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Bienestar Colsanitas

Conservación, el mandato urgente de la Sierra Nevada

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Los materiales no biodegradables amenazan a la Sierra Nevada de Santa Marta. El buen manejo de los desechos sólidos es una necesidad que demanda creatividad y trabajo en equipo.

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“La naturaleza le está haciendo un llamado al ser humano para que detenga la producción de cosas que la agreden. Hay que parar. En la Sierra Nevada de Santa Marta queremos recuperar el equilibrio natural, pero eso no puede ser a cambio de ensuciar el espacio de otros. Por eso necesitamos cooperación”, dice José María Niño, Consejero Mayor de la comunidad arhuaca en el asentamiento Kankawarwa.

Los indígenas que habitan en esta región de Colombia sustentan sus creencias en una relación armónica con el medio ambiente. Se trata de una etnia profundamente espiritual, y su cosmovisión los hace organizarse en función del respeto por el otro, sean seres humanos o de otras especies. Por eso, la mayoría de los insumos que utilizan para su vida en comunidad los toman de la naturaleza, y después de aprovecharlos los devuelven a ella. Eso pasa con las cáscaras, las semillas, el barro, los tejidos, la arcilla, la madera, el carbón. Hay una instrucción de los más sabios para que cada uno de esos materiales sea reintegrado nuevamente al ciclo ambiental. Pero no la hay para aquello que llega desde afuera: el plástico, las aleaciones de metales o el caucho, por ejemplo. El paisaje impecable que combina verdores de distintas tonalidades, con azules más o menos intensos, brisa marina y picos nevados, está bajo amenaza. Cientos de toneladas de desechos sólidos no biodegradables están acumulándose en el territorio sagrado de arhuacos, koguis, wiwas y kankuamos. Por lo tanto, las preocupaciones son espirituales, pero también pragmáticas.

El escenario

La Sierra Nevada de Santa Marta es descrita como el macizo montañoso litoral más alto del mundo. Además, se trata de la principal fuente de agua para un millón y medio personas que viven en los departamentos del Cesar, Magdalena y La Guajira. También es el hábitat de especies endémicas que están en riesgo de extinción. Sobran así razones para atender el llamado de auxilio de los arhuacos, en el sentido de ayudarles a enfrentar las amenazas ambientales que generan las basuras acumuladas en sus resguardos.

De acuerdo con las proyecciones del censo de 2005, en la SierraNevada viven unos 80.000 indígenas, 50% de los cuales está en jurisdicción del departamento del Cesar, 30% en La Guajira y 20% en el Magdalena. A todos ellos los afectan las consecuencias ambientales que produce la aproximación cultural con sus “hermanos menores”, los civilizados. Y los sabios están pensando en las consecuencias del daño ambiental no solamente para ellos y sus territorios, sino para la humanidad entera.

Para buscar el origen de esta situación debemos remontarnos hasta el año 2007, cuando el gobierno detectó signos de desnutrición en los niños indígenas serraneros. Por esta razón, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar se vio en la necesidad de integrarlos al programa Desayunos Infantiles con Amor. Así empezaron a llegar a sus comunidades envases de plástico espumado (icopor) con la comida balanceada para los menores. Solucionaron un problema prioritario, pero dejaron a su paso una considerable huella ecológica.

—En nuestro templo se acumularon así cantidades de desechos sólidos que se volvieron inmanejables. Nosotros enterrábamos esas basuras en lugares alejados de las comunidades, y cuando estaban saturadas las quemábamos. Pero los sabios se dieron cuenta de que eso también contaminaba los recursos que son de todos, agua y aire, y mandaron a frenar —cuenta Saúl Mindiola, gestor del proyecto Sierra Viva en el Cesar.

De esta forma, líderes de la etnia arhuaca lograron alianzas institucionales para buscar soluciones duraderas y sustentables, con la premisa de que nunca fue su intención trasladar el problema ambiental a otros. Empezaron a trabajar con la ONG Recicladores Correnacer, con la idea de vender la basura y hacer autogestionable su disposición final, pero notaron que no todo podía reutilizarse, y además recibían muy poca retribución económica por grandes volúmenes de desechos. La estrategia se hizo insostenible.

