal e industrial en Colombia fue de 130.417 toneladas, y en 2015 apenas si superó las 44.000 toneladas. En 2012 la pesca representó un 0,17% del PIB, una cifra también en descenso, porque en 2004 el aporte era del 0,22%.

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 En 1995 la pesca industrial y artesanal en Colombia sumó 130.417 toneladas, mientras que en 2015 apenas si superó las 44.000.

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La captura se ha reducido en un 57%, no porque las artes y la tecnología no permitan llegar a los peces, sino porque hay menor disponibilidad y algunas restricciones proteccionistas para capturarlos. Las medidas obedecen a estudios científicos que pretenden hacer más sustentable y sostenible en el tiempo la administración de los recursos, antes de que se mueran los mares. Para el 2007 la Aunap estableció la cuota máxima de captura en 65.903 toneladas, mientras que en 2016 el tope fue de 51 mil toneladas, apenas por debajo de lo que en el gremio llaman Rendimiento Máximo Sostenible. Se trata de restricciones que son realmente aplicables a la pesca industrial, porque para la artesanal es casi imposible ese control.

“Las cuotas evalúan cómo está el sistema ecológico frente a los recursos que se van a capturar, cómo es su dinámica de crecimiento, mortalidad y reproducción. Lo que se pretende es equilibrar las fuerzas entre la capacidad de renovación de la población a través de la reproducción con la extinción por muerte natural”, dice una nota de prensa de la máxima autoridad pesquera en Colombia.

Sin embargo, los expertos reconocen que la capacidad institucional del Estado es insuficiente para hacer cumplir la legislación y evitar la sobreexplotación de los mares. Además, hay otros problemas gravísimos que atentan contra la biodiversidad: el subregistro de lo que se captura, la gran invasión de peces no nativos que alteran el equilibrio ecológico y atentan contra especies que son comercialmente muy atractivas, el irrespeto de las tallas (tamaño) de los peces, la interacción de pescadores en zonas protegidas y, no menos agresivos, la contaminación por acción del hombre y los excesos en la pesca industrial.

Luis Manjarrés Martínez, gerente del Servicio Estadístico Pesquero y Acuícola Colombiano y docente de la Universidad del Magdalena, hace énfasis en que en Colombia existe una biomasa (cantidad de materia viva presente en un ecosistema) menor que en otros países de Latinoamérica. Así se combinan perversamente unos recursos naturales limitados con una explotación pesquera exagerada. Entonces, es cuando menos lógico que los recursos de extracción disminuyan y resulten afectados los ingresos de quienes viven de esa actividad.

Es contradictorio. Sumando las aguas del Pacífico y el Atlántico, Colombia tiene una extensión de 928.660 kilómetros cuadrados: casi dos veces el tamaño de España o la extensión territorial de Venezuela. Y en ese espacio marítimo habita el 25% de las especies que existen en el mundo, pero en pocas cantidades. Hay en esas aguas unas 2.000 especies de peces, y en agua dulce colombiana viven otras 1.435 especies.

Con objetivos específicos de conservación se ha establecido el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, a través de 59 parques que abarcan más del 10% del territorio continental. Pero las Áreas Marinas Protegidas todavía son insuficientes, porque no llegan al 10% de la Zona Económica Exclusiva del país.

Un estudio de la Universidad Nacional dirigido por el investigador Camilo García dice que en este siglo se ha reducido a la mitad la disponibilidad de los recursos presentes en el fondo marino, con respecto a cuatro décadas atrás.

“Para rescatar los ecosistemas marinos y sus especies, por ejemplo los pargos o los meros, existen varias iniciativas. A nivel mundial está la promulgación de áreas marinas protegidas. En Colombia tenemos parques marinos, pero paradójicamente en esos lugares la pesca sigue igual. La gente se esconde tras un inciso que dice que la pesca de subsistencia es permitida, pero la verdad es que los pescadores venden lo que pescan, y una verdadera área protegida sería un área donde nadie, por ninguna razón o motivo, saque nada”, reclama el biólogo García en un documento académico que lleva por título Agoniza la pesca en Colombia, publicado en 2010.

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El inventario

Freddy Daniels Matos recurre al sistema de pesca ancestral que utilizaron su bisabuelo, su abuelo y su padre porque es el arte que considera más eficaz: el chinchorro. Usa uno de 30 metros que heredó de su mamá. Lo que cae en esa red lo vende o se lo come. Y de vez en cuando usa el arpón para buscar pulpos y langostas.

Javier de la Oz Maestre, jefe de análisis del Sepec, cuenta que en Colombia hay unos 200.000 pescadores artesanales, y es una de las actividades que más aporta a la seguridad alimentaria del país. De éstos, el 70% utiliza redes de enmalle como arte de pesca. Otro 11% usa líneas de mano tradicional con anzuelos, y el resto caza sus presas con atarraya, calandrio o palangre. Mayormente usan botes con motor fuera de borda.

