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La búsqueda de la semilla nativa de algodón en la Sierra Nevada

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Antes de la llegada de los españoles, los pueblos de la Sierra Nevada sembraban algodón nativo, proveniente de una semilla de más de 1500 años de antigüedad para hacer sus vestimentas y mochila.

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“Nosotros sabíamos que había una semilla nativa de algodón en la Sierra Nevada de Santa Marta, pero era difícil de encontrar”, explica el director de la fundación ProSierra, Santiago Giraldo, “a veces amigos indígenas nos la preguntaban, pero no sabíamos dónde conseguirla”, comenta. 

Desde antes de la pandemia, la fundación ProSierra junto con la oenegé ítalocolombiana Environómica venían buscando esta semilla con la intención de impulsar la cadena de producción de algodón orgánico en  Colombia, “cómo podía ser que Brasil y Perú tuvieran su semilla nativa de algodón y nosotros no”, pensaba entonces Santiago Giraldo. “¿Cómo podía ser que los indígenas estuvieran comprando algodón chino, para hacer sus mochilas?”, pensaba Michele Galli, director de Environómica. “Incluso llamamos a Conalgodón”, recuerda Giraldo, “Pero nos dijeron que de eso no había acá”. 

Colombia fue un país de tradición algodonera durante los años setentas, especialmente, y hasta la apertura económica de César Gaviria en los noventas, pero el algodón que se sembró siempre fue el convencional. Según cifras de Conalgodón, el 99 % de las semillas de algodón que existen actualmente en el país son precisamente de este tipo.

El problema con el algodón convencional, que ha sido modificado genéticamente para aumentar su productividad, es que representa uno de los cultivos más contaminantes del mundo. Se siembra como monocultivo y necesita de una gran cantidad de fertilizantes y pesticidas sintéticos. Además consume mucha agua: de acuerdo a cálculos del World Resources Institute, para producir una camisa de algodón se necesitan alrededor de 2700 litros de agua (lo que consumiría una persona en dos años y medio). 

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El algodón nativo, en cambio, es más amigable con el medio ambiente, porque es compatible con el sistema local, “al ser una semilla originaria, no tiene necesidades especiales”, explica Michelle Galli. Su cultivo es compatible con los ciclos de lluvias y sequías de la Sierra, “además su siembra se realiza de manera organizada, pero no exclusiva”, agrega Galli. La siembra de algodón nativo se debe alternar con la de otras plantas como el maíz, el ají y el frijol para que ayuden a abonar el suelo y a mantener el nitrógeno en la tierra. 

Proteger las variedades nativas de las semillas e incentivar las formas de cultivo biodiverso, en contraposición a los monocultivos, es una forma efectiva de cuidar el equilibrio de los ecosistemas y combatir el calentamiento global. “Nosotros veníamos de realizar un trabajo parecido en Mozambique y queríamos replicar la experiencia acá”, explica el director de Environómica. 

Recuperar un conocimiento ancestral

En Colombia, desde antes de la llegada de los españoles, los pueblos de la Sierra Nevada sembraban algodón nativo, proveniente de una semilla de más de 1500 años de antigüedad, para hacer sus vestimentas y mochilas. Pero con el pasar de los siglos esta práctica se fue perdiendo. 

Este algodón, llamado “unku” por los indígenas, era un cultivo apreciado, de gran simbolismo cultural, pues representaba la relación de los habitantes de la Sierra Nevada con la nieve y el mar. “Era valioso como el oro”, explica Paula Rodríguez, antropóloga y consultora del Global Heritage Fund, y agrega que “entre otras cosas, simbolizaba el hilo que conectaba al mundo físico con el mundo espiritual ‘aluna’, donde se origina el pensamiento y las ideas que configuran la realidad del mundo físico que vemos”.

En las culturas de la Sierra, los hombres son los encargados de tejer las túnicas y los gorros y las mujeres las mochilas. En sus tejidos los indígenas zurcen distintos patrones según el linaje al que pertenecían, convirtiendo así estas prendas en una forma de primeros textos. 

Sin embargo, con la tecnificación del campo y la revolución de la agricultura, la estandarización de las semillas y la introducción del poliéster, entre otras cosas, los indígenas fueron dejando de cultivar este algodón, especialmente aquel conocido como escorpión, que era el más blanco de todos. Y la semilla se volvió difícil de encontrar.

Pero gracias a los esfuerzos de ProSierra y Environómica, se obtuvieron 700 kilos de semilla de este algodón, después de redescubrirla en medio de la Sierra.

