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El paraíso al pie de Cartagena

Fotografía y video
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Con una colección viva de más de 300 especies de plantas y uno de los pocos bosques nativos vírgenes del Caribe colombiano, el Jardín Botánico de Cartagena es un atractivo ecológico que merece visitarse. 

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Una manada de monos aúlla con fuerza desde lo alto de un árbol del Jardín Botánico de Cartagena, que en realidad queda en Turbaco, un pueblo de clima agradable, más benévolo que el de la Heroica, a escasos treinta minutos de las murallas. 

Como los monos no se dejan ver, un amable jardinero me los muestra. Tras echar un vistazo ágil, señala la copa de un cedro gigante. Ahí están, mimetizados en el follaje, trepados a una rama muy alta emitiendo al unísono el aullido con el cual les anuncian a sus congéneres que van a darse una buena siesta, según me explicará más tarde Santiago Madriñán, el director de este jardín. 

Fundado en 1978, el Jardín Botánico de Cartagena tiene un doble objetivo que hoy se mantiene vigente: estudiar y conservar la flora y la fauna del Caribe colombiano, esa inmensa geografía que va de La Guajira al Urabá, y que incluye áreas insulares como San Andrés y Providencia. 

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Santiago Madriñán, director del Jardín Botánico de Cartagena.

Alcanzo a contar hasta seis monos aulladores. Estos primates de pelaje rojo anaranjado, pertenecientes a una especie que habita al norte de Suramérica, forman parte de uno de los cinco clanes de aulladores que han encontrado en los árboles del Jardín Botánico de Cartagena un refugio cómodo para su supervivencia. “Cuando hay encuentros entre grupos, se arma una bulla impresionante, porque ya no son aullidos de aviso, sino de agresión”, dice Madriñán. 

Ajeno al típico circuito turístico de Cartagena, este jardín botánico es una verdadera joya poco conocida entre los veraneantes que atiborran la ciudad más visitada de Colombia durante todo el año. Vale mucho la pena conocerlo y abstraerse un par de horas en su domesticada maraña vegetal. Vale la pena, cómo no, ausentarse por un rato del bullicio comercial de Cartagena para visitar este oasis asentado sobre uno de los pocos bosques húmedos que se conservan intactos a este lado del Caribe. 

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Cuando hablo de que este espacio es un oasis, no estoy usando una metáfora: la evocadora palabra oasis proviene de un término egipcio para designar a un “lugar fértil en el desierto”, y solo hasta el siglo XIX el español la adoptó como un vocablo que también significa “tregua, descanso, refugio en las penalidades o contratiempos de la vida”. 

Desde hace milenios, del fondo de la tierra en que se asienta Turbaco emanan aguas cristalinas que en la superficie refrescan el aire y la vegetación. En tiempos prehispánicos, tres grandes  fuentes acuáticas subterráneas servían a las necesidades de la región. Por eso este fue el territorio privilegiado de los cacicazgos yurbacos, que vivieron en paz por más de cien años, durante los cuales se organizaron política y socialmente, mientras gozaban de agua en abundancia. En estas colinas nació el primer acueducto privado de Cartagena. “Aquí tenemos ojos de agua que manan permanentemente todo el año”, comenta el director del jardín. “En la Colonia, el agua de Cartagena dejó de ser malsana solo hasta que empezaron a llevar agua de Turbaco”.  

Humboldt pasó por aquí

En torno a sus nueve hectáreas de bosque nativo, el Jardín Botánico de Cartagena ofrece rincones agradables donde detenerse simplemente a contemplar un conjunto de palmeras o un manantial, como el que escoge para sentarse en su orilla una joven turista solitaria, que no mira la pantalla de su celular, ni parece necesitar nada más que el sosiego vegetal para distraerse. Mientras observa ensimismada la punta de un macondo, el árbol que tumbaban los indígenas para construir canoas, un grupo de niños va terminando de recorrer los dos kilómetros de senderos que atraviesan las colecciones vivas del jardín, compuestas por un orquidiario; una selección de cactus y suculentas de América, África, Asia y Madagascar; un huerto de especies comestibles (caribeñas e inusuales); una muestra evolutiva de helechos, coníferas y magnolias, y un espacio ornamental dedicado a Nikolaus von Jacquin, el primer científico que exploró Colombia con propósito botánico.

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No sabemos si Jacquin pisó esta región. De lo que sí tenemos noticia, gracias a sus diarios de viaje, es de la ilustre visita de Alexander von Humboldt. El 6 de abril de 1801, el sabio naturalista partió de Cartagena, donde estuvo “seis días muy incómodos en un albergue miserable”, hacia Turbaco. Planeaba pasar allí sólo una semana, pero se amañó y se quedó dos. Escribió en su bitácora:

¡Qué felices han transcurrido hasta ahora los días en Turbaco! El clima es fresco, el aire celestialmente puro y refrescante. El pueblo está sobre una loma, en medio de valles boscosos donde manan pequeños riachuelos. ¡Qué panorama ofrece nuestro jardín! El valle y las montañas, todo está cubierto de espesa vegetación, con majestuosos árboles. Plantaciones de plátano guineo y grandes cantidades de bambúes sonríen desde el desierto con amistoso verdor. Las copas de la alta bonga, ají y caracolí, descollan como archipiélagos sobre este mar brumoso. En ningún sitio de Suramérica oí cantar las aves tan tiernamente, con gorjeos tan hondos, como en los alrededores de Cartagena.

