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Colombia en Netflix

La plataforma de streaming más popular representa una oportunidad de oro para la producción televisiva nacional.

SEPARADOR

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asta Rodrigo D. No futuro Colombia no tuvo un lenguaje cinematográfico propio. Existían esbozos, fracasos maravillosos como Raíces de piedra de José María Arzuaga o La mansión de la Araucaima de Carlos Mayolo, pero no podíamos vernos realmente al espejo en las producciones nacionales. La colombianidad era sólo un cliché burdo, una caricatura de las que acostumbraba a hacer Gustavo Nieto Roa y sus taxistas millonarios. Esa incapacidad de vernos realmente como somos nos impedía aspirar a cualquier tipo de reconocimiento internacional en un festival de peso. Solo hasta 1990, con la película de Víctor Gaviria, pudimos escuchar a un maestro como Bernardo Bertolucci hablando de las virtudes de una tragedia de cualquier barrio pobre en Colombia: el pelado que quiere ser baterista pero no tiene ni para las baquetas, y mientras tanto el diablo poniendo sus pezuñas en los que no nacieron pa’ semilla.

Después de Gaviria y Rodrigo D, vendría Sergio Cabrera y su Estrategia del caracol, que nos puso un espejo de frente y pudimos vernos. Entonces todo cambió. Todo lo audiovisual dejó de ser lo que era en este país, y la televisión no fue ajena a esa revolución. Fernando Gaitán le enseñó a Latinoamérica que las más memorables telenovelas ya no tenían acento mexicano. Y desde entonces nos hemos comido el cuento de que tal vez no exista un lugar en el continente donde haya mejores libretistas que los nuestros para hacer historias tan frescas, tan imperecederas como Café con aroma de mujer, Pasión de gavilanes o Yo soy Betty, la fea.

Estas dos últimas son lo más visto en Netflix hecho en Colombia. Con sus virtudes y defectos, estas dos producciones han podido conectar como nunca antes con un público que las ha posicionado como clásicos de consumo constante. Los números del producto de Julio Jiménez en rating son escandalosos, 16 % superior incluso al de Betty que sigue viéndose con frecuencia en la plataforma. La gran revelación de los últimos años ha sido La venganza de Analía, una de las últimas producciones colombianas comprada por la plataforma.

La telenovela es un género hecho para estar distraído, para que uno pueda cambiarle el pañal al niño, contestar una llamada, recibir el domicilio. Difícilmente se podrá perder el hilo argumental cuando cada cinco minutos te están contando que Analía Guerrero vio de niña cómo su mamá fue atropellada por el candidato a la Presidencia de la República, Guillermo León Mejía, quien además es su padre. Uno puede verla desde el capítulo quinto en adelante y no se perderá en ningún laberinto. Esto hace que la voz en off sea un recurso manido para hacerle entender la trama al espectador, que la música esté ahí como una porrista, marcando lo que debe sentir el televidente. Bajo estos tópicos, las actuaciones obvias y la trama chillona, La venganza de Analía es un producto válido de calidad, un thriller político con referentes claros en la realidad nacional, compuesto con una valentía que sólo puede imprimirle alguien como Juana Uribe. Tal vez es su talento el diferencial que determine la supremacía de Caracol sobre RCN. Es un poco conmovedor ver la manera como ha sido recibida esta novela por la gente, agradecida de que le den un poco más que los realitys de siempre.

En ese mismo camino de lo popular se pierde sin remedio Chichipatos. La serie de Dago García es un náufrago a la deriva, técnicamente muy bien trabajada pero sin inspiración ni gracia. Esa falta de conexión con los colombianos reales es muy triste. Si algo enseñó Pepe Sánchez fue a crear un barrio, a hacer personajes de carne y hueso, como Eutimio Pastrana Polanía, como el Chinche afeitándose mientras hablaba con su lora Pastora. Pero en Chichipatos todo es irreal. ¿Cuánto se puede ganar un mago al mes? ¿De verdad Dago cayó en la ingenuidad de creer que su serie podría venderse con éxito por fuera de Colombia? La ridícula apuesta de hacer una sitcom con códigos gringos se convierte en este cadáver insepulto, un desperdicio millonario que enfatiza los peores defectos que puede tener alguien tan carismático como Antonio Sanint.

Afortunadamente Chichipatos es un accidente. Hay cuatro series colombianas creadas para Netflix que se hicieron con la intención de ser televisión de nivel mundial. Es comprensible quedarse dormido en largos trayectos de Frontera verde, la ambiciosa serie creada por Diego Ramírez Schrempp, Mauricio Leiva-Cock y Jenny Ceballos, pero la atmósfera que tiene su primer capítulo —dirigido por Ciro Guerra— es algo completamente nuevo en la televisión nacional. Este thriller herzoguiano no le teme a nada, ni siquiera al aburrimiento. Y esa libertad creativa que da Netflix es lo que marca la diferencia. En producciones como Frontera verde se nota la voluntad de la plataforma por darle cabida a universos desconocidos incluso para nosotros mismos.

Ese divorcio entre lo popular y la calidad no lo tiene ni Historia de un crimen: Colmenares, ni El robo del siglo, ni Distrito salvaje. La primera serie fue un tremendo reto. Pocas muertes más mediáticas en Colombia que la de Luis Andrés Colmenares. Netflix asumió el reto de adaptar Nadie mató a Colmenares, la investigación de José Monsalve, y contradecir a medio país que cree a pie juntillas que Laura Moreno y Jessi Quintero pertenecen a la familia Manson. La elección del casting era de lo más difícil. Los personajes tenían que parecerse a los de la vida real y, además, actuar bien. Lo cumplen a cabalidad.

Distrito salvaje es intensa, precisa, emocionante. Está tan bien dirigida que no sabíamos que Juan Pablo Raba había aprendido a actuar en los Estados Unidos. Aunque, sin duda, la joya de la corona es El robo del siglo. ¿Se acuerdan que todos vimos y disfrutamos de El patrón del mal, nuestro placer culposo favorito? No solo por los guiones de Juana Uribe, también por ese tándem Andrés Parra-Cristian Tapam. Nunca había leído —desde la época de Betty la fea— a críticos europeos maravillados por una serie nuestra. En España están convencidos, y con razón, que es superior a La casa de papel. Claro que la vida siempre le ganará a la ficción.

En el futuro seguirán apareciendo series colombianas en Netflix. La más esperada por todos creo que es Cien años de soledad. ¿Serán las series de televisión el remedio para por fin adaptar las grandes obras de la literatura universal a las imágenes en movimiento? Lo veremos.

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