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Bienestar Colsanitas

Disciplina positiva: una caja de herramientas para la crianza

Ilustración
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Reconocer al niño como un aprendiz que merece dignidad y respeto y, por eso mismo, educarlos desde el amor y la cooperación es lo que propone la disciplina positiva. Por supuesto, sin desconocer las reglas.

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principios del siglo XX el psicoterapeuta austríaco Alfred Adler y el psiquiatra Rudolf Dreikurs trabajaron en una teoría que asume la educación de niños y adolescentes como una acción colaborativa entre padres y profesores, sobre la base de una premisa muy concreta: “firmeza con amabilidad”. A partir de esta filosofía, en los años ochenta del siglo pasado las estadounidenses Jane Nelsen y Lyan Lott desarrollaron una metodología de educación que llamaron disciplina positiva.

El fin de la disciplina positiva es formar un adulto equilibrado, capaz de dar un manejo adecuado a sus emociones, independiente, autónomo, cariñoso, honesto, considerado con los demás y con esquemas de pensamiento positivo. La lista de virtudes y valores puede ser muy extensa, pues depende de cada familia.

Los expertos en disciplina positiva invitan a los padres a pensar en cuáles cualidades quieren regalarles a sus hijos para el futuro. Y en favor de lograrlo ponen a su disposición herramientas de crianza muy útiles.

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Ilustraciones por María Fernanda Ponce. Instagram: @maria_ponce_l.

En Colombia, Gigliola Núñez y Pamela Moreno son fundadora y cofundadora, respectivamente, del capítulo local de la Organización Disciplina Positiva, desde donde promueven la implementación de estos conceptos en la crianza de los hijos y en la educación de estudiantes de diferentes instituciones.

Ellas y otros expertos hacen sus aportes desde la investigación de la metodología, la consulta clínica de padres y niños o la asesoría a maestros de colegio. A continuación recogemos sus principales ideas.

Ser firmes y amables

Gigliola Núñez, fundadora de Disciplina Positiva Colombia

Promovemos el equilibrio en la vinculación afectiva, en la que haya normas claras del adulto hacia el niño y la identificación de autoridad del niño hacia el adulto, en un entorno motivador y respetuoso en el que no se les haga sentir vergüenza, dolor o desorientación. Tengamos algo en cuenta: la cordialidad no es parte de los métodos autoritarios de formación. En cambio, el lenguaje del amor, la complicidad, la racionalidad y la justicia son características propias del reconocimiento de los derechos del otro. Por eso debemos dejarle muy claro al niño por qué están permitidas o no ciertas cosas, ser firmes en la implementación de la regla para ser consecuentes con lo que decimos.

Establecer límites está bien, en favor de la seguridad, el respeto y el autocontrol, pero hay que mostrarles alternativas para que el niño opte por hacer cosas que sí están permitidas. Cuando les mostramos a nuestros hijos las razones de esos límites, los estamos valorando como personas capaces de entender y reflexionar, y así ellos estarán más dispuestos a colaborar. Por ejemplo, si en casa la regla señala que no debemos estar frente a la TV después de las ocho de la noche, debemos poner a mano del niño un libro, un rompecabezas o un blog donde pueda pintar. Es preciso dar opciones. También es muy importante fortalecer la conexión. La conexión es esa energía que fluye entre dos personas cuando ambas se sienten reconocidas, tomadas en cuenta, escuchadas y valoradas. Es la oportunidad que le damos al niño de opinar o preguntar, sin prejuicios, y a partir de esa relación ganar sustento y fortaleza. Ese vínculo comienza a gestarse en la medida en que satisfacemos las necesidades del bebé puesto que éste reconoce en sus padres una relación que le provee seguridad. La conexión es crucial en todas las relaciones educativas y especialmente en la edad temprana, que es cuando se forjan los cimientos de la individualidad.

En favor de ese vínculo que se está formando llevemos estrategias de abordaje para manejar las situaciones de tensión, en lugar de hacer juicios valorativos sobre su comportamiento. En vez de enfocarnos en problemas debemos hacer énfasis en la solución, y que el niño se sienta parte de ese equipo que es la familia. Así asumirá, progresivamente, sus compromisos y responsabilidades y estará más dispuesto a hacer su parte.

Para favorecer esa conexión con nuestros hijos en momentos de tensión, derivada de nuestra frustración cuando muestran mal comportamiento o rebeldía ante nuestras peticiones, la disciplina positiva recomienda cuatro pasos:

Recuperar la calma, para no reaccionar de forma irracional.

• Reconocer el error y hacer que el niño entienda dónde estuvo su equivocación.

• Reconciliarnos con el otro a partir de un gesto de amabilidad.

• Resolver la situación para que no haya repetición. Mamá, papá y maestros deben ser muy claros en su lenguaje y validar con su actitud las mejores formas de resolver los conflictos.

Aprender haciendo y con el ejemplo

Marisa Moya, miembro de Disciplina Positiva España

Si queremos impactar positivamente en nuestros hijos tenemos que educarnos para hacerlo mejor, más allá de la improvisación y el instinto. Tenemos que permitirnos, constantemente, revisar nuestras actitudes hacia ellos y con los demás frente a ellos, porque nuestros niños crean su autoconcepto en la primera infancia a partir de lo que les inculcamos. Entonces, podemos entrenarlos para que desarrollen las cualidades y aptitudes humanas que queremos tengan en un futuro, con ejercicios cotidianos, porque sobre todo hasta los 6 años se aprende haciendo. Mostrarles el camino y recorrerlo con ellos. ¿Quieres que sea respetuoso? Entonces respétalo y muestra respeto hacia los demás siempre, pero especialmente cuando él te está mirando. ¿Quieres que aprenda a controlar su ira? Empieza por controlar la tuya. ¿Quieres que sea capaz de reconocer sus errores? Enséñale cómo hacerlo a partir de reconocer los tuyos ante él y los demás. Tú eres su principal referente. La buena crianza es un plato que se cuece a fuego lento con la supervisión y el ejemplo permanente.

