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Bienestar Colsanitas

Crianza compartida con una niñera

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Tercerizar los cuidados de los hijos pequeños es una necesidad de muchos hogares. Dos consejeras de crianza y una psicóloga comparten algunas de sus recomendaciones para que los niños sean los más beneficiados.

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En el hogar el niño aprende valores, hábitos, modos de comportarse, actitudes, roles sociales y costumbres. Entonces, los padres debemos pensar muy bien con quién vamos a compartir la responsabilidad de cuidarlo mientras no estamos, porque esa persona será, inevitablemente, transmisora de la filosofía de vida de la cual queremos impregnar al niño”.

Eso asegura Viviana Zapateiro, psicóloga adscrita a Colsanitas. Para ella, los padres están en un permanente proceso de acoplamiento porque cada uno viene de familias diferentes y cada cual tiene sus reglas y manías. Y cuando llegan los hijos, entonces tienen que amoldarse y “negociar” con esa tercera persona que los ayudará con los cuidados, porque es posible que esa niñera se haya formado en contextos distintos a los suyos y tenga concepciones diferentes sobre la recreación, la alimentación, el lenguaje, la religión, etcétera. “Por eso tenemos que definir con antelación cuál es el rol que tendrá la niñera en nuestra casa: ¿será una empleada que cumplirá instrucciones o un miembro más de la familia que nos apoyará en la labor más trascendental de nuestra vida? Eso hay que dejarlo claro desde el principio”, apunta.

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*Ilustraciones por Sakoasko. Instragram: @sakoasko.

La psicóloga enfatiza en que los padres son la principal fuente de confianza, seguridad, disciplina y afecto de los hijos. Y esos son los pilares que abonarán el terreno para que se conviertan luego en adultos equilibrados y sociables. De ahí la importancia de reconocer el valor del cuidador como un apoyo fundamental en la formación del niño y del adulto en el que se convertirá, de acuerdo con los principios, valores y cultura familiar.

“Los patrones de relacionamiento se definen en los niños, de manera determinante, desde que nacen hasta los siete años de edad. Es el momento en el que se estructura la personalidad. Y en ese punto, el apoyo que recibamos de los cuidadores es clave porque si se exceden en los controles puede generar actitudes negativas, como de rebeldía, inconformidad, sumisión o violencia. Pero si no lo corrigen cuando se debe, puede desencadenar problemas para el manejo de la conducta. El gran reto es que entre papá, mamá y cuidadora, encuentren el equilibrio justo entre lo que se premia y lo que se sanciona”, dice Zapateiro.  

Lina Acosta, fundadora de Red-mamás y consejera certificada en lactancia y crianza, asegura que una niñera tiene que considerarse parte de la familia porque en los primeros años de vida los niños generan relaciones de apego que le dan solidez a su desarrollo emocional, y es lógico que lo hagan con su cuidadora, que es con quien pasan la mayor parte del día. 

“No se puede pretender tener un ritmo de vida como si los hijos no existieran porque tenemos el apoyo de una niñera. El rol de padres implica dedicarles tiempo de calidad, ser protagonistas de la relación afectiva con los hijos, jugar, establecer rutinas divertidas y explorar permanentemente lo que ellos quieren hacer”, advierte Acosta. 

Cuando las demandas laborales ocupan mucho del tiempo de los adultos, es importante que se le sume calidad a las horas que comparten con los niños. Evitar que la mayoría del tiempo de los padres se invierta en rutinas, porque casi siempre es ahí donde hay conflictos. Mejor que sea en juegos, retos, charlas, lectura, baile, paseos. Pero no desde la orden sino desde la consideración frente a lo que los niños quieran hacer. Las asesoras de familia recomiendan comunicarse con los hijos menos desde las órdenes y más desde el acuerdo. Meterse más en su mundo, ser menos verticales y menos jerárquicos. Promover una comunicación más emocional para que haya apertura, cercanía y complicidad.