Para Santiago Madriñán es claro que el entorno que describe Humboldt corresponde a la zona exacta donde se encuentra ubicado el Jardín Botánico de Cartagena, este oasis cuya capa vegetal nativa permanece casi intacta más de doscientos años después de la visita del explorador alemán.

El bosque que ponderó con tanto entusiasmo Humboldt formaría parte más adelante de la extensa hacienda Matute, en uno de cuyos terrenos vírgenes se estableció hace cuatro décadas la Fundación Jardín Botánico de Cartagena Guillermo Piñeres, una entidad adscrita al área cultural y científica del Banco de la República hasta 1994. En la primera etapa de su creación, el jardín se consolidó como una institución reconocida en el mundo. Destacados botánicos lo visitaban, desarrollaban aquí parte de sus investigaciones o, tras explorar el Caribe colombiano, donaban sus especímenes recolectados al herbario del jardín, que a la fecha cuenta con cerca de 13.500 ejemplares, una colección que representa un aporte inestimable al estudio de la flora del país.

Cuando dejó de estar bajo la sombrilla protectora del Banco de la República, el jardín entró en un limbo administrativo, su vegetación comenzó a crecer sin jardineros y su vocación  investigativa y pedagógica palideció. Después de un largo periodo de parcial abandono, en 2015 Santiago Madriñán (botánico y teórico de páramos doctorado en Harvard) asumió la dirección. Pero antes visitó el lugar del mundo con mayor densidad de jardines botánicos: el sur de la Florida, para empaparse sobre cómo administrar uno. Habló con jardineros, botánicos, directores de jardines, y a su regreso a Turbaco armó un equipo de trabajo, abrió canales de comunicación con instituciones de ciencia nacionales y extranjeras, y se dio a la tarea de volver a poner al Jardín Botánico de Cartagena en el imaginario público, pero no solo como un parque recreativo, afirma, “sino como un centro de investigación y educación para la conservación”. 

Mientras Madriñán lidera el componente programático del jardín junto a un grupo de científicos y voluntarios, el operador aliado a cargo de la atención del público es la caja de compensación Comfenalco, que además de turistas recibe a diario bandadas de niños y adolescentes de colegios de varios pueblos y ciudades de la región. En parte por eso dice Madriñán que “este jardín, más que un predio de conservación, es un aula viva de educación ambiental”. El director sabe de qué habla, pues compagina la dirección del jardín botánico con su trabajo como profesor de botánica en la Universidad de Los Andes.

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Jardines en tiempos de crisis

Lo primero que hace Santiago Madriñán al llegar a una gran ciudad es visitar el jardín botánico. “Hay gente que visita un museo o un estadio; yo visito los jardines”, comenta. De sus años infantiles recuerda el jardín botánico de Tívoli, en Roma. “Quedé fascinado con ese maravilloso jardín histórico, donde la ingeniería hidráulica que desarrollaron sus creadores hace unos 300 años genera, por solo gravedad, los espectáculos más impresionantes de cascadas y fuentes”. 

Precisamente en Italia, sobre un terraplén de la Universidad de Pisa, se fundó a mediados del siglo XVI el primer jardín botánico del mundo con énfasis en la investigación. Los pioneros, sin embargo, fueron los jardines ornamentales de Egipto, hace al menos 4.000 años. Los más famosos de la antigüedad, conocidos como los Jardines Colgantes de Babilonia, los construyó el rey Nabucodonosor como ofrenda para su esposa. En la Grecia de los primeros filósofos, por su parte, los jardines y su vegetación autóctona tuvieron rango de lugares sagrados.

El primer jardín botánico fundado en América fue el de Kingstown, la capital de Saint Vincent, Antillas Menores, en 1765. Después vendrían otros jardines alrededor del Caribe, diseñados casi todos bajo la estética victoriana, con terrazas, estanques, pérgolas, estatuas y canteros floridos. A Colombia el concepto lo trajo José Celestino Mutis, quien fundó en Mariquita, Tolima, nuestro primer jardín botánico. Más tarde, el científico español formó un pequeño jardín en Bogotá, vecino del Observatorio Astronómico, pero las tropas libertadoras lo destruyeron. 

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La Red de Jardines Botánicos de Colombia reúne una veintena de instituciones de este tipo, la mayoría ubicados en grandes ciudades de la región andina. Una ley de 1996 declara los jardines botánicos como centros prioritarios en materia ambiental y reconoce su importancia en la conservación de la biodiversidad nacional. 

Colombia tiene más de 40.000 especies de plantas vasculares. Con tan vasta diversidad, es innegable el papel preponderante que representan los jardines botánicos en la conservación de la flora nacional, que enfrentan amenazas producto de actividades devastadoras como la urbanización, los cambios en el uso de la tierra y, por supuesto, el cambio climático. Proteger nuestros bosques es una contribución a la mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero. De ahí la importancia que revisten instituciones emblemáticas dedicadas al cuidado de la naturaleza como el Jardín Botánico de Cartagena.

 

 

*Periodista independiente y escritor colombiano

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Jorge Pinzón Salas

Fundador y exdirector de la revista Cartel Urbano, ahora es periodista independiente.