”Debemos dejarle muy claro al niño por qué están permitidas o no ciertas cosas, para ser consecuentes con lo que decimos”.

    

Reconocer aptitudes y actitudes

Viviana Zapateiro, psicóloga clínica en el Centro Médico de Colsanitas Bocagrande, en Cartagena

En la primera infancia el niño va a forjar su personalidad, y para ello tiene en cuenta la forma como los demás lo perciben, la idea que tiene él sobre sí mismo, las experiencias cotidianas y los sentimientos asociados a esas opiniones propias y ajenas. En ese proceso los padres tenemos el deber de demostrarles a los hijos que tenemos la disposición de ver lo malo que hacen para corregirlos pero también que podemos reconocer sus aptitudes y habilidades.

Entonces hay que celebrar el logro, la muestra de solidaridad con el compañero, el gesto amable con el vecino, el hecho de que puedan atar solos los cordones de sus zapatos, a la par de señalarles la equivocación, la transgresión de los límites acordados o el mal manejo de la frustración. Los que tenemos que actuar con madurez somos los adultos, porque el niño apenas está en el desarrollo de sus valores referenciales. Para ello hay que documentarse sobre qué esperar en cada etapa del niño y contribuir en la formación del adulto al que aspiramos que se convierta.

A mi consulta llegan familias cuyos niños están muy juiciosos durante los primeros 20 minutos. Luego comienzan a inquietarse y los padres a regañarlos y amenazarlos. Pero en esos primeros 20 minutos nadie les reconoce el mérito de que se hayan comportado bien en un contexto que no es el suyo. Eso no es equilibrado.

La importancia de anticipar

Cristian Muñoz, pisquiatra infantil adscrito a Colsanitas

La capacidad de anticipar hace una diferencia fundamental en las pautas de crianza que implementamos en los niños.Se trata de prever situaciones de la cotidianidad que pueden generar reacciones de disgusto, frustración o inconformidad en los hijos. Entonces, antes de que se presente el conflicto, les suministramos información u opciones que puedan ayudarles en el manejo del sentimiento que desencadena esa situación.

A través de esta herramienta el niño desarrolla la habilidad de entender que cada acto de la vida tiene consecuencias y que los padres somos capaces de adelantarnos a los hechos, gracias a nuestra experiencia. Esto favorece la gestión emocional, porque al saber lo que puede pasarle si hace tal o cual cosa hay un proceso de autorregulación que lo hace más juicioso.

De la mano de la anticipación debemos tener una siembra de interacción, que son actividades que compartimos con nuestros hijos y que fortalecen nuestra conexión con ellos, además de proveerles ciertas habilidades: por ejemplo, la lectura de un cuento cada noche, la hora de la merienda en el patio de la casa, sábados de retos, visitas a museos, etc. Así podemos disponer de recursos al momento de tener que implementar medidas aleccionadoras. Anticipar también es registrar esos antecedentes en nuestro cerebro, un proceso que popularmente se llama neuroplasticidad, y que consiste en establecer esos referentes a los que echar mano cuando se presenten situaciones similares. Ese modelo de anticipación requiere también de una comunicación asertiva, para que los niños sepan cuáles son las expectativas del adulto. Al final, esto se relaciona con la teoría del aprendizaje social de Albert Bandura, que asegura que nuestra experiencia nos va moldeando en la medida en que nos genera aprendizaje.

Corregir sin violencia

Pamela Moreno, cofundadora de Disciplina Positiva Colombia

Los métodos agresivos para disciplinar a los niños, tales como violencia física, amenazas, gritos, castigos o insultos les transmiten, precisamente, el mensaje contrario a lo que deseamos sembrar en ellos. Con esos comportamientos se les hace creer que la violencia es válida, que ellos no tienen ningún poder de decisión en la relación padres-hijo y que no nos importa lo que ellos sienten. Y eso se refleja en rabia, rebeldía, resentimiento y retraimiento.

Es incorrecto pensar que para que el niño haga las cosas bien antes hay que hacerlo sentir mal. Así no es como funciona. Es preciso enfocarse no en el mal comportamiento, sino en solucionar la situación conflictiva, y promover consecuencias lógicas que respondan a cuatro características:

• Que sean coherentes: relacionadas con lo que el niño hizo.

• Respetuosas: que no afecten su dignidad.

• Razonables: que tengan una lógica que se le pueda explicar al niño.

• Advertida, es decir, que forme parte de los acuerdos que previamente han realizado los adultos y el menor. Para que la corrección tenga el efecto positivo que esperamos debe reforzar los valores que queremos inculcarle a nuestros hijos, crear confianza, fomentar el respeto en las relaciones y animarlos a colaborar en lo que se les pide, mediante un trato justo.

*Periodista, investigadora y profesora universitaria. 

 

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Karem Racines Arévalo

Es una periodista colombo-venezolana egresada de la Universidad Central de Venezuela. Llegó a Bogotá en 2011 para escapar de la confrontación política de su país. Después de vivir en la capital colombiana cinco años, decidió mudarse cerca del mar, que tanta falta le hacía, y desde hace dos años vive en Santa Marta. Es docente de periodismo en la Universidad del Magdalena y en la Sergio Arboleda. Es colaboradora frecuente de la revista Bienestar.