La mejor opción

Lina Acosta recomienda que a la hora de escoger una cuidadora para los hijos, los padres comiencen la búsqueda con suficiente antelación, preferiblemente que se trate de una persona referida por alguien de su confianza, pasar dos o tres días acompañándola en sus labores antes de dejarla sola en casa, de tal manera que puedan darle instrucciones sobre cada uno de los procesos que forman parte de la rutina del niño, las normas del hogar, los horarios, los intereses de la familia y las reglas referidas a su rol de cuidadora, además de reservar un tiempo para conversar sobre las expectativas de la niñera: “Se trata de vivir el período de adaptación entre padres, niñera y niños sin presión. Ése es un momento en el que todos tienen que estar dispuestos a ceder un poco para acoplarse mejor”, indica. 

“Cuando tomamos la decisión de contratar los servicios de una cuidadora para nuestros hijos no es el momento de economizar. Si queremos tener una persona comprometida en apoyar la crianza de los niños debemos reconocer su trabajo con una retribución justa y establecer un horario de trabajo que considere las necesidades de descanso y recreación de esa persona pues también hay que cuidar su salud mental. Se trata de buscar la mejor opción en función de los resultados que queremos obtener, no la más económica”, dice enfáticamente la consejera Acosta. 

Leydi García es entrenadora de Disciplina Positiva especialista en Neuropsicología y fundadora de Guiando con Amor, también considera que los padres deben buscar esa conexión emocional con las cuidadoras, interesarse por lo que ellas pueden aportarles, por conocer sus historias de vida, las habilidades y los hobbies que tienen. Estar abiertos a sus aportes,  porque se trata de la persona que se convertirá en su equipera: “Tercerizar el cuidado de los hijos, aunque sea en las abuelas, en las tías o en otros familiares cercanos, también implica establecer normas claras, basadas en el respeto mutuo, el amor y la empatía”, dice.

“Mamá y papá necesitan alguien que los apoye, no alguien más a quien vigilar. Por eso hay que establecer rutina con los padres que se cumplan también cuando no está la niñera, aun cuando toda rutina debe ser flexible, acorde con la necesidad de los niños, los padres y el cuidador. Desarrollar el sentido de la observación, fijarnos en los detalles de la relación que se teje entre nuestros hijos y su niñera, hallar soluciones a los conflictos sin restarle autoridad a la cuidadora pero dejando claro el papel de cada uno. De todos modos, la cuidadora tampoco puede tomarse atribuciones que no le corresponden, aun cuando esas acciones estén cargadas de buenas intenciones”, advierte García. 

Leidy García se refiere a un punto delicado de esa relación tripartita, y es el momento de la despedida. Ese día en que el niño comienza a ir a la escuela y ya no es indispensable el trabajo de la cuidadora, o la niñera se muda de ciudad, cambia de empleo o quiere retirarse: “En esos casos recomiendo dosificar el desapego. Hablarle con honestidad al niño si la niñera se va de vacaciones o si se marcha de manera definitiva. Manejar esa despedida,  mantener el contacto por un tiempo, siempre sobre la base del respeto con ella. Que el niño pueda identificar que no se trata de un abandono sino de un cambio. Y por otra parte, permitirle que se exprese, consolarlo y hacer acuerdos que estemos en capacidad de cumplir, como prometerle que la llamaremos por teléfono ocasionalmente y la invitaremos a casa cuando ella pueda acudir”.

Finalmente, Acosta y García coinciden en que ser padre es la única profesión en la que uno primero tiene el título y después hace la carrera. Apuntan que las madres tienen su sexto sentido, esa intuición que les guía para tomar las mejores decisiones en la mayoría de los casos: “Dejemos de ser adulto-centristas. Vamos a idear estrategias para que el niño sepa que donde quiera que estemos lo tenemos presente. Que comprenda que necesitamos trabajar para realizarnos profesionalmente y darle estabilidad económica a la familia. Y que sepa que cualquier cosa que hagamos tiene por objeto garantizar su bienestar”.  

 

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Karem Racines Arévalo

Es una periodista colombo-venezolana egresada de la Universidad Central de Venezuela. Llegó a Bogotá en 2011 para escapar de la confrontación política de su país. Después de vivir en la capital colombiana cinco años, decidió mudarse cerca del mar, que tanta falta le hacía, y desde hace dos años vive en Santa Marta. Es docente de periodismo en la Universidad del Magdalena y en la Sergio Arboleda. Es colaboradora frecuente de la revista Bienestar.