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Con el apoyo de otras empresas privadas trabajaron con Brigadas de Gestores Ambientales. Intentaron sacar de la Sierra Nevada mucho de ese material acumulado en los resguardos, y al poco tiempo notaron que los volúmenes de basura que se generan constantemente son tan altos que no es suficiente la intervención esporádica, sobre todo en aquellos lugares más alejados de las faldas del cerro. Se requiere de una solución permanente al problema de las basuras en la Sierra Nevada de Santa Marta. Así que elevaron la apuesta:

—Entendimos que lo primero que tenemos que hacer es recibir conocimiento. El indígena actúa con responsabilidad en cuanto se concientiza. El hábito conservacionista se nos crea con mucha facilidad, porque le debemos respeto a la autoridad. Tenemos nuestras creencias, y eso ayuda. Pero mucho de lo que hacemos equivocadamente es porque desconocemos el impacto. Por eso nos enfocamos en la educación —asegura Mindiola.

Así nació Sierra Viva hace nueve años, con la intención de contribuir en el manejo adecuado de unas 5.000 toneladas de basura que se generan anualmente en los asentamientos de la Sierra Nevada de Santa Marta. Pero también para sacar del corazón de la montaña las 700.000 toneladas que se presume pueden estar represadas tras 50 años de manejo autónomo.

Con el apoyo de la Fundación Grupo Familia y muchas otras organizaciones que hicieron sus aportes temporales a la causa, el programa recurre a la capacitación, el acopio de desechos en los pueblos indígenas con el uso de sacos biodegradables, el transporte en mula y la concentración de los desechos en casetas de acopio, el transporte en vehículo hasta los centros urbanos en Valledupar y de ahí a la gestión de recicladores.

De la iniciativa que está en ejecución se benefician directamente 64 pueblos, 22 comunidades y cerca de 15.000 habitantes que viven al pie de los afluentes de los ríos Guatapurí, Los Clavos, Ariguaní, y Jewrwa. Todos ubicados en la vertiente suroriental, que pertenece al departamento del Cesar. Para visibilizar el programa, buscar más aliados institucionales y perseguir algunos ingresos económicos directos, Sierra Viva tiene una ingeniosa Tienda Virtual de Basura. Se trata de una forma simbólica de venta de desechos sólidos, que persigue involucrar a todos en la limpieza de la Sierra Nevada, declarada por la Unesco en 1979 como Reserva de la Biósfera.

Para aportar algo en favor de su conservación, se puede ingresar a www.sierraviva.org y escoger algunos de los curiosos productos que se ofrecen: zapatos aplasta plantas, machete peligroso para fauna silvestre, pilas ultracontaminantes de cultivos, vasija incubadora de mosquitos y también las botellas corta pies descalzos. Los productos cuestan entre 20.000 y 80.000 pesos, y se pueden comprar por kilos o en forma de bono para regalo. Los recursos obtenidos son administrados directamente por los coordinadores del programa.

Mabel Sánchez, coordinadora de la Fundación Grupo Familia, dice que la organización privada se mantiene firme en el financiamiento de Sierra Viva con tres pretensiones: buscar alternativas que motiven la participación de los entes estatales en el desarrollo del programa, ampliar las zonas de intervención y lograr mayor apropiación de la comunidad indígena, para que no necesiten del recurso externo para el manejo de sus residuos sólidos. Esa es su lógica natural.

Ciclo completo

En la vertiente occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta, o sea en las comunidades radicadas en el lado de la montaña que pertenece al departamento del Magdalena, los indígenas tienen las mismas preocupaciones que aquellos que viven por los lados del Cesar. Pero apenas están en la búsqueda de las alianzas institucionales para llevar a cabo un proyecto de conservación.

—Nos está arrollando el sistema y necesitamos defender nuestro mayor patrimonio: la naturaleza —dice Eliécer Torres, coordinador de proyectos del resguardo arhuaco de la zona. Eliécer reconoce que muchas familias de las etnias autóctonas han estado involucradas en la entrada de los desechos no biodegradables a la Sierra, y son ellos los llamados a trabajar en su buen manejo. Argumenta que los indígenas usan las botas de caucho, las lámparas de pila y el zinc para los techos, pero luego no saben qué hacer con los desechos. También hay quienes montan su tiendita y ofrecen gaseosas y mecato. Llega lo necesario y lo innecesario también. Hay una transculturación indetenible, así que llegó la hora de ayudarles con el problema porque no tienen los recursos para asegurarse el buen manejo de esos agresivos desechos.