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La primera tonelada de algodón orgánico colombiano

Con la ayuda del agrónomo Carlos de Brigard, los investigadores de ProSierra y Environómica encontraron la semilla en la estación de investigación El Congo un par de años antes de la pandemia. La estación El Congo es el centro de investigaciones en campo de ProSierra, donde desde hace más de 30 años, la Fundación prueba cultivos y semillas para observar si son un buen o mal producto para trabajar con las comunidades indígenas y campesinas de la zona. 

Entre las terrazas taironas de la estación y los bosques nativos de la Sierra Nevada, a mil metros sobre el nivel del mar, los investigadores encontraron cinco matas de este algodón nativo que pudieron distinguir a ojo y decidieron estudiar más a fondo. Resultó que este algodón escorpión venía de la misma familia del algodón de Barbados, cuya producción es comprada anualmente por la industria de camisería fina italiana y británica por su altísima calidad (el gossypium barbadense), y decidieron cosecharlo en la estación para reproducir la semilla. 

Con la cantidad de semilla suficiente, en el 2019 las organizaciones sembraron una hectárea en la estación de ProSierra con recursos propios y un año después obtuvieron la primera tonelada de algodón orgánico del país, “sentimos mucha emoción”, recuerda Galli, “una sensación de recompensa por haber creído en el proyecto y haber podido mostrar el potencial tan grande que puede tener esta industria en el país”.

El algodón fue comprado por el grupo Crystal, la compañía antioqueña a la que pertenecen Punto Blanco y Gef y en el 2021 salió a la venta la primera línea de camisetas hechas con algodón orgánico de la Sierra. “Desde Crystal nos dijeron que nos comprarían lo que produjéramos”, dice Giraldo. Además la semilla fue repartida entre familias cultivadoras, campesinas e indígenas de la zona.

A raíz de esta experiencia, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) decidió apoyar con recursos una siguiente siembra más extensa, que ahora era viable con la semilla disponible que se había obtenido en el proceso. Pero la pandemia y el fenómeno invernal de la niña han desacelerado el proceso. “La agricultura es una actividad de alto riesgo en ese sentido”, explica Giraldo, “los procesos son de largo aliento y necesitamos de una inversión que entienda esto. Necesitamos recursos para hacer seguimiento”.

“Sin duda este es un cultivo complejo”, afirma Luis Fernando Montoya, gerente de Colhilados, la hilandería certificada GOTS que produjo el hilo de esa primera tonelada. “Difícil, como todos los cultivos orgánicos. Pero en general hay poco algodón orgánico en el mundo. Afuera hay una escasez muy grande, y hay mucho apetito en el consumidor final por estas prendas”, comenta. 

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Un mercado con potencial

Actualmente el algodón es la fibra que más se usa en la industria textil, pues compone cerca del 33 % de todas las prendas del mundo junto con el poliéster. Y la demanda por algodón orgánico viene aumentando gracias a una industria de la moda más consciente de su impacto en el medio ambiente. 

Según la ONG estadounidense Textile Exchange, Los siete países con mayor producción han sido India, 50 %; China, 12 %; Kirgistán, 12 %; Turquía, 10 %; Tanzania, 5 %;, Tajikistán, 4 %; y Estados Unidos, 3 %. Estos 7 países suman el 95 % de la producción mundial.

Analistas del mercado identifican que después del covid-19 la perspectiva del consumidor viene cambiando. Una encuesta realizada por la consultora MacKensey and Company arrojó que dos tercios de los consumidores piensan que después de la pandemia resulta fundamental combatir el cambio climático. 

Dentro de los nuevos patrones de consumo que han surgido en los últimos años la gente está cada vez más interesada en la trazabilidad de un producto y su impacto sobre el medio ambiente. “La gente empieza a valorar otras cosas”, explica la antropóloga Paula Rodríguez. “El cliente objetivo de estas prendas está dispuesto a pagar un poco más porque aprecia que este algodón viene de la Sierra y ha sido cultivado de una manera que mantiene vivos los bosques y los ecosistemas”, dice. 

Después de décadas de fast fashion y una pandemia, la apuesta por una relación más equilibrada con los materiales de las prendas que nos ponemos parece ser el camino razonable a seguir. “En nuestra lógica pensamos: si tenemos buenas tierras, y gente que puede ¿por qué no lo hacemos?”, concluye Giraldo.

*Carolina Mila es periodista freelance y ha escrito para Cromos, Bacánika, Semana, y El Espectador. Desde que se fue a Santa Marta en sus ratos libres hace ilustraciones botánicas de las plantas de la Sierra. También ha aprendido algunos pasos de champeta y descubrió que uno de los mejores ingredientes secretos para mejorar la sangría es el jugo de corozo.

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