—Lo que se saca actualmente del fondo marino son jureles, cojinúas, roncos, bagres, bonitos, lisas, lebranches y merluzas. Cada vez menos se saca sierra, pargo y atunes. En los ríos se saca bocachico y tilapia aunque esta última es una especie no nativa. La especificidad depende del arte de pesca y del lugar de captura, pero generalmente eso es lo que hay en los litorales Caribe y Pacífico —comenta De la Oz.

Con respecto a las condiciones socioeconómicas de los pescadores artesanales, un estudio del Sepec en 2015, dirigido por De la Oz, precisa que el 78% de la población vinculada a la actividad gana menos de un salario mínimo al mes, y el 13% gana entre uno y dos salarios mínimos. Así que la actividad como medio de producción también ha dejado de ser rentable. Formalizados ante la autoridad pesquera está menos de la mitad de los pescadores.

En relación con la pesca industrial, 220 barcos tienen permisos para trabajar en aguas colombianas, y se calcula que la actividad genera unos 16.500 empleos directos. El 95% de la flota industrial busca atunes, y otra mínima parte pesca camarones y jureles.

Enrique de la Vega, presidente de la Fundación Pesca Limpia, asegura que la gran mayoría de capturas de atún se hace en el océano Pacífico pero se desembarca en el Caribe, que es donde las empresas tienen la infraestructura logística para despostar y enlatar. Las especies que se encuentran en este lado del mundo son aletiamarillo, barrilete, rojo gordo y patiseca.

Colombia ha firmado acuerdos internacionales que la obligan a proteger las especies que persigue la industria. La Comisión Internacional de Administración del Atún (CIAD) establece el Rendimiento Máximo Sostenible, y de ahí las cuotas de extracción que son de obligatorio cumplimiento. Además, actualmente hay un período de veda estipulado en 62 días al año, para evitar la sobrepesca.

—El problema es que esa veda es solo para barcos grandes de cerco y no para todas las embarcaciones que navegan el océano Pacífico. Entonces nuestra propuesta es que la medida se aplique a embarcaciones de todo tipo para que exista realmente un respeto por los ciclos reproductivos con alto impacto en la biomasa —dice De la Vega.

La Fundación Pesca Limpia también le apuesta a una normativa más estricta con respecto a los métodos de recolección que usan los barcos atuneros y recomienda evitar que crezca el número de embarcaciones que actúan en aguas del océano Pacífico Oriental, sea o no dentro de los límites de la Zona Económica Exclusiva de Colombia. Al fin y al cabo, la idea es poner límites a la depredación humana en general.

Con todo y los pronósticos adversos, el pescador de Taganga madruga, echa sus redes, aguarda paciente, confía en que el mar no lo defraudará. Ve que el recurso se agota, pero todavía le queda la fe.

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Lo que se come

Se calcula que los colombianos comen unos 6,5 kilos de pescado per cápita al año, muy por debajo de los 9 kilos que debería comer, en promedio, según la recomendación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). En 2010, la Encuesta Nacional de Situación Nutricional arrojó que el 61% de los hogares colombianos come pescado una vez al mes, y 27% lo hace semanalmente, por debajo del consumo de carne de cerdo, res y pollo. No se promueve el consumo responsable que invite a no comprar pescado cuya especie esté en extinción o en veda.

Lo que se vende

La cultura del colombiano andino es distinta a la del costeño, y eso involucra también diferencias en los hábitos de consumo de pescado. En Bogotá prefieren el bagre, la basa, la cachama, la mojarra y la trucha. En los municipios más próximos a las costas prefieren el pargo, el róbalo, la dorada, el atún, el jurel y el bocachico. Si los habitantes de los municipios costeros tuvieran mayor capacidad de pago, no habría suficiente pescado para mandar al interior del país.

Lo que se importa

De acuerdo con un informe del Servicio Estadístico Pesquero Colombiano publicado en 2015, las importaciones pasaron de 22.000.000 de dólares anuales en 2004, a 224.000.000 en 2013, con productos como la basa y el bocachico provenientes de Argentina, Estados Unidos, Chile, Ecuador y Vietnam. Casi siete veces más. Colombia apenas exporta tilapia de criadero y atún a Estados Unidos.

Lo que se cría

Hoy en día la acuicultura representa el 51% de la producción pesquera colombiana. Hay una demanda insatisfecha por la pesca artesanal que se compensa con producción en confinamiento de mojarras y truchas. Hay unas 500 granjas pisciculturas en el país. Aún es una actividad que se practica en pequeña y mediana escala, pero tiene gran potencial. 

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Karem Racines Arévalo

Es una periodista colombo-venezolana egresada de la Universidad Central de Venezuela. Llegó a Bogotá en 2011 para escapar de la confrontación política de su país. Después de vivir en la capital colombiana cinco años, decidió mudarse cerca del mar, que tanta falta le hacía, y desde hace dos años vive en Santa Marta. Es docente de periodismo en la Universidad del Magdalena y en la Sergio Arboleda. Es colaboradora frecuente de la revista Bienestar.