Jaison Pérez Villafañe, coordinador de salud de la IPS Gonauindúa y promotor del proyecto de limpieza de la Sierra Nevada en las cercanías de la cuenca Fundación, cuenta que en las zonas de resguardo indígena también se comparte territorio con campesinos y, según dice, tampoco se hace un manejo correcto de los materiales inservibles.

—El resguardo indígena es un territorio reconocido por el Estado, ypor identidad cultural no podemos vivir mezclados con los campesinos, porque ellos tienen su forma de ver el mundo y relacionarse con la tierra distinta a la que tenemos nosotros. Si nos mezclamos perdemos nuestras raíces y sacrificamos nuestras tradiciones. Al cabo de un rato no se sabe a qué cultura pertenece uno, y nosotros nos negamos a desaparecer. El problema de las basuras es una forma de demostrarlo —dice Jaison mientras mastica hojas de coca.

Entre el proyecto Sierra Viva que se ejecuta en el Cesar y el que se aspira implementar en el Magdalena hay una potente y marcada diferencia: la geografía. Se estima que 698 familias viven en los 21 asentamientos que están por los lados de Santa Marta. Distan unos de otros, a veces, hasta 10 horas de recorrido a lomo de mula o 12 horas a pie. De ahí que planificar la recolección periódica de los desechos sólidos contaminantes tiene sus complicaciones logísticas.

Sin embargo, ambas iniciativas cuentan con la voluntad de los indígenas, el respeto que sienten ellos por la autoridad y la motivación espiritual de proteger los territorios sagrados.

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—La idea es crear centros de acopio en sitios estratégicos y consolidar un servicio interno de aseo para transportar los residuos sólidos hasta los centros urbanos. Para eso tenemos que capacitar un personal que aprenda a clasificar esos desechos y buscar mecanismos para hacerlo de manera autofinanciada. En cinco años queremos que cada miembro de la comunidad se sienta responsable de la basura que genera.

Como una forma de demostrar que el aporte de cada uno es importante, la comunidad de Kankawarwa, en el Magdalena, reutiliza las botellas plásticas para dividir las eras de cultivos. Las acomodan una tras otra atadas con fibra natural y con eso organizan el terreno de siembra donde crecen lechugas, coles, cebollín, cilantro, tomate. El producto de ese trabajo agroecológico es para el consumo de la misma etnia.

Si los líderes arhuacos consiguen financiamiento para su proyecto piloto en los alrededores de la cuenca Fundación, resultarían involucradas directamente unas 700 familias, que viven vinculadas a las actividades agrícolas en Gunsey, Kóchukwa, Wíndiwa, Úmake, Seynurwa, Bunkwámake, Gwámuni, Sìnguney, Kantínurwa y Kankawarwa.

Eliécer, Jaison y Saúl, los tres arhuacos que se han montado en la tarea de comunicar este mandato, no tienen ningún interés en que la Sierra Nevada de Santa Marta se promueva como destino turístico, porque dicen que eso atenta contra el equilibrio natural.

—El secreto de nuestros razonamientos no tenemos que compartirlo. Pero los civilizados deben entender que los recursos que están en los resguardos indígenas no son sólo nuestros. Estamos cuidando lo que es de todos, aunque pocos lo comprendan.

 

*Periodista y profesora universitaria. Frecuente colaboradora de Bienestar Colsanitas.

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Karem Racines Arévalo

Es una periodista colombo-venezolana egresada de la Universidad Central de Venezuela. Llegó a Bogotá en 2011 para escapar de la confrontación política de su país. Después de vivir en la capital colombiana cinco años, decidió mudarse cerca del mar, que tanta falta le hacía, y desde hace dos años vive en Santa Marta. Es docente de periodismo en la Universidad del Magdalena y en la Sergio Arboleda. Es colaboradora frecuente de la revista Bienestar.