Mi hijo de siete años no camina: corre. No ríe bajito: se carcajea. No llora en silencio: grita con todo el cuerpo. Yo, que alguna vez fui así, lo miro con admiración y una nostalgia dulce. Envidio su energía vital, su forma salvaje de estar vivo.

1. Materno un niño de 7 años y me asombra ver cómo enfrenta la vida con tanta intensidad.
Una intensidad que yo ya perdí.

2. No se sube a un carro sentándose, se clava en la silla. -Como un pingüino mamá-

3. No camina, solo puede correr. En un pasillo, en las escaleras (cara angustiada). Por supuesto en la calle. Corre, corre y corre.

4. No llora secándose las lágrimas, frotando sus ojos, escondiendo su rostro. Llora y grita si lo necesita. Toma impulso y vuelve a llorar, hasta que se cansa.

5. No se ríe con mesura. Se ríe fuerte, se desencaja, ensaya risas mientras se ríe. Y si tiene que estar parado y quieto empieza a actuar como un mimo.

6. Claro, una persona que vive con tanta intensidad comete errores y exige energía extrema de sus cuidadores. Nos reta cada día.

7. Hace que pasemos de la rabia a la empatía en un minuto porque es una persona en formación. Está construyendo su cerebro, sus emociones. Por eso le brota la vida de manera tan espontánea.

8. Yo celebro estar a su lado, reviviendo lo que alguna vez también fui. Pero me llega la nostalgia al mismo tiempo que me brota la alegría. Sé que no será más este niño de siete años que se traga la vida. Será otro, aprenderá a regularse, a ser ADULTO

9. Espero que cuando la vida nos encuentre juntos su risa y su llanto sean salvajes, reales y muy intensos.


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